Vida: Capítulos 31 al 35

LIBRO DE LA VIDA

CAPÍTULO 31

Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la

hacía el demonio, y tormentos que la daba. – Trata también algunas

cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de

perfección. 

 

1. Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones y turbaciones

interiores y secretas que el demonio me causaba, otras que hacía

casi públicas en que no se podía ignorar que era él.

 

2. Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado

izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque

me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama

del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome

espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas

que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como

pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto.

Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia

aquella parte, y nunca más tornó.

 

3. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles

dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se

podía ya sufrir. Las que estaban conmigo estaban espantadas y no

sabían qué se hacer ni yo cómo valerme. Tengo por costumbre,

cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable, hacer actos

como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello,

que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del

mundo.

Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con

estos actos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor

entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy

abominable, regañando como desesperado de que adonde

pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo,

porque había allí algunas conmigo que no se podían valer ni sabían

qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes

que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y

brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte

podía tener sosiego. No osaba pedir agua bendita por no las poner

miedo y porque no entendiesen lo que era.

 

4. De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que

huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven.

Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y

muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es

cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación que no sabría

yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me

conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una

vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos

como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de

agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué

gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame

mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la

pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace

a lo que no es bendito.

 

5. Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se riesen, pediría

agua bendita. Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechaba;

echélo hacia donde estaba, y en un punto se fue y se me quitó todo

el mal como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé

cansada como si me hubieran dado muchos palos. Hízome gran

provecho ver que, aun no siendo un alma y cuerpo suyo, cuando el

Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará cuando él lo posea

por suyo? Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía.

 

6. Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto, y

yo estaba sola. Pedí agua bendita, y las que entraron después que

ya se habían ido (que eran dos monjas bien de creer, que por

ninguna suerte dijeran mentira), olieron un olor muy malo, como de

piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se pudo advertir a

ello.

Otra vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de recogimiento.

Fuime de allí porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas

dar golpes grandes adonde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar como

que concertaban algo, aunque no entendí qué; habla gruesa; mas

estaba tan en oración, que no entendí cosa ni hube ningún miedo.

Casi cada vez era cuando el Señor me hacía merced de que por mi

persuasión se aprovechase algún alma.

Y es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos

testigos, en especial quien ahora me confiesa, que lo vio por escrito

en una carta; sin decirle yo quién era la persona cuya era la carta,

bien sabía él quién era.

7. Vino una persona a mí que había dos años y medio que estaba

en un pecado mortal, de los más abominables que yo he oído, y en

todo este tiempo ni le confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y

aunque confesaba otros, éste decía que cómo le había de confesar,

cosa tan fea. Y tenía gran deseo de salir de él y no se podía valer a

sí. A mí hízome gran lástima; y ver que se ofendía Dios de tal

manera, me dio mucha pena. Prometíle de suplicar mucho a Dios le

remediase y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran

mejores que yo, y escribía a cierta persona que él me dijo podía dar

las cartas. Y es así que a la primera se confesó; que quiso Dios (por

las muchas personas muy santas que lo habían suplicado a Dios,

que se lo había yo encomendado) hacer con esta alma esta

misericordia, y yo, aunque miserable, hacía lo que podía con harto

cuidado.

Escribióme que estaba ya con tanta mejoría, que había días que no

caía en él; mas que era tan grande el tormento que le daba la

tentación, que parecía estaba en el infierno, según lo que padecía;

que le encomendase a Dios. Yo lo torné a encomendar a mis

Hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta

merced, que lo tomaron muy a pechos. Era persona que no podía

nadie atinar en quién era. Yo supliqué a Su Majestad se aplacasen

aquellos tormentos y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios

a atormentarme a mí, con que yo no ofendiese en nada al Señor.

Es así que pasé un mes de grandísimos tormentos. Entonces eran

estas dos cosas que he dicho.

 

8. Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me lo escribieron,

porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su alma

y quedó del todo libre, que no se hartaba de dar gracias al Señor y

a mí, como si yo hubiera hecho algo, sino que ya el crédito que

tenía de que el Señor me hacía mercedes le aprovechaba. Decía

que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas y se le quitaba la

tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido y

cómo se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera otros

muchos años por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que

mucho puede la oración de los que sirven al Señor, como yo creo lo

hacen en esta casa estas hermanas; sino que, como yo lo

procuraba, debían los demonios indignarse más conmigo, y el

Señor por mis pecados lo permitía.

 

9. En este tiempo también una noche pensé me ahogaban; y como

echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como

quien se va desempeñando. Son tantas veces las que estos

malditos me atormentan y tan poco el miedo que yo ya los he, con

ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que

cansaría a vuestra merced y me cansaría si las dijese.

 

10. Lo dicho aproveche de que el verdadero siervo de Dios se le dé

poco de estos espantajos que éstos ponen para hacer temer.

Sepan que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con

menos fuerza y el alma muy más señora. Siempre queda algún gran

provecho, que por no alargar no lo digo.

Sólo diré esto que me acaeció una noche de las ánimas: estando

en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas

oraciones muy devotas -que están al fin de él- muy devotas que

tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro para que no

acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar,

tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé y, hasta que

eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron algunas almas

del purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé si

pretendía estorbar esto.

Pocas veces le he visto tomando forma y muchas sin ninguna

forma, como la visión que sin forma se ve claro está allí, como he

dicho.

 

11. Quiero también decir esto, porque me espantó mucho: estando

un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro y en

arrobamiento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles.

Yo no podía entender qué querría decir aquella visión. Antes de

quince días se entendió bien en cierta contienda que acaeció entre

gente de oración y muchos que no lo eran, y vino harto daño a la

casa que era; fue contienda que duró mucho y de harto

desasosiego.

Otras veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y

parecíame estar una gran claridad que me cercaba toda, y ésta no

les consentía llegar a mí. Entendí que me guardaba Dios, para que

no llegasen a mí de manera que me hiciesen ofenderle. En lo que

he visto en mí algunas veces, entendí que era verdadera visión.

El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy

contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada

sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí

muestran ellos su poder.

Algunas veces, en las tentaciones que ya dije, me parecía que

todas las vanidades y flaquezas de tiempos pasados tornaban a

despertar en mí, que tenía bien que encomendarme a Dios. Luego

era el tormento de parecerme que, pues me venían aquellos

pensamientos, que debía de ser todo demonio, hasta que me

sosegaba el confesor. Porque aun primer movimiento de mal

pensamiento me parecía a mí no había de tener quien tantas

mercedes recibía del Señor.

 

12. Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me atormenta

ver que se hace mucho caso de mí, en especial personas

principales, y de que decían mucho bien. En esto he pasado y paso

mucho. Miro luego a la vida de Cristo y de los santos, y paréceme

que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio e injurias.

Háceme andar temerosa y como que no oso alzar la cabeza ni

querría parecer, lo que no hago cuando tengo persecuciones. Anda

el ánima tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte

ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa así, que

entonces parece está el alma en su reino y que lo trae todo debajo

de los pies.

Dábame algunas veces y duróme hartos días, y parecía era virtud y

humildad por una parte, y ahora veo claro que era tentación. Un

fraile dominico, gran letrado, me lo declaró bien. Cuando pensaba

que estas mercedes que el Señor me hace se habían de venir a

saber en público, era tan excesivo el tormento, que me inquietaba

mucho el ánima. Vino a términos que, considerándolo, de mejor

gana me parece me determinaba a que me enterraran viva que por

esto. Y así, cuando me comenzaron estos grandes recogimientos o

arrobamientos a no poder resistirlos aun en público, quedaba yo

después tan corrida, que no quisiera parecer adonde nadie me

viera.

 

13. Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor, que

qué temía; que en esto no podía, sino haber dos cosas: o que

murmurasen de mí, o alabarle a El; dando a entender que los que lo

creían, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que

 

 

entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me fatigase.

Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda.

Vino a términos la tentación, que me quería ir de este lugar y dotar

en otro monasterio muy más encerrado que en el que yo al

presente estaba, que había oído decir muchos extremos de él. Era

también de mi Orden, y muy lejos, que eso es lo que a mí me

consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor me

dejó.

 

14. Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que

después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto

inquietaba, y me enseñó el Señor esta verdad: que yo tan

determinada y cierta estuviera que no era ninguna cosa buena mía,

sino de Dios, que así como no me pesaba de oír loar a otras

personas, antes me holgaba y consolaba mucho de ver que allí se

mostraba Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.

 

15. También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios -y hacía

oración particular- que cuando a alguna persona le pareciese algo

bien en mí, que Su Majestad le declarase mis pecados, para que

viese cuán sin mérito mío me hacía mercedes, que esto deseo yo

siempre mucho. Mi confesor me dijo que no lo hiciese. Mas hasta

ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba de mí bien

mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y

con esto parece descansaba. También me han puesto mucho

escrúpulo en esto.

 

16. Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino de una

tentación venían muchas. Parecíame que a todos los traía

engañados y, aunque es verdad que andan engañados en pensar

que hay algún bien en mí, no era mi deseo engañarlos, ni jamás tal

pretendí, sino que el Señor por algún fin lo permite; y así, aun con

los confesores, si no viera era necesario, no tratara ninguna cosa,

que se me hiciera gran escrúpulo.

Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo

ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un

alma dejada en las manos de Dios no se le da más que digan bien

que mal, si ella entiende bien bien entendido -como el Señor quiere

hacerle merced que lo entienda- que no tiene nada de sí. Fíese de

quien se lo da, que sabrá por qué lo descubre, y aparéjese a la

persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de

alguna persona quiere el Señor se entienda que la hace semejantes

mercedes; porque hay mil ojos para un alma de éstas, adonde para

mil almas de otra hechura no hay ninguno.

 

17. A la verdad, no hay poca razón de temer, y éste debía ser mi

temor, y no humildad, sino pusilanimidad. Porque bien se puede

aparejar un alma que así permite Dios que ande en los ojos del

mundo, a ser mártir del mundo, porque si ella no se quiere morir a

él, el mismo mundo los matará. No veo, cierto, otra cosa en él que

bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos que a poder

de murmuraciones no las perfeccione. Digo que es menester más

ánimo para, si uno no está perfecto, llevar camino de perfección,

que para ser de presto mártires. Porque la perfección no se alcanza

en breve, si no es a quien el Señor quiere por particular privilegio

hacerle esta merced. El mundo, en viéndole comenzar, le quiere

perfecto y de mil lenguas le entiende una falta que por ventura en él

es virtud, y quien le condena usa de aquello mismo por vicio y así lo

juzga en el otro. No ha de haber comer ni dormir ni, como dicen,

resolgar; y mientras en más le tienen, más deben olvidar que aún

se están en el cuerpo, por perfecta que tengan el alma. Viven aún

en la tierra sujetos a sus miserias, aunque más la tengan debajo de

los pies. Y así, como digo, es menester gran ánimo, porque la pobre

alma aún no ha comenzado a andar, y quiérenla que vuele. Aún no

tiene vencidas las pasiones, y quieren que en grandes ocasiones

estén tan enteras como ellos leen estaban los santos después de

confirmados en gracia.

Es para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar

mucho el corazón; porque muy muchas almas tornan atrás, que no

saben las pobrecitas valerse. Y así creo hiciera la mía, si el Señor

tan misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte; y hasta que

por su bondad lo puso todo, ya verá vuestra merced que no ha

habido en mí sino caer y levantar.

 

18. Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas

almas que quieren volar antes que Dios les dé alas. Ya creo he

dicho otra vez esta comparación, mas viene bien aquí. Trataré esto,

porque veo a algunas almas muy afligidas por esta causa: como

comienzan con grandes deseos y hervor y determinación de ir

adelante en la virtud, y algunas cuanto a lo exterior todo lo dejan

por El, como ven en otras personas, que son más crecidas, cosas

muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos la

podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos

de oración y contemplación poner cosas que hemos de hacer para

subir a esta dignidad, que ellos no las pueden luego acabar

consigo, desconsuélanse. Como es: un no se nos dar nada que

digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando

dicen bien; una poca estima de honra; un desasimiento de sus

deudos, que, si no tienen oración, no los querría tratar, antes le

cansan; otras cosas de esta manera muchas, que, a mi parecer, las

ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales o

contra nuestra natural inclinación.

No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en

deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra, con

oración y haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy

necesario para este nuestro flaco natural tener gran confianza y no

desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejaremos de salir con

victoria.

 

19. Y porque tengo mucha experiencia de esto, diré algo para aviso

de vuestra merced. No piense, aunque le parezca que sí, que está

ya ganada la virtud, si no la experimenta con su contrario. Y

siempre hemos de estar sospechosos y no descuidarnos mientras

vivimos; porque mucho se nos pega luego, si -como digo- no está

ya dada del todo la gracia para conocer lo que es todo, y en esta

vida nunca hay todo sin muchos peligros.

Parecíame a mí, pocos años ha, que no sólo no estaba asida a mis

deudos, sino que me cansaban. Y era cierto así, que su

conversación no podía llevar. Ofrecióse cierto negocio de harta

importancia, y hube de estar con una hermana mía a quien yo

quería muy mucho antes y, puesto que en la conversación, aunque

ella es mejor que yo, no me hacía con ella (porque como tiene

diferente estado, que es casada, no puede ser la conversación

siempre en lo que yo la querría, y lo más que podía me estaba

sola), vi que me daban pena sus penas más harto que de prójimo, y

algún cuidado. En fin, entendí de mí que no estaba tan libre como

yo pensaba, y que aún había menester huir la ocasión, para que

esta virtud que el Señor me había comenzado a dar fuese en

crecimiento, y así con su favor lo he procurado hacer siempre

después acá.

 

20. En mucho se ha de tener una virtud cuando el Señor la

comienza a dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de

perderla. Así es en cosas de honra y en otras muchas; que crea

vuestra merced que no todos los que pensamos estamos desasidos

del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto; y

cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere

aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena

que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer

mucho de nuestra parte. Paréceme que es una ligadura para este

camino, que yo me espanto el daño que hace.

Veo a algunas personas santas en sus obras, que las hacen tan

grandes que espantan las gentes. ¡Válgame Dios! ¿Por qué está

aún en la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la

perfección? ¿Qué es esto? ¿Quién detiene a quien tanto hace por

Dios? -¡Oh, que tiene un punto de honra…! Y lo peor que tiene es

que no quiere entender que le tiene, y es porque algunas veces le

hace entender el demonio que es obligado a tenerle.

 

21. Pues créanme, crean por amor del Señor a esta hormiguilla que

el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que

a todo el árbol no dañe (porque algunas otras virtudes quedarán,

mas todas carcomidas), no es árbol hermoso, sino que él no medra,

ni aun deja medrar a los que andan cabe él. Porque la fruta que da

de buen ejemplo no es nada sana; poco durará.

Muchas veces lo digo: que por poco que sea el punto de honra, es

como en el canto de órgano, que un punto o compás que se yerre,

disuena toda la música. Y es cosa que en todas partes hace harto

daño al alma, mas en este camino de oración es pestilencia.

 

22. Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos

seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y

queremos muy entera nuestra honra y crédito? -No es posible llegar

allá, que no van por un camino. Llega el Señor al alma,

esforzándonos nosotros y procurando perder de nuestro derecho en

muchas cosas.

Dirán algunos: «no tengo en qué ni se me ofrece». -Yo creo que a

quien tuviere esta determinación, que no querrá el Señor pierda

tanto bien. Su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta

virtud que no quiera tantas. Manos a la obra.

 

23. Quiero decir las naderías y poquedades que yo hacía cuando

comencé, o alguna de ellas: las pajitas que tengo dichas pongo en

el fuego, que no soy yo para más. Todo lo recibe el Señor. Sea

bendito por siempre.

Entre mis faltas tenía ésta: que sabía poco del rezado y de lo que

había de hacer en el coro y cómo lo regir, de puro descuidada y

metida en otras vanidades, y veía a otras novicias que me podían

enseñar. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo

sabía poco. Luego se pone delante el buen ejemplo. Esto es muy

ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun sabiéndolo,

tantito que estaba en duda, lo preguntaba a las niñas. Ni perdí

honra ni crédito; antes quiso el Señor, a mi parecer, darme después

más memoria.

Sabía mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiando lo que me

encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto

fuera virtud, sino por las muchas que me oían), que de puro

honrosa me turbaba tanto, que decía muy menos de lo que sabía.

Tomé después por mí, cuando no lo sabía muy bien, decir que no lo

sabía. Sentía harto a los principios, y después gustaba de ello. Y es

así que como comencé a no se me dar nada de que se entendiese

no lo sabía, que lo decía muy mejor, y que la negra honra me

quitaba supiese hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la

pone en lo que quiere.

 

24. Con estas naderías, que no son nada – y harto nada soy yo,

pues esto me daba pena- de poco en poco se van haciendo con

actos. Y cosas poquitas como éstas, que en ser hechas por Dios les

da Su Majestad tomo, ayuda Su Majestad para cosas mayores. Y

así en cosas de humildad me acaecía que, de ver que todas

aprovechaban sino yo -porque nunca fui para nada- de que se iban

del coro, coger todos los mantos; parecíame servía a aquellos

ángeles que allí alababan a Dios. Hasta que, no sé cómo, vinieron a

entenderlo, que no me corrí yo poco; porque no llegaba mi virtud a

querer que entendiesen estas cosas, y no debía ser por humilde,

sino porque no se riesen de mí, como eran tan nonada.

25. ¡Oh Señor mío!, ¡qué vergüenza es ver tantas maldades, y

contar unas arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por

vuestro servicio, sino que todo iba envuelto en mil miserias! No

manaba aún el agua, debajo de estas arenas, de vuestra gracia,

para que las hiciese levantar.

¡Oh Criador mío, quién tuviera alguna cosa que contar, entre tantos

males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes que

he recibido de Vos! Es así, Señor mío, que no sé cómo puede

sufrirlo mi corazón, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de

aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas mercedes, y

que no he vergüenza de contar estos servicios, en fin, como míos.

Sí tengo, Señor mío; mas el no tener otra cosa que contar de mi

parte me hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza

quien los hiciere grandes, que, pues éstos parece ha tomado el

Señor en cuenta, los tomará mejor. Plega a Su Majestad me dé

gracia para que no esté siempre en principios. Amén.

 

 

 

CAPÍTULO 32. 

En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del

infierno que tenía por sus pecados merecido. – Cuenta una cifra de

lo que allí se lo representó para lo que fue. – Comienza a tratar la

manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está,

de San José.

 

1. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya

muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes,

estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber

cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que

quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían

aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo

espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible

olvidárseme.

Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y

estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo

me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y

muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad

metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi

meter en mucho estrecho.

Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí

sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.

 

2. Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no

le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el

alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera

que es. Los dolores corporales tan incomportables, que, con

haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los

médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue

encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos

de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho,

causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que

allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.

Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un

apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan

desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo

encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el

alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas

aquí el alma misma es la que se despedaza.

El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y

aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores.

No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y

desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y

desesperación interior es lo peor.

 

3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo,

no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en

éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que

son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No

hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo

puede ser esto, que con nohaber luz, lo que a la vista ha de dar

pena todo se ve.

No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después

he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el

castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas

como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta

visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos

tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera

padeciendo.

Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que

quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado

su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras

veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por

temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni

otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena,

porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el

quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

 

4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con

que ha casi seis años, y es así que me parece el calor natural me

falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que

tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá

se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin

propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes

que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho,

así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de

esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar graciasal Señor

que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y

terribles.

 

5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación

de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí.

Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da

algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía

en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa

descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis

bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me

queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces,

Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo

a meter en ella contra vuestra voluntad!

 

6. De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas

almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque

eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus

grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por

librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas

muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona

que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece

que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es

grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en

el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No

hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber que, en

fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a

tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos

sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio

consigo.

 

7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no

nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de

nuestra parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea servido de

darnos gracia para ello.

Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún

cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que,

como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin,

pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la

daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie,

ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia

jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del

Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor

de Dios lo más continuo; y veo adonde me tenían ya los demonios

aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece

merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento,

y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el

alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que

por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos

ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje

de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he

de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es,

amén.

 

8. Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas

y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria

que se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y

manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal y merecer

algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar ya de

en todo en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu,

mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de

Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir

otros manjares más gruesos de los que comía.

 

9. Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era

seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión,

guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese. Y

aunque en la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y

era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad salían

las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y

 

 

religión podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer

rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden,

que es con bula de relajación. Y también otros inconvenientes, que

me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande y

deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la que

mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque algunas personas,

a quien los prelados no podían decir de no, gustaban estuviese yo

en su compañía, e, importunados, mandábanmelo. Y así, según se

iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el

demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que

todavía, como comunicaba con algunas lo que los que me trataban

me enseñaban, hacíase gran provecho.

 

10. Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a

otras que si no seríamos para ser monjas de la manera de las

descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo,

como andaba en estos deseos, comencélo a tratar con aquella

señora mi compañera viuda que ya he dicho, que tenía el mismo

deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo

yo que no llevaban mucho camino y el deseo que de ello teníamos

nos hacía parecer que sí.

Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la

casa que estaba, porque era muy a mi gusto y la celda en que

estaba hecha muy a mi propósito, todavía me detenía. Con todo

concertamos de encomendarlo mucho a Dios.

 

11. Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo

procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas

de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría

mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos

guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con

nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y

que, aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se

servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los

religiosos; que dijese a mi confesor esto que me mandaba, y que le

rogaba El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.

 

12. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta

habla que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo

sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los

grandes desasosiegos y trabajos que me había de costar, y como

estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes lo trataba,

no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí

parecía se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de

gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron

muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello,

poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser claras

y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a

mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba.

 

13. El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía

que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber

poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la

que lo había de hacer. Díjome que lo tratase con mi prelado, y que

lo que él hiciese, eso hiciese yo.

Yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora

trató con él que quería hacer este monasterio. Y el provincial vino

muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor

que fue menester, y díjole que él admitiría la casa. Trataron de la

renta que había de tener. Y nunca queríamos fuesen más de trece

por muchas causas.

Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray

Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo

dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo.

 

14. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se

podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre

nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que

bien me estaba en mi monasterio. A la mi compañera tanta

persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer. En

parte me parecía que tenían razón.

Estando así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su

majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que

habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que

mucha más persecución tenía por pasar de las que yo podía

pensar; que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que

dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego

quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a

todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no

había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le

pareciese grandísimo disparate.

 

15. Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio,

que al Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó

el parecer y no la quiso admitir. Dijo que la renta no era segura y

que era poca, y que era mucha la contradicción. Y en todo parece

tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo quiso admitir.

Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes,

dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al

Provincial contrario, que, con quererlo él, tenía yo disculpa con

todos. A la mi compañera ya no la querían absolver si no lo dejaba,

porque decían era obligada a quitar el escándalo.

 

16. Ella fue a un gran letrado muy gran siervo de Dios, de la Orden

de Santo Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun

antes que el Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no

teníamos quien nos quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era

por nuestras cabezas. Dio esta señora relación de todo y cuenta de

la renta que tenía de su mayorazgo a este santo varón, con harto

deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que entonces

había en el lugar, y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que

pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación

ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no

quería yo nos diese parecer sino conforme a ellas.

El nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y

que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije

que sí; mas aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no

veía camino por entonces de llevarlo adelante), nunca jamás se me

quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera

tenía más fe; nunca ella, por cosa que la dijesen, se determinaba a

dejarlo.

 

17. Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer,

de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya

contra lo que está en la Sagrada Escritura o contra las leyes de la

Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque, aunque a mí

verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera

que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra

conciencia, paréceme luego me apartara de ello o buscara otro

medio. Mas a mí no me daba el señor sino éste.

Decíame después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo

con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos

de hacerlo, porque ya había venido a su noticia el clamor del

pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en sabiendo

habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero que mirase lo que

hacía, que no nos ayudase. Y que, en comenzando a mirar en lo

que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento

que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser

muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.

Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la

manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era

poca, que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese

fuese a él, que él respondería. Y así siempre nos ayudó, como

después diré.

 

18. Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas

santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y

algunas nos ayudaban.

Entre ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho

mención,que, como lo es y le parecía llevaba camino de tanta

perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración, aunque los

medios le parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su parecer

a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le debía mover.

Y así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que

había hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como

persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de

muchas almas, y ya venía en ayudarme en el negocio.

Y estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas

oraciones y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque

pequeña…; mas de esto a mí no se me daba nada, que me había

dicho el Señor que entrase como pudiese, que después yo vería lo

que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y así, aunque

veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros

medios de ordenar y favorecernos.

 

 

 

CAPÍTULO 33

Procede en la misma materia de la fundación del glorioso San José.

-Dice cómo le mandaron que no entendiese en ella y el tiempo que


 

lo dejó y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el

Señor.

 

1. Pues estando los negocios en este estado y tan al punto de

acabarse que otro día se habían de hacer las escrituras, fue cuando

el Padre Provincial nuestro mudó parecer. Creo fue movido por

ordenación divina, según después ha parecido; porque como las

oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando la obra y

ordenando que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso

admitir, luego mi confesor me mandó no entendiese más en ello,

con que sabe el Señor los grandes trabajos y aflicciones que hasta

traerlo a aquel estado me había costado. Como se dejó y quedó

así, confirmóse más ser todo disparate de mujeres y a crecer la

murmuración sobre mí, con habérmelo mandado hasta entonces mi

Provincial.

 

2. Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque quería

hacer monasterio más encerrado. Decían que las afrentaba, que allí

podía también servir a Dios, pues había otras mejores que yo; que

no tenía amor a la casa, que mejor era procurar renta para ella que

para otra parte. Unas decían que me echasen en la cárcel; otras,

bien pocas, tornaban algo de mí. Yo bien veía que en muchas

cosas tenían razón, y algunas veces dábales descuento; aunque,

como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor,

no sabía qué hacer, y así callaba otras. Hacíame Dios muy gran

merced que todo esto no me daba inquietud, sino con tanta facilidad

y contento lo dejé como si no me hubiera costado nada. Y esto no

lo podía nadie creer, ni aun las mismas personas de oración que

me trataban, sino que pensaban estaba muy penada y corrida, y

aun mi mismo confesor no lo acababa de creer. Yo, como me

parecía había hecho todo lo que había podido, parecíame no era

más obligada para lo que me había mandado el Señor, y

quedábame en la casa, que yo estaba muy contenta y a mi placer.

Aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse, yo no

veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.

 

3. Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor, como si yo

hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor

querer que de aquella parte que más me había de doler no me

dejase de venir trabajo), y así en esta multitud de persecuciones

que a mí me parecía había de venirme de él consuelo, me escribió

que ya vería que era todo sueño en lo que había sucedido, que me

enmendase de allí adelante en no querer salir con nada ni hablar

más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido, y otras

cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor que todo junto,

pareciéndome si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se

ofendiese, y que, si estas visiones eran ilusión, que toda la oración

que tenía era engaño, y que yo andaba muy engañada y perdida.

Apretóme esto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con

grandísima aflicción. Mas el Señor, que nunca me faltó, que en

todos estos trabajos que he contado hartas veces me consolaba y

esforzaba -que no hay para qué lo decir aquí-, me dijo entonces que

no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no ofendídole

en aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en

callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé

tan consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución

que había sobre mí.

 

4. Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar

trabajos y persecuciones por El, porque fue tanto el

acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios y otras muchas

cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder dejar de

desear trabajos. Y las otras personas pensaban que estaba muy

corrida, y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto

extremo con merced tan grande.

Entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de

Dios que tengo dicho y mayores arrobamientos, aunque yo callaba

y no decía a nadie estas ganancias. El santo varón dominico no

dejaba de tener por tan cierto como yo que se había de hacer; y

como yo no quería entender en ello por no ir contra la obediencia de

mi confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían a Roma y

daban trazas.

 

5. También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra,

procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este

negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los

tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los

inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en

este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe

contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba,

por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría

yo a morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen; que harto

mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte

que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo

me la iría a buscar; y que si era levantado, que el Señor me libraría

y quedaría con ganancia.

Y tratélo con este Padre mío dominico que -como digo- era tan

letrado que podía bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele

entonces todas las visiones y modo de oración y las grandes

mercedes que me hacía el Señor, con la mayor claridad que pude, y

supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si había algo contra la

Sagrada Escritura y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho y,

a mi parecer, le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno,

de ahí adelante se dio mucho más a la oración y se apartó en un

monasterio de su Orden, adonde hay mucha soledad, para mejor

poder ejercitarse en esto adonde estuvo más de dos años, y sacóle

de allí la obediencia -que sintió harto- porque le hubieron menester,

como era persona tal.

 

6. Yo en parte sentí mucho cuando se fue -aunque no se lo estorbé, por la gran falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque

estando con harta pena de su ida, me dijo el Señor que me

consolase y no la tuviese, que bien guiado iba. Vino tan

aprovechada su alma de allí y tan adelante en aprovechamiento de

espíritu, que me dijo, cuando vino, que por ninguna cosa quisiera

haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mismo; porque lo

que antes me aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo

hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de

cosas sobrenaturales. Y trájole Dios a tiempo que vio Su Majestad

había de ser menester para ayudar a su obra de este monasterio

que quería Su Majestad se hiciese.

 

7. Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni hablando en

este negocio cinco o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó. Yo

no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del

pensamiento que se había de hacer.

Al fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el rector que estaba

en la Compañía de Jesús, trajo Su Majestad aquí otro muy espiritual

y de gran ánimo y entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo

estaba con harta necesidad; porque, como el que me confesaba

tenía superior y ellos tienen esta virtud en extremo de no se bullir

sino conforme a la voluntad de su mayor, aunque él entendía bien

mi espíritu y tenía deseo de que fuese muy adelante, no se osaba

en algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía.

Y ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho

tenerle atado y, con todo, no salía de lo que me mandaba.

 

8. Estando un día con gran aflicción de parecerme el confesor no

me creía, díjome el Señor que no me fatigase, que presto se

acabaría aquella pena. Yo me alegré mucho pensando que era que

me había de morir presto, y traía mucho contento cuando se me

acordaba. Después vi claro era la venida de este rector que digo;

porque aquella pena nunca más se ofreció en qué la tener, a causa

de que el rector que vino no iba a la mano al ministro que era mi

confesor, antes le decía que me consolase y que no había de qué

temer y que no me llevase por camino tan apretado, que dejase

obrar el espíritu del Señor, que a veces parecía con estos grandes

ímpetus de espíritu no le quedaba al alma cómo resolgar.

 

9. Fueme a ver este rector, y mandóme el confesor tratase con él

con toda libertad y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción

en decirlo. Y es así que, en entrando en el confesonario, sentí en mi

espíritu un no sé qué, que antes ni después no me acuerdo haberlo

con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por comparaciones

podría. Porque fue un gozo espiritual y un entender mi alma que

aquella alma la había de entender y que conformaba con ella,

aunque -como digo- no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado

o me hubieran dado grandes nuevas de él, no era mucho darme

gozo en entender que había de entenderme; mas ninguna palabra

él a mí ni yo a él nos habíamos hablado, ni era persona de quien yo

tenía antes ninguna noticia.

Después he visto bien que no se engañó mi espíritu, porque de

todas maneras ha hecho gran provecho a mí y a mi alma tratarle.

Porque su trato es mucho para personas que ya parece el Señor

tiene ya muy adelante, porque él las hace correr y no ir paso a

paso; y su modo es para desasirlas de todo y mortificarlas, que en

esto le dio el Señor grandísimo talento también como en otras

muchas cosas.

 

10. Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo y vi ser un

alma pura, santa y con don particular del Señor para conocer

espíritus. Consoléme mucho. Desde a poco que le trataba,

comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase a tratar el

negocio del monasterio y que dijese a mi confesor y a este rector

muchas razones y cosas para que no me lo estorbasen; y algunas

los hacía temer, porque este padre rector nunca dudó en que era

espíritu de Dios, porque con mucho estudio y cuidado miraba todos

los efectos. En fin de muchas cosas, no se osaron atrever a

estorbármelo.

 

11. Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo

que pudiese. Yo bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy sola

y tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo

secreto, y así procuré que una hermana mía que vivía fuera de aquí

comprase la casa y la labrase como que era para sí, con dineros

que el Señor dio por algunas vías para comprarla, que sería largo

de contar cómo el Señor lo fue proveyendo; porque yo traía gran

cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que, si lo

decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada, y aun

ya fuera peor.

En tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y hacerlo labrar,

pasé tantos trabajos y algunos bien a solas, aunque mi compañera

hacía lo que podía, mas podía poco, y tan poco que era casi

nonada, más de hacerse en su nombre y con su favor, y todo el

más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me espanto

cómo lo pude sufrir. Algunas veces afligida decía: «Señor mío,

¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque

fuera mujer, ¡si tuviera libertad…!; mas atada por tantas partes, sin

dineros ni de dónde los tener, ni para Breve, ni para nada, ¿qué

puedo yo hacer, Señor?».

 

12. Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer

ni con qué pagar unos oficiales, me apareció San José, mi

verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían,

que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por

maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.

Hacíaseme la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece

llevaba camino ser monasterio, y quería comprar otra (ni había con

qué, ni había manera para comprarse, ni sabía qué me hacer) que

estaba junto a ella, también harto pequeña, para hacer la iglesia; y

acabando un día de comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que

entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me dijo:

¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de

faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me

meter!.

Yo quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a la casita y

tracéla y hallé, aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé

de comprar más sitio, sino procuré se labrase en ella de manera

que se pueda vivir, todo tosco y sin labrar, no más de como no

fuese dañoso a la salud, y así se ha de hacer siempre.

 

13. El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con

mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo

comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha

salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que

está cerca de éste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más,

que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la

pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en

ésta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco trabajo que

sea con toda firmeza y autoridad del Padre Santo que no se pueda

hacer otra cosa, ni jamás haya renta. Y más hace el Señor, y debe

por ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin demanda

ninguna nos provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario.

Sea bendito por todo, amén.

 

14. Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la

Asunción, en un monasterio de la Orden del glorioso Santo

Domingo, estaba considerando los muchos pecados que en

tiempos pasados había en aquella casa confesado y cosas de mi

ruin vida. Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de

mí. Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar ni oír misa,

que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así,

que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al

principio no veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora

hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me

vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de

mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y

gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora:

díjome que la daba mucho contento en servir al glorioso San José,

que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se

serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra

en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto,

porque ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido

andar con nosotras; que para señal que sería esto verdad me daba

aquella joya.

Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso,

asida una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan

diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su

hermosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no

alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa ni cómo

imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que

parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.

 

15. Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque

por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la

hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no

que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro,

aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que

no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña.

Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y

contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca

quisiera quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con

mucha multitud de ángeles. Yo quedé con mucha soledad, aunque

tan consolada y elevada y recogida en oración y enternecida, que

estuve algún espacio que menearme ni hablar no podía, sino casi

fuera de mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios

y con tales efectos, y todo pasó de suerte que nunca pude dudar,

aunque mucho lo procurase, no ser cosa de Dios. Dejóme

consoladísima y con mucha paz.

 

16. En lo que dijo la Reina de los Angeles de la obediencia, es que

a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el

Señor que no convenía dársela a ellos. Diome las causas para que

en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma

por cierta vía, que también me dijo, que El haría viniese recado por

allí. Y así fue, que se envió por donde el Señor me dijo -que nunca

acabábamos de negociarlo- y vino muy bien. Y para las cosas que

después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al

Obispo. Mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado

sería, y quiso el Señor fuese tan bueno y favoreciese tanto esta

casa, como ha sido menester para la gran contradicción que ha

habido en ella -como después diré- y para ponerla en el estado que

está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo, amén.

 

 

 

CAPÍTULO 34

Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar.

-Dice la causa y cómo la mandó ir su prelado para consuelo de una

señora muy principal que estaba muy afligida. – Comienza a tratar lo

que allá le sucedió y la gran merced que el Señor la hizo de ser

medio para que Su Majestad despertase a una persona muy

principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y

amparo después en él. – Es mucho de notar.

 

1. Pues por mucho cuidado que yo traía para que no se entendiese,

no podía hacerse tan secreto toda esta obra, que no se entendiese

mucho en algunas personas. Unas lo creían y otras no. Yo temía

harto que, venido el Provincial, si algo le dijesen de ello, me había

de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado.

Proveyólo el Señor de esta manera: que se ofreció en un lugar

grande, más de veinte leguas de éste, que estaba una señora muy

afligida a causa de habérsele muerto su marido. Estábalo en tanto

extremo, que se temía su salud. Tuvo noticia de esta pecadorcilla,

que lo ordenó el Señor así, que la dijesen bien de mí para otros

bienes que de aquí sucedieron. Conocía esta señora mucho al

Provincial, y como era persona principal y supo que yo estaba en

monasterio que salían, pónele el Señor tan gran deseo de verme,

pareciéndole que se consolaría conmigo, que no debía ser en su

mano, sino luego procuró, por todas las vías que pudo, llevarme

allá, enviando al Provincial, que estaba bien lejos. El me envió un

mandamiento, con precepto de obediencia, que luego fuese con

otra compañera. Yo lo supe la noche de Navidad.

 

2. Hízome algún alboroto y mucha pena ver que, por pensar que

había en mí algún bien, me quería llevar, que, como yo me veía tan

ruin no podía sufrir esto. Encomendándome mucho a Dios, estuve

todos los maitines, o gran parte de ellos, en gran arrobamiento.

Díjome el Señor que no dejase de ir y que no escuchase pareceres,

porque pocos me aconsejarían sin temeridad; que, aunque tuviese

trabajos, se serviría mucho Dios, y que para este negocio del

monasterio convenía ausentarme hasta ser venido el Breve; porque

el demonio tenía armada una gran trama, venido el Provincial; que

no temiese de nada, que El me ayudaría allá.

Yo quedé muy esforzada y consolada. Díjelo al rector. Díjome que

en ninguna manera dejase de ir, porque otros me decían que no se

sufría, que era invención del demonio para que allá me viniese

algún mal: que tornase a enviar al Provincial.

 

3. Yo obedecí al rector, y con lo que en la oración había entendido

iba sin miedo aunque no sin grandísima confusión de ver el título

con que me llevaban y cómo se engañaban tanto. Esto me hacía

importunar más al Señor para que no me dejase. Consolábame

mucho que había casa de la Compañía de Jesús en aquel lugar

adonde iba y, con estar sujeta a lo que me mandasen, como lo

estaba acá, me parecía estaría con alguna seguridad.

Fue el Señor servido que aquella señora se consoló tanto, que

conocida mejoría comenzó luego a tener y cada día más se hallaba

consolada. Túvose a mucho, porque -como he dicho- la pena la

tenía en gran aprieto; y debíalo de hacer el Señor por las muchas

oraciones que hacían por mí las personas buenas que yo conocía

porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios y tan buena,

que su mucha cristiandad suplió lo que a mí me faltaba. Tomó

grande amor conmigo. Yo se le tenía harto de ver su bondad, mas

casi todo me era cruz; porque los regalos me daban gran tormento y

el hacer tanto caso de mí me traía con gran temor. Andaba mi alma

tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba el

Señor. Porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y éstas

me daban tanta libertad y tanto me hacían menospreciar todo lo que

veía -y mientras más eran, más-, que no dejaba de tratar con

aquellas tan señoras, que muy a mi honra pudiera yo servirlas, con

la libertad que si yo fuera su igual.

 

4. Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer y

tan sujeta a pasiones y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha

de tener el señorío, y cómo, mientras es mayor, tienen más

cuidados y trabajos, y un cuidado de tener la compostura conforme

a su estado, que no las deja vivir; comer sin tiempo ni concierto,

porque ha de andar todo conforme al estado y no a las

complexiones. Han de comer muchas veces los manjares más

conformes a su estado que no a su gusto.

Es así que de todo aborrecí el desear ser señora. – ¡Dios me libre

de mala compostura!-, aunque ésta, con ser de las principales del

reino, creo hay pocas más humildes, y de mucha llaneza. Yo la

había lástima, y se la he, de ver cómo va muchas veces no

conforme a su inclinación por cumplir con su estado. Pues con los

criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenía

buenos. No se ha de hablar más con uno que con otro, sino al que

se favorece ha de ser el malquisto.

Ello es una sujeción, que una de las mentiras que dice el mundo es

llamar señores a las personas semejantes, que no me parece son

sino esclavos de mil cosas.

 

5. Fue el Señor servido que el tiempo que estuve en aquella casa

se mejoraban en servir a Su Majestad las personas de ella, aunque

no estuve libre de trabajos y algunas envidias que tenían algunas

personas del mucho amor que aquella señora me tenía. Debían por

ventura pensar que pretendía algún interés. Debía permitir el Señor

me diesen algunos trabajos cosas semejantes y otras de otras

suertes, porque no me embebiese en el regalo que había por otra

parte, y fue servido sacarme de todo con mejoría de mi alma.

 

6. Estando allí acertó a venir un religioso, persona muy principal y

con quien yo, muchos años había, había tratado algunas veces. Y

estando en misa en un monasterio de su Orden que estaba cerca

de donde yo estaba, diome deseo de saber en qué disposición

estaba aquella alma, que deseaba yo fuese muy siervo de Dios, y

levantéme para irle a hablar. Como yo estaba recogida ya en

oración, parecióme después era perder tiempo, que quién me metía

a mí en aquello, y tornéme a sentar. Paréceme que fueron tres

veces las que esto me acaeció y, en fin, pudo más el ángel bueno

que el malo, y fuile a llamar y vino a hablarme a un confesonario.

Comencéle a preguntar y él a mí -porque había muchos años que

no nos habíamos visto- de nuestras vidas. Yo le comencé a decir

que había sido la mía de muchos trabajos de alma. Puso muy

mucho en que le dijese qué eran los trabajos. Yo le dije que no eran

para saber ni para que yo los dijese. El dijo que, pues lo sabía el

padre dominico que he dicho -que era muy su amigo-, que luego se

los diría y que no se me diese nada.

 

7. El caso es que ni fue en su mano dejarme de importunar ni en la

mía, me parece, dejárselo de decir. Porque con toda la pesadumbre

y vergüenza que solía tener cuando trataba estas cosas, con él y

con el rector que he dicho no tuve ninguna pena, antes me consolé

mucho. Díjeselo debajo de confesión.

Parecióme más avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de

gran entendimiento. Miré los grandes talentos y partes que tenía

para aprovechar mucho, si del todo se diese a Dios. Porque esto

tengo yo de unos años acá, que no veo persona que mucho me

contente, que luego querría verla del todo dar a Dios, con unas

ansias que algunas veces no me puedo valer. Y aunque deseo que

todos le sirvan, estas personas que me contentan es con muy gran

ímpetu, y así importuno mucho al Señor por ellas. Con el religioso

que digo, me acaeció así.

 

8. Rogóme le encomendase mucho a Dios, y no había menester

decírmelo, que ya yo estaba de suerte que no pudiera hacer otra

cosa. Y voyme adonde solía a solas tener oración, y comienzo a

tratar con el Señor, estando muy recogida, con un estilo abobado

que muchas veces, sin saber lo que digo, trato; que el amor es el

que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia

que haya de ella a Dios. Porque el amor que conoce que la tiene Su

Majestad, la olvida de sí y le parece está en El y, como una cosa

propia sin división, habla desatinos. Acuérdome que le dije esto,

después de pedirle con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su

servicio muy de veras, que aunque yo le tenía por bueno, no me

contentaba, que le quería muy bueno, y así le dije: «Señor, no me

habéis de negar esta merced; mirad que es bueno este sujeto para

nuestro amigo».

 

9. ¡Oh bondad y humanidad grande de Dios, cómo no mira las

palabras, sino los deseos y voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre

que una como yo hable a Su Majestad tan atrevidamente! Sea

bendito por siempre jamás.

 

10. Acuérdome que me dio en aquellas horas de oración aquella

noche un afligimiento grande de pensar si estaba en enemistad de

Dios. Y como no podía yo saber si estaba en gracia o no (no para

que yo lo desease saber, mas deseábame morir por no me ver en

vida adonde no estaba segura si estaba muerta, porque no podía

haber muerte más recia para mí que pensar si tenía ofendido a

Dios) y apretábame esta pena; suplicábale no lo permitiese, toda

regalada y derretida en lágrimas. Entonces entendí que bien me

podía consolar y estar cierta que estaba en gracia; porque

semejante amor de Dios y hacer Su Majestad aquellas mercedes y

sentimientos que daba al alma, que no se compadecía hacerse a

alma que estuviese en pecado mortal.

Quedé confiada que había de hacer el Señor lo que le suplicaba de

esta persona. Díjome que le dijese unas palabras. Esto sentí yo

mucho, porque no sabía cómo las decir, que esto de dar recado a

tercera persona;- como he dicho,- es lo que más siento siempre, en

especial a quien no sabía cómo lo tomaría, o si burlaría de mí.

Púsome en mucha congoja. En fin, fui tan persuadida, que, a mi

parecer, prometí a Dios no dejárselas de decir y, por la gran

vergüenza que había, las escribí y se las di.

 

11. Bien pareció ser cosa de Dios en la operación que le hicieron.

Determinóse muy de veras de darse a oración, aunque no lo hizo

desde luego. El Señor, como le quería para Sí, por mi medio le

enviaba a decir unas verdades, que, sin entenderlo yo, iban tan a su

propósito que él se espantaba, y el Señor que debía disponerle

para creer que era Su Majestad. Yo, aunque miserable, era mucho

lo que suplicaba al Señor muy del todo lo tornase a Sí y le hiciese

aborrecer los contentos y cosas de la vida. Y así -¡sea alabado por

siempre!- lo hizo tan de hecho, que cada vez que me habla me

tiene como embobada; y si yo no lo hubiera visto, lo tuviera por

dudoso en tan breve tiempo hacerle tan crecidas mercedes y

tenerle tan ocupado en Sí, que no parece vive ya para cosa de la

tierra.

Su Majestad le tenga de su mano, que si así va adelante (lo que

espero en el Señor sí hará, por ir muy fundado en conocerse), será

uno de los muy señalados siervos suyos y para gran provecho de

muchas almas; porque en cosas de espíritu en poco tiempo tiene

mucha experiencia, que estos son dones que da Dios cuando

quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios. No

digo que no hace esto mucho, mas que muchas veces no da el

Señor en veinte años la contemplación que a otros da en uno. Su

Majestad sabe la causa.

Y es el engaño, que nos parece por los años hemos de entender lo

que en ninguna manera se puede alcanzar sin experiencia. Y así

yerran muchos -como he dicho- en querer conocer espíritus sin

tenerle. No digo que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no

gobierne a quien le tiene; mas entiéndese en lo exterior e interior

que va conforme a vía natural por obra del entendimiento, y en lo

sobrenatural que mire vaya conforme a la Sagrada Escritura. En lo

demás no se mate, ni piense entender lo que no entiende, ni

ahogue los espíritus, que ya, cuanto en aquello, otro mayor Señor

los gobierna, que no están sin superior.

 

12. No se espante ni le parezcan cosas imposibles -todo es posible

al Señor-, sino procure esforzar la fe y humillarse de que hace el

Señor en esta ciencia a una vejecita más sabia, por ventura, que a

él aunque sea muy letrado; y con esta humildad aprovechará más a

las almas y a sí que por hacerse contemplativo sin serlo. Porque

torno a decir que si no tiene experiencia, si no tiene muy mucha

humildad en entender que no lo entiende y que no por eso es

imposible, que ganará poco y dará a ganar menos a quien trata. No

haya miedo, si tiene humildad, permita el Señor que se engañe el

uno ni el otro.

 

13. Pues a este Padre que digo, como en muchas cosas se la ha

dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio ha

podido en este caso -que es buen letrado- y lo que no entiende por

experiencia infórmase de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor

con darle mucha fe, y así ha aprovechado mucho a sí y a algunas

ánimas, y la mía es una de ellas; que como el Señor sabía en los

trabajos que me había de ver, parece proveyó Su Majestad que,

pues había de llevar consigo a algunos que me gobernaban,

quedasen otros que me han ayudado a hartos trabajos y hecho

gran bien. Hale mudado el Señor casi del todo, de manera que casi

él no se conoce -a manera de decir- y dado fuerzas corporales para

penitencia (que antes no tenía, sino enfermo), y animoso para todo

lo que es bueno y otras cosas, que se parece bien ser muy

particular llamamiento del Señor. Sea bendito por siempre.

 

14. Creo todo el bien le viene de las mercedes que el Señor le ha

hecho en la oración, porque no son postizos. Porque ya en algunas

cosas ha querido el Señor sea ya experimentado, porque sale de

ellas como quien tiene ya conocida la verdad del mérito que se

gana en sufrir persecuciones. Espero en la grandeza del Señor ha

de venir mucho bien a algunos de su Orden por él, y a ella misma.

Ya se comienza esto a entender. He visto grandes visiones, y

díchome el Señor algunas cosas de él y del rector de la Compañía

de Jesús que tengo dicho, de grande admiración, y de otros dos

religiosos de la Orden de Santo Domingo, en especial de uno, que

también ha dado ya a entender el Señor por obra en su

aprovechamiento algunas cosas que antes yo había entendido de

él. Mas de quien ahora hablo han sido muchas.

 

15. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él en

un locutorio, y era tanto el amor que mi alma y espíritu entendía que

ardía en el suyo, que me tenía a mí casi absorta; porque

consideraba las grandezas de Dios en cuán poco tiempo había

subido un alma a tan gran estado. Hacíame gran confusión, porque

le veía con tanta humildad escuchar lo que yo le decía en algunas

cosas de oración, como yo tenía poca de tratar así con persona

semejante. Debíamelo sufrir el Señor, por el gran deseo que yo

tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él,

que parece dejaba a mi ánima puesto nuevo fuego para desear

servir al Señor de principio.

¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en vuestro amor!

¡Cómo la habíamos de estimar en mucho y suplicar al Señor la

dejase en esta vida! Quien tiene el mismo amor, tras estas almas se

había de andar si pudiese.

 

16. Gran cosa es un enfermo hallar otro herido de aquel mal. Mucho

se consuela de ver que no es solo. Mucho se ayudan a padecer y

aun a merecer. Excelentes espaldas se hacen ya gente

determinada a arriscar mil vidas por Dios y desean que se les

ofrezca en qué perderlas. Son como soldados que, por ganar el

despojo y hacerse con él ricos, desean que haya guerra. Tienen

entendido no lo pueden ser sino por aquí. Es este su oficio, el

trabajar. ¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender

lo mucho que se gana en padecer por El! No se entiende esto bien

hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que

lo tiene en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de

dejarlo, y ya va imperfecto todo y perdido. Bien viene aquí, que es

perdido quien tras perdido anda. ¿Y qué más perdición, y qué más

ceguedad, qué más desventura que tener en mucho lo que no es

nada?

 

17. Pues, tornando a lo que decía, estando yo en grandísimo gozo

mirando aquel alma, que me parece quería el Señor viese claro los

tesoros que había puesto en ella, y viendo la merced que me había

hecho en que fuese por medio mío -hallándome indigna de ella-, en

mucho más tenía yo las mercedes que el Señor le había hecho y

más a mi cuenta las tomaba que si fuera a mí y alababa mucho al

Señor de ver que Su Majestad iba cumpliendo mis deseos y había

oído mi oración, que era despertase el Señor personas semejantes.

Estando ya mi alma que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí

y perdióse para más ganar. Perdió las consideraciones, y de oír

aquella lengua divina en quien parece hablaba el Espíritu Santo,

diome un gran arrobamiento que me hizo casi perder el sentido,

aunque duró poco tiempo. Vi a Cristo con grandísima majestad y

gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y así me lo

dijo, y quiso viese claro que a semejantes pláticas siempre se

hallaba presente y lo mucho que se sirve en que así se deleiten en

hablar en El.

Otra vez estando lejos de este lugar, le vi con mucha gloria levantar,

a los ángeles; entendí iba su alma muy adelante, por esta visión. Y

así fue, que le habían levantado un gran testimonio bien contra su

honra, persona a quien él había hecho mucho bien y remediado la

suya y el alma, y habíalo pasado con mucho contento y hecho otras

obras muy en servicio de Dios y pasado otras persecuciones.

 

18. No me parece conviene ahora declarar más cosas. Si después

le pareciere a vuestra merced, pues las sabe, se podrán poner para

gloria del Señor. De todas las que he dicho de profecías de esta

casa, y otras que diré de ella y de otras cosas, todas se han

cumplido. Algunas, tres años antes que se supiesen -otras más y

otras menos- me las decía el Señor. Y siempre las decía al confesor

y a esta mi amiga viuda con quien tenía licencia de hablar, como he

dicho; y ella he sabido que las decía a otras personas, y éstas

saben que ni miento, ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa,

cuánto más siendo tan graves, tratase yo sino toda verdad.

 

19. Habiéndose muerto un cuñado mío súbitamente, y estando yo

con mucha pena por no se haber viado a confesarse, se me dijo en

la oración que había así de morir mi hermana, que fuese allá y

procurase se dispusiese para ello. Díjelo a mi confesor y, como no

me dejaba ir, entendílo otras veces. Ya como esto vio, díjome que

fuese allá, que no se perdía nada.

Ella estaba en una aldea, y, como fui, sin decirla nada la fui dando

la luz que pude en todas las cosas, e hice se confesase muy a

menudo y en todo trajese cuenta con su alma. Ella era muy buena e

hízolo así. Desde a cuatro o cinco años que tenía esta costumbre y

muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla nadie ni

poderse confesar. Fue el bien que, como lo acostumbraba, no había

poco más de ocho días que estaba confesada.

A mí me dio gran alegría cuando supe su muerte. Estuvo muy poco

en el purgatorio. Serían aún no me parece ocho días cuando,

acabando de comulgar, me apareció el Señor y quiso la viese cómo

la llevaba a la gloria. En todos estos años, desde que se me dijo

hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me había dado a

entender, ni a mi compañera, que, así como murió, vino a mí muy

espantada de ver cómo se había cumplido.

 

Sea Dios alabado por siempre, que tanto cuidado trae de las almas

para que no se pierdan.

 

 

 

CAPÍTULO 35

 

Prosigue en la misma materia de la fundación de esta casa de

nuestro glorioso Padre San José. – Dice por los términos que

ordenó el Señor viniese a guardarse en ella la santa pobreza, y la

causa por qué se vino de con aquella señora que estaba, y otras

algunas cosas que le sucedieron.

 

1. Pues estando con esta señora que he dicho, adonde estuve más

de medio año, ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata

de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí de este lugar,

y acertó a venir por acá y rodeó algunas por hablarme. Habíala el

Señor movido el mismo año y mes que a mí para hacer otro

monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo

lo que tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y

descalza.

 

2. Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor

muchas mercedes, y aparecídola nuestra Señora y mandádola lo

hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había

vergüenza de estar delante de ella. Mostróme los despachos que

traía de Roma y, en quince días que estuvo conmigo, dimos orden

en cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la

hablé, no había venido a mi noticia que nuestra Regla -antes que se

relajase- mandaba no se tuviese propio, ni yo estaba en fundarle sin

renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que

habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae

consigo tener propio.

Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien

entendido, con no saber leer, lo que yo con tanto haber andado a

leer las Constituciones, ignoraba. Y como me lo dijo, perecióme

bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que

hacía desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí,

que, a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran

regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro,

porque grandes deseos de pobreza ya me los había dado Su

Majestad.

Así que para mí no dudaba ser lo mejor; porque días había que

deseaba fuera posible a mi estado andar pidiendo por amor de Dios

y no tener casa ni otra cosa. Mas temía que, si a las demás no daba

el Señor estos deseos, vivirían descontentas, y también no fuese

causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios

pobres no muy recogidos, y no miraba que el no serlo era causa de

ser pobres, y no la pobreza de la distracción; porque ésta no hace

más ricas, ni falta Dios jamás a quien le sirve. En fin tenía flaca la

fe, lo que no hacía a esta sierva de Dios.

 

3. Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba

de este parecer: ni confesor, ni los letrados que trataba. Traíanme

tantas razones, que no sabía qué hacer, porque, como ya yo sabía

era Regla y veía ser más perfección, no podía persuadirme a tener

renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a

la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no

podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo

ordenase de manera que yo me viese pobre como El.

 

4. Hallaba tantos inconvenientes para tener renta y veía ser tanta

causa de inquietud y aun distracción, que no hacía sino disputar

con los letrados. Escribílo al religioso dominico que nos ayudaba.

Envióme escritos dos pliegos de contradicción y teología para que

no lo hiciese, y así me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo

le respondí que para no seguir mi llamamiento y el voto que tenía

hecho de pobreza y los consejos de Cristo con toda perfección, que

no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en este caso

me hiciese merced.

Si hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho.

Aquella señora con quien estaba, para esto me ayudaba mucho.

Algunos luego al principio decíanme que les parecía bien; después,

como más lo miraban, hallaban tantos inconvenientes, que tornaban

a poner mucho en que no lo hiciese. Decíales yo que, si ellos tan

presto mudaban parecer, que yo al primero me quería llegar.

 

5. En este tiempo, por ruegos míos, porque esta señora no había

visto al santo Fray Pedro de Alcántara, fue el Señor servido viniese

a su casa, y como el que era bien amador de la pobreza y tantos

años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba , y así

me ayudó mucho y mandó que en ninguna manera dejase de

llevarlo muy adelante. Ya con este parecer y favor, como quien

mejor le podía dar por tenerlo sabido por larga experiencia, yo

determiné no andar buscando otros.

 

6. Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor

que en ninguna manera dejase de hacerle pobre, que ésta era la

voluntad de su Padre y suya, que El me ayudaría. Fue con tan

grandes efectos, en un gran arrobamiento, que en ninguna manera

pude tener duda de que era Dios.

Otra vez me dijo que en la renta estaba la confusión, y otras cosas

en loor de la pobreza, y asegurándome que a quien le servía no le

faltaba lo necesario para vivir; y esta falta, como digo, nunca yo la

temí por mí.

También volvió el Señor el corazón del Presentado, digo del

religioso dominico, de quien he dicho me escribió no lo hiciese sin

renta. Ya yo estaba muy contenta con haber entendido esto y tener

tales pareceres; no me parecía sino que poseía toda la riqueza del

mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.

 

7. En este tiempo, mi Provincial me alzó el mandamiento y

obediencia que me había puesto para estar allí, y dejó en mi

voluntad que si me quisiese ir que pudiese, y si estar, también, por

cierto tiempo; y en éste había de haber elección en mi monasterio, y

avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado de prelada,

que para mí sólo pensarlo era tan gran tormento que a cualquier

martirio me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a éste en

ningún arte me podía persuadir. Porque dejado el trabajo grande,

por ser muy muchas y otras causas de que yo nunca fui amiga, ni

de ningún oficio, antes siempre los había rehusado, parecíame gran

peligro para la conciencia, y así alabé a Dios de no me hallar allá.

Escribí a mis amigas para que no me diesen voto.

8. Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el

Señor que en ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que

buena se me apareja, que no la deseche, que vaya con ánimo, que

El me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mucho y no

hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada y, como

digo, no podía persuadirme a que estaba bien a mi alma en ninguna

manera, ni yo hallaba términos para ello.

Contélo a mi confesor. Mandóme que luego procurase ir, que claro

estaba era más perfección y que, porque hacía gran calor, que

bastaba hallarme allá a la elección, y que me estuviese unos días,

porque no me hiciese mal el camino; mas el Señor, que tenía

ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande el

desasosiego que traía en mí y el no poder tener oración y

parecerme faltaba de lo que el Señor me había mandado, y que,

como estaba allí a mi placer y con regalo, no quería irme a ofrecer

al trabajo; que todo era palabras con Dios; que, por qué pudiendo

estar adonde era más perfección, había de dejarlo; que si me

muriese, muriese…, y con esto un apretamiento de alma, un

quitarme el Señor todo el gusto en la oración…, en fin, yo estaba tal,

que ya me era tormento tan grande, que supliqué a aquella señora

tuviese por bien dejarme venir, porque ya mi confesor -como me vio

así- me dijo que me fuese, que también le movía Dios como a mí.

 

9. Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento; que le

había costado mucho acabarlo con el Provincial por muchas

maneras de importunaciones. Tuve por grandísima cosa querer

venir en ello, según lo que sentía; sino, como era muy temerosa de

Dios y como le dije que se le podía hacer gran servicio y otras

hartas cosas, y dila esperanza que era posible tornarla a ver, y así,

con harta pena, lo tuvo por bien.

 

10. Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más

perfección una cosa y servicio de Dios, con el contento que me da

contentarle, pasé la pena de dejar a aquella señora que tanto la

veía sentir, y a otras personas a quien debía mucho, en especial a

mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y hallábame muy

bien con él. Mas mientras más veía que perdía de consuelo por el

Señor, más contento me daba perderle. No podía entender cómo

era esto, porque veía claro estos dos contrarios: holgarme y

consolarme y alegrarme de lo que me pesaba en el alma. Porque

yo estaba consolada y sosegada y tenía lugar para tener muchas

horas de oración; veía que venía a meterme en un fuego, que ya el

Señor me lo había dicho que venía a pasar gran cruz, aunque

nunca yo pensé lo fuera tanto como después vi. Y con todo, venía

yo alegre, y estaba deshecha de que no me ponía luego en la

batalla, pues el Señor quería la tuviese; y así enviaba Su Majestad

el esfuerzo y le ponía en mi flaqueza.

 

11. No podía, como digo, entender cómo podía ser esto. Pensé esta

comparación: si poseyendo yo una joya o cosa que me da gran

contento, ofréceseme saber que la quiere una persona que yo

quiero más que a mí y deseo más contentarla que mi mismo

descanso, dame gran contento quedarme sin el que me daba lo que

poseía, por contentar a aquella persona; y como este contento de

contentarla excede a mi mismo contento, quítase la pena de la falta

que me hace la joya o lo que amo, y de perder el contento que

daba. De manera que, aunque quería tenerla de ver que dejaba

personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi

condición tan agradecida que bastara en otro tiempo a fatigarme

mucho, y ahora, aunque quisiera tener pena, no podía.

 

12. Importó tanto el no me tardar un día más para lo que tocaba al

negocio de esta bendita casa, que yo no sé cómo pudiera

concluirse si entonces me detuviera. ¡Oh grandeza de Dios!,

muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán

particularmente quería Su Majestad ayudarme para que se

efectuase este rinconcito de Dios, que yo creo lo es, y morada en

que Su Majestad se deleita, como una vez estando en oración me

dijo, que era esta casa paraíso de su deleite. Y así parece ha Su

Majestad escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía

yo vivo con harta harta confusión; porque yo no supiera desearlas

tales para este propósito de tanta estrechura y pobreza y oración; y

llévanlo con una alegría y contento, que cada una se halla indigna

de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas, que las

llamó el Señor de mucha vanidad y gala del mundo, adonde

pudieran estar contentas conforme a sus leyes, y hales dado el

Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen

haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan

de dar gracias a Su Majestad. A otras ha mudado de bien en mejor.

A las de poca edad da fortaleza y conocimiento para que no puedan

desear otra cosa, y que entiendan que es vivir en mayor descanso,

aun para lo de acá, estar apartadas de todas las cosas de la vida. A

las que son de más edad y con poca salud, da fuerzas y se las ha

dado para poder llevar la aspereza y penitencia que todas.

 

13. ¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es

menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre

toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a

entender bien que no es menester más de amaros de veras y

dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis

todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley;

porque yo no le veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que

lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda. Camino que,

quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los

puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda

llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está

un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se

han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos.

 

14. El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho

camino y real. Lejos está el despeñadero. No ha tropezado tantico,

cuando le dais Vos, Señor, la mano. No basta una caída ni muchas,

si os tiene amor y no a las cosas del mundo, para perderse. Va por

el valle de la humildad. No puedo entender qué es lo que temen de

ponerse en el camino de la perfección.

El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la

seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo

de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar ir muy

adelante en el camino de Dios. Los ojos en El, y no hayan miedo se

ponga este Sol de Justicia, ni nos deje caminar de noche para que

nos perdamos, si primero no le dejamos a El.

 

15. No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere

llevar un pedazo, que son las honras y deleites y contentos

semejantes que llama el mundo; y acá parece hace el demonio

temer de musarañas. Mil veces me espanto y diez mil querría

hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad

y maldad mía, porque si aprovechase algo para que ellos abriesen

los ojos, ábraselos el que puede, por su bondad, y no permita se

me tornen a cegar a mí, amén.