Vida: Capítulos 26 al 30

LIBRO DE LA VIDA

CAPÍTULO 26

 

Prosigue en la misma materia. – Va declarando y diciendo cosas

que le han acaecido, que la hacían perder el temor y afirmar que

era buen espíritu el que la hablaba.

 

1. Tengo por una de las grandes mercedes que me ha hecho el

Señor este ánimo que me dio contra los demonios. Porque andar un

alma acobardada y temerosa de nada sino de ofender a Dios, es

grandísimo inconveniente. Pues tenemos Rey todopoderoso y tan

gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay qué temer,

andando -como he dicho- en verdad delante de Su Majestad y con

limpia conciencia. Para esto, como he dicho, querría yo todos los

temores: para no ofender en un punto a quien en el mismo punto

nos puede deshacer; que contento Su Majestad, no hay quien sea

contra nosotros que no lleve las manos en la cabeza.

Podráse decir que así es, mas que ¿quién será esta alma tan recta

que del todo le contente?, y que por eso teme. -No la mía, por

cierto, que es muy miserable y sin provecho y llena de mil miserias.

Mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras

flaquezas. Mas por grandes conjeturas siente el alma en sí si le

ama de verdad, porque las que llegan a este estado no anda el

amor disimulado como a los principios, sino con tan grandes

ímpetus y deseo de ver a Dios, como después diré o queda ya

dicho: todo cansa, todo fatiga, todo atormenta. Si no es con Dios o

por Dios, no hay descanso que no canse, porque se ve ausente de

su verdadero descanso, y así es cosa muy clara que, como digo, no

pasa en disimulación.

 

2. Acaecióme otras veces verme con grandes tribulaciones y

murmuraciones sobre cierto negocio que después diré, de casi todo

el lugar adonde estoy y de mi Orden, y afligida con muchas

ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué

temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he

prometido (y así se cumplió bien después), y quedar luego con una

fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras

cosas, aunque me costasen más trabajos, para servirle, y me

pusiera de nuevo a padecer.

Es esto tantas veces, que no lo podría yo contar. Muchas las que

me hacía reprensiones y hace, cuando hago imperfecciones, que

bastan a deshacer un alma; al menos traen consigo el enmendarse,

porque Su Majestad -como he dicho- da el consejo y el remedio.

Otras, traerme a la memoria mis pecados pasados, en especial

cuando el Señor me quiere hacer alguna señalada merced, que

parece ya se ve el alma en el verdadero juicio; porque le

representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe adónde

se meter. Otras avisarme de algunos peligros míos y de otras

personas, cosas por venir, tres o cuatro años antes muchas, y todas

se han cumplido. Algunas podrá ser señalar.

Así que hay tantas cosas para entender que es Dios, que no se

puede ignorar, a mi parecer.

 

3. Lo más seguro es (yo así lo hago, y sin esto no tendría sosiego,

ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras) y aquí

no puede haber daño sino muchos provechos, como muchas veces

me ha dicho el Señor, que no deje de comunicar toda mi alma y las

mercedes que el Señor me hace, con el confesor, y que sea letrado,

y que le obedezca. Esto muchas veces.

Tenía yo un confesor que me mortificaba mucho y algunas veces

me afligía y daba gran trabajo, porque me inquietaba mucho, y era

el que más me aprovechó, a lo que me parece. Y aunque le tenía

mucho amor, tenía algunas tentaciones por dejarle, y parecíame me

estorbaban aquellas penas que me daba de la oración. Cada vez

que estaba determinada a esto, entendía luego que no lo hiciese, y

una reprensión que me deshacía más que cuanto el confesor hacía.

Algunas veces me fatigaba: cuestión por un cabo y reprensión por

otro, y todo lo había menester, según tenía poco doblada la

voluntad.

Díjome una vez que no era obedecer si no estaba determinada a

padecer; que pusiese los ojos en lo que El había padecido, y todo

se me haría fácil.

 

4. Aconsejóme una vez un confesor que a los principios me había

confesado, que ya que estaba probado ser buen espíritu, que

callase y no diese ya parte a nadie, porque mejor era ya estas

cosas callarlas. A mí no me pareció mal, porque yo sentía tanto

cada vez que las decía al confesor, y era tanta mi afrenta, que

mucho más que confesar pecados graves lo sentía algunas veces;

en especial si eran las mercedes grandes, parecíame no me habían

de creer y que burlaban de mí. Sentía yo tanto esto, que me parecía

era desacato a las maravillas de Dios, que por esto quisiera callar.

Entendí entonces que había sido muy mal aconsejada de aquel

confesor, que en ninguna manera callase cosa al que me

confesaba, porque en esto había gran seguridad, y haciendo lo

contrario podría ser engañarme alguna vez.

 

5. Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el

confesor me decía otra, me tornaba el mismo Señor a decir que le

obedeciese; después Su Majestad le volvía para que me lo tornase

a mandar.

Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen,

yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no

podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena,

que Yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me

había dicho esto, porque aún no tenía visiones. Después, desde a

bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué

pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor

el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy

poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros; Su Majestad ha

sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea

tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera

que no se puede olvidar! ¿Quién ve al Señor cubierto de llagas y

afligido con persecuciones que no las abrace y las ame y las

desee? ¿Quién ve algo de la gloria que da a los que le sirven que

no conozca es todo nonada cuanto se puede hacer y padecer, pues

tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan los

condenados, que no se le hagan deleites los tormentos de acá en

su comparación, y conozcan lo mucho que deben al Señor en

haberlos librado tantas veces de aquel lugar?

 

6. Porque con el favor de Dios se dirá más de algunas cosas, quiero

ir adelante en el proceso de mi vida. Plega al Señor haya sabido

declararme en esto que he dicho. Bien creo que quien tuviere

experiencia lo entenderá y verá que he atinado a decir algo; quien

no, no me espanto le parezca desatino todo. Basta decirlo yo para

quedar disculpado, ni yo culparé a quien lo dijere.

El Señor me deje atinar en cumplir su voluntad. Amén.

 

 

 

CAPÍTULO 27

 

En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin

hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable.

Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el

Señor no imaginaria. – Es mucho de notar este capítulo. 

 

1. Pues tornando al discurso de mi vida, yo estaba con esta

aflicción de penas y con grandes oraciones como he dicho que se

hacían porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más

seguro, pues éste me decían era tan sospechoso. Verdad es que,

aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro

camino, como veía tan mejorada mi alma, si no era alguna vez

cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos

que me ponían, no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo

pedía. Yo me veía otra en todo. No podía, sino poníame en las

manos de Dios, que El sabía lo que me convenía, que cumpliese en

mí lo que era su voluntad en todo.

Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al

infierno. Que había de desear esto ni creer que era demonio, no me

podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo y

desearlo, mas no era en mi mano.

 

 

 

Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba

santos devotos porque me librasen del demonio. Andaba novenas.

Encomendábame a San Hilarión, a San Miguel Angel, con quien por

esto tomé nuevamente devoción; y otros muchos santos

importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con

Su Majestad.

 

2. A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de

otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro

camino, o declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas

que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día

del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor

decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas

parecíame estaba junto cabe mi Cristo y veía ser El el que me

hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía

haber semejante visión, diome gran temor al principio, y no hacía

sino llorar, aunque, en diciéndome una palabra sola de asegurarme,

quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningúntemor.

Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión

imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado

derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo

hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese

muy divertida podía ignorar que estaba cabe mí.

 

3. Luego fui a mi confesor, harto fatigada, a decírselo. Preguntóme

que en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que

cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas

que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y

sentía, y que el recogimiento del alma era muy mayor, en oración

de quietud y muy continua, y los efectos que eran muy otros que

solía tener, y que era cosa muy clara.

No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y,

cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que

mucho cuadre. Así como es de las más subidas (según después me

dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado Fray Pedro de

Alcántara, de quien después haré mención, y me han dicho otros

letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el

demonio de todas), así no hay términos para decirla acá las que

poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque

si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no

es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad

que está cabe mí que si lo viese? Porque parecer que es como una

persona que está a oscuras, que no ve a otra que está cabe ella, o

si es ciega, no va bien. Alguna semejanza tiene, mas no mucha,

porque siente con los sentidos, o la oye hablar o menear, o la toca.

Acá no hay nada de esto, ni se ve oscuridad, sino que se

representa por una noticia al alma más clara que el sol. No digo que

se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el

entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien. Trae

consigo grandes bienes.

 

4. No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces,

en especial los que tienen oración de unión y quietud, que parece

en queriendo comenzar a tener oración hallamos con quién hablar,

y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos

espirituales que sentimos de gran amor y fe, y otras

determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y

téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida

oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los

efectos que, como digo, hace al alma, que por aquel modo quiere

Su Majestad darse a sentir. Acá vese claro que está aquí

Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas

influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos

acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad

Sacratísima.

 

5. Pues preguntóme el confesor: ¿quién dijo que era Jesucristo?

.El me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo

dijese se imprimió en mi entendimiento que era El, y antes de esto

me lo decía y no le veía. Si una persona que yo nunca hubiese visto

sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega o en

gran oscuridad, y me dijese quién era, lo creería, mas no tan

determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la

hubiera visto. Acá sí, que sin verse, se imprime con una noticia tan

clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan

esculpido en el entendimiento, que no se puede dudar más que lo

que se ve, ni tanto. Porque en esto algunas veces nos queda

sospecha, si se nos antojó; acá, aunque de presto dé esta

sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene

fuerza la duda.

 

6. Así es también en otra manera que Dios enseña el alma y la

habla de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo,

que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir,

si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Señor lo que

quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo

representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta

visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios

que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y

misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor

me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es

así, y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter

menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo

engañar.

 

7. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de lenguaje,

que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos, a mi

parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna

vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están

suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí;

que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces;

mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni

hacemos nada. Todo parece obra el Señor.

Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin

comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien

que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le

puso. Acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se

entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi

noticia podía ser.

 

8. En la habla que hemos dicho antes, hace Dios al entendimiento

que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá

parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace

escuchar y que no se divierta; como a uno que oyese bien y no le

consistiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no

quisiese, lo oiría; y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo

que le hablan. Acá, ninguna cosa; que aun esto poco que es sólo

escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado

y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin

deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco

hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin

saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para

desprender el abecé.

 

9. Esta comparación postrera me parece declara algo de este don

celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el

misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que

no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de

estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced

de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a

quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan

grandes bienes y le comunica secretos y trata con ella con tanta

amistad y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas

mercedes que consigo traen la sospecha, por ser de tanta

admiración y hechas a quien tan poco las ha merecido, que si no

hay muy viva fe no se podrán creer. Y así yo pienso decir pocas de

las que el Señor me ha hecho a mí -si no me mandaren otra cosa-,

si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa

aprovechar, o para que, a quien el Señor las diere, no se espante

pareciéndole imposible, como hacía yo, o para declararle el modo y

camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me

mandan escribir.

 

10. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es

que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna

noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mí que así como

allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es así,

hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró

en un arrobamiento), así es acá, que se entienden Dios y el alma

con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para

darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como

acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento,

aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe

ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran

estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los

Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí.

 

11. ¡Oh benignidad admirable de Dios, que así os dejáis mirar de

unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! ¡Queden

ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni

que les contente ninguna fuera de Vos! ¡Oh ingratitud de los

mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia

que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que Vos

hacéis con un alma que traéis a tales términos, lo que se puede

decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que

tenéis verdadera fe!, ¿qué bienes podéis buscar aun en esta vida

dejemos lo que se gana para sin fin-, que sea como el menor de

éstos?

 

12. Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí a los que todo lo

dejan por El. No es aceptador de personas; a todos ama. No tiene

nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo

trayéndome a tal estado. Mirad que no es cifra lo que digo, de lo

que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a

entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma;

mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a

entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos

acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los

deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a

ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de

estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso

que nos está aparejado.

 

13. ¡Vergüenza es y yo cierto la he de mí y, si pudiera haber afrenta

en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie!

¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin

fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No lloraremos siquiera con las

hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el

Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que

El nos ganó a costa de tanta sangre? -Es imposible. ¿Y con honras

vanas pensamos remedar un desprecio como El sufrió para que

nosotros reinemos para siempre?-No lleva camino, errado, errado

va el camino. Nunca llegaremos allá.

Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me

quitó a mi esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óigome

tan tarde y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es

gran confusión hablar en esto, y así quiero callar. Sólo diré lo que

algunas veces considero. Plega al Señor me traiga a términos que

yo pueda gozar de este bien.

 

14. ¡Qué gloria accidental será y qué contento de los

bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren que, aunque

tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue

posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que

pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué

rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué

honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse

muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por

loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora,

por nuestros pecados! Ya, ya parece se acabaron los que las

gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de

verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mundo, cómo vas

ganando honra en haber pocos que te conozcan!

 

15. Mas ¡si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por

sabios y por discretos! -Eso, eso debe ser, según se usa discreción.

Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha

compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y

clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es

novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y

tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de

perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso

hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que

no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras,

como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el

mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes

provechos. Y si unos se escandalizan, otros se remuerden. Siquiera

que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles,

pues ahora más que nunca es menester.

 

16. ¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro

de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tantaperfección. Dicen

que están las saludes más flacas y que no son los tiempos

pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el

espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de

los pies. Que, aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera

penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dicho-

para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y

cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer

cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!

Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.

 

17. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a

mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le

tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta

necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron cuarenta años

los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día,

y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en

los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de

rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a

un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque

quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más

larga de cuatro pies y medio.

En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y

aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de

sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto

como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima. Decíame

que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y

ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el

manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase

con más abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario; y díjome que

de qué me espantaba, que muy posible era a quien se

acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar

ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía

grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez

yo fui testigo.

 

18. Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me

dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden

y no conocer fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos

jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía,

sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A

mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le

daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a

conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de

raíces de árboles.

Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras,

si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía

muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino

que he miedo dirá vuestra merced que para qué me meto en esto, y

con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su fin como la vida,

predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa,

dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e, hincado

de rodillas, murió.

 

19. Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la

vida, aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces

con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que

bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido y otras

muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando

ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé. Estando algunas

leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a

descansar. Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a

ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para

siempre, por mejor decir.

 

20. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria.

Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba.

Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que

no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he

visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.

21. Mas ¡qué hablar he hecho, para despertar a vuestra merced a

no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo supiese, o no

estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo

tanta perdición en el mundo, que, aunque no aproveche más decirlo

yo de cansarme de escribirlo, me es descanso; que todo es contra

mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he

ofendido, y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que

quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.

 

 

 

CAPÍTULO 28

En que trata las grandes mercedes que la hizo el Señor y cómo le

apareció la primera vez. – Declara qué es visión imaginaria. – Dice

los grandes efectos y señales que deja cuando es de Dios. – Es

muy provechoso capítulo y mucho de notar. 

 

1. Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta

visión muy continua, y hacíame tanto provecho, que no salía de

oración, y aun cuanto hacía, procuraba fuese de suerte que no

descontentase al que claramente veía estaba por testigo. Y aunque

a veces temía, con lo mucho que me decían, durábame poco el

temor, porque el Señor me aseguraba.

Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las

manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo

encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me le

hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural

que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel divino

rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo

entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues

después me había de hacer merced de que yo le viese del todo,

hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando

conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por siempre!, porque

tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir. Y como

quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo.

 

2. Parecerá a vuestra merced que no era menester mucho esfuerzo

para ver unas manos y rostro tan hermoso. -Sonlo tanto los cuerpos

glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan

sobrenatural hermosa desatina; y así me hacía tanto temor, que

toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con

certidumbre y seguridad y con tales efectos, que presto se perdía el

temor.

 

3. Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda

esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta

hermosura y majestad como particularmente escribí a vuestra

merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme harto de mal,

porque no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que

supe, ya lo dije, y así no hay para qué tornarlo a decir aquí. Sólo

digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el

cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es

grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo,

Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo

que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se

goza tal bien?

 

4. Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos

corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma.

Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la

pasada que ésta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos

corporales. Esta dicen que es la más baja y adonde más ilusiones

puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal,

sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fuese

viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor

se me antojaba. Y también después de pasada me acaecía -esto

era luego luego- pensar yo también esto: que se me había antojado.

Y fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había

engañado. Este era otro llanto, e iba a él y decíaselo.

Preguntábame que si me parecía a mí así o si había querido

engañar. Yo le decía la verdad, porque, a mi parecer, no mentía, ni

tal había pretendido, ni por cosa del mundo dijera una cosa por otra.

Esto bien lo sabía él, y así procuraba sosegarme, y yo sentía tanto

en irle con estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía lo

había de fingir para atormentarme a mí misma.

Mas el Señor se dio tanta prisa a hacerme esta merced y declarar

esta verdad, que bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y

después veo muy claro mi bobería; porque, si estuviera muchos

años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni

supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun

sola la blancura y resplandor.

 

5. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el

resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la

cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina.

Es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan

deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de

aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se

querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara, que

corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con

gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se

representa sol, ni la luz es como la del sol; parece, en fin, luz natural

y estotra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que, como

siempre es luz, no la turba nada. En fin, es de suerte que, por gran

entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su

vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios delante tan presto,

que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester

abrirlos; mas no hace más estar abiertos que cerrados, cuando el

Señor quiere; que, aunque no queramos, se ve. No hay

divertimiento que baste, ni hay poder resistir, ni basta diligencia ni

cuidado para ello. Esto tengo yo bien experimentado, como diré.

 

6. Lo que yo ahora querría decir es el modo cómo el Señor se

muestra por estas visiones. No digo que declararé de qué manera

puede ser poner esta luz tan fuerte en el sentido interior, y en el

entendimiento imagen tan clara, que parece verdaderamente está

allí, porque esto es de letrados. No ha querido el Señor darme a

entender el cómo, y soy tan ignorante y de tan rudo entendimiento,

que, aunque mucho me lo han querido declarar, no he aun acabado

de entender el cómo. Y esto es cierto, que aunque a vuestra

merced le parezca que tengo vivo entendimiento, que no le tengo;

porque en muchas cosas lo he experimentado, que no comprende

más de lo que le dan de comer, como dicen. Algunas veces se

espantaba el que me confesaba de mis ignorancias; y jamás me di

a entender, ni aun lo deseaba, cómo hizo Dios esto o pudo ser esto,

ni lo preguntaba, aunque -como he dicho- de muchos años acá

trataba con buenos letrados. Si era una cosa pecado o no, esto sí;

en lo demás no era menester más para mí de pensar hízolo Dios

todo, y veía que no había de qué me espantar, sino por qué le

alabar; y antes me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras

más, más.

 

7. Diré, pues, lo que he visto por experiencia. El cómo el Señor lo

hace, vuestra merced lo dirá mejor, y declarará todo lo que fuere

oscuro y yo no supiere decir.

Bien me parecía en algunas cosas que era imagen lo que veía, mas

por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo, conforme a la

claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en

confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por

muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos; es disparate

pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna manera,

no más ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que por

bien que esté sacado no puede ser tan al natural, que, en fin, se ve

es cosa muerta. Mas dejemos esto, que aquí viene bien y muy al

pie de la letra.

 

8. No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino

verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni

menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto,

sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como

estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado;

y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda

dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de

comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe.

Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda

deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío!, ¡quién

pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán

Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin

cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según

con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos

señor de ello.

 

9. Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios

en comparación del vuestro, y cómo quien os tuvierecontento puede

repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios

de temer cuando bajasteis al limbo, y tuvieran de desear otros mil

infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que

queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene

esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se

representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este

Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad

que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar.

Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que

aun con verle que muestra amor, no sabe adonde se meter, y así se

deshace toda.

Digo que tiene tan grandísima fuerza esta visión, cuando el Señor

quiere mostrar al alma mucha parte de su grandeza y majestad, que

tengo por imposible, si muy sobrenatural no la quisiese el Señor

ayudar con quedar puesta en arrobamiento y éxtasis (que pierde el

ver la visión de aquella divina presencia con gozar), sería, como

digo, imposible sufrirla ningún sujeto.

¿Es verdad que se olvida después? -Tan imprimida queda aquella

majestad y hermosura, que no hay poderlo olvidar, si no es cuando

quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad

grande que diré adelante, que aun entonces de Dios parece se

olvida. Queda el alma otra, siempre embebida. Parécele comienza

de nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado, a mi parecer; que,

aunque la visión pasada que dije que representa Dios sin imagen es

más subida, que para durar la memoria conforme a nuestra

flaqueza, para traer bien ocupado el pensamiento, es gran cosa el

quedar representado y puesta en la imaginación tan divina

presencia. Y casi vienen juntas estas dos maneras de visión

siempre; y aun es así que lo vienen, porque con los ojos del alma

vese la excelencia y hermosura y gloria de la santísima Humanidad,

y por estotra manera que queda dicha se nos da a entender cómo

es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo

gobierna y todo lo hinche su amor.

 

10. Es muy mucho de estimar esta visión, y sin peligro, a mi

parecer, porque en los efectos se conoce no tiene fuerza aquí el

demonio. Paréceme que tres o cuatro veces me ha querido

representar de esta suerte al mismo Señor en representación falsa:

toma la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria

que cuando es de Dios. Hace representaciones para deshacer la

verdadera visión que ha visto el alma; mas así la resiste de sí y se

alborota y se desabre e inquieta, que pierde la devoción y gusto que

antes tenía, y queda sin ninguna oración.

A los principios fue esto -como he dicho- tres o cuatro veces. Es

cosa tan diferentísima, que, aun quien hubiere tenido sola oración

de quietud, creo lo entenderá por los efectos que quedan dichos en

las hablas. Es cosa muy conocida y, si no se quiere dejar engañar

un alma, no me parece la engañará, si anda con humildad y

simplicidad. A quien hubiere tenido verdadera visión de Dios, desde

luego casi se siente; porque, aunque comienza con regalo y gusto,

el alma lo lanza de sí; y aun, a mi parecer, debe ser diferente el

gusto; y no muestra apariencia de amor puro y casto. Muy en breve

da a entender quién es. Así que, adonde hay experiencia, a mi

parecer, no podrá el demonio hacer daño.

 

11. Pues ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad.

Ningún camino lleva, porque sola la hermosura y blancura de una

mano es sobre toda nuestra imaginación: pues sin acordarnos de

ello ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes cosas que

en gran tiempo no pudieran concertarse con la imaginación, porque

va muy más alto -como ya he dicho- de lo que acá podemos

comprender…; así que esto es imposible. Y si pudiésemos algo en

esto, aun se ve claro por estotro que ahora diré: porque si fuese

representado con el entendimiento, dejado que no haría las grandes

operaciones que esto hace, ni ninguna (porque sería como uno que

quisiese hacer que dormía y estáse despierto porque no le ha

venido el sueño: él, como si tiene necesidad o flaqueza en la

cabeza, lo desea, adormécese él en sí y hace sus diligencias y a las

veces parece hace algo, mas si no es sueño de veras, no le

sustentará ni dará fuerza a la cabeza, antes a las veces queda más

desvanecida), así sería en parte acá, quedar el alma desvanecida,

mas no sustentada y fuerte, antes cansada y disgustada. Acá no se

puede encarecer la riqueza que queda: aun al cuerpo da salud y

queda confortado.

 

12. Esta razón, con otras, daba yo cuando me decían que era

demonio y que se me antojaba -que fue muchas veces- y ponía

comparaciones como yo podía y el Señor me daba a entender. Mas

todo aprovechaba poco. Porque como había personas muy santas

en este lugar (y yo en su comparación una perdición) y no los

llevaba Dios por este camino, luego era el temor en ellos; que mis

pecados parece lo hacían, que de uno en otro se rodeaba de

manera, que lo venían a saber, sin decirlo yo sino a mi confesor o a

quien él me mandaba.

 

13. Yo les dije una vez que si los que me decían esto me dijeran

que a una persona que hubiese acabado de hablar y la conociese

mucho, que no era ella, sino que se me antojaba, que ellos lo

 

 

sabían, que sin duda yo lo creyera más que lo que había visto. Mas

si esta persona me dejara algunas joyas y se me quedaban en las

manos por prendas de mucho amor, y que antes no tenía ninguna y

me veía rica siendo pobre, que no podría creerlo, aunque yo

quisiese. Y que estas joyas se las podría mostrar, porque todos los

que me conocían veían claro estar otra mi alma, y así lo decía mi

confesor. Porque era muy grande la diferencia en todas las cosas, y

no disimulada, sino muy con claridad lo podían todos ver. Porque,

como antes era tan ruin, decía yo que no podía creer que si el

demonio hacía esto para engañarme y llevarme al infierno, tomase

medio tan contrario como era quitarme los vicios y poner virtudes y

fortaleza. Porque veía claro con estas cosas quedar en una vez

otra.

 

14. Mi confesor, como digo -que era un padre bien santo de la

Compañía de Jesús-, respondía esto mismo según yo supe. Era

muy discreto y de gran humildad, y esta humildad tan grande me

acarreó a mí hartos trabajos; porque, con ser de mucha oración y

letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este

camino. Pasólos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe

que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio

con creerme algo de lo que le decía. Traíanle ejemplos de otras

personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no había de

haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí.

No hacía sino llorar.

 

15. Fue providencia de Dios querer él durar en oírme, sino que era

tan gran siervo de Dios, que a todo se pusiera por El. Y así me

decía que no ofendiese yo a Dios ni saliese de lo que él me decía;

que no hubiese miedo me faltase. Siempre me animaba y

sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ninguna cosa. Yo

así lo hacía. El me decía que haciendo yo esto, que aunque fuese

demonio, no me haría daño, antes sacaría el Señor bien del mal

que él quería hacer a mi alma. Procuraba perfeccionarla en todo lo

que él podía. Yo, como traía tanto miedo, obedecíale en todo,

aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y más,

que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes

persecuciones que tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me

juzgasen mal, y muchas estando sin culpa, con todo venían a él y

era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa.

 

16. Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que le

animaba- poder sufrir tanto, porque había de respondera los que les

parecía iba perdida, y no le creían; y por otra parte, habíame de

sosegar a mí y de curar el miedo que yo traía, poniéndomele mayor.

Me había por otra parte de asegurar, porque a cada visión, siendo

cosa nueva, permitía Dios me quedasen después grandes temores.

Todo me procedía de ser tan pecadora yo y haberlo sido. El me

consolaba con mucha piedad y, si él se creyera a sí mismo, no

padeciera yo tanto; que Dios le daba a entender la verdad en todo,

porque el mismo Sacramento le daba luz, a lo que yo creo.

 

17. Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho.

Yo, como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban

por diferente intención (yo quería mucho al uno de ellos, porque le

debía infinito mi alma y era muy santo; yo sentía infinito de que veía

no me entendía, y él deseaba en gran manera mi aprovechamiento

y que el Señor me diese luz), y así lo que yo decía -como digo- sin

mirar en ello, parecíales poca humildad. En viéndome alguna falta

que verían muchas-, luego era todo condenado. Preguntábanme

algunas cosas; yo respondía con llaneza y descuido. Luego les

parecía los quería enseñar, y que me tenía por sabia. Todo iba a mi

confesor, porque, cierto, ellos deseaban mi provecho. El a reñirme.

18. Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las

mercedes que me hacía el Señor todo lo pasaba.

Digo esto para que se entienda el gran trabajo que es no haber

quien tenga experiencia en este camino espiritual, que a no me

favorecer tanto el Señor, no sé qué fuera de mí. Bastantes cosas

había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos

que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor. Porque

contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y

temerosa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la

vida grandísimos trabajos, es éste de los mayores.

Plega al Señor que yo haya servido a Su Majestad algo en esto;

que de que le servían los que me condenaban y argüían, bien cierta

estoy, y que era todo para gran bien mío.

 

 

 

 

CAPÍTULO 29

 

Prosigue en lo comenzado y dice algunas mercedes grandes que la

hizo el Señor y las cosas que Su Majestad la decía para asegurarla

y para que respondiese a los que la contradecían. 

 

 

l. Mucho he salido del propósito, porque trataba de decir las causas

que hay para ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos

representar con estudio la Humanidad de Cristo y ordenando con la

imaginación su gran hermosura? Y no era menester poco tiempo, si

en algo se había de parecer a ella. Bien la puede representar

delante de su imaginación y estarla mirando algún espacio, y las

figuras que tiene y la blancura, y poco a poco irla más

perfeccionando y encomendando a la memoria aquella imagen.

Esto ¿quién se lo quita, pues con el entendimiento la pudo fabricar?

En lo que tratamos, ningún remedio hay de esto, sino que la hemos

de mirar cuando el Señor lo quiere representar y como quiere y lo

que quiere. Y no hay quitar ni poner, ni modo para ello aunque más

hagamos, ni para verlo cuando queremos, ni para dejarlo de ver; en

queriendo mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo.

 

2. Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta

merced. Habrá más de tres que tan continuo me la quitó de este

modo, con otra cosa más subida -como quizá diré después-; y con

ver que me estaba hablando y yo mirando aquella gran hermosura y

la suavidad con que habla aquellas palabras por aquella

hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en

extremo entender el color de sus ojos o del tamaño que era, para

que lo supiese decir, jamás lo he merecido ver, ni me basta

procurarlo, antes se me pierde la visión del todo. Bien que algunas

veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista,

que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento

que, para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista. Así que

aquí no hay que querer y no querer. Claro se ve quiere el Señor que

no haya sino humildad y confusión, y tomar lo que nos dieren y

alabar a quien lo da.

 

3. Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que ninguna

cosa se puede, ni para ver menos ni más, hace ni deshace nuestra

diligencia. Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra

nuestra, sino de Su Majestad; porque muy menos podemos tener

soberbia, antes nos hace estar muy humildes y temerosos, viendo

que, como el Señor nos quita el poder para ver lo que queremos,

nos puede quitar estas mercedes y la gracia, y quedar perdidos del

todo; y que siempre andemos con miedo, mientras en este destierro

vivimos.

 

4. Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la

Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme, si

estaba en tribulación, que me mostraba las llagas; algunas veces

en la cruz y en el Huerto; y con la corona de espinas, pocas; y

llevando la cruz también algunas veces, para -como digo-

necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne

glorificada.

Hartas afrentas y trabajos he pasado en decirlo, y hartos temores y

hartas persecuciones. Tan cierto les parecía que tenía demonio,

que me querían conjurar algunas personas. De esto poco se me

daba a mí: más sentía cuando veía yo que temían los confesores

de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con todo, jamás

me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por

todos los bienes y deleites del mundo sola una vez no lo trocara.

Siempre lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un

grandísimo tesoro, y el mismo Señor me aseguraba muchas veces.

Yo me veía crecer en amarle muy mucho; íbame a quejar a El de

todos estos trabajos; siempre salía consolada de la oración y con

nuevas fuerzas. A ellos no los osaba yo contradecir, porque veía

era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor

trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me veía fatigada.

 

5. Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me

ayudaba (que era con quien me confesaba algunas veces que no

podía el ministro), comenzó a decir que claro era demonio.

Mándanme que, ya que no había remedio de resistir, que siempre

me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas, porque

tuviese por cierto era demonio, y con esto no vendría; y que no

hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo quitaría. A mí me era

esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que era Dios,

era cosa terrible para mí. Y tampoco podía -como he dicho- desear

se me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba

mucho a Dios que me librase de ser engañada. Esto siempre lo

hacía y con hartas lágrimas, y a San Pedro y a San Pablo, que me

dijo el Señor, como fue la primera vez que me apareció en su día,

que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas veces

los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión

imaginaria. Eran estos gloriosos Santos muy mis señores.

 

6 Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión

del Señor; porque cuando yo le veía presente, si me hicieran

pedazos no pudiera yo creer que era demonio, y así era un género

de penitencia grande para mí. Y, por no andar tanto

santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi

siempre; las higas no tan continuo, porque sentía mucho.

Acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y

suplicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que

tenía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que

El tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se me diese nada,

que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese la

verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había

enojado. Díjome que les dijese que ya aquello era tiranía. Dábame

causas para que entendiese que no era demonio. Alguna diré

después.

 

7. Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un

rosario, me la tomó con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de

cuatro piedras grandes muy más preciosas que diamantes, sin

comparación, porque no la hay casi a lo que se ve sobrenatural.

Diamante parece cosa contrahecha e imperfecta, de las piedras

preciosas que se ven allá. Tenía las cinco llagas de muy linda

hechura. Díjome que así la vería de aquí adelante, y así me

acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas piedras. Mas

no lo veía nadie sino yo.

En comenzando a mandarme hiciese estas pruebas y resistiese, era

muy mayor el crecimiento de las mercedes. En queriéndome

divertir, nunca salía de oración. Aun durmiendo me parecía estaba

en ella. Porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía

al Señor y el no lo poder sufrir; ni era en mi mano, aunque yo quería

y más lo procuraba, de dejar de pensar en El. Con todo, obedecía

cuando podía, mas podía poco o nonada en esto, y el Señor nunca

me lo quitó; mas, aunque me decía lo hiciese, asegurábame por

otro cabo, y enseñábame lo que les había de decir, y así lo hace

ahora, y dábame tan bastantes razones, que a mí me hacía toda

seguridad.

 

8. Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo tenía

prometido, a señalar más que era El, creciendo en mí un amor tan

grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porque era muy

sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a

Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con la

muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que,

aunque no eran tan insufrideros como los que ya otra vez he dicho

ni de tanto valor, yo no sabía qué me hacer; porque nada me

satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se

me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor! ¡Qué

industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable!

Escondíaisos de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una

muerte tan sabrosa que nunca el alma querría salir de ella.

 

9. Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es

imposible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho, ni

unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece ahogan

el espíritu, que no caben en sí. Esta es oración más baja, y hanse

de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad

recogerlos dentro en sí y acallar el alma; que es esto como unos

niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y

con darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá la

razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mismo

natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino

que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un

regalo de amor que la haga mover a amar por vía suave y no a

puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como

olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y

se vierte toda; sino que moderen la causa que tomaron para ese

fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas,

que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño. Yo las

tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza

y cansado el espíritu de suerte que otro día y más no estaba para

tornar a la oración. Así que es menester gran discreción a los

principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu

a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar.

 

10. Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la

leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan

dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta

llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más

vivo de las entrañas y corazón, a las veces, que no sabe el alma

qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la

saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este

Señor, y perdería de buena gana la vida por El.

No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma,

y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es

esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más

contento dé. Siempre querría el alma -como he dicho- estar

muriendo de este mal.

 

11. Esta pena y gloria junta me traía desatinada, que no podía yo

entender cómo podía ser aquello. ¡Oh, qué es ver un alma herida!

Que digo que se entiende de manera que se puede decir herida por

tan excelente causa; y ve claro que no movió ella por dónde le

viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor la tiene,

parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda

arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel

verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes

aquarum que me parece lo veo al pie de la letra en mí!

 

12. Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo, al menos

busca el alma algún remedio -porque no sabe qué hacer- con

algunas penitencias, y no se sienten más ni hace más pena

derramar sangre que si estuviese el cuerpo muerto. Busca modos y

maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios; mas es tan

grande el primer dolor, que no sé yo qué tormento corporal le

quitase. Como no está allí el remedio, son muy bajas estas

medicinas para tan subido mal; alguna cosa se aplaca y pasa algo

con esto, pidiendo a Dios la dé remedio para su mal, y ninguno ve

sino la muerte, que con ésta piensa gozar del todo a su Bien. Otras

veces da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer, que corta

todo el cuerpo. Ni pies ni brazos no puede menear; antes si está en

pie se sienta, como una cosa trasportada que no puede ni aun

resolgar; sólo da unos gemidos no grandes, porque no puede más;

sonlo en el sentimiento.

 

13. Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía

un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que

no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me

representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que

dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era

grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que

parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan.

Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los

dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos

ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en

las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener

un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas

veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las

llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de

Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y

tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que

 

 

no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que

Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de

participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave

que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a

gustar a quien pensare que miento.

 

14. Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera

ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor

gloria que cuantas hay en todo lo criado.

Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos

arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gentes no los

podía resistir, sino que con harta pena mía se comenzaron a

publicar. Después que los tengo, no siento esta pena tanto, sino la

que dije en otra parte antes -no me acuerdo en qué capítulo-, que

es muy diferente en hartas cosas y de mayor precio; antes en

comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el

Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena

ni de padecer, porque viene luego el gozar.

 

Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan

mal responde a tan grandes beneficios.

 

 

 

 

CAPÍTULO 30

Torna a contar el discurso de su vida y cómo remedió el Señor

mucho de sus trabajos con traer al lugar adonde estaba el santo

Fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco.

Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores que pasaba

algunas veces.

 

1. Pues viendo yo lo poco o nonada que podía hacer para no tener

estos ímpetus tan grandes, también temía de tenerlos; porque pena

y contento no podía yo entender cómo podía estar junto; que ya

pena corporal y contento espiritual, ya lo sabía que era bien posible;

mas tan excesiva pena espiritual y con tan grandísimo gusto, esto

me desatinaba.

Aún no cesaba en procurar resistir, mas podía tan poco, que

algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz y queríame

defender del que con ella nos amparó a todos. Veía que no me

entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo; mas no lo osaba

decir sino a mi confesor, porque esto fuera decir bien de verdad que

no tenía humildad.

 

2. Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo -y por

entonces todo- con traer a este lugar al bendito Fray Pedro de

Alcántara, de quien ya hice mención y dije algo de su penitencia,

que, entre otras cosas, me certificaron había traído veinte años

cilicio de hoja de lata continuo. Es autor de unos libros pequeños de

oración que ahora se tratan mucho, de romance, porque como

quien bien la había ejercitado, escribió harto provechosamente para

los que la tienen. Guardó la primera Regla del bienaventurado San

Francisco con todo rigor y lo demás que allá queda algo dicho.

 

3. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mía,

supo que estaba aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque

era testigo de mis aflicciones y me consolaba harto, porque era

tanta su fe que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que

todos los más decían era del demonio, y como es persona de harto

buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el Señor hacía

harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que

los letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores que

descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas

cabía en ella. Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el

Señor me hacía, con avisos harto provechosos para su alma.

Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme

nada recaudó licencia de mi Provincial para que ocho días

estuviese en su casa, y en ella y en algunas iglesias le hablé

muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que después en

diversos tiempos le comuniqué mucho. Como le di cuenta en suma

de mi vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad

que yo supe, que esto he tenido siempre, tratar con toda claridad y

verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros

movimientos querría yo les fuesen públicos, y las cosas más

dudosas y de sospecha yo les argüía con razones contra mí, así

que sin doblez ni encubierta le traté mi alma.

 

4. Casi a los principio vi que me entendía por experiencia, que era

todo lo que yo había menester; porque entonces no me sabía

entender como ahora, para saberlo decir, que después me lo ha

dado Dios que sepa entender y decir las mercedes que Su

Majestad me hace, y era menester que hubiese pasado por ello

quien del todo me entendiese y declarase lo que era. El me dio

grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran

imaginarias no podía yo entender qué podía ser aquello, y

parecíame que en las que veía con los ojos del alma tampoco

entendía cómo podía ser; que -como he dicho- sólo las que se ven

con los ojos corporales era de las que me parecía a mí había de

hacer caso, y éstas no tenía.

 

5. Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que

no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que

era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía

haber, ni que tanto pudiese creer. Y él se consolaba mucho

conmigo y hacíame todo favor y merced, y siempre después tuvo

mucha cuenta conmigo y daba parte de sus cosas y negocios. Y

como me veía con los deseos que él ya poseía por obra -que éstos

dábamelos el Señor muy determinados- y me veía con tanto ánimo,

holgábase de tratar conmigo; que a quien el Señor llega a este

estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le

parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces no

debía yo tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo

tenga ahora.

 

6. Húbome grandísima lástima. Díjome que uno de los mayores

trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción

de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía

necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese; mas que

él hablaría al que me confesaba y a uno de los que me daban más

pena, que era este caballero casado que ya he dicho. Porque, como

quien me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra. Y es alma

temerosa y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin,

no acababa de asegurarse.

Y así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio

causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen

más. El confesor poco había menester; el caballero tanto, que aun

no del todo bastó, mas fue parte para que no tanto me

amedrentase.

 

 

 

7. Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese

más de ahí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios; que era

tanta su humildad, que tenía en algo las oraciones de esta

miserable, que era harta mi confusión. Dejóme con grandísimo

consuelo y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y

que no dudase de que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda y,

por más seguridad, de todo diese parte al confesor, y con esto

viviese segura.

Mas tampoco podía tener esa seguridad del todo, porque me

llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio

cuando me decían que lo era. Así que temor ni seguridad nadie

podía que yo la tuviese de manera que les pudiese dar más crédito

del que el Señor ponía en mi alma. Así que, aunque me consoló y

sosegó, no le di tanto crédito para quedar del todo sin temor, en

especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma que

ahora diré. Con todo, quedé -como digo- muy consolada.

No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso padre mío San

José, que me pareció le había él traído, porque era Comisario

General de la Custodia de San José, a quien yo mucho me

encomendaba y a nuestra Señora.

 

8. Acaecíame algunas veces -y aun ahora me acaece, aunque no

tantas- estar con tan grandísimos trabajos de alma junto con

tormentos y dolores de cuerpo, de males tan recios, que no me

podía valer.

Otras veces tenía males corporales más graves, y como no tenía

los del alma, los pasaba con mucha alegría; mas cuando era todo

junto, era tan gran trabajo que me apretaba muy mucho. Todas las

mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban. Sólo

quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar

pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me

hacía andar en mil dudas y sospecha, pareciéndome que yo no lo

había sabido entender y que quizá se me antojaba y que bastaba

que anduviese yo engañada sin que engañase a los buenos.

Parecíame yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían

levantado me parecía eran por mis pecados.

 

9. Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para

desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación.

Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya

ve que le entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como

solía. Vese claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y

el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y

aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para

oración ni para ningún bien. Parece que ahoga el alma y ata el

cuerpo para que de nada aproveche. Porque la humildad

verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que

somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad,

tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad, no viene con

alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad;

antes la regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con

luz. Pena que, por otra parte conforta de ver cuán gran merced la

hace Dios en que tenga aquella pena y cuán bien empleada es.

Duélele lo que ofendió a Dios. Por otra parte, la ensancha su

misericordia. Tiene luz para confundirse a sí y alaba a Su Majestad

porque tanto la sufrió.

En estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún

bien, todo parece lo pone Dios a fuego y a sangre. Represéntale la

justicia, y aunque tiene fe que hay misericordia, porque no puede

tanto el demonio que la haga perder, es de manera que no me

consuela, antes cuando mira tanta misericordia, le ayuda a mayor

tormento, porque me parece estaba obligada a más.

 

10. Es una invención del demonio de las más penosas y sutiles y

disimuladas que yo he entendido de él, y así querría avisar a

vuestra merced para que, si por aquí le tentare, tenga alguna luz y

lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo. Que no

piense que va en letras y saber, que, aunque a mí todo me falta,

después de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he

entendido es que quiere y permite el Señor y le da licencia, como se

la dio para que tentase a Job, aunque a mí -como a ruin- no es con

aquel rigor.

 

11. Hame acaecido y me acuerdo ser un día antes de la víspera de

Corpus Christi, fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto

como es razón. Esta vez duróme sólo hasta el día, que otras

dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más, en

especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oración.

Me acaece que coge de presto el entendimiento por cosas tan

livianas a las veces, que otras me riera yo de ellas; y hácele estar

trabucado en todo lo que él quiere y el alma aherrojada allí, sin ser

señora de sí ni poder pensar otra cosa más de los disparates que él

la representa, que casi ni tienen tomo ni atan ni desatan; sólo ata

para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí. Y es así que me

ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la

pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder.

No se puede decir lo que en este caso se padece. Ella anda a

buscar reparo, y permite Dios no le halle. Sólo queda siempre la

razón del libre albedrío, no clara. Digo yo que debe ser casi tapados

los ojos, como una persona que muchas veces ha ido por una

parte, que, aunque sea noche y a oscuras, ya por el tino pasado

sabe adónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y guárdase

de aquel peligro. Así es para no ofender a Dios, que parece se va

por la costumbre. Dejemos aparte el tenerla el Señor, que es lo que

hace al caso.

 

12. La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las

demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la

Iglesia, mas pronunciado por la boca, y que parece por otro cabo la

aprietan y entorpecen para que, casi como cosa que oyó de lejos, le

parece conoce a Dios.

El amor tiene tan tibio que, si oye hablar en El, escucha como una

cosa que cree ser el que es porque lo tiene la Iglesia; mas no hay

memoria de lo que ha experimentado en sí.

Irse a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el

tormento que en sí se siente, sin saber de qué, es incomportable.

A mi parecer, es un poco del traslado del infierno. Esto es así,

según el Señor en una visión me dio a entender; porque el alma se

quema en sí, sin saber quién ni por dónde le ponen fuego, ni cómo

huir de él, ni con qué le matar.

Pues quererse remediar con leer, es como si no se supiese. Una

vez me acaeció ir a leer una vida de un santo para ver si me

embebería y para consolarme de lo que él padeció, y leer cuatro o

cinco veces otros tantos renglones y, con ser romance, menos

entendía de ellos a la postre que al principio, y así lo dejé. Esto me

acaeció muchas veces, sino que ésta se me acuerda más en

particular.

 

13. Tener, pues, conversación con nadie, es peor. Porque un

espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que parece a todos

 

 

me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en

irme a la mano, o hace el Señor en tener de su mano a quien así

está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que los

perjudique y en que ofenda a Dios.

Pues ir al confesor, esto es cierto que muchas veces me acaecía lo

que diré, que, con ser tan santos como lo son los que en este

tiempo he tratado y trato, me decían palabras y me reñían con una

aspereza, que después que se las decía yo ellos mismos se

espantaban y me decían que no era más en su mano. Porque,

aunque ponían muy por sí de no lo hacer otras veces (que se les

hacía después lástima y aún escrúpulo), cuando tuviese semejantes

trabajos de cuerpo y de alma, y se determinaban a consolarme con

piedad, no podían. No decían ellos malas palabras -digo en que

ofendiesen a Dios-, mas las más disgustadas que se sufrían para

confesor. Debían pretender mortificarme, y aunque otras veces me

holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.

Pues dame también parecer que los engaño, e iba a ellos y

avisábalos muy a las veras que se guardasen de mí, que podría ser

los engañase. Bien veía yo que de advertencia no lo haría, ni les

diría mentira, mas todo me era temor. Uno medijo una vez, como

entendió la tentación, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese

engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar. Esto me dio

mucho consuelo.

 

14. Algunas veces -y casi ordinario, al menos lo más continuo- en

acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando al

Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena, alma y cuerpo,

que yo me espanto. No parece sino que en un punto se deshacen

todas las tinieblas del alma y, salido el sol, conocía las tonterías en

que había estado.

Otras, con sola una palabra que me decía el Señor, con sólo decir:

No estés fatigada; no hayas miedo -como ya dejo otra vez dicho-,

quedaba del todo sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera

tenido nada. Regalábame con Dios; quejábame a El cómo

consentía tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien

pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las

mercedes.

No me parece sino que sale el alma del crisol como el oro, más

afinada y clarificada, para ver en sí al Señor. Y así se hacen

después pequeños estos trabajos con parecer incomportables, y se

desean tornar a padecer, si el Señor se ha de servir más de ello. Y

aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin

ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo es para

mayor ganancia, aunque como se han de llevar no los llevo yo, sino

harto imperfectamente.

 

15.Otras veces me venían de otra suerte, y vienen, que de todo

punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena ni

desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil y pesado; mas

no tengo con esto estotras tentaciones y desasosiegos, sino un

disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta al alma. Procuraba

hacer buenas obras exteriores para ocuparme medio por fuerza, y

conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia.

No me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba

alguna satisfacción.

 

16. Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar

de Dios ni de bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque

esté en soledad; mas siento que le conozco. El entendimiento e

imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña, que la voluntad

buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien. Mas

este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco

furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar

quedo un credo. Algunas veces me río y conozco mi miseria, y

estoyle mirando y déjole a ver qué hace; y -gloria a Dios- nunca por

maravilla va a cosa mala, sino indiferentes: si algo hay que hacer

aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced

que me hace el Señor cuando tiene atado este loco en perfecta

contemplación. Miro qué sería si me viesen este desvarío las

personas que me tienen por buena. He lástima grande al alma de

verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad, y así digo al

Señor: «¿cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en

vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? ¡No permitáis,

Señor, sea ya más despedazada, que no parece sino que cada

pedazo anda por su cabo!».

Esto paso muchas veces. Algunas bien entiendo le hace harto al

caso la poca salud corporal. Acuérdome mucho del daño que nos

hizo el primer pecado, que de aquí me parece nos vino ser

incapaces de gozar tanto bien en un ser, y deben ser los míos, que,

si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien.

 

17. Pasé también otro gran trabajo: que como todos los libros que

leía que tratan de oración me parecía los entendía todos y que ya

me había dado aquello el Señor, que no los había menester, y así

no los leía, sino vidas de Santos, que, como yo me hallo tan corta

en lo que ellos servían a Dios, esto parece me aprovecha y anima.

Parecíame muy poca humildad pensar yo había llegado a tener

aquella oración; y como no podía acabar conmigo otra cosa,

dábame mucha pena, hasta que letrados y el bendito Fray Pedro de

Alcántara me dijeron que no se me diese nada. Bien veo yo que en

el servir a Dios no he comenzado -aunque en hacerme Su Majestad

mercedes es como a muchos buenos- y que estoy hecha una

imperfección, si no es en los deseos y en amar, que en esto bien

veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir.

Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y

las muchas imperfecciones que veo en mí.

 

18. Otras veces me da una bobería de alma -digo yo que es-, que ni

bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente,

como dicen: ni con pena ni con gloria, ni la da vida ni muerte, ni

placer ni pesar. No parece se siente nada. Paréceme a mí que anda

el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque lo dan de

comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no

debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en

vida tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas

no se sienten movimientos ni efectos para que se entienda el alma.

 

19. Paréceme ahora a mí como un navegar con un aire muy

sosegado, que se anda mucho sin entender cómo; porque en

estotras maneras son tan grandes los efectos, que casi luego ve el

alma su mejora. Porque luego bullen los deseos y nunca acaba de

satisfacerse un alma. Esto tienen los grandes ímpetus de amor que

he dicho, a quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he

visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento la arena hacia

arriba.

Al natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que

aquí llegan: siempre está bullendo el amor y pensando qué hará.

No cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino

que la echa de sí. Así está el alma muy ordinario, que no sosiega ni

cabe en sí con el amor que tiene; ya la tiene a ella empapada en sí.

Querría bebiesen los otros, pues a ella no la hace falta, para que la

ayudasen a alabar a Dios. ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua

viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a

aquel Evangelio; y es así, cierto, que sin entender como ahora este

bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me

diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con

este letrero, cuando el Señor llegó al pozo. Domine, da mihi aquam.

 

20. Parece también como un fuego que es grande y, para que no se

aplaque, es menester haya siempre qué quemar. Así son las almas

que digo. Aunque fuese muy a su costa, querrían traer leña para

que no cesase este fuego. Yo soy tal que aun con pajas que

pudiese echar en él me contentaría, y así me acaece algunas y

muchas veces; unas me río y otras me fatigo mucho. El movimiento

interior me incita a que sirva en algo -de que no soy para más- en

poner ramitos y flores a imágenes, en barrer, en poner un oratorio,

en unas cositas tan bajas que me hacía confusión. Si hacía o hago

algo de penitencia, todo poco y de manera que, a no tomar el Señor

la voluntad, veía yo era sin ningún tomo, y yo misma burlaba de mí.

Pues no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad

este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales

para hacer algo por El. Es una pena bien grande. Porque, como le

faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego y ella muere

porque no se mate, paréceme que ella entre sí se consume y hace

ceniza y se deshace en lágrimas y se quema; y es harto tormento,

aunque es sabroso.

 

21. Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da

fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y

libertad para predicar y confesar y llegar almas a Dios. Que no sabe

ni entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no

poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho.

Sea bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén.

22. No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como

vuestra merced me tornó a enviar a mandar que no se me diese

nada de alargarme ni dejase nada, voy tratando con claridad y

verdad lo que se me acuerda. Y no puede ser menos de dejarse

mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco

como he dicho, y por ventura no sacar ningún provecho.