Vida: Capítulos 16 al 20

LIBRO DE LA VIDA

CAPÍTULO 16

 

Trata tercer grado de oración, y va declarando cosas muy subidas,

y lo que puede el alma que llega aquí, y los efectos que hacen

estas mercedes tan grandes del Señor. – Es muy para levantar el

espíritu en alabanzas de Dios y para gran consuelo de quien llegare

aquí.

 

1. Vengamos ahora a hablar de la tercera agua con que se riega

esta huerta, que es agua corriente de río o de fuente, que se riega

muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua.

Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi El es

el hortelano y el que lo hace todo.

Es un sueño de las potencias, que ni del todo se pierden ni

entienden cómo obran. El gusto y suavidad y deleite es más sin

comparación que lo pasado; es que da el agua a la garganta, a esta

alma, de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni sabe cómo, ni

tornar atrás. Querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que

está, la candela en la mano(3), que le falta poco para morir muerte

que la desea; está gozando en aquella agonía con el mayor deleite

que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir

casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios.

Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar, ni

entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle,

ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura,

adonde se deprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima

manera de gozar el alma.

 

2. Y es así que ha que me dio el Señor en abundancia esta oración

creo cinco y aun seis años, muchas veces, y que ni yo la entendía

ni la supiera decir; y así tenía por mí, llegada aquí, decir muy poco o

nonada. Bien entendía que no era del todo unión de todas las

potencias y que era más que la pasada, muy claro; mas yo confieso

que no podía determinar ni entender cómo era esta diferencia.

Creo por la humildad que vuestra merced ha tenido en quererse

ayudar de una simpleza tan grande como la mía, me dio el Señor

hoy, acabando de comulgar, esta oración, sin poder ir adelante, y

me puso estas comparaciones y enseñó la manera de decirlo y lo

que ha de hacer aquí el alma; que, cierto, yo me espanté y entendí

en un punto.

Muchas veces estaba así como desatinada y embriagada en este

amor, y jamás había podido entender cómo era. Bien entendía que

era Dios, mas no podía entender cómo obraba aquí; porque en

hecho de verdad están casi del todo unidas las potencias, mas no

tan engolfadas que no obren. Gustado he en extremo de haberlo

ahora entendido. ¡Bendito sea el Señor, que así me ha regalado!

 

3. Sólo tienen habilidad las potencias para ocuparse todas en Dios.

No parece se osa bullir ninguna ni la podemos hacer menear, si con

mucho estudio no quisiéramos divertirnos, y aun no me parece que

del todo se podría entonces hacer. Háblanse aquí muchas palabras

en alabanzas de Dios sin concierto, si el mismo Señor no las

concierta. Al menos el entendimiento no vale aquí nada. Querría dar

voces en alabanzas el alma, y está que no cabe en sí; un

desasosiego sabroso. Ya ya se abren las flores, ya comienzan a dar

olor. Aquí querría el alma que todos la viesen y entendiesen su

gloria para alabanzas de Dios, y que la ayudasen a ella, y darles

parte de su gozo, porque no puede tanto gozar. Paréceme que es

como la que dice el Evangelio que quería llamar o llamaba a sus

vecinas. Esto me parece debía sentir el admirable espíritu del real

profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de

Dios. De este glorioso Rey soy yo muy devota y querría todos lo

fuesen, en especial los que somos pecadores.

4. ¡Oh, válgame Dios! ¡Cuál está un alma cuando está así! Toda ella

querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos

santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene así. Yo sé

persona que, con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto

coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su

entendimiento, sino que, para más gozar la gloria que tan sabrosa

pena le daba, se quejaba de ella a su Dios. Todo su cuerpo y alma

querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena

siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos, que no le

fuese sabroso pasarlos por su Señor? Ve claro que no hacían nada

los mártires de su parte en pasar tormentos, porque conoce bien el

alma viene de otra parte la fortaleza. Mas ¿qué sentirá de tornar a

tener seso para vivir en el mundo, y de haber de tornar a los

cuidados y cumplimientos de él?

Pues no me parece he encarecido cosa que no quede baja en este

modo de gozo que el Señor quiere en este destierro que goce un

alma. ¡Bendito seáis por siempre, Señor! ¡Alaben os todas las cosas

por siempre! ¡Quered ahora, Rey mío, suplícooslo yo, que, pues

cuando esto escribo, no estoy fuera de esta santa locura celestial

por vuestra bondad y misericordia -que tan sin méritos míos me

hacéis esta merced-, que o estén todos los que yo tratare locos de

vuestro amor, o permitáis que no trate yo con nadie, u ordenad,

Señor, cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo o me sacad de

él! ¡No puede ya, Dios mío, esta vuestra sierva sufrir tantos trabajos

como de verse sin Vos le vienen, que si ha de vivir, no quiere

descanso en esta vida, ni se le deis Vos! Querría ya esta alma

verse libre: el comer la mata; el dormir la congoja; ve que se le pasa

el tiempo de la vida pasar en regalos, y que nada ya la puede

regalar fuera de Vos; que parece vive contra natura, pues ya no

querría vivir en sí sino en Vos.

 

5. ¡Oh verdadero Señor y gloria mía! ¡Qué delgada y pesadísima

cruz tenéis aparejada a los que llegan a este estado! Delgada,

porque es suave; pesada, porque vienen veces que no hay

sufrimiento que la sufra, y no se querría jamás ver libre de ella, si no

fuese para verse ya con Vos. Cuando se acuerda que no os ha

servido en nada, y que viviendo os puede servir, querría cargarse

muy más pesada y nunca hasta el fin del mundo morirse. No tiene

en nada su descanso, a trueco de haceros un pequeño servicio. No

sabe qué desee, mas bien entiende que no desea otra cosa sino a

Vos.

 

6. ¡Oh hijo mío! (que es tan humilde, que así se quiere nombrar a

quien va esto dirigido y me lo mandó escribir), sea sólo para vos

algunas cosas de las que viere vuestra merced salgo de términos;

porque no hay razón que baste a no me sacar de ella, cuando me

saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo desde esta

mañana que comulgué. Parece que sueño lo que veo y no querría

ver sino enfermos de este mal que estoy yo ahora. Suplico a

vuestra merced seamos todos locos por amor de quien por nosotros

se lo llamaron. Pues dice vuestra merced que me quiere, en

disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo

muestre, porque veo muy pocos que no los vea con seso

demasiado para lo que les cumple. Ya puede ser que tenga yo más

que todos. No me lo consienta vuestra merced, Padre mío, pues

también lo es como hijo, pues es mi confesor y a quien he fiado mi

alma. Desengáñeme con verdad, que se usan muy poco estas

verdades.

 

7. Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos

amamos en Cristo, que como otros en estos tiempos se juntaban en

secreto para contra Su Majestad y ordenar maldades y herejías,

procurásemos juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros,

y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios;

que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que

nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos.

Digo «en secreto», porque no se usa ya este lenguaje. Hasta los

predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar.

Buena intención tendrán y la obra lo será; mas ¡así se enmiendan

pocos! Mas ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan

los vicios públicos? ¿Sabe qué me parece? Porque tienen mucho

seso los que los predican. No están sin él, con el gran fuego de

amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco

esta llama. No digo yo sea tanta como ellos tenían, mas querría que

fuese más de lo que veo. ¿Sabe vuestra merced en qué debe ir

mucho? En tener ya aborrecida la vida y en poca estima la honra;

que no se les daba más -a trueco de decir una verdad y sustentarla

para gloria de Dios- perderlo todo, que ganarlo todo; que a quien de

veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que

lo otro. No digo yo que soy ésta, mas querríalo ser.

 

8. ¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar

conforme a las leyes del mundo!, que como ésta se alcance del

Señor, no hay esclavo que no lo arrisque todo por rescatarse y

tornar a su tierra. Y pues éste es el verdadero camino, no hay que

parar en él, que nunca acabaremos de ganar tan gran tesoro, hasta

que se nos acabe la vida. El Señor nos dé para esto su favor.

 

Rompa vuestra merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelo

por carta para sí, y perdóneme, que he estado muy atrevida.

 

 

 

CAPÍTULO 17

 

Prosigue en la misma materia de declarar este tercer grado de

oración. – Acaba de declarar los efectos que hace. – Dice el daño

que aquí hace la imaginación y memoria.

 

1. Razonablemente está dicho de este modo de oración y lo que ha

de hacer el alma o, por mejor decir, hace Dios en ella, que es el que

toma ya el oficio de hortelano y quiere que ella huelgue. Sólo

consiente la voluntad en aquellas mercedes que goza. Y se ha de

ofrecer a todo lo que en ella quisiere hacer la verdadera sabiduría,

porque es menester ánimo, cierto. Porque es tanto el gozo, que

parece algunas veces no queda un punto para acabar el ánima de

salir de este cuerpo. ¡Y qué venturosa muerte sería!

 

2. Aquí me parece viene bien, como a vuestra merced se dijo,

dejarse del todo en los brazos de Dios. Si quiere llevarla al cielo,

vaya; si al infierno, no tiene pena, como vaya con su Bien; si acabar

del todo la vida, eso quiere; si que viva mil años, también. Haga Su

Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma de sí misma;

dada está del todo al Señor; descuídese del todo.

Digo que en tan alta oración como ésta, que cuando la da Dios al

alma puede hacer todo esto. Y mucho más que éstos son sus

efectos. Y entiende que lo hace sin ningún cansancio del

entendimiento. Sólo me parece está como espantada de ver cómo

el Señor hace tan buen hortelano y no quiere que tome él trabajo

ninguno, sino que se deleite en comenzar a oler las flores; que en

una llegada de éstas, por poco que dure, como es tal el hortelano,

en fin criador del agua, dala sin medida, y lo que la pobre del alma

con trabajo por ventura de veinte años de cansar el entendimiento

no ha podido acaudalar, hácelo este hortelano celestial en un punto,

y crece la fruta y madúrala de manera que se puede sustentar de su

huerto, queriéndolo el Señor. Mas no le da licencia que reparta la

fruta, hasta que él esté tan fuerte con lo que ha comido de ella, que

no se le vaya en gustaduras y no dándole nada de provecho ni

pagándosela a quien la diere, sino que los mantenga y dé de comer

a su costa, y quedarse ha él por ventura muerto de hambre.

Esto bien entendido va para tales entendimientos, y sabránlo aplicar

mejor que yo lo sabré decir, y cánsome.

 

3. En fin, es que las virtudes quedan ahora más fuertes que en la

oración de quietud pasada, que el alma no las puede ignorar,

porque se ve otra y no sabe cómo. Comienza a obrar grandes

cosas con el olor que dan de sí las flores, que quiere el Señor se

abran para que ella vea que tiene virtudes, aunque ve muy bien que

no las podía ella -ni ha podido- ganar en muchos años, y que en

aquello poquito el celestial hortelano se las dio. Aquí es muy mayor

la humildad y más profunda que al alma queda, que en lo pasado;

porque ve más claro que poco ni mucho hizo, sino consentir que la

hiciese el Señor mercedes y abrazarlas la voluntad.

Paréceme este modo de oración unión muy conocida de toda el

alma con Dios, sino que parece quiere Su Majestad dar licencia a

las potencias para que entiendan y gocen de lo mucho que obra allí.

 

4. Acaece algunas y muy muchas veces, estando unida la voluntad

(para que vea vuestra merced puede ser esto, y lo entienda cuando

lo tuviere; al menos a mí trájome tonta, y por eso lo digo aquí), vese

claro y entiéndese que está la voluntad atada y gozando; digo que

«se ve claro», y en mucha quietud está sola la voluntad, y está por

otra parte el entendimiento y memoria tan libres, que pueden tratar

en negocios y entender en obras de caridad.

Esto, aunque parece todo uno, es diferente de la oración de quietud

que dije, en parte, porque allí está el alma que no se querría bullir ni

menear, gozando en aquel ocio santo de María; en esta oración

puede también serMarta. Así que está casi obrando juntamente en

vida activa y contemplativa, y entender en obras de caridad y

negocios que convengan a su estado, y leer, aunque no del todo

están señores de sí, y entienden bien que está la mejor parte del

alma en otro cabo. Es como si estuviésemos hablando con uno y

por otra parte nos hablase otra persona, que ni bien estaremos en

lo uno ni bien en lo otro.

Es cosa que se siente muy claro y da mucha satisfacción y contento

cuando se tiene, y es muy gran aparejo para que, en teniendo

tiempo de soledad o desocupación de negocios, venga el alma a

muy sosegada quietud. Es un andar como una persona que está en

sí satisfecha, que no tiene necesidad de comer, sino que siente el

estómago contento, de manera que no a todo manjar arrostraría;

mas no tan harta que, si los ve buenos, deje de comer de buena

gana. Así, no le satisface ni querría entonces contento del mundo,

porque en sí tiene el que le satisface más: mayores contentos de

Dios, deseos de satisfacer su deseo, de gozar más, de estar con El.

Esto es lo que quiere.

 

5. Hay otra manera de unión, que aún no es entera unión, mas es

más que la que acabo de decir, y no tanto como la que se ha dicho

de esta tercera agua.

Gustará vuestra merced mucho, de que el Señor se las dé todas si

no las tiene ya, de hallarlo escrito y entender lo que es. Porque una

merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced

es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es. Y

aunque no parece es menester más de la primera, para no andar el

alma confusa y medrosa e ir con más ánimo por el camino del

Señor llevando debajo de los pies todas las cosas del mundo, es

gran provecho entenderlo y merced; que por cada una es razón

alabe mucho al Señor quien la tiene, y quien no, porque la dio Su

Majestad a alguno de los que viven, para que nos aprovechase a

nosotros.

Ahora pues, acaece muchas veces esta manera de unión que

quiero decir (en especial a mí, que me hace Dios esta merced de

esta suerte muy muchas), que coge Dios la voluntad y aun el

entendimiento, a mi parecer, porque no discurre, sino está ocupado

gozando de Dios, como quien está mirando y ve tanto que no sabe

hacia dónde mirar; uno por otro se le pierde de vista, que no dará

señas de cosa. La memoria queda libre, y junto con la imaginación

debe ser; y ella, como se ve sola, es para alabar a Dios la guerra

que da y cómo procura desasosegarlo todo. A mí cansada me tiene

y aborrecida la tengo, y muchas veces suplico al Señor, si tanto me

ha de estorbar, me la quite en estos tiempos. Alguna veces le digo:

«¿Cuándo, mi Dios, ha de estar ya toda junta mi alma en vuestra

alabanza y no hecha pedazos, sin poder valerse a sí?». Aquí veo el

mal que nos causa el pecado, pues así nos sujetó a no hacer lo que

queremos de estar siempre ocupados en Dios.

 

6. Digo que me acaece a veces -y hoy ha sido la una, y así lo tengo

bien en la memoria- que veo deshacerse mi alma, por verse junta

donde está la mayor parte, y ser imposible, sino que le da tal guerra

la memoria e imaginación que no la dejan valer; y como faltan las

otras potencias, no valen, aun para hacer mal, nada. Harto hacen

en desasosegar. Digo «para hacer mal», porque no tienen fuerza ni

paran en un ser. Como el entendimiento no la ayuda poco ni mucho

a lo que le representa, no para en nada, sino de uno en otro, que no

parece sino de estas maripositas de las noches, importunas y

desasosegadas: así anda de un cabo a otro. En extremo me parece

le viene al propio esta comparación, porque aunque no tiene fuerza

para hacer ningún mal, importuna a los que la ven.

Para esto no sé qué remedio haya, que hasta ahora no me le ha

dado Dios a entender; que de buena gana le tomaría para mí, que

me atormenta, como digo, muchas veces. Represéntase aquí

nuestra miseria, y muy claro el gran poder de Dios; pues ésta, que

queda suelta, tanto nos daña y nos cansa, y las otras que están con

Su Majestad, el descanso que nos dan.

 

7. El postrer remedio que he hallado, a cabo de haberme fatigado

hartos años, es lo que dije en la oración de quietud: que no se haga

caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo

Dios se la puede quitar; y, en fin, aquí por esclava queda. Hémoslo

de sufrir con paciencia, como hizo Jacob a Lía, porque harta

merced nos hace el Señor que gocemos de Raquel. Digo que

«queda esclava», porque, en fin, no puede -por mucho que haga-

traer a sí las otras potencias; antes ellas, sin ningún trabajo, la

hacen venir muchas veces a sí. Algunas, es Dios servido de haber

lástima de verla tan perdida y desasosegada, con deseo de estar

con las otras, y consiéntela Su Majestad se queme en el fuego de

aquella vela divina, donde las otras están ya hechas polvo, perdido

su ser natural, casi estando sobrenatural, gozando tan grandes

bienes.

 

8. En todas estas maneras que de esta postrera agua de fuente he

dicho, es tan grande la gloria y descanso del alma, que muy

conocidamente aquel gozo y deleite participa de él el cuerpo, y esto

muy conocidamente, y quedan tan crecidas las virtudes como he

dicho.

Parece ha querido el Señor declarar estos estados en que se ve el

alma, a mi parecer, lo más que acá se puede dar a entender.

Trátelo vuestra merced con persona espiritual que haya llegado

aquí y tenga letras. Si le dijere que está bien, crea que se lo ha

dicho Dios y téngalo en mucho a Su Majestad; porque, como he

dicho, andando el tiempo se holgará mucho de entender lo que es,

mientras no le diere la gracia (aunque se la dé de gozarlo) para

entenderlo. Como le haya dado Su Majestad la primera, con su

entendimiento y letras lo entenderá por aquí.

Sea alabado por todos los siglos de los siglos por todo, amén.

 

 

 

CAPÍTULO 18

 

En que trata del cuarto grado de oración.  – Comienza a declarar

por excelente manera la gran dignidad en que el Señor pone al

alma que está en este estado. – Es para animar mucho a los que

tratan oración, para que se esfuercen a llegar a tan alto estado,

pues se puede alcanzar en la tierra, aunque no por merecerlo, sino

por la bondad del Señor. – Léase con advertencia, porque se

declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar.

 

1. El Señor me enseñe palabras cómo se pueda decir algo de la

cuarta agua. Bien es menester su favor, aun más que para la

pasada; porque en ella aún siente el alma no está muerta del todo,

que así lo podemos decir, pues lo está al mundo; mas, como dije,

tiene sentido para entender que está en él y sentir su soledad, y

aprovéchase de lo exterior para dar a entender lo que siente,

siquiera por señas.

En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa

trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo

acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría

salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria.

Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza.

Entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos

los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los

sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno

desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente.

Antes dábaseles licencia para que, como digo, hagan algunas

muestras del gran gozo que sienten; acá el alma goza más sin

comparación, y puédese dar a entender muy menos, porque no

queda poder en el cuerpo, ni el alma le tiene para poder comunicar

aquel gozo. En aquel tiempo todo le sería gran embarazo y

tormento y estorbo de su descanso; y digo que si es unión de todas

las potencias, que, aunque quiera -estando en ello digo- no puede,

y si puede, ya no es unión.

 

2. El cómo es ésta que llaman unión y lo que es, yo no lo sé dar a

entender. En la mística teología se declara, que yo los vocablos no

sabré nombrarlos, ni sé entender qué es mente, ni qué diferencia

tenga del alma o espíritu tampoco; todo me parece una cosa, bien

que el alma alguna vez sale de sí misma, a manera de un fuego

que está ardiendo y hecho llama, y algunas veces crece este fuego

con ímpetu; esta llama sube muy arriba del fuego, mas no por eso

es cosa diferente, sino la misma llama que está en el fuego.

Esto vuestras mercedes lo entenderán -que yo no lo sé más decir-

con sus letras. Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma

cuando está en esta divina unión.

 

3. Lo que es unión ya se está entendido, que es dos cosas divisas

hacerse una. ¡Oh Señor mío, qué bueno sois! ¡Bendito seáis para

siempre! ¡Alaben os, Dios mío, todas las cosas, que así nos

amasteis, de manera que con verdad podamos hablar de esta

comunicación que aun en este destierro tenéis con las almas!; y

aun con las que son buenas es gran largueza y magnanimidad. En

fin, vuestra, Señor mío, que dais como quien sois. ¡Oh largueza

infinita, cuán magníficas son vuestras obras! Espanta a quien no

tiene ocupado el entendimiento en cosas de la tierra, que no tenga

ninguno para entender verdades. Pues que hagáis a almas que

tanto os han ofendido mercedes tan soberanas, cierto, a mí me

acaba el entendimiento, y cuando llego a pensar en esto, no puedo

ir adelante. ¿Dónde ha de ir que no sea tornar atrás? Pues daros

gracias por tan grandes mercedes, no sabe cómo. Con decir

disparates me remedio algunas veces.

 

4. Acaéceme muchas, cuando acabo de recibir estas mercedes o

me las comienza Dios a hacer (que estando en ellas ya he dicho

que no hay poder hacer nada), decir: «Señor, mirad lo que hacéis,

no olvidéis tan presto tan grandes males míos; ya que para

perdonarme lo hayáis olvidado, para poner tasa en las mercedes os

suplico se os acuerde. No pongáis, Criador mío, tan precioso licor

en vaso tan quebrado, pues habéis ya visto de otras veces que le

torno a derramar. No pongáis tesoro semejante adonde aún no está

-como ha de estar- perdida del todo la codicia de consolaciones de

la vida, que lo gastará mal gastado. ¿Cómo dais la fuerza de esta

ciudad y llaves de la fortaleza de ella a tan cobarde alcaide, que al

primer combate de los enemigos los deja entrar dentro? No sea

tanto el amor, oh Rey eterno, que pongáis en aventura joyas tan

preciosas. Parece, Señor mío, se da ocasión para que se tengan en

poco, pues las ponéis en poder de cosa tan ruin, tan baja, tan flaca

y miserable, y de tan poco tomo, que ya que trabaje por no las

perder con vuestro favor (y no es menester pequeño, según yo

soy), no puede dar con ellas a ganar a nadie; en fin, mujer, y no

buena, sino ruin. Parece que no sólo se esconden los talentos, sino

que se entierran, en ponerlos en tierra tan astrosa. No soléis Vos

hacer, Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma, sino

para que aproveche a muchas. Ya sabéis, Dios mío, que de toda

voluntad y corazón os lo suplico y he suplicado algunas veces, y

tengo por bien de perder el mayor bien que se posee en la tierra,

por que las hagáis Vos a quien con este bien más aproveche,

porque crezca vuestra gloria».

 

5. Estas y otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Veía

después mi necedad y poca humildad. Porque bien sabe el Señor lo

que conviene, y que no había fuerzas en mi alma para salvarse, si

Su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera.

 

6. También pretendo decir las gracias y efectos que quedan en el

alma, y qué es lo que puede de suyo hacer, o si es parte para llegar

a tan gran estado.

 

7. Acaece venir este levantamiento de espíritu o juntamiento con el

amor celestial: que, a mi entender, es diferente la unión del

levantamiento en esta misma unión. A quien no lo hubiere probado

lo postrero, parecerle ha que no; y a mi parecer, que con ser todo

uno, obra el Señor de diferente manera; y en el crecimiento del

desasir de las criaturas, más mucho en el vuelo del espíritu. Yo he

visto claro ser particular merced, aunque, como digo, sea todo uno

o lo parezca; mas un fuego pequeño también es fuego como un

grande, y ya se ve la diferencia que hay de lo uno a lo otro: en un

fuego pequeño, primero que un hierro pequeño se hace ascua,

pasa mucho espacio; mas si el fuego es grande, aunque sea mayor

el hierro, en muy poquito pierde del todo su ser, al parecer. Así me

parece es en estas dos maneras de mercedes del Señor, y sé que

quien hubiere llegado a arrobamientos lo entenderá bien. Si no lo

ha probado, parecerle ha desatino, y ya puede ser; porque querer

una como yo hablar en una cosa tal y dar a entender algo de lo que

parece imposible aun haber palabras con que lo comenzar, no es

mucho que desatine.

 

8. Mas creo esto del Señor (que sabe Su Majestad que, después de

obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto)

que me ha en ello de ayudar. No diré cosa que no la haya

experimentado mucho. Y es así que cuando comencé esta postrera

agua a escribir, que me parecía imposible saber tratar cosa más

que hablar en griego, que así es ello dificultoso. Con esto, lo dejé y

fui a comulgar. ¡Bendito sea el Señor que así favorece a los

ignorantes! ¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes!: aclaró

Dios mi entendimiento, unas veces con palabras y otras

poniéndome delante cómo lo había de decir, que, como hizo en la

oración pasada, Su Majestad parece quiere decir lo que yo no

puedo ni sé.

Esto que digo es entera verdad, y así lo que fuere bueno es suya la

doctrina; lo malo, está claro es del piélago de los males, que soy yo.

Y así, digo que si hubiere personas que hayan llegado a las cosas

de oración que el Señor ha hecho merced a esta miserable -que

debe haber muchas- y quisiesen tratar estas cosas conmigo,

pareciéndoles descaminadas, que ayudara el Señor a su sierva

para que saliera con su verdad adelante.

 

9. Ahora, hablando de esta agua que viene del cielo para con su

abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua, si nunca

dejara, cuando lo hubiera menester, de darlo el Señor, ya se ve qué

descanso tuviera el hortelano. Y a no haber invierno, sino ser

siempre el tiempo templado, nunca faltaran flores y frutas; ya se ve

qué deleite tuviera; mas mientras vivimos es imposible: siempre ha

de haber cuidado de cuando faltare la una agua procurar la otra.

Esta del cielo viene muchas veces cuando más descuidado está el

hortelano. Verdad es que a los principios casi siempre es después

de larga oración mental, que de un grado en otro viene el Señor a

tomar esta avecita y ponerla en el nido para que descanse. Como la

ha visto volar mucho rato, procurando con el entendimiento y

voluntad y con todas sus fuerzas buscar a Dios y contentarle,

quiérela dar el premio aun en esta vida. ¡Y qué gran premio!, que

basta un momento para quedar pagados todos los trabajos que en

ella puede haber.

 

10. Estando así el alma buscando a Dios, siente con un deleite

grandísimo y suave casi desfallecer toda con una manera de

desmayo que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas

corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aun

menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o si

los tiene abiertos, no ve casi nada; ni, si lee, acierta a decir letra, ni

casi atina a conocerla bien; ve que hay letra, mas, como el

entendimiento no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye, mas

no entiende lo que oye. Así que de los sentidos no se aprovecha

nada, si no es para no la acabar de dejar a su placer; y así antes la

dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay

fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la

fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor

poder gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande

y muy conocido.

 

11. Esta oración no hace daño, por larga que sea. Al menos a mí

nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez

esta merced, por mala que estuviese, que sintiese mal, antes

quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran

bien? Es cosa tan conocida las operaciones exteriores, que no se

puede dudar que hubo gran ocasión, pues así quitó las fuerzas con

tanto deleite para dejarlas mayores.

 

12. Verdad es que a los principios pasa en tan breve tiempo -al

menos a mí así me acaecía-, que en estas señales exteriores ni en

la falta de los sentidos no se da tanto a entender cuando pasa con

brevedad. Mas bien se entiende en la sobra de las mercedes que

ha sido grande la claridad del sol que ha estado allí, pues así la ha

derretido. Y nótese esto, que a mi parecer por largo que sea el

espacio de estar el alma en esta suspensión de todas las potencias,

es bien breve: cuando estuviese media hora, es muy mucho; yo

nunca, a mi parecer, estuve tanto. Verdad es que se puede mal

sentir lo que se está, pues no se siente; mas digo que de una vez

es muy poco espacio sin tornar alguna potencia en sí. La voluntad

es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias presto

tornan a importunar. Como la voluntad está queda, tórnalas a

suspender y están otro poco y tornan a vivir.

 

13. En esto se puede pasar algunas horas de oración y se pasan.

Porque, comenzadas las dos potencias a emborrachar y gustar de

aquel vino divino, con facilidad se tornan a perder de sí para estar

muy más ganadas, y acompañan a la voluntad y se gozan todas

tres. Mas este estar perdidas del todo y sin ninguna imaginación en

nada -que a mi entender también se pierde del todo- digo que es

breve espacio; aunque no tan del todo tornan en sí que no pueden

estar algunas horas como desatinadas, tornando de poco en poco a

cogerlas Dios consigo.

 

14. Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma aquí siente.

¡Dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuánto más decir!

Estaba yo pensando cuando quise escribir esto, acabando de

comulgar y de estar en esta misma oración que escribo, qué hacía

el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas palabras:

Deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que

vive, sino Yo. Como no puede comprender lo que entiende, es no

entender entendiendo.

Quien lo hubiere probado entenderá algo de esto, porque no se

puede decir más claro, por ser tan oscuro lo que allí pasa. Sólo

podré decir que se representa estar junto con Dios, y queda una

certidumbre que en ninguna manera se puede dejar de creer. Aquí

faltan todas las potencias y se suspenden de manera que en

ninguna manera -como he dicho- se entiende que obran. Si estaba

pensando en un paso, así se pierde de la memoria como si nunca la

hubiera habido de él. Si lee, en lo que leía no hay acuerdo, ni parar.

Si rezar, tampoco. Así que a esta mariposilla importuna de la

memoria aquí se le queman las alas: ya no puede más bullir. La

voluntad debe estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo

ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende;

al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no

me parece que entiende, porque -como digo- no se entiende. ¡Yo

no acabo de entender esto!

 

15. Acaecióme a mí una ignorancia al principio, que no sabía que

estaba Dios en todas las cosas. Y como me parecía estar tan

presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estaba allí no

podía, por parecerme casi claro había entendido estar allí su misma

presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba sólo por

gracia. Yo no lo podía creer; porque, como digo, parecíame estar

presente, y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden del

glorioso Santo Domingo me quitó de esta duda, que me dijo estar

presente, y cómo se comunicaba con nosotros, que me consoló

harto.

Es de notar y entender que siempre esta agua del cielo, este

grandísimo favor del Señor, deja el alma con grandísimas

ganancias, como ahora diré.

 

CAPÍTULO 19

 

Prosigue en la misma materia. – Comienza a declarar los efectos

que hace en el alma este grado de oración. – Persuade mucho a

que no tornen atrás, aunque después de esta merced tornen a caer,

ni dejen la oración. – Dice los daños que vendrán de no hacer esto.

Es mucho de notar y de gran consolación para los flacos y

pecadores.

 

1. Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura,

de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas

lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo ni saber

cuándo ni cómo las lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel

ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer.

Parece esto algarabía, y pasa así. Acaecídome ha algunas veces

en este término de oración estar tan fuera de mí, que no sabía si

era sueño o si pasaba en verdad la gloria que había sentido; y de

verme llena de agua que sin pena destilaba con tanto ímpetu y

presteza que parece lo echaba de sí aquella nube del cielo, veía

que no había sino sueño. Esto era a los principios, que pasaba con

brevedad.

 

2. Queda el ánima animosa, que si en aquel punto la hiciesen

pedazos por Dios, le sería gran consuelo. Allí son las promesas y

determinaciones heroicas, la viveza de los deseos, el comenzar a

aborrecer el mundo, el ver muy claro su vanidad, esto muy más

aprovechada y altamente que en las oraciones pasadas, y la

humildad más crecida; porque ve claro que para aquella excesiva

merced y grandiosa no hubo diligencia suya, ni fue parte para

traerla ni para tenerla. Vese claro indignísima, porque en pieza

adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida: ve su miseria.

Va tan fuera la vanagloria, que no le parece la podría tener, porque

ya es por vista de ojos lo poco o ninguna cosa que puede, que allí

no hubo casi consentimiento, sino que parece, aunque no quiso, le

cerraron la puerta a todos los sentidos para que más pudiese gozar

del Señor. Quédase sola con El, ¿qué ha de hacer sino amarle? Ni

ve ni oye, si no fuese a fuerza de brazos: poco hay que la

agradecer. Su vida pasada se le representa después y la gran

misericordia de Dios, con gran verdad y sin haber menester andar a

caza el entendimiento, que allí ve guisado lo que ha de comer y

entender. De sí ve que merece el infierno y que le castigan con

gloria. Deshácese en alabanzas de Dios, y yo me querría deshacer

ahora. ¡Bendito seáis, Señor mío, que así hacéis de pecina tan

sucia como yo, agua tan clara que sea para vuestra mesa! ¡Seáis

alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un

gusano tan vil!

 

3. Queda algún tiempo este aprovechamiento en el alma: puede ya,

con entender claro que no es suya la fruta, comenzar a repartir de

ella, y no le hace falta a sí. Comienza a dar muestras de alma que

guarda tesoros del cielo, y a tener deseo de repartirlos con otros, y

suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los

prójimos casi sin entenderlo ni hacer nada de sí; ellos lo entienden,

porque ya las flores tienen tan crecido el olor, que les hace desear

llegarse a ellas. Entienden que tiene virtudes y ven la fruta que es

codiciosa. Querríanle ayudar a comer.

Si esta tierra está muy cavada con trabajos y persecuciones y

murmuraciones y enfermedades -que pocos deben llegar aquí sin

esto- y si está mullida con ir muy desasida de propio interés, el agua

se embebe tanto, que casi nunca se seca; mas si es tierra que aun

se está en la tierra y con tantas espinas como yo al principio estaba,

y aun no quitada de las ocasiones ni tan agradecida como merece

tan gran merced, tórnase la tierra a secar.

Y si el hortelano se descuida y el Señor por sola su bondad no torna

a querer llover, dad por perdida la huerta, que así me acaeció a mí

algunas veces; que, cierto, yo me espanto y, si no hubiera pasado

por mí, no lo pudiera creer.

Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca

desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque

después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que lágrimas todo lo ganan:

un agua trae otra.

 

4. Una de las cosas por que me animé -siendo la que soy- a

obedecer en escribir esto y dar cuenta de mi ruin vida y de las

mercedes que me ha hecho el Señor, con no servirle sino ofenderle,

ha sido ésta. Que cierto, yo quisiera aquí tener gran autoridad para

que se me creyera esto. Al Señor suplico Su Majestad la dé. Digo

que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración,

con decir: «si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio

de ella». Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal;

mas, si no la deja, crea que la sacará a puerto de luz. Hízome en

esto gran batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca

humildad tenerla, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dejé

año y medio -al menos un año, que del medio no me acuerdo bien-

Y no fuera más, ni fue, que meterme yo misma sin haber menester

demonios que me hiciesen ir al infierno. ¡Oh, válgame Dios, qué

ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el demonio para su

propósito en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que alma que

tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las

caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar

después mayor salto en lo que es su servicio: ¡algo le va en ello!

 

5. ¡Oh Jesús mío! ¡Qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída

en un pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar

la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras

grandezas y misericordias y su miseria! Aquí es el deshacerse de

veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos;

aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace

devota de la Reina del Cielo para que os aplaque; aquí invoca los

Santos que cayeron después de haberlos Vos llamado, para que la

ayuden; aquí es el parecer que todo le viene ancho lo que le dais,

porque ve no merece la tierra que pisa; el acudir a los Sacramentos;

la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso;

el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras

llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan.

Espántanse de esto. Y ¿quién, Señor de mi alma, no se ha de

espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida a traición

tan fea y abominable? Que no sé cómo no se me parte el corazón,

cuando esto escribo; porque soy ruin.

6. Con estas lagrimillas que aquí lloro, dadas de Vos -agua de tan

mal pozo en lo que es de mi parte- parece que os hago pago de

tantas traiciones, siempre haciendo males y procurando deshacer

las mercedes que Vos me habéis hecho. Ponedlas Vos, Señor mío,

valor; aclarad agua tan turbia, siquiera porque no dé a alguno

tentación en echar juicios, como me la ha dado a mí, pensando por

qué, Señor, dejáis unas personas muy santas, que siempre os han

servido y trabajado, criadas en religión y siéndolo, y no como yo

que no tenía más del nombre, y ver claro que no las hacéis las

mercedes que a mí. Bien veía yo, Bien mío, que les guardáis Vos el

premio para dársele junto, y que mi flaqueza ha menester esto. Ya

ellos, como fuertes, os sirven sin ello y los tratáis como a gente

esforzada y no interesal.

 

7. Mas con todo, sabéis Vos, mi Señor, que clamaba muchas veces

delante de Vos, disculpando a las personas que me murmuraban,

porque me parecía les sobraba razón. Esto era ya, Señor, después

que me teníais por vuestra bondad para que tanto no os ofendiese,

y yo estaba ya desviándome de todo lo que me parecía os podía

enojar; que en haciendo yo esto, comenzasteis, Señor, a abrir

vuestros tesoros para vuestra sierva. No parece esperabais otra

cosa sino que hubiese voluntad y aparejo en mí para recibirlos,

según con brevedad comenzasteis a no sólo darlos, sino a querer

entendiesen me los dabais.

 

8. Esto entendido, comenzó a tenerse buena opinión de la que

todas aún no tenían bien entendido cuán mala era, aunquemucho

se traslucía. Comenzó la murmuración y persecución de golpe y, a

mi parecer, con mucha causa; y así no tomaba con nadie

enemistad, sino suplicábaos a Vos miraseis la razón que tenían.

Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades no

habiendo llegado entonces con gran parte aun a cumplir toda mi

Regla, ni a las muy buenas y santas monjas que en casa había (ni

creo llegaré, si Dios por su bondad no lo hace todo de su parte),

sino antes lo era yo para quitar lo bueno y poner costumbres que no

lo eran; al menos hacía lo que podía para ponerlas, y en el mal

podía mucho. Así que sin culpa suya me culpaban. No digo eran

sólo monjas, sino otras personas; descubríanme verdades, porque

lo permitíais Vos.

 

9. Una vez rezando las Horas, como yo algunas tenía esta

tentación, llegué al verso que dice: Justus es, Domine, y tus juicios;

comencé a pensar cuán gran verdad era, que en esto no tenía el

demonio fuerza jamás para tentarme de manera que yo dudase

tenéis Vos, mi Señor, todos los bienes, ni en ninguna cosa de la fe,

antes me parecía mientras más sin camino natural iban, más firme

la tenía, y me daba devoción grande: en ser todopoderoso

quedaban conclusas en mí todas las grandezas que hicierais Vos, y

en esto -como digo- jamás tenía duda. Pues pensando cómo con

justicia permitíais a muchas que había -como tengo dicho- muy

vuestras siervas, y que no tenían los regalos y mercedes que me

hacíais a mí, siendo la que era, respondísteisme, Señor: Sírveme tú

a Mí, y no te metas en eso. Fue la primera palabra que entendí

hablarme Vos, y así me espantó mucho.

Porque después declararé esta manera de entender, con otras

cosas, no lo digo aquí, que es salir del propósito, y creo harto he

salido: casi no sé lo que me he dicho. No puede ser menos, mi hijo,

sino que ha vuestra merced de sufrir estos intervalos; porque

cuando veo lo que Dios me ha sufrido y me veo en este estado, no

es mucho pierda el tino de lo que digo y he de decir. Plega al Señor

que siempre sean esos mis desatinos y que no permita ya Su

Majestad tengayo poder para ser contra El un punto, antes en éste

que estoy me consuma.

 

10. Basta ya para ver sus grandes misericordias, no una sino

muchas veces que ha perdonado tanta ingratitud. A San Pedro una

vez que lo fue, a mí muchas; que con razón me tentaba el demonio

no pretendiese amistad estrecha con quien trataba enemistad tan

pública. ¡Qué ceguedad tan grande la mía! ¿Adónde pensaba,

Señor mío, hallar remedio sino en Vos? ¡Qué disparate huir de la

luz para andar siempre tropezando! ¡Qué humildad tan soberbia

inventaba en mí el demonio: apartarme de estar arrimada a la

columna y báculo que me ha de sustentar para no dar tan gran

caída! Ahora me santiguo y no me parece que he pasado peligro

tan peligroso como esta invención que el demonio me enseñaba por

vía de humildad. Poníame en el pensamiento que cómo cosa tan

ruin y habiendo recibido tantas mercedes, había de llegarme a la

oración; que me bastaba rezar lo que debía, como todas; mas que

aun pues esto no hacía bien, cómo quería hacer más; que era poco

acatamiento y tener en poco las mercedes de Dios.

Bien era pensar y entender esto; mas ponerlo por obra fue el

grandísimo mal. Bendito seáis Vos, Señor, que así me remediasteis.

 

11. Principio de la tentación que hacía a Judas me parece ésta, sino

que no osaba el traidor tan al descubierto; mas él viniera de poco

en poco a dar conmigo adonde dio con él. Miren esto, por amor de

Dios, todos los que tratan oración. Sepan que el tiempo que estuve

sin ella era mucho más perdida mi vida; mírese qué buen remedio

me daba el demonio y qué donosa humildad; un desasosiego en mí

grande. Mas ¿cómo había de sosegar mi alma? Apartábase la

cuitada de su sosiego; tenía presentes las mercedes y favores; veía

los contentos de acá ser asco. Cómo pudo pasar, me espanto. Era

con esperanza que nunca yo pensaba (a lo que ahora me acuerdo,

porque debe haber esto más de veinte y un años), dejaba de estar

determinada de tornar a la oración; mas esperaba a estar muy

limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta

esperanza! Hasta el día del juicio me la libraba el demonio, para de

allí llevarme al infierno.

 

12. Pues teniendo oración y lección -que era ver verdades y el ruin

camino que llevaba- e importunando al Señor con lágrimas muchas

veces, era tan ruin que no me podía valer, apartada de esto, puesta

en pasatiempos con muchas ocasiones y pocas ayudas -y osaré

decir ninguna sino para ayudarme a caer-, ¿qué esperaba sino lo

dicho?

Creo tiene mucho delante de Dios un fraile de Santo Domingo, gran

letrado, que él me despertó de este sueño; él me hizo, como creo

he dicho, comulgar de quince a quince días; y del mal, no tanto.

Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al

Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco,

cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir

adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el

camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien El es!

 

13. Queda de aquí entendido -y nótese mucho, por amor del Señor-

que aunque un alma llegue a hacerla Dios tan grandes mercedes

en la oración, que no se fíe de sí, pues puede caer, ni se ponga en

ocasiones en ninguna manera. Mírese mucho, que va mucho; que

el engaño que aquí puede hacer el demonio después, aunque la

merced sea cierto de Dios, es aprovecharse el traidor de la misma

merced en lo que puede, y a personas no crecidas en las virtudes,

ni mortificadas, ni desasidas; porque aquí no quedan fortalecidas

tanto que baste, como adelante diré, para ponerse en las ocasiones

y peligros, por grandes deseos y determinaciones que tengan… Es

excelente doctrina ésta, y no mía, sino enseñada de Dios; y así

querría que personas ignorantes, como yo, la supiesen. Porque

aunque esté un alma en este estado, no ha de fiar de sí para salir a

combatir, porque hará harto en defenderse. Aquí son menester

armas para defenderse de los demonios, y aún no tienen fuerzas

para pelear contra ellos y traerlos debajo de los pies, como hacen

los que están en el estado que diré después.

 

14. Este es el engaño con que coge el demonio: que, como se ve

un alma tan llegada a Dios y ve la diferencia que hay del bien del

cielo al de la tierra y el amor que la muestra el Señor, de este amor

nace confianza y seguridad de no caer de lo que goza; parécele

que ve claro el premio, que no es posible ya en cosa que aun para

la vida es tan deleitosa y suave, dejarla por cosa tan baja y sucia

como es el deleite; y con esta confianza quítale el demonio la poca

que ha de tener de sí; y, como digo, pónese en los peligros y

comienza con buen celo a dar de la fruta sin tasa, creyendo que ya

no hay que temer de sí. Y esto no va con soberbia, que bien

entiende el alma que no puede de sí nada, sino de mucha confianza

de Dios sin discreción, porque no mira que aún tiene pelo malo.

Puede salir del nido, y sácala Dios; mas aún no están para volar;

porque las virtudes aún no están fuertes, ni tiene experiencia para

conocer los peligros, ni sabe el daño que hace en confiar de sí.

 

15. Esto fue lo que a mí me destruyó. Y para esto y para todo hay

gran necesidad de maestros y trato con personas espirituales. Bien

creo que alma que llega Dios a este estado, si muy del todo no deja

a Su Majestad, que no la dejará de favorecer ni la dejará perder.

Mas cuando, como he dicho, cayere, mire, mire por amor del Señor

no la engañe en que deje la oración, como hacía a mí con humildad

falsa, como ya lo he dicho y muchas veces lo querría decir.

Fíe de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que

podemos hacer, y no se acuerda de nuestra ingratitud, cuando

nosotros, conociéndonos, queremos tornar a su amistad, ni de las

mercedes que nos ha hecho para castigarnos por ellas; antes

ayudan a perdonarnos más presto, como a gente que ya era de su

casa y ha comido, como dicen, de su pan.

Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que

primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de

perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus

misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir.

Sea bendito para siempre, amén, y alábenle todas las cosas.

 

 

 

CAPÍTULO 20

 

En que trata la diferencia que hay de unión a arrobamiento.

Declara qué cosa es arrobamiento, y dice algo del bien que tiene el

alma que el Señor por su bondad llega a él. – Dice los efectos que

hace. – Es de mucha admiración.

 

1. Querría saber declarar con el favor de Dios la diferencia que hay

de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman de

espíritu o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos

diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis.

Es grande la ventaja que hace a la unión. Los efectos muy mayores

hace y otras hartas operaciones, porque la unión parece principio y

medio y fin, y lo es en lo interior; mas así como estotros fines son en

más alto grado, hace los efectos interior y exteriormente. Declárelo

el Señor, como ha hecho lo demás, que, cierto, si Su Majestad no

me hubiera dado a entender por qué modos y maneras se puede

algo decir, yo no supiera.

 

2. Consideremos ahora que esta agua postrera, que hemos dicho,

es tan copiosa que, si no es por no lo consentir la tierra, podemos

creer que se está con nosotros esta nube de la gran Majestad acá

en esta tierra. Mas cuando este gran bien le agradecemos,

acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el

alma, digamos ahora, a manera que las nubes cogen los vapores

de la tierra, y levántala toda de ella (helo oído así esto de que

cogen las nubes los vapores, o el sol), y sube la nube al cielo y

llévala consigo, y comiénzala a mostrar cosas del reino que le tiene

aparejado. No sé si la comparación cuadra, mas en hecho de

verdad ello pasa así.

 

3. En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y

así se siente muy sentido faltar de él el calor natural; vase

enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay

ningún remedio de resistir, que en la unión, como estamos en

nuestra tierra, remedio hay: aunque con pena y fuerza, resistir se

puede casi siempre. Acá, las más veces, ningún remedio hay, sino

que muchas, sin prevenir el pensamiento ni ayuda ninguna, viene

un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta

nube o esta águila caudalosa y cogeros con sus alas.

 

4. Y digo que se entiende y veisos llevar, y no sabéis dónde.

Porque, aunque es con deleite, la flaqueza de nuestro natural hace

temer a los principios, y es menester ánima determinada y animosa

-mucho más que para lo que queda dicho- para arriscarlo todo,

venga lo que viniere, y dejarse en las manos de Dios e ir adonde

nos llevaren, de grado, pues os llevan aunque os pese. Y en tanto

extremo, que muy muchas veces querría yo resistir, y pongo todas

mis fuerzas, en especial algunas que es en público y otras hartas

en secreto, temiendo ser engañada. Algunas podía algo, con gran

quebrantamiento: como quien pelea con un jayán fuerte, quedaba

después cansada; otras era imposible, sino que me llevaba el alma

y aun casi ordinario la cabeza tras ella, sin poderla tener, y algunas

toda el cuerpo, hasta levantarle.

 

5. Esto ha sido pocas, porque como una vez fuese adonde

estábamos juntas en el coro y yendo a comulgar, estando de

rodillas, dábame grandísima pena, porque me parecía cosa muy

extraordinaria y que había de haber luego mucha nota; y así mandé

a las monjas (porque es ahora después que tengo oficio de Priora),

no lo dijesen. Mas otras veces, como comenzaba a ver que iba a

hacer el Señor lo mismo (y una estando personas principales de

señoras, que era la fiesta de la vocación, en un sermón), tendíame

en el suelo y allegábanse a tenerme el cuerpo, y todavía se echaba

de ver. Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más

mercedes que tuviesen muestras exteriores; porque yo estaba

cansada ya de andar en tanta cuenta y que aquella merced podía

Su Majestad hacérmela sin que se entendiese. Parece ha sido por

su bondad servido de oírme, que nunca más hasta ahora lo he

tenido; verdad es que ha poco.

 

6. Es así que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo

de los pies me levantaban fuerzas tan grandes que no sé cómo lo

comparar, que era con mucho más ímpetu que estotras cosas de

espíritu, y así quedaba hecha pedazos; porque es una pelea grande

y, en fin, aprovecha poco cuando el Señor quiere, que no hay poder

contra su poder. Otras veces es servido de contentarse con que

veamos nos quiere hacer la merced y que no queda por Su

Majestad, y resistiéndose por humildad, deja los mismos efectos

que si del todo se consintiese.

 

7. A los que esto hace son grandes: lo uno, muéstrase el gran

poder del Señor y cómo no somos parte, cuando Su Majestad

quiere, de detener tan poco el cuerpo como el alma, ni somos

señores de ello; sino que, mal que nos pese, vemos que hay

superior y que estas mercedes son dadas de El y que nosotros no

podemos en nada nada, e imprímese mucha humildad. Y aun yo

confieso que gran temor me hizo; al principio, grandísimo; porque

verse así levantar un cuerpo de la tierra, que aunque el espíritu le

lleva tras sí y es con suavidad grande si no se resiste, no se pierde

el sentido; al menos yo estaba de manera en mí, que podía

entender era llevada. Muéstrase una majestad de quien puede

hacer aquello, que espeluza los cabellos, y queda un gran temor de

ofender a tan gran Dios; éste, envuelto en grandísimo amor que se

cobra de nuevo a quien vemos le tiene tan grande a un gusano tan

podrido, que no parece se contenta con llevar tan de veras el alma

a Sí, sino que quiere el cuerpo, aun siendo tan mortal y de tierra tan

sucia como por tantas ofensas se ha hecho.

 

8. También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir

cómo es. Paréceme que puedo decir es diferente en alguna

manera, -digo, más que estotras cosas de sólo espíritu-; porque ya

que estén cuanto al espíritu con todo desasimiento de las cosas,

aquí parece quiere el Señor el mismo cuerpo lo ponga por obra, y

hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es

muy penosa la vida.

 

9. Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni

venida se puede quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran

pena y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar,

que estas cosas son ahora muy a la postre, después de todas las

visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo que solía tener

oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos,

ahora, ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más

ordinario es esta pena que ahora diré.

Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque,

aunque adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban

cuando me quiso el Señor dar los arrobamientos, no tiene más que

ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual,

y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella pena parece,

aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos

parece participan de ella, y no es con el extremo del desamparo

que en ésta.

Para la cual -como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a

deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este

deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a

fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado, y pónela Dios tan

desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje,

ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la

querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen y ella se

quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que

su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad.

Y con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces

comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede

pensar; y así no se sabe decir, ni creo lo creerá ni entenderá sino

quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para

consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar

ausente de bien que en sí tiene todos los bienes.

 

10. Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad

en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque

el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me

parece se puede entonces decir (y por ventura lo dijo el real Profeta

estando en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el

Señor a sentir en más excesiva manera): Vigilavi, et factus sum

sicut passer solitarius in tecto; y así, se me representa este verso

entonces que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que

han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto

más tales.

Así parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí

misma y de todo lo criado; porque aun encima de lo muy superior

del alma me parece que está.

 

11. Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo

y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios? Es de mirar que el

romance de estos versos yo no sabía bien el que era, y después

que lo entendía me consolaba de ver que me los había traído el

Señor a la memoria sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo que

dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea

esto así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni

del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni

está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra,

padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le

viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan

admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más

tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer,

la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin

él.

Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan

gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello

es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede

representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más

sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí.

Bien entiende que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa

particular de El, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere.

Digo «no sabe», porque no representa nada la imaginación; ni, a mi

parecer, mucho tiempo de lo que está así no obran las potencias.

Como en la unión y arrobamiento el gozo, aquí la pena las

suspende.

 

12. ¡Oh Jesús! ¡Quién pudiera dar a entender bien a vuestra

merced esto, aun para que me dijera lo que es, porque es en lo que

ahora anda siempre mi alma!

Lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas

ansias de muerte, y teme, cuando ve que comienzan, porque no se

ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiese de vivir

querría en este padecer; aunque es tan excesivo, que el sujeto le

puede mal llevar, y así algunas veces se me quitan todos los pulsos

casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las

hermanas que ya más lo entienden, y las canillas muy abiertas, y

las manos tan yertas que yo no las puedo algunas veces juntar; y

así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que

parece me han descoyuntado.

 

13. Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va

adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida, que, a mi

parecer, bastante es tan gran pena para ello, sino que no lo

merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces. Ni me acuerdo de

purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde

merecía el infierno. Todo se me olvida con aquella ansia de ver a

Dios; y aquel desierto y soledad le parece mejor que toda la

compañía del mundo.

Si algo la podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado

por este tormento; y ver que, aunque se queje de él, nadie le parece

la ha de creer, [14] también la atormenta; que esta pena es tan

crecida que no querría soledad como otras, ni compañía sino con

quien se pueda quejar. Es como uno que tiene la soga a la garganta

y se está ahogando, que procura tomar huelgo. Así me parece que

este deseo de compañía es de nuestra flaqueza; que como nos

pone la pena en peligro de muerte (que esto sí, cierto, hace; yo me

he visto en este peligro algunas veces con grandes enfermedades y

ocasiones, como he dicho, y creo podría decir es éste tan grande

como todos), así el deseo que el cuerpo y alma tienen de no se

apartar es el que pide socorro para tomar huelgo y, con decirlo y

quejarse y divertirse, buscar remedio para vivir muy contra voluntad

del espíritu o de lo superior del alma, que no querría salir de esta

pena.

 

15. No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir, mas, a todo mi

parecer, pasa así. Mire vuestra merced qué descanso puede tener

en esta vida, pues el que había -que era la oración y soledad,

porque allí me consolaba el Señor- es ya lo más ordinario este

tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio, que

ya le quiere más que todos los regalos que solía tener. Parécele

más seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy

de valor, a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena,

y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da

este padecer.

No sé yo cómo puede ser esto, mas así pasa, que, a mi parecer, no

trocaría esta merced que el Señor me hace (que bien de su mano -y

como he dicho- nonada adquirida de mí, porque es muy muy

sobrenatural) por todas las que después diré; no digo juntas, sino

tomada cada una por sí. Y no se deje de tener acuerdo que es

después de todo lo que va escrito en este libro y en lo que ahora

me tiene el Señor.

Digo que estos ímpetus es después de las mercedes que aquí van,

que me ha hecho el Señor.

 

16. Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en

cada merced que me hace el Señor, hasta que con ir adelante Su

Majestad asegura), me dijo que no temiese y que tuviese en más

esta merced que todas las que me había hecho; que en esta pena

se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el crisol,

para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se

purgaba allí lo que había de estar en purgatorio.

Bien entendía yo era gran merced, mas quedé con mucha más

seguridad, y mi confesor me dice que es bueno. Y aunque yo temí,

por ser yo tan ruin, nunca podía creer que era malo; antes, el muy

sobrado bien me hacía temer, acordándome cuán mal lo tengo

merecido. Bendito sea el Señor que tan bueno es. Amén.

 

17. Parece que he salido de propósito, porque comencé a decir de

arrobamientos y esto que he dicho aun es más que arrobamiento, y

así deja los efectos que he dicho.

18. Ahora tornemos a arrobamiento, de lo que en ellos es más

ordinario.

Digo que muchas veces me parecía me dejaba el cuerpo tan ligero,

que toda la pesadumbre de él me quitaba, y algunas era tanto, que

casi no entendía poner los pies en el suelo. Pues cuando está en el

arrobamiento, el cuerpo queda como muerto, sin poder nada de sí

muchas veces, y como le toma se queda: si en pie, si sentado, si las

manos abiertas, si cerradas. Porque aunque pocas veces se pierde

el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas y

poco rato. Mas lo ordinario es que se turba y aunque no puede

hacer nada de sí cuanto a lo exterior, no deja de entender y oír

como cosa de lejos.

No digo que entiende y oye cuando está en lo subido de él (digo

subido, en los tiempos que se pierden las potencias, porque están

muy unidas con Dios), que entonces no ve ni oye ni siente, a mi

parecer; mas, como dije en la oración de unión pasada, este

transformamiento del alma del todo en Dios dura poco; mas eso

que dura, ninguna potencia se siente, ni sabe lo que pasa allí.

No debe ser para que se entienda mientras vivimos en la tierra, al

menos no lo quiere Dios, que no debemos ser capaces para ello.

Yo esto he visto por mí.

 

19. Diráme vuestra merced que cómo dura alguna vez tantas horas

el arrobamiento, y muchas veces. Lo que pasa por mí es que -como

dije en la oración pasada- gózase con intervalos. Muchas veces se

engolfa el alma o la engolfa el Señor en sí, por mejor decir, y

teniéndola así un poco, quédase con sola la voluntad. Paréceme es

este bullicio de estotras dos potencias como el que tiene una

lengüecilla de estos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el

sol de justicia quiere, hácelas detener.

Esto digo que es poco rato. Mas como fue grande el ímpetu, y

levantamiento de espíritu, y aunque éstas tornen a bullirse, queda

engolfada la voluntad, hace, como señora del todo, aquella

operación en el cuerpo; porque, ya que las otras dos potencias

bullidoras la quieren estorbar, de los enemigos los menos: no la

estorben también los sentidos; y así hace que estén suspendidos,

porque lo quiere así el Señor. Y por la mayor parte están cerrados

los ojos, aunque no queramos cerrarlos; y si abiertos alguna vez,

como ya dije, no atina ni advierte lo que ve.

 

20. Aquí es mucho menos lo que puede hacer de sí, para que

cuando se tornaren las potencias a juntar no haya tanto que hacer.

Por eso, a quien el Señor diere esto, no se desconsuele cuando se

vea así atado el cuerpo muchas horas, y a veces el entendimiento y

memoria divertidos. Verdad es que lo ordinario es estar embebidas

en alabanzas de Dios o en querer comprender y entender lo que ha

pasado por ellas; y aun para esto no están bien despiertas, sino

como una persona que ha mucho dormido y soñado, y aún no

acaba de despertar.

 

21. Declárome tanto en esto, porque sé que hay ahora, aun en este

lugar, personas a quien el Señor hace estas mercedes, y si los que

las gobiernan no han pasado por esto, por ventura les parecerá que

han de estar como muertas en arrobamiento, en especial si no son

letrados, y lastima lo que se padece con los confesores que no lo

entienden, como yo diré después. Quizá yo no sé lo que digo.

Vuestra merced lo entenderá, si atino en algo, pues el Señor le ha

ya dado experiencia de ello, aunque como no es de mucho tiempo,

quizá no habrá mirádolo tanto como yo.

Así que, aunque mucho lo procuro, por buenos ratos no hay fuerza

en el cuerpo para poderse menear; todas las llevó el alma consigo.

Muchas veces queda sano -que estaba bien enfermo y lleno de

grandes dolores- y con más habilidad, porque es cosa grande lo

que allí se da, y quiere el Señor algunas veces -como digo- lo goce

el cuerpo, pues ya obedece a lo que quiere el alma. Después que

torna en sí, si ha sido grande el arrobamiento, acaece andar un día

o dos y aun tres tan absortas las potencias, o como embobecida,

que no parece anda en sí.

 

22. Aquí es la pena de haber de tornar a vivir. Aquí le nacieron las

alas para bien volar. Ya se le ha caído el pelo malo. Aquí se levanta

ya del todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa sino que

este alcaide de esta fortaleza se sube o le suben a la torre más alta

a levantar la bandera por Dios. Mira a los de abajo como quien está

en salvo. Ya no teme los peligros, antes los desea, como quien por

cierta manera se le da allí seguridad de la victoria. Vese aquí muy

claro en lo poco que todo lo de acá se ha de estimar y lo nonada

que es. Quien está de lo alto, alcanza muchas cosas. Ya no quiere

querer, ni tener libre albedrío no querría, y así lo suplica al Señor.

Dale las llaves de su voluntad.

Hele aquí el hortelano hecho alcaide. No quiere hacer cosa, sino la

voluntad del Señor, ni serlo él de sí ni de nada ni de un pero de esta

huerta, sino que, si algo bueno hay en ella, lo reparta Su Majestad;

que de aquí adelante no quiere cosa propia, sino que haga de todo

conforme a su gloria y a su voluntad.

 

23. Y en hecho de verdad pasa así todo esto, si los arrobamientos

son verdaderos, que queda el alma con los efectos y

aprovechamiento que queda dicho. Y si no son estos, dudaría yo

mucho serlos de parte de Dios, antes temería no sean los

rabiamientos que dice San Vicente. Esto entiendo yo y he visto por

experiencia: quedar aquí el alma señora de todo y con libertad en

una hora y menos, que ella no se puede conocer. Bien ve que no es

suyo, ni sabe cómo se le dio tanto bien, mas entiende claro el

grandísimo provecho que cada rapto de estos trae.

No hay quien lo crea si no ha pasado por ello; y así no creen a la

pobre alma, como la han visto ruin y tan presto la ven pretender

cosas tan animosas; porque luego da en no se contentar con servir

en poco al Señor, sino en lo más que ella puede. Piensan es

tentación y disparate. Si entendiesen no nace de ella sino del Señor

a quien ya ha dado las llaves de su voluntad, no se espantarían.

 

24. Tengo para mí que un alma que allega a este estado, que ya

ella no habla ni hace cosa por sí, sino que de todo lo que ha de

hacer tiene cuidado este soberano Rey. ¡Oh, válgame Dios, qué

claro se ve aquí la declaración del verso, y cómo se entiende tenía

razón y la tendrán todos de pedir alas de paloma! Entiéndese claro

es vuelo el que da el espíritu para levantarse de todo lo criado, y de

sí mismo el primero; mas es vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo

sin ruido.

 

25. ¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire

todo sin estar enredada en ello! ¡Qué corrida está del tiempo que lo

estuvo! ¡Qué espantada de su ceguedad! ¡Qué lastimada de los que

están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya

regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados

están, y aun así lo hace algunas veces, y lluévenle en la cabeza mil

persecuciones. Tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a

de quien había de aprender, en especial si es mujer. Aquí es el

condenar -y con razón-, porque no saben el ímpetu que la mueve,

que a veces no se puede valer, ni puede sufrir no desengañar a los

que quiere bien y desea ver sueltos de esta cárcel de esta vida, que

no es menos ni le parece menos en la que ella ha estado.

 

26. Fatígase del tiempo en que miró puntos de honra y en el

engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama

honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella;

entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera,

teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en

nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no

contenta a Dios.

 

27. Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia

de ellos, aunque en ésta nunca creo -y es así verdad- confesé

culpa; harta culpa era tenerlos en algo. Si con ellos se pudiera

comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; mas ve

que este bien se gana con dejarlo todo. ¿Qué es esto que se

compra con estos dineros que deseamos? ¿Es cosa de precio? ¿Es

cosa durable? ¿O para qué los queremos? Negro descanso se

procura, que tan caro cuesta. Muchas veces se procura con ellos el

infierno y se compra fuego perdurable y pena sin fin. ¡Oh, si todos

diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría

el mundo, qué sin tráfagos! ¡Con qué amistad se tratarían todos si

faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí se remediaría

todo.

 

28. Ve de los deleites tan gran ceguedad, y cómo con ellos compra

trabajo, aun para esta vida, y desasosiego. ¡Qué inquietud! ¡Qué

poco contento! ¡Qué trabajar en vano!

Aquí no sólo las telarañas ve de su alma y las faltas grandes, sino

un polvito que haya, por pequeño que sea, porque el sol está muy

claro; y así, por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de

veras la coge este Sol, toda se ve muy turbia. Es como el agua que

está en un vaso, que si no le da el sol está muy claro; si da en él,

vese que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta

comparación. Antes de estar el alma en este éxtasis, parécele que

trae cuidado de no ofender a Dios y que conforme a sus fuerzas

hace lo que puede; mas llegada aquí, que le da este sol de justicia

que la hace abrir los ojos, ve tanta motas, que los querría tornar a

cerrar; porque aún no es tan hija de esta águila caudalosa, que

pueda mirar este sol de en hito en hito; mas, por poco que los tenga

abiertos, vese toda turbia. Acuérdase del verso que dice; ¿Quién

será justo delante de Ti?.

 

29. Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad. Como se

mira a sí, el barro la tapa los ojos: ciega está esta palomita. Así

acaece muy muchas veces quedarse así ciega del todo, absorta,

espantada, desvanecida de tantas grandezas como ve.

Aquí se gana la verdadera humildad, para no se le dar nada de

decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto

la fruta y no ella, y así no se le pega nada a las manos. Todo el bien

que tiene va guiado a Dios. Si algo dice de sí, es para su gloria.

Sabe que no tiene nada él allí y, aunque quiera, no puede ignorarlo,

porque lo ve por vista de ojos, que, mal que le pese, se los hace

cerrar a las cosas del mundo, y que los tenga abiertos para

entender verdades.