LIBRO DE LA VIDA
PRÓLOGO
JHS
1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia
para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor
me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad
dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo.
Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y por
esto pido, por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este
discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado
santo de los que se tornaron a Dios con quien me consolar. Porque
considero que, después que el Señor los llamaba, no le tornaban a
ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor, sino que parece traía
estudio a resistir las mercedes que Su Majestad me hacía, como
quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no podía pagar
lo menos de lo que debía.
2. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien con todo
mi corazón suplico me dé gracia para que con toda claridad y
verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan (y
aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he
atrevido) y que sea para gloria y alabanza suya y para quede aquí
adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza para que
pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siemprealaben
todas las cosas, amén.
CAPÍTULO 1
En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su
niñez a cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los
padres.
1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo
no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.
Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de
romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi
madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de
nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de
edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis
padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad
con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo
acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y
estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como
a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de
piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar.
Muy honesto en gran manera.
2. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con
grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta
hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía
caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era
como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto
entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo
que vivió. Murió muy cristianamente.
3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a
sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo,
aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a
ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima
cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me
había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a
Dios. Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer
vidas de Santos, que era el que yo más quería, aunque a todos
tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios
las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar
de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo
entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes
bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano
a tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra
de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos
descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan
tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos
parecía el mayor embarazo.
Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre,
en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto
y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre,
siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me
quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.
5. De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios,
ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa
procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas
pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en
nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo
me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad
para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario,
de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba
mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como
que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no
tanto como las cosas que he dicho.
7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de
doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que
había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y
supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que,
aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque
conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he
encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí.
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado
entera en los buenos deseos que comencé.
8. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve,
plega a Vuestra Majestad sea así; y de hacerme tantasmercedes
como me habéis hecho, ¿no tuvierais por bien -no por mi ganancia,
sino por vuestro acatamiento- que no se ensuciara tanto posada
adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor, aun decir
esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os
quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera
toda vuestra.
Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no
veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.
Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias
de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran
muchas, cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me
comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré.
CAPÍTULO 2
Trata cómo fue perdiendo estas virtudes y lo que importa en la
niñez tratar con personas virtuosas.
1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora
diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no
procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas
maneras; porque, con serlo tanto mi madre como he dicho, de lo
bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo
malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías y no
tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque
no perdía su labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos, y por
ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y
ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. De
esto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que
no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y
aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los
deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no era malo,
con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano
ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que
en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo, no me parece
tenía contento.
2. Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con
mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades
que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No
tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a
Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada y
cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años.
Ahora veo cuán malo debía ser.
Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no
tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a
Dios que lo fuera de éstos también. Porque ahora veo el peligro que
es tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con
personas que no conocen la vanidad del mundo, sino que antes
despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores
que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor, y en
todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía
sucesos de sus aficiones y niñerías nonada buenas; y lo que peor
fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal.
3. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad
tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque
aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que
a lo mejor.
Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad
que yo, de cuya honestidad y bondad -que tenía mucha- de ésta no
tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta que trataba
mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había
mucho procurado desviar que tratase en casa; parece adivinaba el
mal que por ella me había de venir, y era tanta la ocasión que había
para entrar, que no había podido. A ésta que digo, me aficioné a
tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba
a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en
ellas y daba parte de sus conversaciones y vanidades.
Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo
que más (para tener amistad conmigo -digo- y darme parte de sus
cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni
perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra. Este
tuvo fuerza para no la perder del todo, ni me parece por ninguna
cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona
de él que a esto me hiciese rendir. ¡Así tuviera fortaleza en no ir
contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder
en lo que me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba
que la perdía por otras muchas vías!
4. En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran
menester para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme
del todo tenía gran miramiento.
Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad. Reprendíanmela
muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en
casa, no les aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidad
para cualquier cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el
daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello,
no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad debe ser
mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres
para mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó
esta conversación, que de natural y alma virtuoso no me dejó casi
ninguna, y me parece me imprimía sus condiciones ella y otra que
tenía la misma manera de pasatiempos.
5. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía,
y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas
virtuosas, que estuviera entera en la virtud. Porque si en esta edad
tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el
alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, quedóme
sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada.
Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas
bien contra ella y contra Dios.
6. Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y
no debía ser suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia
para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal
hallaba en ellas buen aparejo; que si alguna fuera en aconsejarme
bien, por ventura me aprovechara; mas el interés las cegaba, como
a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal -porque
cosas deshonestas naturalmente las aborrecía-, sino a pasatiempos
de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la
mano el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales
me libró Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi
voluntad que del todo no me perdiese, aunque no pudo ser tan
secreto que no hubiese harta quiebra de mi honra y sospecha en mi
padre.
Porque no me parece había tres meses que andaba en estas
vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este
lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan
ruines en costumbres como yo; y esto con tan gran disimulación,
que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura
que no pareciese novedad: porque, haberse mi hermana casado y
quedar sola sin madre, no era bien.
7. Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha
disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no
quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se
entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad. Porque como yo
temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese
secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve.
¡Oh Dios mío! ¡Qué daño hace en el mundo tener esto en poco y
pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo
por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que
no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos
guardar de descontentaros a Vos.
8. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve
se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí. Porque ya
yo andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios
cuando le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad. Traía un
desasosiego, que en ocho días -y aun creo menos- estaba muy
más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo,
porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento
adondequiera que estuviese, y así era muy querida. Y puesto que
yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de
ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de
gran honestidad y religión y recatamiento.
Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los
de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como no había
lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a
acostumbrar en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que
hace Dios a quien pone en compañía de buenos.
Paréceme andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me
podía tornar a sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis
sufrido! Amén.
9. Una cosa tenía que parece me podía ser alguna disculpa, si no
tuviera tantas culpas; y es que era el trato con quien por vía de
casamiento me parecía podía acabar en bien; e informada de con
quien me confesaba y de otras personas, en muchas cosas me
decían no iba contra Dios.
10. Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por
medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como
ahora diré.
CAPÍTULO 3
En que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a
despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla
alguna luz del engaño que había traído.
1. Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de
esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque
era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé
de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido
a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los
llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el
Señor a los que todo lo dejan por El.
Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que
había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos
de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con
ser monja, que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna
tener lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha
envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera
toda la Pasión, no llorara una lágrima. Esto me causaba pena.
2. Estuve año y medio en este mnnasterio harto mejorada.
Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas
me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había
de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no fuese
Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de
ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas
que después entendí tenían, que me parecían extremos
demasiados; y había algunas de las más mozas que me ayudaban
en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me aprovechara.
También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me
era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella
estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo
bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser
monja me venían algunas veces y luego se quitaban, y no podía
persuadirme a serlo.
3. En este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de mi remedio,
andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me
estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar en
casa de mi padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi
hermana -que residía en una aldea- para verla, que era extremo el
amor que me tenía y, a su querer, no saliera yo de con ella; y su
marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo
regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes
siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.
4. Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de
grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor
disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y
fue fraile y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me
estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de
romance, y su hablar era -lo más ordinario- de Dios y de la vanidad
del mundo. Hacíame le leyese y, aunque no era amiga de ellos,
mostraba que sí. Porque en esto de dar contento a otros he tenido
extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera
virtud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin
discreción.
¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad
disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin
quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por
siempre, amén.
5. Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que
hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y
la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña,
de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa
en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno.
Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era
el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco me determiné a
forzarme para tomarle.
6. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con
esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser
mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el
infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio,
y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi deseo.
Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía
un temor servil que amor. Poníame el demonio que no podría sufrir
los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendía
con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase
algunos por El; que El me ayudaría a llevarlos -debía pensar-, que
esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.
7. Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos,
que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que
me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que
casi era como a tomar el hábito, porque era tan honrosa que me
parece no tornara atrás por ninguna manera, habiéndolo dicho una
vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude
acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que procuré le
hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue que después de
sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza
no tornase atrás, y así no me pareció me convenía esto, y procurélo
por otra vía, como ahora diré.
CAPÍTULO 4
Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar
hábito, y las muchas enfermedades que Su Majestad la comenzó a
dar.
1. En estos días que andaba con estas determinaciones, había
persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile
diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de
irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella
mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en
esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a
cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera;
que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún
caso hacía de él.
Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de
casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me
muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que,
como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y
parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el
Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir
adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por
obra.
2. En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo
favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no
entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan
gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó
hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en
grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión,
y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo
solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre
de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no
podía entender por dónde venía.
Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se me
pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque
ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a
determinarme a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta
comenzarlo quiere -para que más merezcamos- que el alma sienta
aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y
más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su
Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende.
Esto tengo por experiencia, como he dicho, en muchas cosas harto
graves. Y así jamás aconsejaría -si fuera persona que hubiera de
dar parecer- que, cuando una buena inspiración acomete muchas
veces, se deje, por miedo, de poner por obra; que si va
desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que
poderoso es para todo. Sea bendito por siempre, amén.
3. Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las mercedes que me
habíais hecho hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra
piedad y grandeza a estado tan seguro y a casa adonde había
muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar, para ir
creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando
me acuerdo la manera de mi profesión y la gran determinación y
contento con que la hice y el desposorio que hice con Vos. Esto no
lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y
quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento para lo que
después os ofendí.
Paréceme ahora que tenía razón de no querer tan gran dignidad,
pues tan mal había de usar de ella. Mas Vos, Señor mío, quisisteis
ser -casi veinte años que usé mal de esta merced- ser el agraviado,
porque yo fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí
no guardar cosa de lo que os había prometido, aunque entonces no
era esa mi intención. Mas veo tales mis obras después, que no sé
qué intención tenía, para que más se vea quién Vos sois, Esposo
mío, y quién soy yo. Que es verdad, cierto, que muchas veces me
templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da
que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias.
4. ¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que
tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que
me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar
disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si
os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le
pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba
todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora,
Señor, vuestra misericordia.
5. La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la
salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó.
Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un mal de corazón
tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos
males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud, aunque
no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el mal tan
grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del
todo quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para
buscar remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró
llevarme a un lugar adonde había mucha fama de que sanaban allí
otras enfermedades, y así dijeron harían la mía. Fue conmigo esta
amiga que he dicho que tenía en casa, que era antigua. En la casa
que era monja no se prometía clausura.
6. Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo
tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias,
que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las
pudo sufrir mi sujeto, como diré.
Había de comenzarse la cura en el principio del verano, y yo fui en
el principio del invierno. Todo este tiempo estuve en casa de la
hermana que he dicho que estaba en la aldea, esperando el mes de
abril, porque estaba cerca, y no andar yendo y viniendo.
7. Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho que estaba en
el camino, un libro: llámase Tercer Abecedario, que trata de
enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año
había leído buenos libros (que no quise más usar de otros, porque
ya entendía el daño que me habían hecho), no sabía cómo
proceder en oración ni cómo recogerme, y así holguéme mucho con
él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Y
como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de
leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y
comenzar aquel camino, teniendo a aquel libro por maestro. Porque
yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese, aunque le
busqué, en veinte años después de esto que digo, que me hizo
harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del todo
perderme; porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que
tuve para ofender a Dios.
Comenzóme Su Majestad a hacer tantas mercedes en los
principios, que al fin de este tiempo que estuve aquí (que era casi
nueve meses en esta soledad, aunque no tan libre de ofender a
Dios como el libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame
casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y
pluguiera a Dios la tuviera siempre; de los veniales hacía poco
caso, y esto fue lo que me destruyó…), comenzó el Señor a
regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme
oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no
entendía qué era lo uno ni lo otro y lo mucho que era de preciar,
que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan
poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; mas quedaba con
unos efectos tan grandes que, con no haber en este tiempo veinte
años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me
acuerdo que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en
cosas lícitas.
Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y
Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si
pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo
más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación;
porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni
de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que
aun para pensar y representar en mí -como lo procuraba traer- la
Humanidad del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no
poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la
contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque si
falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en
cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y
da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los
pensamientos.
8. A personas que tienen esta disposición les conviene más pureza
de conciencia que a las que con el entendimiento pueden obrar.
Porque quien va discurriendo en lo que es el mundo y en lo que
debe a Dios y en lo mucho que sufrió y lo poco que le sirve y lo que
da a quien le ama, saca doctrina para defenderse de los
pensamientos y de las ocasiones y peligros. Pero quien no se
puede aprovechar de esto, tiénele mayor y conviénele ocuparse
mucho en lección, pues de su parte no puede sacar ninguna.
Es tan penosísima esta manera de proceder, que si el maestro que
enseña aprieta en que sin lección, que ayuda mucho para recoger
(a quien de esta manera procede le es necesario, aunque sea poco
lo que lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener);
digo que si sin esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración,
que será imposible durar mucho en ella y le hará daño a la salud si
porfía, porque es muy penosa cosa.
9. Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no hallase quien
me enseñase, porque fuera imposible, -me parece-, perseverar
dieciocho años que pasé este trabajo, y en éstos grandes
sequedades, por no poder, como digo, discurrir. En todos éstos, si
no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener
oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración,
como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era
como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de
los muchos pensamientos, andaba consolada. Porque la sequedad
no era lo ordinario, mas era siempre cuando me faltaba libro, que
era luego desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos; con
esto los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma. Y
muchas veces, en abriendo el libro, no era menester más. Otras leía
poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía.
Parecíame a mí, en este principio que digo, que teniendo yo libros y
cómo tener soledad, que no habría peligro que me sacase de tanto
bien; y creo con el favor de Dios fuera así, si tuviera maestro o
persona que me avisara de huir las ocasiones en los principios y me
hiciera salir de ellas, si entrara, con brevedad. Y si el demonio me
acometiera entonces descubiertamente, parecíame en ninguna
manera tornara gravemente a pecar; mas fue tan sutil y yo tan ruin,
que todas mis determinaciones me aprovecharon poco, aunque
muy mucho los días que serví a Dios, para poder sufrir las terribles
enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su Majestad
me dio.
10. Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de
Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y
misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin
pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e
imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba
mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados
luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite
Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas.
Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí
casi haciéndome fuerza para que la tenga.
11. Quiero tornar a lo que me han mandado. Digo que, si hubiera de
decir por menudo de la manera que el Señor se había conmigo en
estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el mío
para saber encarecer lo que en este caso le debo y mi gran
ingratitud y maldad, pues todo esto olvidé. Sea por siempre bendito,
que tanto me ha sufrido. Amén.
CAPÍTULO 5
Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que
el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, según se
verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar.
1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes
desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo; mas
culpábanme sin tener culpa hartas veces. Yo lo llevaba con harta
pena e imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser
monja todo lo pasaba. Como me veían procurar soledad y me veían
llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y
así lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de religión, mas no a sufrir ninguna
que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era
curiosa en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no
me será disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi
contento, y así la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar
fundado el monasterio en mucha perfección; yo, como ruin, íbame a
lo que veía falta y dejaba lo bueno.
2. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad
y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le
habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía.
Murió presto de ello. Yo veía a todas temer aquel mal. A mí
hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela
así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna
me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes
eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y
espántome, porque aún no tenía -a mi parecer- amor de Dios, como
después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido,
sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y
de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son
eternos.
Tan bien me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años
estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue
menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo
que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme con harto
cuidado de mi regalo mi padre y hermana y aquella monja mi amiga
que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.
Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque Dios
sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la iglesia, que
residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena
calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo
comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras,
aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados,
porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.
He visto por experiencia que es mejor, siendo virtuosos y de santas
costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí sin
preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara. Y buen letrado
nunca me engañó. Estotros tampoco me debían de querer engañar,
sino no sabían más. Yo pensaba que sí y que no era obligada a
más de creerlos, como era cosa ancha lo que me decían y de más
libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo
que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era
gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño que no es
mucho lo diga aquí para aviso de otras de tan gran mal; que para
delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las
cosas de su natural no buenas para que yo me guardara de ellas.
Creo permitió Dios, por mis pecados, ellos se engañasen y me
engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo
que a mí me habían dicho.
Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años, hasta que un
Padre dominico, gran letrado, me desengañó en cosas, y los de la
Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer,
agraviándome tan malos principios, como después diré.
4. Pues comenzándome a confesar con este que digo, él se aficionó
en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar para lo
que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la
afición de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser
buena. Tenía entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa
contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él también me
aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación. Mas mis
tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que
más gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña,
hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía,
comenzó a declararme su perdición. Y no era poca, porque había
casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afición y
trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era
cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le
osaba hablar contra esto.
A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto
tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser
agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que
se extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa
en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos
hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no
quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos
servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos
no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
5. Procuré saber e informarme más de personas de su casa. Supe
más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la
desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de
cobre que le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y
éste nadie había sido poderoso de podérsele quitar.
Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente; mas diré
esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de
mujeres que este trato quieren tener, y crean que, pues pierden la
vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a
tener honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que a
trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afición que el
demonio les pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en
ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal ni,
aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran,
porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal
que hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.
6. Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor. Mi
intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien, por grande
que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy
ordinario de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque más creo le
hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me
vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado éste,
comenzó -como quien despierta de un gran sueño- a irse
acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y
espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a
aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy
devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin,
dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por
haberle dado luz.
A cabo de un año en punto desde el primer día que yo le vi, murió.
Y había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición
grande que me tenía nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser
con más puridad; mas también hubo ocasiones para que, si no se
tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves.
Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal no la
hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver
esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de
mujeres que ven inclinadas a virtud; y aun para lo que acá
pretenden deben de ganar con ellos más por aquí, según después
diré.
Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y
muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por
estos medios se salvase.
7. Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos,
porque la cura fue más recia que pedía mi complexión. A los dos
meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el
rigor del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio,
que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él,
tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque
ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío)
calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me
había dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me
comenzaron a encoger los nervios con dolores tan incomportables,
que día ni noche ningún sosiego podía tener. Una tristeza muy
profunda.
8. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde tornaron a
verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo
este mal, decían estaba hética. De esto se me daba a mí poco. Los
dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los
pies hasta la cabeza; porque de nervios son intolerables, según
decían los médicos, y como todos se encogían, cierto -si yo no lo
hubiera por mi culpa perdido- era recio tormento.
En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía
imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y
tengo por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me
dio, que se veía claro venir de El. Mucho me aprovechó para tenerla
haber leído la historia de Job en los Morales de San Gregorio, que
parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a tener
oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas
mis pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras de Job
en el pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la
mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males? Esto parece me
ponía esfuerzo.
9. Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces
desde abril había sido el tormento, aunque los tres postreros meses
mayor. Di prisa a confesarme, que siempre era muy amiga de
confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme y, por
no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne
demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado
que lo era harto, que no fue ignorancia- me pudiera hacer gran
daño! Diome aquella noche un paraxismo que me duró estar sin
ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el
Sacramento de la Unción y cada hora o momento pensaban
expiraba y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa
entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me
hallé después en los ojos.
10. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado
confesar; clamores y oraciones a Dios, muchas. Bendito sea El que
quiso oírlas, que teniendo día y medio abierta la sepultura en mi
monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las honras en uno
de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el Señor tornase en mí.
Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas; mas a mi
parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber
ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía
de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal,
que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. Porque los
dolores eran incomportables, con que quedé; el sentido poco,
aunque la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí
había ofendido a Dios; que esta merced me hizo Su Majestad, entre
otras, que nunca, después que comencé a comulgar, dejé cosa por
confesar que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le
dejase de confesar. Mas sin duda me parece que lo iba harto mi
salvación si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco
letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas.
11. Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto
llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que
estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía,
que miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que por
amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera
otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado
muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó
moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van.
Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve
más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma. Sea
bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma
que le deje yo más de querer.
One thought on “Vida: Capítulos 1 al 5”
Comments are closed.