LIBRO DE LA VIDA
CAPÍTULO 6
Trata de lo mucho que debió al Señor en darle conformidad con tan
grandes trabajos, y cómo tomó por medianero y abogado al glorioso
San José, y lo mucho que le aprovechó.
1. Quedé de estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el
Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí:
la lengua hecha pedazos de mordida; la garganta, de no haber
pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el
agua no podía pasar; toda me parecía estaba descoyuntada; con
grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo,
porque en esto paró el tormento de aquellos días, sin poderme
menear, ni brazo ni pie ni mano ni cabeza, más que si estuviera
muerta, si no me meneaban; sólo un dedo me parece podía menear
de la mano derecha. Pues llegar a mí no había cómo, porque todo
estaba tan lastimado que no lo podía sufrir. En una sábana, una de
un cabo y otra de otro, me meneaban.
Esto fue hasta Pascua Florida. Sólo tenía que, si no llegaban a mí,
los dolores me cesaban muchas veces y, a cuento de descansar un
poco, me contaba por buena, que traía temor me había de faltar la
paciencia; y así quedé muy contenta de verme sin tan agudos y
continuos dolores, aunque a los recios fríos de cuartanas dobles
con que quedé, recísimas, los tenía incomportables; el hastío muy
grande.
2. Di luego tan gran prisa de irme al monasterio, que me hice llevar
así. A la que esperaban muerta, recibieron con alma; mas el cuerpo
peor que muerto, para dar pena verle. El extremo de flaqueza no se
puede decir, que solos los huesos tenía ya. Digo que estar así me
duró más de ocho meses; el estar tullida, aunque iba mejorando,
casi tres años. Cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios.
Todos los pasé con gran conformidad y, si no fue estos principios,
con gran alegría; porque todo se me hacía nonada comparado con
los dolores y tormentos del principio. Estaba muy conforme con la
voluntad de Dios, aunque me dejase así siempre.
Paréceme era toda mi ansia de sanar por estar a solas en oración
como venía mostrada, porque en la enfermería no había aparejo.
Confesábame muy a menudo. Trataba mucho de Dios, de manera
que edificaba a todas, y se espantaban de la paciencia que el Señor
me daba; porque, a no venir de mano de Su Majestad, parecía
imposible poder sufrir tanto mal con tanto contento.
3. Gran cosa fue haberme hecho la merced en la oración que me
había hecho, que ésta me hacía entender qué cosa era amarle;
porque de aquel poco tiempo vi nuevas en mí esta virtudes, aunque
no fuertes, pues no bastaron a sustentarme en justicia: no tratar mal
de nadie por poco que fuese, sino lo ordinario era excusar toda
murmuración; porque traía muy delante cómo no había de querer ni
decir de otra persona lo que no quería dijesen de mí. Tomaba esto
en harto extremo para las ocasiones que había, aunque no tan
perfectamente que algunas veces, cuando me las daban grandes,
en algo no quebrase; mas lo continuo era esto; y así, a las que
estaban conmigo y me trataban persuadía tanto a esto, que se
quedaron en costumbre. Vínose a entender que adonde yo estaba
tenían seguras las espaldas, y en esto estaban con las que yo tenía
amistad y deudo, y enseñaba; aunque en otras cosas tengo bien
que dar cuenta a Dios del mal ejemplo que les daba.
Plega a Su Majestad me perdone, que de muchos males fui causa,
aunque no con tan dañada intención como después sucedía la
obra.
4. Quedóme deseo de soledad; amiga de tratar y hablar en Dios,
que si yo hallara con quién, más contento y recreación me daba que
toda la policía -o grosería, por mejor decir- de la conversación del
mundo; comulgar y confesar muy más a menudo, y desearlo;
amiguísima de leer buenos libros; un grandísimo arrepentimiento en
habiendo ofendido a Dios, que muchas veces me acuerdo que no
osaba tener oración, porque temía la grandísima pena que había de
sentir de haberle ofendido, como un gran castigo. Esto me fue
creciendo después en tanto extremo, que no sé yo a qué compare
este tormento. Y no era poco ni mucho por temor jamás, sino como
se me acordaba los regalos que el Señor me hacía en la oración y
lo mucho que le debía, y veía cuán mal se lo pagaba, no lo podía
sufrir, y enojábame en extremo de las muchas lágrimas que por la
culpa lloraba, cuando veía mi poca enmienda, que ni bastaban
determinaciones ni fatiga en que me veía para no tornar a caer en
poniéndome en la ocasión. Parecíanme lágrimas engañosas y
parecíame ser después mayor la culpa, porque veía la gran merced
que me hacía el Señor en dármelas y tan gran arrepentimiento.
Procuraba confesarme con brevedad y, a mi parecer, hacía de mi
parte lo que podía para tornar en gracia.
Estaba todo el daño en no quitar de raíz las ocasiones y en los
confesores, que me ayudaban poco; que, a decirme en el peligro
que andaba y que tenía obligación a no traer aquellos tratos, sin
duda creo se remediara; porque en ninguna vía sufriera andar en
pecado mortal sólo un día, si yo lo entendiera.
Todas estas señales de temer a Dios me vinieron con la oración, y
la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante el
castigo. Todo lo que estuve tan mala, me duró mucha guarda de mi
conciencia cuanto a pecados mortales. ¡Oh, válgame Dios, que
deseaba yo la salud para más servirle, y fue causa de todo mi daño!
5. Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad y cuál me habían
parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para
que me sanasen; que todavía deseaba la salud, aunque con mucha
alegría lo llevaba, y pensaba algunas veces que, si estando buena
me había de condenar, que mejor estaba así; mas todavía pensaba
que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro
engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe
mejor lo que nos conviene.
6. Comencé a hacer devociones de misas y cosas muy aprobadas
de oraciones, que nunca fui amiga de otras devociones que hacen
algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias que yo no
podía sufrir y a ellas les hacía devoción; después se ha dado a
entender no convenían, que eran supersticiosas. Y tomé por
abogado y señor al gloriosoSan José y encomendéme mucho a él.
Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra
y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien
que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle
suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta
las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de
cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor
gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo
experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a
entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el
nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace
cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se
encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas
que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.
7. Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía,
más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy
curiosamente y bien, aunque con buen intento. Mas esto tenía
malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era
lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y
curiosidad y vanidad tenía gran maña y diligencia. El Señor me
perdone.
Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo,
por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de
Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga
particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud;
porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se
encomiendan. Paréceme ha algunosaños que cada año en su día le
pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la
petición, él la endereza para más bien mío.
8. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana
me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho
este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más
de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que
quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien
en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios
que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran
bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle
devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de
ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de
los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no
den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no
hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo
por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo
errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle
devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado.
Pues él hizo como quien es en hacer de manera que pudiese
levantarme y andar y no estar tullida; y yo como quien soy, en usar
mal de esta merced.
9. ¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos
regalos de Dios, después de haber comenzado Su Majestad a
darme virtudes, que ellas mismas me despertaban a servirle,
después de haberme visto casi muerta y en tan gran peligro de ir
condenada, después de haberme resucitado alma y cuerpo, que
todos los que me vieron se espantaban de verme viva! ¡Qué es
esto, Señor mío! ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Que
escribiendo esto estoy y me parece que con vuestro favor y por
vuestra misericordia podría decir lo que San Pablo, aunque no con
esa perfección, que no vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís
en mí, según ha algunos años que, a lo que puedo entender, me
tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones y
en alguna manera probado por experiencia en estos años en
muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por
pequeña que sea, aunque debo hacer hartas ofensas a Vuestra
Majestad sin entenderlo. Y también me parece que no se me
ofrecerá cosa por vuestro amor, que con gran determinación me
deje de poner a ella, y en algunas me habéis Vos ayudado para que
salga con ellas, y no quiero mundo ni cosa de él, ni me parece me
da contento cosa que salga de Vos, y lo demás me parece pesada
cruz.
Bien me puedo engañar, y así será que no tengo esto que he dicho;
mas bien veis Vos, mi Señor, que a lo que puedo entender no
miento, y estoy temiendo -y con mucha razón- si me habéis de
tornar a dejar; porque ya sé a lo que llega mi fortaleza y poca virtud
en no me la estando Vos dando siempre y ayudando para que no
os deje; y plega a Vuestra Majestad que aun ahora no esté dejada
de Vos, pareciéndome todo esto de mí.
No sé cómo queremos vivir, pues es todo tan incierto. Parecíame a
mí, Señor mío, ya imposible dejaros tan del todo a Vos; y como
tantas veces os dejé, no puedo dejar de temer, porque, en
apartándoos un poco de mí, daba con todo en el suelo.
Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me
dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con
darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería,
ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo,
como ahora diré.
CAPÍTULO 7
Trata por los términos que fue perdiendo las mercedes que el Señor
le había hecho, y cuán perdida vida comenzó a tener. – Dice los
daños que hay en no ser muy encerrados los monasterios de
monjas.
1. Pues así comencé, de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en
vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes
ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades,
que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad como es
tratar de oración tornarme a llegar a Dios. Y ayudóme a esto que,
como crecieron los pecados, comenzóme a faltar el gusto y regalo
en las cosas de virtud. Veía yo muy claro, Señor mío, que me
faltaba esto a mí por faltaros yo a Vos.
Este fue el más terrible engaño que el demonio me podía hacer
debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener
oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como
los muchos, pues en ser ruin era de los peores, y rezar lo que
estaba obligada y vocalmente, que no tener oración mental y tanto
trato con Dios la que merecía estar con los demonios, y que
engañaba a la gente, porque en lo exterior tenía buenas
apariencias.
Y así no es de culpar a la casa adonde estaba, porque con mi maña
procuraba me tuviesen en buena opinión, aunque no de advertencia
fingiendo cristiandad; porque en esto de hipocresía y vanagloria,
gloria a Dios, jamás me acuerdo haberle ofendido que yo entienda;
que en viniéndome primer movimiento, me daba tanta pena, que el
demonio iba con pérdida y yo quedaba con ganancia, y así en esto
muy poco me ha tentado jamás. Por ventura si Dios permitiera me
tentara en esto tan recio como en otras cosas, también cayera; mas
Su Majestad hasta ahora me ha guardado en esto, sea por siempre
bendito; antes me pesaba mucho de que me tuviesen en buena
opinión, como yo sabía lo secreto de mí.
2. Este no me tener por tan ruin venía que, como me veían tan
moza y en tantas ocasiones y apartarme muchas veces a soledad a
rezar y leer, mucho hablar de Dios, amiga de hacer pintar su
imagen en muchas partes y de tener oratorio y procurar en él cosas
que hiciesen devoción, no decir mal, otras cosas de esta suerte que
tenían apariencia de virtud, y yo que de vana me sabía estimar en
las cosas que en el mundo se suelen tener por estima, con esto me
daban tanta y más libertad que a las muy antiguas y tenían gran
seguridad de mí. Porque tomar yo libertad ni hacer cosas sin
licencia, digo por agujeros o paredes o de noche, nunca me parece
lo pudiera acabar conmigo en monasterio hablar de esta suerte, ni
lo hice, porque me tuvo el Señor de su mano. Parecíame a mí -que
con advertencia y de propósito miraba muchas cosas- que poner la
honra de tantas en aventura, por ser yo ruin, siendo ellas buenas,
que era muy mal hecho; como si fuera bien otras cosas que hacía.
A la verdad, no iba el mal de tanto acuerdo como esto fuera,
aunque era mucho.
3. Por esto me parece a mí me hizo harto daño no estar en
monasterio encerrado; porque la libertad que las que eran buenas
podían tener con bondad (porque no debían más, que no se
prometía clausura), para mí, que soy ruin, hubiérame cierto llevado
al infierno, si con tantos remedios y medios el Señor con muy
particulares mercedes suyas no me hubiera sacado de este peligro.
Y así me parece lo es grandísimo, monasterio de mujeres con
libertad, y que más me parece es paso para caminar al infierno las
que quisieren ser ruines, que remedio para sus flaquezas.
Esto no se tome por el mío, porque hay tantas que sirven muy de
veras y con mucha perfección al Señor, que no puede Su Majestad
dejar, según es bueno, de favorecerlas, y no es de los muy abiertos,
y en él se guarda toda religión, sino de otros que yo sé y he visto.
4. Digo que me hace gran lástima; que ha menester el Señor hacer
particulares llamamientos -y no una vez sino muchas- para que se
salven, según están autorizadas las honras y recreaciones del
mundo, y tan mal entendido a lo que están obligadas, que plega a
Dios no tengan por virtud lo que es pecado, como muchas veces yo
lo hacía. Y hay tan gran dificultad en hacerlo entender, que es
menester el Señor ponga muy de veras en ello su mano.
Si los padres tomasen mi consejo, ya que no quieran mirar a poner
sus hijas adonde vayan camino de salvación sino con más peligro
que en el mundo, que lo miren por lo que toca a su honra; y quieran
más casarlas muy bajamente, que meterlas en monasterios
semejantes, si no son muy bien inclinadas -y plega a Dios
aproveche-, o se las tenga en su casa. Porque, si quiere ser ruin, no
se podrá encubrir sino poco tiempo, y acá muy mucho, y en fin lo
descubre el Señor; y no sólo daña a sí, sino a todas; y a las veces
las pobrecitas no tienen culpa, porque se van por lo que hallan; y es
lástima de muchas que se quieren apartar del mundo y, pensando
que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo,
se hallan en diez mundos juntos, que ni saben cómo se valer ni
remediar; que la mocedad y sensualidad y demonio las convida e
inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo. Ve allí
que lo tienen por bueno, a manera de decir.
Paréceme como los desventurados de los herejes, en parte, que se
quieren cegar y hacer entender que es bueno aquello que siguen, y
que lo creen así sin creerlo, porque dentro de sí tienen quien les
diga que es malo.
5. Oh grandísimo mal, grandísimo mal de religiosos -no digo ahora
más mujeres que hombres- adonde no se guarda religión, adonde
en un monasterio hay dos caminos: de virtud y religión, y falta de
religión, y todos casi se andan por igual; antes mal dije, no por
igual, que por nuestros pecados camínase más el más imperfecto; y
como hay más de él, es más favorecido. Usase tan poco el de la
verdadera religión, que más ha de temer el fraile y la monja que ha
de comenzar de veras a seguir del todo su llamamiento a los
mismos de su casa, que a todos los demonios; y más cautela y
disimulación ha de tener para hablar en la amistad que desea tener
con Dios, que en otras amistades y voluntades que el demonio
ordena en los monasterios. Y no sé de qué nos espantamos haya
tantos males en la Iglesia, pues los que habían de ser los dechados
para que todos sacasen virtudes tienen tan borrada la labor que el
espíritu de los santos pasados dejaron en las religiones.
Plega a la divina Majestad ponga remedio en ello, como ve que es
menester, amén.
6. Pues comenzando yo a tratar estas conversaciones, no me
pareciendo – como veía que se usaban- que había de venir a mi
alma el daño y distraimiento que después entendí era semejantes
tratos, pareciéndome que cosa tan general como es este visitar en
muchos monasterios que no me haría a mí más mal que a las otras
que yo veía eran buenas -y no miraba que eran muy mejores, y que
lo que en mí fue peligro en otras no lo sería tanto, que alguno dudo
yo le deja de haber, aunque no sea sino tiempo malgastado-,
estando con una persona, bien al principio del conocerla, quiso el
Señor darme a entender que no me convenían aquellas amistades,
y avisarme y darme luz en tan gran ceguedad: representóseme
Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que de
aquello le pesaba. Vile con los ojos del alma más claramente que le
pudiera ver con los del cuerpo, y quedóme tan imprimido, que ha
esto más de veinte y seis años y me parece lo tengo presente. Yo
quedé muy espantada y turbada, y no quería ver más a con quien
estaba.
7. Hízome mucho daño no saber yo que era posible ver nada si no
era con los ojos del cuerpo, y el demonio que me ayudó a que lo
creyese así y hacerme entender era imposible y que se me había
antojado y que podía ser el demonio y otras cosas de esta suerte,
puesto que siempre me quedaba un parecerme era Dios y que no
era antojo. Mas, como no era a mi gusto, yo me hacía a mí misma
desmentir; y yo como no lo osé tratar con nadie y tornó después a
haber gran importunación asegurándome que no era mal ver
persona semejante ni perdía honra, antes que la ganaba, torné a la
misma conversación y aun en otros tiempos a otras, porque fue
muchos años los que tomaba esta recreación pestilencial; que no
me parecía a mí -como estaba en ello- tan malo como era, aunque
a veces claro veía no era bueno; mas ninguna no me hizo el
distraimiento que ésta que digo, porque la tuve mucha afición.
8. Estando otra vez con la misma persona, vimos venir hacia
nosotros -y otras personas que estaban allí también lo vieron- una
cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos
suelen andar. De la parte que él vino no puedo yo entender pudiese
haber semejante sabandija en mitad del día ni nunca la habido, y la
operación que hizo en mí me parece no era sin misterio. Y tampoco
esto se me olvidó jamás. ¡Oh grandeza de Dios, y con cuánto
cuidado y piedad me estábais avisando de todas maneras, y qué
poco me aprovechó a mí!
9. Tenía allí una monja que era mi parienta, antigua y gran sierva de
Dios y de mucha religión. Esta también me avisaba algunas veces,
y no sólo no la creía, mas disgustábame con ella y parecíame se
escandalizaba sin tener por qué.
He dicho esto para que se entienda mi maldad y la gran bondad de
Dios y cuán merecido tenía el infierno por tan grande ingratitud; y
también porque si el Señor ordenare y fuere servido en algún
tiempo lea esto alguna monja, escarmienten en mí; y les pido yo por
amor de nuestro Señor huyan de semejantes recreaciones. Plega a
Su Majestad se desengañe alguna por mí de cuantas he engañado
diciéndoles que no era mal y asegurando tan gran peligro con la
ceguedad que yo tenía, que de propósito no las quería yo engañar;
y por el mal ejemplo que las di -como he dicho- fui causa de hartos
males, no pensando hacía tanto mal.
10. Estando yo mala en aquellos primeros días, antes que supiese
valerme a mí, me daba grandísimo deseo de aprovechar a los otros;
tentación muy ordinaria de los que comienzan, aunque a mí me
sucedió bien.
Como quería tanto a mi padre, deseábale con el bien que yo me
parecía tenía con tener oración -que me parecía que en esta vida
no podía ser mayor que tener oración-, y así por rodeos, como
pude, comencé a procurar con él la tuviese. Dile libros para este
propósito. Como era tan virtuoso como he dicho, asentóse tan bien
en él este ejercicio, que en cinco o seis años -me parece sería-
estaba tan adelante, que yo alababa mucho al Señor, y dábame
grandísimo consuelo. Eran grandísimos los trabajos que tuvo de
muchas maneras. Todos los pasaba con grandísima conformidad.
Iba muchas veces a verme, que se consolaba en tratar cosas de
Dios.
11. Ya después que yo andaba tan destraída y sin tener oración,
como veía pensaba que era la que solía, no lo pude sufrir sin
desengañarle; porque estuve un año y más sin tener oración,
pareciéndome más humildad. Y ésta, como después diré, fue la
mayor tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder;
que con la oración un día ofendía a Dios, y tornaba otros a
recogerme y apartarme más de la ocasión.
Como el bendito hombre venía con esto, hacíaseme recio verle tan
engañado en que pensase trataba con Dios como solía, y díjele que
ya yo no tenía oración, aunque no la causa. Púsele mis
enfermedades por inconveniente; que, aunque sané de aquella tan
grave, siempre hasta ahora las he tenido y tengo bien grandes,
aunque de poco acá no con tanta reciedumbre, mas no se quitan,
de muchas maneras. En especial tuve veinte años vómito por las
mañanas, que hasta más de mediodía me acaecía no poder
desayunarme; algunas veces, más tarde. Después acá que
frecuento más a menudo las comuniones, es a la noche, antes que
me acueste, con mucha más pena, que tengo yo de procurarle con
plumas y otras cosas, porque si lo dejo, es mucho el mal que siento.
Y casi nunca estoy, a mi parecer, sin muchos dolores, y algunas
veces bien graves, en especial en el corazón, aunque el mal que
me tomaba muy continuo es muy de tarde en tarde. Perlesía recia y
otras enfermedades de calenturas que solía tener muchas veces,
me hallo buena ocho años ha. De estos males se me da ya tan
poco, que muchas veces me huelgo, pareciéndome en algo se sirve
el Señor.
12. Y mi padre me creyó que era ésta la causa, como él no decía
mentira y ya, conforme a lo que yo trataba con él, no la había yo de
decir. Díjele, porque mejor lo creyese (que bien veía yo que para
esto no había disculpa), que harto hacía en poder servir el coro; y
aunque tampoco era causa bastante para dejar cosa que no son
menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre;
que el Señor da siempre oportunidad, si queremos.
Digo «siempre,» que, aunque con ocasiones y aun enfermedad
algunos ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de
haber otros que hay salud para esto; y en la misma enfermedad y
ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en
ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con
ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor, que no es por
fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo
demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes
se hallan en el tiempo que con trabajos el Señor nos quita el tiempo
de la oración, y así los había yo hallado cuando tenía buena
conciencia.
13. Mas él, con la opinión que tenía de mí y el amor que me tenía,
todo me lo creyó; antes me hubo lástima. Mas como él estaba ya en
tan subido estado, no estaba después tanto conmigo, sino como me
había visto, íbase, que decía era tiempo perdido. Como yo le
gastaba en otras vanidades, dábaseme poco.
No fue sólo a él, sino a otras algunas personas las que procuré
tuviesen oración. Aun andando yo en estas vanidades, como las
veía amigas de rezar, las decía cómo tendrían meditación, y les
aprovechaba, y dábales libros. Porque este deseo de que otros
sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he dicho, le
tenía. Parecíame a mí que, ya que yo no servía al Señor como lo
entendía, que no se perdiese lo que me había dado Su Majestad a
entender, y que le sirviesen otros por mí. Digo esto para que se vea
la gran ceguedad en que estaba, que me dejaba perder a mí y
procuraba ganar a otros.
14. En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que
duró algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el
alma que él en el cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de
manera que -a cuanto entendía- estuviese en pecado mortal en
todo este tiempo más perdido que digo; porque entendiéndolo yo,
en ninguna manera lo estuviera.
Pasé harto trabajo en su enfermedad. Creo le serví algo de los que
él había pasado en las mías. Con estar yo harto mala, me
esforzaba, y con que en faltarme él me faltaba todo el bien y regalo,
porque en un ser me le hacía, tuve tan gran ánimo para no le
mostrar pena y estar hasta que murió como si ninguna cosa sintiera,
pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su vida,
porque le quería mucho.
15. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió y la gana
que tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber
recibido la Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos a
Dios y le pidiésemos misericordia para él y que siempre le
sirviésemos, que mirásemos se acababa todo. Y con lágrimas nos
decía la pena grande que tenía de no haberle él servido, que
quisiera ser un fraile, digo, haber sido de los más estrechos que
hubiera.
Tengo por muy cierto que quince días antes le dio el Señor a
entender no había de vivir; porque antes de éstos, aunque estaba
malo, no lo pensaba; después, con tener mucha mejoría y decirlo
los médicos, ningún caso hacía de ello, sino entendía en ordenar su
alma.
16. Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas que
jamás se le quitaba. Algunas veces le apretaba tanto, que le
congojaba mucho. Díjele yo que, pues era tan devoto de cuando el
Señor llevaba la cruz a cuestas, que pensase Su Majestad le quería
dar a sentir algo de lo que había pasado con aquel dolor. Consolóse
tanto, que me parece nunca más le oí quejar.
Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le tornó el
Señor tan entero, que nos espantábamos, y le tuvo hasta que a la
mitad del Credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un ángel.
Así me parecía a mí lo era él -a manera de decir- en alma y
disposición, que la tenía muy buena.
No sé para qué he dicho esto, si no es para culpar más mi ruin vida
después de haber visto tal muerte y entender tal vida,que por
parecerme en algo a tal padre la había yo de mejorar. Decía su
confesor -que era dominico, muy gran letrado- que no dudaba de
que se iba derecho al cielo, porque había algunos años que le
confesaba, y loaba su limpieza de conciencia.
17. Este padre dominico, que era muy bueno y temeroso de Dios,
me hizo harto provecho; porque me confesé con él, y tomó a hacer
bien a mi alma con cuidado y hacerme entender la perdición que
traía. Hacíame comulgar de quince a quince días. Y poco a poco,
comenzándole a tratar, tratéle de mi oración. Díjome que no la
dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho.
Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y
nunca más la dejé.
Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más
mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al
mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme
atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos
contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y
contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba
gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así
no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de
proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil
vanidades.
Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a
sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no
era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería
para hacerme mayores mercedes.
18. ¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en
estos años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en
ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! Yo
a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor encubrir los
males y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande
en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían en mucho.
Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como
veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían.
Y era que había ya visto el Sabedor de todas las cosas que era
menester así, para que en las que después he hablado de su
servicio me diesen algún crédito, y miraba su soberana largueza, no
los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de
servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra.
19. ¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes
que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más
os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo
arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes!
A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo
por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que
me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigábais mis
delitos.
Y no creo digo desatino, aunque sería bien que estuviese
desatinada tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud y
maldad.
Era tan más penoso para mi condición recibir mercedes, cuando
había caído en graves culpas, que recibir castigos, que una de ellas
me parece, cierto, me deshacía y confundía más y fatigaba, que
muchas enfermedades con otros trabajos hartos, juntas. Porque lo
postrero veía lo merecía y parecíame pagaba algo de mis pecados,
aunque todo era poco, según ellos eran muchos; mas verme recibir
de nuevo mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un género
de tormento para mí terrible, y creo para todos los que tuvieren
algún conocimiento o amor de Dios, y esto por una condición
virtuosa lo podemos acá sacar. Aquí eran mis lágrimas y mi enojo
de ver lo que sentía, viéndome de suerte que estaba en víspera de
tornar a caer, aunque mis determinaciones y deseos entonces -por
aquel rato, digo- estaban firmes.
20. Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí
que si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no
tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios.
Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al
principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de
lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse
unos a otros con sus oraciones, ¡cuánto más que hay muchas más
ganancias! Y no sé yo por qué (pues de conversaciones y
voluntades humanas, aunque no sean muy buenas se procuran
amigos con quien descansar, y para más gozar de contar aquellos
placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras
a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus
placeres y trabajos, que de todo tienen los que tienen oración.
Porque si es de verdad la amistad que quiere tener con Su
Majestad, no haya miedo de vanagloria; y cuando el primer
movimiento le acometa, salga de ello con mérito. Y creo que el que
tratando con esta intención lo tratare, que aprovechará a sí y a los
que le oyeren y saldrá más enseñado; aun sin entender cómo,
enseñará a sus amigos.
21. El que de hablar en esto tuviere vanagloria, también la tendrá
en oír misa con devoción, si le ven, y en hacer otras cosas que, so
pena de no ser cristiano, las ha de hacer y no se han de dejar por
miedo de vanagloria.
Pues es tan importantísimo esto para almas que no están
fortalecidas en virtud -como tienen tantos contrarios, y amigos para
incitar al mal- que no sé cómo lo encarecer. Paréceme que el
demonio ha usado de este ardid como cosa que muy mucho le
importa: que se escondan tanto de que se entienda que de veras
quieren procurar amar y contentar a Dios, como ha incitado se
descubran otras voluntades malhonestas, con ser tan usadas, que
ya parece se toma por gala y se publican las ofensas que en este
caso se hacen a Dios.
22. No sé si digo desatinos. Si lo son, vuestra merced los rompa; y
si no lo son, le suplico ayude a mi simpleza con añadir aquí mucho.
Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es
menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir
adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades y
contentos del mundo. Y para estos hay pocos ojos; y si uno
comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es
menester buscar compañía para defenderse, hasta que ya estén
fuertes en no les pesar de padecer; y si no, veránse en mucho
aprieto.
Paréceme que por esto debían usar algunos santos irse a los
desiertos; y es un género de humildad no fiar de sí, sino creer que
para aquellos con quien conversa le ayudará Dios, y crece la
caridad con ser comunicada, y hay mil bienes que no los osaría
decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto.
Verdad es que yo soy más flaca y ruin que todos los nacidos; mas
creo no perderá quien, humillándose, aunque sea fuerte, no lo crea
de sí, y creyere en esto a quien tiene experiencia. De mí sé decir
que, si el Señor no me descubriera esta verdad y diera medios para
que yo muy ordinario tratara con personas que tienen oración, que
cayendo y levantando iba a dar de ojos en el infierno. Porque para
caer había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme
hallábame tan sola, que ahora me espanto cómo no me estaba
siempre caída, y alabo la misericordia de Dios, que era sólo el que
me daba la mano.
Sea bendito por siempre jamás, amén.
CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que le hizo no se apartar del todo de la oración
para no perder el alma, y cuán excelente remedio es para ganar lo
perdido. – Persuade a que todos la tengan. – Dice cómo es tan gran
ganancia y que, aunque la tornen a dejar, es gran bien
usar algún
tiempo de tan gran bien.
1. No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que
bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin; que, cierto,
querría me aborreciesen los que esto leyesen, de ver un alma tan
pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho. Y
quisiera tener licencia para decir las muchas veces que en este
tiempo falté a Dios.
2. Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este
mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con
levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de
perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los
mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me
apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas
que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni
traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del
mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando
estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban. Ello
es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir,
cuánto más tantos años.
Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo:
ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener
oración. Digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay
en él es menester mayor, que tratar traición al rey y saber que lo
sabe y nunca se le quitar de delante. Porque, puesto que siempre
estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que
tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás
podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve
Dios.
3. Verdad es que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna
vez año, que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a
la oración y hacía algunas y hartas diligencias para no le venir a
ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato
ahora esto. Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y así
debían ser pocos, y mucho de los ruines. Ratos grandes de oración
pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala o muy
ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios; procuraba
que las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo
al Señor; hablaba muchas veces en El.
Así que, si no fue el año que tengo dicho, en veinte y ocho que ha
que comencé oración, más de los dieciocho pasé esta batalla y
contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás que ahora
me quedan por decir, mudóse la causa de la guerra, aunque no ha
sido pequeña; mas con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios y
con conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido
suave, como diré después.
4. Pues para lo que he tanto contado esto es, como he ya dicho,
para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para
que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la
dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan
dispuesta como es menester, y cómo si en ella persevera, por
pecados y tentaciones y caídas de mil manera que ponga el
demonio, en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de
salvación, como -a lo que ahora parece- me ha sacado a mí. Plega
a Su Majestad no me torne yo a perder.
5. El bien que tiene quien se ejercita en oración hay muchos santos
y buenos que lo han escrito, digo oración mental: ¡gloria sea a Dios
por ello! Y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan
soberbia que en esto osara hablar.
De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que por males que
haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por
donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más
dificultoso. Y no le tiente el demonio por la manera que a mí, a
dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras, que
en arrepintiéndonos de veras y determinándose a no le ofender, se
torna a la amistad que estaba y hacer las mercedes que antes
hacía y a las veces mucho más si el arrepentimiento lo merece.
Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no
carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear;
porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que
merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá
entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la
misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo
pagase; que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino
tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama. Y si vos aún no le amáis (porque, para ser
verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las
condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la
nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata), no podéis acabar con vos
de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo
mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama,
pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de
vos.
6. ¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo y me veo
de esta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría,
cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a
quien os sufre que estéis con él! ¡Oh, qué buen amigo hacéis,
Señor mío! ¡Cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que
se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya!
¡Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un
punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido!
He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el
mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amistad: los
malos, que no son de vuestra condición, para que nos hagáis
buenos con que os sufran estéis con ellos siquiera dos horas cada
día, aunque ellos no estén con Vos sino con mil revueltas de
cuidados y pensamientos de mundo, como yo hacía. Por esta
fuerza que se hacen a querer estar en tan buena compañía, miráis
que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas
veces; forzáis vos, Señor, los demonios para que no los acometan y
que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáisselas a ellos
para vencer. Sí, que no matáis a nadie -¡vida de todas las vidas!- de
los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo; sino
sustentáis la vida del cuerpo con más salud y dáisla al alma.
7. No entiendo esto que temen los que temen comenzar oración
mental, ni sé de qué han miedo. Bien hace de ponerle el demonio
para hacernos él de verdad mal, si con miedos me hace no piense
en lo que he ofendido a Dios y en lo mucho que le debo y en que
hay infierno y hay gloria y en los grandes trabajos y dolores que
pasó por mí.
Esta fue toda mi oración y ha sido cuando anduve en estos peligros,
y aquí era mi pensar cuando podía; y muy muchas veces, algunos
años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía
por mí de estar, y escuchar cuándo daba el reloj, que no en otras
cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me
pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme
a tener oración.
Y es cierto que era tan incomportable la fuerza que el demonio me
hacía o mi ruin costumbre que no fuese a la oración, y la tristeza
que me daba en entrando en el oratorio, que era menester
ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño y se ha
visto me le dio Dios harto más que de mujer, sino que le he
empleado mal) para forzarme, y en fin me ayudaba el Señor.
Y después que me había hecho esta fuerza, me hallaba con más
quietud y regalo que algunas veces que tenía deseo de rezar.
8. Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor, y se
ve claro que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué
persona, por malo que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo
sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas
mercedes del Señor. Ni ¿quién podrá desconfiar, pues a mí tanto
me sufrió, sólo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo
para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por
gran fuerza que me hacía o me la hacía el mismo Señor? Pues si a
los que no le sirven sino que le ofenden les está tan bien la oración
y les es tan necesaria, y no puede nadie hallar con verdad daño que
pueda hacer, que no fuera mayor el no tenerla, los que sirven a
Dios y le quieren servir ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no
es por pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo
entender, y por cerrar a Dios la puerta para que en ella no les dé
contento. Cierto, los he lástima, que a su costa sirven a Dios;
porque a los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa,
pues por un poco de trabajo da gusto para que con él se pasen los
trabajos.
9. Porque de estos gustos que el Señor da a los que perseveran en
la oración se tratará mucho, no digo aquí nada. Sólo digo que para
estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la
oración. Cerrada ésta, no sé cómo las hará; porque, aunque quiera
entrar a regalarse con un alma y regalarla, no hay por dónde, que la
quiere sola y limpia y con gana de recibirlos. Si le ponemos muchos
tropiezos y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir a
nosotros? ¡Y queremos nos haga Dios grandes mercedes!
10. Para que vean su misericordia y el gran bien que fue para mí no
haber dejada la oración y lección, diré aquí -pues va tanto en
entender- la batería que da el demonio a un alma para ganarla, y el
artificio y misericordia con que el Señor procura tornarla a Sí, y se
guarden de los peligros que yo no me guardé. Y sobre todo, por
amor de nuestro Señor y por el grande amor con que anda
granjeando tornarnos a Sí, pido yo se guarden de las ocasiones;
porque, puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos enemigos
nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para
defendernos.
11. Quisiera yo saber figurar la cautividad que en estos tiempos
traía mi alma, porque bien entendía yo que lo estaba, y no acababa
de entender en qué ni podía creer del todo que lo que los
confesores no me agraviaban tanto, fuese tan malo como yo lo
sentía en mi alma. Díjome uno, yendo yo a él con escrúpulo, que
aunque tuviese subida contemplación, no me eran inconveniente
semejantes ocasiones y tratos.
Esto era ya a la postre, que yo iba con el favor de Dios
apartándome más de los peligros grandes; mas no me quitaba del
todo de la ocasión. Como me veían con buenos deseos y ocupación
de oración, parecíales hacía mucho; mas entendía mi alma que no
era hacer lo que era obligada por quien debía tanto. Lástima la
tengo ahora de lo mucho que pasó y el poco socorro que de
ninguna parte tenía, sino de Dios, y la mucha salida que le daban
para sus pasatiempos y contentos con decir eran lícitos.
12. Pues el tormento en los sermones no era pequeño, y era
aficionadísima a ellos, de manera que si veía a alguno predicar con
espíritu y bien, un amor particular le cobraba, sin procurarle yo, que
no sé quién me le ponía. Casi nunca me parecía tan mal sermón,
que no le oyese de buena gana, aunque al dicho de los que le oían
no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreación.
De hablar de Dios u oír de El casi nunca me cansaba, y esto
después que comencé oración. Por un cabo tenía gran consuelo en
los sermones, por otro me atormentaba, porque allí entendía yo que
no era la que había de ser, con mucha parte. Suplicaba al Señor me
ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner
en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de
mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que
todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de
nosotros, no la ponemos en Dios.
Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba
con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la
podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no
socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole.
CAPÍTULO 9
Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y
darla luz en tan grandes tinieblas y
a fortalecer sus virtudes para no
ofenderle.
1. Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le
dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme
que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído
allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía
en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola,
toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó
por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido
aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme
cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole
me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas
veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba,
que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a
sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no
sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía
derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y
encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que me alcanzase
perdón.
3. Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me
aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía
toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me
había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo
cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el
entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y
hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más
solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona
necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía
muchas.
En especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era
mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había
tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas
acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me
representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que
me dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que
me atormentaban. Muchos años, las más noches antes que me
durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre
pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde
que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos
perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma,
porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la
costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de
santiguarme para dormir.
5. Pues tornando a lo que decía del tormento que me daban los
pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin discurso del
entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo
perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho,
porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a
personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de
quietud, que yo conozco a algunas. Para las que van por aquí es
bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también
ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del
Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y
en mi ingratitud y pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas,
era mi entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude
imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar
cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi
imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer
representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en
Cristo como hombre. Mas es así que jamás le pude representar en
mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como
quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y
ve que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que
entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me
acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era
tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa
pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si ld
amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento
ver el de quien se quiere bien.
7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que
parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las
había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el
monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por
haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el
Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos
había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado,
podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he
dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no
tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas
considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de
su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.
8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi
alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo
poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me
determinar a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí.
Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando
llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no
me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi
corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y
entre mí misma con gran aflicción y fatiga.
¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que
había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me
admiro ahora cómo podía vivir en tanto tormento. Sea Dios alabado,
que me dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina
Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas
lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con
El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego
me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi
parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a
Dios como lo había de entender.
No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando
Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece sino que
lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor
conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros
años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura
de devoción, jamás a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia
para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados.
Como los veía tan grandes, aun desear regalos ni gustos nunca de
advertencia osaba. Harto me parece hacía su piedad, y con verdad
hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y
traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no
viniera.
Sola una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con
mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa
que la misma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me
había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas
parecíame a mí que lo es a los que están dispuestos con haber
procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que
es no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo
bien.
Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza,
pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues con todo, creo
me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos
veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón,
comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me
dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino -como digofueme ayudando Dios a desviarme.
Como no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí,
fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré;
cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más
limpieza de conciencia.
CAPÍTULO 10
Comienza a declarar las mercedes que el Señor la hacía en la
oración, y en lo que nos podemos nosotros ayudar, y lo mucho que
importa que entendamos las mercedes que el Señor nos hace.
Pide a quien esto envía que de aquí adelante sea secreto lo que
escribiere, pues la mandan diga tan particularmente las mercedes
que la hace el Señor.
1. Tenía yo algunas veces, como he dicho, aunque con mucha
brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en
esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he
dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un
sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía
dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El.
Esto no era manera de visión; creo lo llaman mística teología.
Suspende el alma de suerte, que toda parecía estar fuera de sí:
ama la voluntad, la memoria me parece está casi perdida, el
entendimiento no discurre, a mi parecer, mas no se pierde; mas,
como digo, no obra, sino está como espantado de lo mucho que
entiende, porque quiere Dios entienda que de aquello que Su
Majestad le representa ninguna cosa entiende.
2. Primero había tenido muy continuo una ternura, que en parte
algo de ella me parece se puede procurar: un regalo, que ni bien es
todo sensual ni bien espiritual. Todo es dado de Dios; mas parece
para esto nos podemos mucho ayudar con considerar nuestra
bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios, lo mucho que hizo por
nosotros, su Pasión con tan graves dolores, su vida tan afligida; en
deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama, otras
muchas cosas, que quien con cuidado quiera aprovechar tropieza
muchas veces en ellas, aunque no ande con mucha advertencia. Si
con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón,
vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por fuerza,
otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece
nos paga Su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como
es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y
no me espanto, que le sobra la razón de consolarse: regálase allí,
huélgase allí.
3. Paréceme bien esta comparación que ahora se me ofrece: que
son estos gozos de oración como deben ser los que están en el
cielo, que como no han visto más de lo que el Señor, conforme a lo
que merecen, quiere que vean, y ven sus pocos méritos, cada uno
está contento con el lugar en que está, con haber tan grandísima
diferencia de gozar a gozar en el cielo, mucho más que acá hay de
unos gozos espirituales a otros, que es grandísima.
Y verdaderamente un alma en sus principios, cuando Dios la hace
esta merced, ya casi le parece no hay más que desear, y se da por
bien pagada de todo cuanto ha servido. Y sóbrale la razón, que una
lágrima de éstas que, como digo, casi nos las procuramos -aunque
sin Dios no se hace cosa-, no me parece a mí que con todos los
trabajos del mundo se puede comprar, porque se gana mucho con
ellas; y ¿qué más ganancia que tener algún testimonio que
contentamos a Dios? Así que quien aquí llegare, alábele mucho,
conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su
casa y escogido para su reino, si no torna atrás.
4. No cure de unas humildades que hay, de que pienso tratar, que
les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones.
Entendamos bien bien, como ello es, que nos los da Dios sin ningún
merecimiento nuestro, y agradezcámoslo a Su Majestad; porque si
no conocemos que recibimos, no despertamos a amar. Y es cosa
muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer
somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más
verdadera humildad. Lo demás es acobardar el ánimo a parecer
que no es capaz de grandes bienes, si en comenzando el Señor a
dárselos comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria.
Creamos que quien nos da los bienes, nos dará gracia para que, en
comenzando el demonio a tentarle en este caso, lo entienda, y
fortaleza para resistir; digo, si andamos con llaneza delante de Dios,
pretendiendo contentar sólo a El y no a los hombres.
5. Es cosa muy clara que amamos más a una persona cuando
mucho se nos acuerda las buenas obras que nos hace. Pues si es
lícito y tan meritorio que siempre tengamos memoria que tenemos
de Dios el ser y que nos crió de nonada y que nos sustenta y todos
los demás beneficios de su muerte y trabajos, que mucho antes que
nos criase los tenía hechos por cada uno de los que ahora viven,
¿por qué no será lícito que entienda yo y vea y considere muchas
veces que solía hablar en vanidades, y que ahora me ha dado el
Señor que no querría sino hablar sino en El? He aquí una joya que,
acordándonos que es dada y ya la poseemos, forzado convida a
amar, que es todo el bien de la oración fundada sobre humildad.
Pues ¿qué será cuando vean en su poder otras joyas más
preciosas, como tienen ya recibidas algunos siervos de Dios, de
menosprecio de mundo, y aun de sí mismos? Está claro que se han
de tener por más deudores y más obligados a servir, y entender que
no teníamos nada de esto, y a conocer la largueza del Señor, que a
un alma tan pobre y ruin y de ningún merecimiento como la mía,
que bastaba la primera joya de éstas y sobraba para mí, quiso
hacerme con más riquezas que yo supiera desear.
6. Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser
ingratos; porque con esa condición las da el Señor, que si no
usamos bien del tesoro y del gran estado en que pone, nos lo
tornará a tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará Su
Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los
otros.
Pues ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no
entiende que está rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza
-a mi parecer- tener ánimo para cosas grandes quien no entiende
está favorecido de Dios. Porque somos tan miserables y tan
inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá
de hecho con gran desasimiento quien no entiende tiene alguna
prenda de lo de allá. Porque con estos dones es adonde el Señor
nos da la fortaleza que por nuestros pecados nosotros perdimos. Y
mal deseará se descontenten todos de él y le aborrezcan y todas
las demás virtudes grandes que tienen los perfectos, si no tiene
alguna prenda del amor que Dios le tiene, y juntamente fe viva.
Porque es tan muerto nuestro natural, que nos vamos a lo que
presente vemos; y así estos mismos favores son los que despiertan
la fe y la fortalecen. Ya puede ser que yo, como soy tan ruin, juzgo
por mí, que otros habrá que no hayan menester más de la verdad
de la fe para hacer obras muy perfectas, que yo, como miserable,
todo lo he habido menester.
7. Estos, ellos lo dirán. Yo digo lo que ha pasado por mí, como me
lo mandan. Y si no fuere bien, romperálo a quien lo envío, que
sabrá mejor entender lo que va mal que yo; a quien suplico por
amor del Señor, lo que he dicho hasta aquí de mi ruin vida y
pecados lo publiquen. Desde ahora doy licencia, y a todos mis
confesores, que así lo es a quien esto va. Y si quisieren, luego en
mi vida; porque no engañe más el mundo, que piensan hay en mí
algún bien. Y cierto cierto, con verdad digo, a lo que ahora entiendo
de mí, que me dará gran consuelo.
Para lo que de aquí adelante dijere, no se la doy. Ni quiero, si a
alguien lo mostraren, digan quién es por quien pasó ni quién lo
escribió; que por esto no me nombro ni a nadie, sino escribirlo he
todo lo mejor que pueda para no ser conocida, y así lo pido por
amor de Dios. Bastan personas tan letradas y graves para autorizar
alguna cosa buena, si el Señor me diere gracia para decirla, que si
lo fuere, será suya y no mía, porque yo sin letras ni buena vida ni
ser informada de letrado ni de persona ninguna (porque solos los
que me lo mandan escribir saben que lo escribo, y al presente no
están aquí) y casi hurtando el tiempo, y con pena porque me
estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones.
Así que, aunque el Señor me diera más habilidad y memoria, que
aun con ésta me pudiera aprovechar de lo que he oído o leído, es
poquísima la que tengo; así que si algo bueno dijere, lo quiere el
Señor para algún bien; lo que fuere malo será de mí, y vuestra
merced lo quitará.
Para lo uno ni para lo otro, ningún provecho tiene decir mi nombre:
en vida está claro que no se ha de decir de lo bueno; en muerte no
hay para qué, sino para que pierda la autoridad el bien, y no la dar
ningún crédito, por ser dicho de persona tan baja y tan ruin.
8. Y por pensar vuestra merced hará esto que por amor del Señor le
pido y los demás que lo han de ver, escribo con libertad; de otra
manera sería con gran escrúpulo, fuera de decir mis pecados, que
para esto ninguno tengo; para lo demás basta ser mujer para
caérseme las alas, cuánto más mujer y ruin. Y así lo que fuere más
de decir simplemente el discurso de mi vida, tome vuestra merced
para sí -pues tanto me ha importunado escriba alguna declaración
de las mercedes que me hace Dios en la oración-, si fuere conforme
a las verdades de nuestra santa fe católica; y si no, vuestra merced
lo queme luego, que yo a esto me sujeto. Y diré lo que pasa por mí,
para que, cuando sea conforme a esto, podrá hacer a vuestra
merced algún provecho; y si no, desengañará mi alma, para que no
gane el demonio adonde me parece gano yo; que ya sabe el Señor,
como después diré, que siempre he procurado buscar quién me dé
luz.
9. Por claro que yo quiera decir estas cosas de oración, será bien
oscuro para quien no tuviere experiencia. Algunos impedimentos
diré, que a mi entender lo son para ir adelante en este camino, y
otras cosas en que hay peligro, de lo que el Señor me ha enseñado
por experiencia y después tratádolo yo con grandes letrados y
personas espirituales de muchos años, y ven que en solos veinte y
siete años que ha que tengo oración, me ha dado Su Majestad la
experiencia -con andar en tantos tropiezos y tan mal este camino-
que a otros en cuarenta y siete y en treinta y siete, que con
penitencia y siempre virtud han caminado por él.
Sea bendito por todo y sírvase de mí, por quien Su Majestad es,
que bien sabe mi Señor que no pretendo otra cosa en esto, sino
que sea alabado y engrandecido un poquito de ver que en un
muladar tan sucio y de mal olor hiciese huerto de tan suaves flores.
Plega a Su Majestad que por mi culpa no las torne yo a arrancar y
se torne a ser lo que era. Esto pido yo por amor del Señor le pida
vuestra merced, pues sabe la que soy con más claridad que aquí
me lo ha dejado decir.