En Batuecas las cosas fluyen sin tiempo concreto, son parte de un esquema eterno, bendecido por el silencio de tantas almas que han hallado allí el eco del Verbo, y por el propio Verbo que danza alegre en el agua, que mira en los rostros, que zumba en los insectos y canta en las aves, que se mece al viento en las espesuras silenciosas, gritando en un concurrir alegre ese YO SOY que se dice sin decirse, y que basta un instante de escucha para que entre a torrentes en el alma, en un canto imposible de callar.
Es el Lugar, es el esquema del infinito arte de la Naturaleza, es la huella Carmelita que esculpe en oración silenciosa una presencia que se derrama por los senderos, que suena en las piedras del río, que se sabe eternamente enamorada de la Palabra eterna, del Tú que encarna la belleza de toda la existencia.
Cualquier caminar se convierte en arroyo de tiempo suave, que fluye y se aleja de nuestra consciencia, mientras el Silente en nosotros, nos habla de eternidades, mientras las cuentas de nuestro rosario-interior, pasan con cada paso, recorriendo el presente y lanzando al pasado cada instante, mientras una nueva eternidad nos sobreviene, siempre nueva, siempre renovada.
Y de golpe, nuestro interior se abre, se manifiesta en cualquiera de esos instantes-acontecimiento, haciendo imposible discernir dentro y fuera, y sólo queda adorar, sólo aceptar, y somos arrollados por la infinita ola de ese presente continuo.
En Batuecas las cosas fluyen sin tiempo concreto, la unión del Arte de la Oración y de la Naturaleza han dado a luz algo sagrado, inenarrable, una criatura nueva, hija de lo más noble de la naturaleza y del espíritu, que te besa en ambas mejillas y te dice al oído “nunca te olvides de que eres la imagen de mi Hijo amado, en quien me complazco”.