La dimensión eliana del carisma del Carmelo, por María del Pilar Vila

Sumario

1.El carmelita participa del carisma del profeta Elías;

2.El doble espíritu de Elías, contemplación y acción;

3. La capacidad de discernir la presencia de Dios;

4. Gozar de la intimidad con Dios después de la noche oscura;

5. La defensa de la justicia en nombre de Dios;

6. Los Carmelitas en los momentos cruciales de la historia;

7. Elías en los santos del Carmelo Teresiano.

  1. El carmelita participa del carisma del profeta Elías

La Regla que les dio Alberto, Patriarca de Jerusalén, a los ermitaños latinos del Monte Carmelo no pone a san Elías como modelo de vida, sino a Cristo, pero Elías, como todo el Antiguo Testamento, nos revela a Cristo.

      Los eremitas en las largas horas de contemplación y meditación de la Palabra del Señor, y de las hazañas que el profeta Elías había realizado en aquel Monte en el cual habitaban, fueron interiorizando su persona y descubriendo en el profeta al luchador para defender la fe en el Dios verdadero, así como ellos que eran cruzados habían dejado sus tierras para liberar la Tierra de su Señor del poderío musulmán. Pero también veían en él el ejemplo de un eremita que vive en presencia del Dios vivo, y experimenta la intimidad con Dios. Vitry, una de las primeras informaciones históricas que tenemos sobre estos eremitas, nos dice que «los moradores del Carmelo vivían a ejemplo y a imitación del santo solitario el profeta Elías»[1].

Los carmelitas se sienten herederos del celo por el Dios vivo del profeta Elías. Ello está consignado en el lema de su escudo. El P. Rafael M. López Melús ha sintetizado el carisma del Carmelo en: «Seguir a Cristo, imitar a María en el espíritu de Elías.» Seguir a Cristo es el único objetivo del cristiano. No solo imitarán a María, la mejor discípula de Jesús, sino que se pondrán bajo su poderosa protección. De la misma forma que el Espíritu Santo llevó a Elías a servir al pueblo de Israel, el carmelita está llamado a servir a la Iglesia desde una profunda intimidad con Dios. 

Elías es el prototipo de los profetas. Para la Orden del Carmen, el profeta Elías no es solo un modelo a imitar o en quien inspirarse, es mucho más, él hace comprensible la propia historia de la Orden y de cada uno de sus miembros.

El carmelita fiel a la voluntad de Dios es llamado a perpetuar los rasgos de Jesucristo que Elías, como figura de Cristo, encarnó: buscar la intimidad con Dios en la oración contemplativa, el celo por la gloria de Dios… De este modo, al haber conservado siempre la memoria de Elías y haberlo tenido como modelo y padre, el Carmelo aparece como la única Orden de la tradición cristiana cuyo carisma contiene raíces veterotestamentarias.

Si vemos la Orden del Carmen como un carisma, es decir, como un don que Dios hace a la Iglesia, la figura de Elías toma una trascendencia teologal de suma importancia. Podríamos decir, que la Divina Providencia ha querido perpetuar el espíritu que había concedido al profeta Elías en la Iglesia de Cristo, a través de la Orden del Carmen.

 Por ello, diversos elementos esenciales del espíritu de este gran profeta de Israel, se han encarnado en el Carmelo, para bien y belleza de la Iglesia, la esposa de Jesucristo. Comentaremos solo algunas de ellas.

2.  El doble espíritu de Elías, contemplación y acción

Elías, según el Libro de los Reyes, no era un hombre exclusivamente dedicado a una vida de oración en un lugar solitario, sino que era precisamente en la oración donde escuchaba la voluntad de Dios, que le retornaba a su pueblo para volverlo a la fe del Dios único.

      En Elías, tal como nos lo presenta la Biblia, hay unos periodos largos de vida retirada y solitaria, con unos periodos de misiones apostólicas que siempre nacen de la escucha de la Palabra que Dios le dirige. Esto le comportará un continuo desapego de su patria, llevándolo continuamente de un lugar a otro, de una actividad a otra, de una misión a otra.

      La Historia de la Orden y de los santos más eminentes del Carmelo ha transcurrido por semejante camino. Si en sus orígenes la Orden del Carmen inició su andadura en la Iglesia como eremitas, el desarrollo desfavorable de las Cruzadas los hizo repatriar a Europa. Más tarde, fue aprobada no como orden contemplativa, sino mendicante, por lo cual debieron conjugar la vida contemplativa con la activa.

Cuando Teresa de Jesús había hecho el propósito de vivir una vida del todo recogida amparada por la clausura más estricta, se encuentra que por obediencia al P. General debe cruzar de un lado a otro de Castilla y Andalucía fundando monasterios, convirtiéndose así en la santa «inquieta y andariega».

El P. Jerónimo Gracián defenderá en todo momento la doble dimensión contemplativa y apostólica del Carmelo Teresiano.

El beato Francisco Palau, que había dejado el seminario para vivir retirado en un convento y poder así dedicarse a la vida contemplativa, tan solo llevaba dos años y nueve meses de vida claustral cuando la revolución le quema el convento, y debe servir jurídicamente a la Iglesia como carmelita exclaustrado, viviendo periodos de la más absoluta vida eremítica con otros de servicio apostólico.

Santa Maravillas de Jesús, que por voluntad propia procuró vivir lo máximo que pudo retirada de la vida social, hasta que consiguió ingresar en el Carmelo para vivir para siempre una vida oculta con el Señor, no era aún profesa de votos solemnes cuando debe salir del Carmelo de El Escorial para meterse en una vida de continuas fundaciones de conventos. También fundará escuelas para niños para que puedan ser formados cristianamente, casas para obreros, una clínica para atender a las religiosas contemplativas enfermas, etc.

Hay diversos Institutos religiosos adscritos a la Orden que perpetúan la vida contemplativa y activa vivida por el Señor y la Virgen Santísima de la cual es figura el profeta Elías. Como él atendiendo al hijo de la viuda de Sarepta de Sidón, los carmelitas y las carmelitas atienden a las necesidades del prójimo. De este modo los beneficiados por la acción contemplativa del Carmelo podrán reconocer, como la viuda de Sarepta, que el Dios en el que creen y por el que obran los carmelitas, es el verdadero Dios. Lo mismo diríamos de su dedicación a la formación de los niños o jóvenes, haciendo de ellos discípulos del Dios vivo y verdadero, como Elías formó a Eliseo.

      3. La capacidad de discernir la presencia de Dios

      En el monte Horeb, el Señor le dijo a Elías: «Sal y ponte en el monte delante del Señor. Y he aquí que el Señor pasaba. Y un grande y poderoso viento destrozaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.  Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible. Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva. Y he aquí, una voz vino a él y le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Re 18,11-13). En este pasaje del monte Horeb vemos cómo Dios dará a Elías la capacidad de discernir su presencia, mucho más allá de las formas en que hasta entonces se había manifestado (Ex 19,16).

Esta capacidad de discernir la presencia de Dios, de otro tipo de presencias, le será dada a su descendencia espiritual, es decir al Carmelo. Entre todos sus miembros, se singularizan Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Ambos han recibido tal sabiduría del Espíritu Santo en el arte, no solo de discernir la presencia de Dios y su acción en las almas, sino el camino para llegar a la más profunda intimidad con Dios, como la que se le concedió a Elías en el monte Horeb. La Iglesia les ha concedido a ambos el título de Doctores de la Iglesia universal, por ser verdaderos maestros espirituales para todos los tiempos.

4. Gozar de la intimidad con Dios después de la noche oscura

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) decía que vivir en el Carmelo es «vivir en el santuario más íntimo de la Iglesia» (cta. 27.8.1933). El que nos sea concedida esta gracia, también lo podemos reconocer como una herencia que nos viene del profeta Elías.

Dios se complació en Elías, en su celo por el mantenimiento de la Alianza, y su valentía en hacer retornar al pueblo de Israel al verdadero Dios. Contrariamente a los 450 sacerdotes de Baal, que no consiguieron que su dios hiciera bajar fuego del cielo, Elías lo consiguió invocando a Dios lleno de fe: «Oh Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu siervo y que he hecho todas estas cosas por palabra tuya. Respóndeme, oh Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, oh Señor, eres Dios, y que has hecho volver sus corazones.  Entonces cayó el fuego del señor, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y lamió el agua de la zanja.  Cuando todo el pueblo lo vio, se postraron sobre su rostro y dijeron: el Señor, él es Dios; el Señor, él es Dios» (1 Re 18, 36-39).

Elías hacía cuanto le pedía el Señor y vivía en su presencia: «Vive el Señor de los ejércitos, delante de quien estoy» (1 Re 18,15). Después de su gran proeza en el monte Carmelo, cogió miedo ante las amenazas de la reina Jezabel y entró en una profunda noche oscura.

Desea morir y exclama: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!» (1 Re 19, 4). Esta crisis le enseñará que sin Dios no puede nada. Aunque desee la muerte, sigue invocando al Señor y buscando en Él su ayuda. Esta ayuda se hizo presente a través del ángel que lo confortó y le alentó a tomar alimento.  «Levántate, come.  Entonces miró, y he aquí que a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y una vasija de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse. Y el ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y ledijo: Levántate, come, porque es muy largo el camino para ti» (1 Re 19, 5-7). 

 Escribirá bellamente el carmelita descalzo Juan Helewa: «Este pan cocido sobre piedra y ese jarro de agua son respuesta directa al cansancio del profeta. Elías, alimentado milagrosamente en el desierto, sabe que su vida tiene valor para Dios, como la de Ismael o la de los hebreos nómadas, sus antepasados. Dios bendice su peregrinar hacia el monte santo. Ya no tiene que temer ningún mal, sino proseguir su camino como un hombre seguro de estar con Dios. De hecho, la huida de Elías es al mismo tiempo una peregrinación. Atemorizado y desconcertado, siente necesidad de entrar en contacto directo con los lugares santos del Éxodo […] donde Yahveh se había aparecido a Moisés, donde se había sellado la Alianza […]. El Horeb es la morada privilegiada de Yahveh, su santuario original.»[2]

Elías, «se levantó, pues, y comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios» (1 Re 19,8). Elías llega así a la patria de la Alianza, sube al Horeb, y espera en la gruta de Moisés la revelación de Dios. Y «vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.   Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible.  Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva» (1Re 19, 11-12).

No es aún la voz de Yahveh, pero Elías comprende que Dios va a hablarle en esa calma. Es el símbolo de la intimidad en la que Dios conversa con sus profetas. De este modo será en el monte Horeb donde el Señor concederá a Elías poder entrar en la más profunda intimidad de la que no ha gozado ningún personaje del Antiguo Testamento.  «El susurro de una brisa apacible» (1Re 19,12), donde reconoció Elías la presencia del Señor, con el cual dialogó, rememora el pasaje del Génesis, en el cual «Yahveh Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa» (Gn 3,8). Es decir, a Elías le es concedido entrar en la mayor familiaridad con Dios, la que tenían los primeros padres, antes de pecar. De este modo, al carmelita fiel al Señor, tanto en los momentos de luz como de noche oscura, dejándose cristificar por la acción del Espíritu Santo, le puede ser concedido el poder entrar en la estancia más íntima donde habita Dios Trinidad.

Esta intimidad con Dios, solo le será concedida a Elías, después de haber experimentado la noche más profunda en la que no tenía ni ánimos para seguir viviendo y pide a Dios le conceda la muerte. Después llegará el amanecer en el cual puede experimentar la presencia de Dios en «el susurro de una brisa apacible» (1 Re 19,12). Esta experiencia oracional la han vivido y experimentado los carmelitas, y han sido testigos en la Iglesia de ella.

      Doña Teresa de Ahumada quería enseñar a los demás a hacer oración, antes que ella misma hiciera oración. Tuvo que pasar largos años de profunda noche interior, hasta que se dio cuenta de que por ella nada podía y, desde la máxima pobreza, suplicó la ayuda del Señor. Petición que le fue concedida, mucho más de lo que ella nunca hubiera podido ni soñar, ni imaginar, hasta ser una de los grandes testigos de la vida mística de la humanidad.

San Juan de la Cruz en la prisión de Toledo, vivió una situación de purificación radical, donde el sufrimiento espiritual y la oscuridad llegan a límites insospechados. Él no dejará de enfrentarse a esta realidad con la oración, implorando la ayuda de Dios. Él no estaba solo, le acompaña la comunidad eclesial que reza constantemente por él, en la persona de Teresa de Jesús y de sus monjas. En esta noche oscura del alma y de la dignidad humana surge una luz, como él mismo cantará en su poema Noche oscura:

«En una noche oscura / con ansias en amores inflamada / ¡oh dichosa ventura! Salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada; / […] En la noche dichosa / en secreto que nadie me veía/ ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba/ más cierto que la luz de mediodía / adonde me esperaba / quien yo bien me sabía / en parte donde nadie parecía. / ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! / Oh noche que juntaste Amado  con amada, amada en el Amado transformada!»

      Al beato Francisco Palau, que quería llenar España de escuelas catequéticas para adultos, el Señor en su destierro de Ibiza le hizo experimentar las más horribles noches del espíritu que culminaron en la revelación de la Iglesia como persona mística, con el encargo de ser profeta de Ella.

      Santa Magdalena de Pazzi vivió también en la noche de las tentaciones y de la obscuridad, para después percibir una comprensión eminente del misterio de Dios Trinidad.

      Santa Teresa del Niño Jesús, que sufrió durante años la enfermedad de los escrúpulos, luego fue testigo de la confianza absoluta en la misericordia de Dios. Ella palpó en su vida la imposibilidad de ser santa por esfuerzo suyo hasta que se abajó como una niña y dejó que Dios la hiciera santa, enseñando a la Iglesia el camino de infancia espiritual. La última etapa de su vida estará caracterizada por la noche de la nada y el sufrimiento atroz, y en él morirá. Pero luego será testimonio de las innumerables gracias que alcanza de Dios, haciendo participar a la Iglesia de los frutos de la resurrección de Cristo.

      Ellos son tan solo unos ejemplos de la vida de oración de los carmelitas, teniendo por ideal la vida de unión con Dios, primero han experimentado la acción purificadora del Espíritu, para poder entrar en su intimidad y dar testimonio de ella en la Iglesia.

Dirá  Pablo VI a los carmelitas: «Vuestro camino es un camino estrecho, austero, arduo de la vida ascética, totalmente consagrada a la búsqueda del arte sublime de la oración y del trato intenso con Dios. […] Que la Virgen Santísima os confirme en vuestra vocación carmelita; que os conserve el gusto por las cosas espirituales, que os obtenga el carisma de las ascensiones santas y arduas, hacia el conocimiento del mundo divino y las experiencias inefables de las noches oscuras y de los días resplandecientes de luz.»[3]

Una expresión de esta intimidad con Dios, del carisma carmelita, es serle concedido tanto a los hombres como a las mujeres el vivir la dimensión esponsal con el Señor, de la que poseemos tantos testimonios; el vivir de forma experiencial la Palabra de Dios; las misiones trascendentales que les son confiadas en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia…

5. La defensa de la justicia en nombre de Dios

Dios no es indiferente a la historia de los hombres, no soporta ver la injusticia institucionalizada.[4] Por ello rechaza el culto ritual que no vaya acompañado por la praxis de la justicia. Él es justo, por ello no deja impune ninguna injusticia de los hombres (Ex 34,7), y quiere que los tribunales sentencien según justicia y no se excluyan «del juicio a los débiles» (Is 10, 2), ni absuelvan al malvado (Ex 23,6), sino que con «justicia juzgarás a tu prójimo» (Lv 19,15).

Los profetas de Israel, en nombre de Dios, recordaban al pueblo, a sus gobernantes y a sus sacerdotes, las exigencias de la Alianza. Les exhortaban constantemente a «practicar el derecho y la justicia» (Os 10,12), porque eran conscientes de que la falta de equidad y justicia era un asunto gravísimo, por ser Dios garante de la vida del pobre, padre de huérfanos y defensor de viudas (Sl 68,5). No hacerles justicia era un ultraje a su santidad, una ofensa contra Él (Dt 25,6). Los profetas eran conscientes de que, o se instauraba la justicia en todo el territorio, o serían destruidos; porque las injusticias rompían la Alianza con Dios y consecuentemente atraían sobre Israel todos los desastres predichos en los libros de la Ley (Dt 28,15-68). 

El primero de los profetas en denunciar la injusticia perpetrada por los magnates de su tiempo será el profeta Elías. Cuando la reina Jezabel procura que por medio de una falsa denuncia Nabot sea condenado a muerte, para que su esposo, el rey Ajab, pudiera tomar posesión de su viña, Elías es enviado de parte de Dios para denunciar su injusticia. Este también será un rasgo que los carmelitas heredarán.  Se podría decir que al carmelita el Espíritu Santo le hace vivir con gran intensidad la dimensión profética inherente al bautismo.

Santa Teresa de Jesús, a quien el Señor le encomendará la obra de la Reforma del Carmelo descalzo, la defenderá contra todos aquellos que pretendan destruirla, no habrá instancia humana a la que no acuda.  Denunciará los atropellos de que era objeto su obra fundacional al rey Felipe II y lo hará sentirse responsable de su bien: «Yo tengo muy creído que ha querido Nuestra Señora valerse de vuestra majestad y tomarle por amparo para el remedio de su Orden, y así no puedo dejar de acudir a vuestra majestad con las cosas de ella» (cta. 206,1). El rey la escuchará y «trájose, por petición de nuestro Católico Rey don Felipe, de Roma un breve muy copioso para esto» (F 29,30), de este modo podrá evitar la destrucción de esta familia carmelita.

      San Juan de la Cruz hacía que no se tuviera en cuenta el sufrimiento que los otros le acarrearon, pero su dulzura se convertirá en denuncia fuerte para hablar de la opresión y negligencia que algunos directores espirituales ejercían sobre sus dirigidas. Él era siempre pronto a la obediencia respecto a sus superiores, pero independiente cuando tiene que opinar. De este modo, será insobornable en la defensa de las carmelitas, cuando el P. Doria, contrariado porque las monjas han acudido a Roma para que confirme el Santo Padre las Constituciones dadas por santa Teresa de Jesús, querrá desentenderse del todo del gobierno de las monjas y por ello separarlas de la Orden. San Juan de la Cruz intercederá a favor de ellas en el Capítulo y hará ver como esta resolución era totalmente injusta.

      Tanto el P. Jerónimo Gracián como María de san José serán valientes defensores del legado de santa Teresa de Jesús. Hacerlo les traerá graves consecuencias. Al P. Gracián lo expulsarán de la Orden y a María de san José, que se había preparado largamente para ir a fundar a Francia y extender allí la Reforma Teresiana, tendrá que morir desterrada y encerrada en el convento de Cuerva.

      En santa Magdalena de Pazzi, el celo eliano por la gloria de Dios arde en su alma y no puede permanecer pasiva ante las deficiencias que ve en la Iglesia y en sus “Cristos”. Reclamará el cumplimiento de su deber a los más altos dignatarios de la Iglesia, incluso al Sumo Pontífice. Escribía a los Cardenales de la Curia Romana: «Hay en la Iglesia una justicia llena de toda injusticia. Sólo se atiende a las cosas que redundan en honor a las criaturas, y las que redundan en honor de Dios se hace como que no se las ve su color de misericordia, la cual misericordia es inmisericordia y lleva a las almas al precipicio del infierno.»[5]

      El beato Francisco Palau, que vivió con tanta intensidad el ser intercesor ante Dios para que no permitiera que fuera desarraigada la fe católica de España, será un gran defensor de la justicia. Ya que será consciente de que la falta de justicia es una de las causas por las cuales Dios puede dejar de proteger a una nación. Él, a lo largo de su vida, fue muchas veces condenado injustamente tanto por las autoridades civiles como eclesiásticas. Nunca dejará una sola causa hasta que se esclareciera toda la verdad, incluso ante los tribunales, porque a «Dios legislador de legisladores a su poder están sujetos todos los poderes y a su autoridad todas las autoridades. La legislación humana, ya sea eclesiástica ya civil, no es más que una explicación, una extensión y el desarrollo de la divina; y la que no tiene este carácter no es legislación, sino el abuso y la usurpación del poder».[6] Ello se lo decía al capitán general que lo desterró a Ibiza. A un obispo que le retiró sin motivo predicar en su diócesis le dirá: «Un hombre no tiene poder para juzgar a otro hombre sino siguiendo el orden establecido en ambos Derechos por las leyes de la caridad y de la justicia.»[7]

      El beato Tito Brandsma ante el juez nazi que le interrogó, defendió valientemente la libertad de la Iglesia. Ella «no reconoce más autoridad que la fidelidad a sus propios principios. Si combate la ideología nazi es en función de los fundamentos de su doctrina y de su fe […] Insisto sobre el hecho de que la Iglesia católica se considera obligada a rechazar las medidas que se tomen contra su doctrina; no las acatará jamás». Después de largo tiempo viviendo en prisión fue de nuevo interrogado por el mismo juez, al cual responde: «No siento odio hacia los alemanes. Ni siquiera resentimiento. Pero rechaza y rechazará siempre el paganismo nazi… Si lo pusieran en libertad en nada cambiaría, pues no puede guardarse para sí solo la verdad.» Por la defensa de la verdad será condenado a un campo de concentración donde morirá no solo perdonando sino enseñando a rezar a la enfermera que le inyectará la dosis letal, para que Dios le concediera la conversión por medio del rezo del santo Rosario.

      Con ello podemos ver que quienes han vivido con mayor intensidad el carisma de la Orden, y así lo ha reconocido la Iglesia, han participado del carisma profético de denunciar en nombre de Dios la injusticia y han sido defensores a ultranza de la verdad. Porque hay una estrecha vinculación entre la práctica de la justicia y el que Dios escuche las oraciones. Schökel y Sicre, en su comentario a los Profetas escribieron: «El valor de los sacrificios y ofrendas no depende en última instancia de la acción humana, sino de que Dios los acepte, y en condiciones de injusticia no los acepta.»[8]

El carmelita luchará, no solo con la ayuda de Dios, por ser justo a sus ojos, sino que también luchará con sus oraciones o con su actuación porque en su comunidad, en la Orden, en la Iglesia y en la humanidad «fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo perenne» (Am 5, 24). Ello es condición indispensable para que Dios escuche plenamente las oraciones que le dirige la Iglesia.

6. Los Carmelitas en los momentos cruciales de la historia

Elías es el profeta devorado de «celo por el Señor, Dios de los ejércitos» (1 Re 19, 14). «Zelo zelatus sum… ¡Qué palabra tan eliana! Expresión de una fe inquebrantable y de un amor ardiente. Es un celo encendido por la honra de Yahveh, totalitario en sus exigencias.»[9] A la pregunta que Dios le hace en el monte Horeb, «¿Qué haces aquí, Elías?»,  él responde: «He tenido mucho celo por el SEÑOR, Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. He quedado yo solo y buscan mi vida para quitármela» (1Re 19,13).  

El Señor le dará una misión: «Ve, regresa por tu camino al desierto de Damasco y cuando hayas llegado, ungirás a Hazael por rey sobre Aram; y a Jehú, hijo de Nimsi, ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo, hijo de Safat de Abel-mehola, ungirás por profeta en tu lugar» (1 Re 19, 15-16). Del cumplimiento de esta misión depende el futuro del yahvismo en Israel. Ya que la política eficaz de Ajab y Jezabel podía significar el fin del yahvismo y el término de la originalidad de Israel como pueblo de Dios.

En esta situación tan crítica, Yahveh encontró un defensor más fuerte que Jezabel que dominaba el país con una mente lúcida y una voluntad de hierro. Dirá bellamente y con extraordinaria profundidad Juan Helewa, fruto de su gran conocimiento de la Biblia:

«Cuando Elías recibió la palabra, podría haberse negado, o al menos dudar acerca de la empresa que se le confiaba. Las circunstancias le habrían dado la razón. Pero entabló el combate, un combate tan desigual e insensato que no podía serlo más. Se encontraba solo contra todos, y el futuro del culto de Yahveh dependía de su ministerio; pero eso, lejos de desanimarlo, lo incitó a un esfuerzo sobrehumano. Las hazañas de Elías fueron las hazañas de un solitario, lleno de celo por el honor de Dios e instrumento dócil del Espíritu. Desafió a Baal y lo derrotó; demostró al pueblo inconstante la verdad de Yahveh y la inanidad del dios de Jezabel; defendió la Alianza y aseguró su supervivencia; por medio de su sucesor, al que transmitió su espíritu, provocó la ruina de la casa de Omrí, causa de tantas maldades. Para llevar a cabo esta misión, Elías necesitará “una fortaleza de alma, un celo por Dios, una convicción y una fe en Yahveh fuera de lo común; y el profeta alimentaba todo eso en la soledad, la ascesis y la oración” […].  Y cuando las amenazas de Jezabel lo obliguen a huir, buscará el consuelo y la luz en el Horeb, en un diálogo íntimo con Yahveh […]

Supo prever el futuro y lo preparó. No sólo el futuro inmediato de la dinastía de Omrí, sino también de la religión y de todo el profetismo. Elías fue el restaurador de la obra de Moisés, devolviéndole fuerza y vitalidad. Abrió el camino por el que se internarán Amós u Oseas y, tras ellos, todos los grandes profetas de Judá. Con su monoteísmo moral, su austero yahvismo, el universalismo de su religión, su guerra declarada al culto naturista, su recurso a la Alianza, su defensa del Decálogo y su ardor luchador, Elías inauguró una tradición profética […] que con el tiempo constituirá una de las glorias más puras de Israel […]

El espíritu de Elías iluminó la aurora del Nuevo Testamento como estrella matinal y, en la persona de Juan Bautista, trasmitió a las nuevas generaciones el soplo ardiente de la Profecía, el fuego del Espíritu de Dios. Elías, el mayor de los profetas de la Antigua Alianza, el defensor de la fe en el Carmelo, compañero de Moisés en el Sinaí, ha merecido encontrarse en el Tabor al lado del Señor.»[10]

Elías recibirá de Dios la misión de invertir y cambiar el curso de la historia de Israel. De este modo se convierte, como escribe Romeo Caveo, en el tipo del «reformador solitario que saca sólo de su experiencia de Dios la capacidad de ver lo que no ve ningún otro, de juzgar y de actuar con enorme energía».[11]

La Orden del Carmen también encarna esta dimensión del profeta Elías. En los momentos más críticos de la Iglesia, Dios suscita a hijos o hijas del Carmelo para que lleven a término una gesta semejante a la realizada por Elías, pero con los medios utilizados por la Virgen María, no matando a profetas ni ungiendo a reyes que destronarían a la dinastía Omrí, sino que, con su oración y oblación serán decisivos para invertir el curso de la historia, que intenta destruir a la Iglesia o, al menos, mermar al máximo posible su influencia social. En ello podemos ver la presencia de la Virgen María, que, con premura de Madre, vela por la Iglesia. Si Ella ha protegido con tanto amor a la Orden y a sus hijos e hijas, estos deben servirla ayudando a la Iglesia y a la humanidad.

Por ello, la Virgen María, que siente sobre sí la responsabilidad del bien de la Iglesia y de la humanidad, con divino beneplácito buscará de entre sus hijos e hijas carmelitas, que habitan en el santuario más íntimo de la Iglesia, a sus más inmediatos colaboradores para que esta situación se transforme para bien. Para que puedan ofrecer este valioso servicio el Espíritu Santo les concederá vivir un intenso amor a la Virgen María y grandes deseos de obsequiarla, servirla y colaborar decididamente en todo lo que Ella determine para que todo se renueve en virtud de la Redención de Cristo. Les hará incluso partícipes del espíritu de María. Será Ella en los carmelitas la que ayudará al Señor en la Iglesia.

Uno de los momentos más críticos de la Iglesia fue sin duda la Reforma protestante. Dios suscitó a santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, para que con su oración, santidad y la formación de mujeres orantes alcanzaran de Dios gracia para frenar el avance del protestantismo, la recatolización de vastas zonas de Europa, la eficacia del Concilio de Trento, tanto en el ámbito doctrinal como en el mejoramiento del clero y la expansión de la Iglesia a los cinco continentes.

En el siglo XIX, cuando el liberalismo accederá al poder, luchará desde todos los resortes para conseguir que la Iglesia reduzca su influencia pública. En este contexto histórico Dios envió al beato Francisco Palau. Éste profundizará en la lectura de la Sagrada Escritura para poder interceder más eficazmente ante Dios. Él descubre que los pecados colectivos son como un muro que impide que la oración llegue a Dios. Lo único que puede destruir este muro, es el ofrecimiento de la Eucaristía, que tiene más valor ante Dios que todos los pecados de los hombres y por ello los puede reparar. De este modo la oración llega a Dios, es escuchada benignamente y Dios concede una gran efusión de su Espíritu que lo renueva todo. Cuando los políticos liberales esperaban el fin del cristianismo, resurge la Iglesia con nuevo vigor en Europa y con un gran impulso misionero. 

Otro de los grandes retos para la Iglesia ha sido la propugnación de la muerte de Dios y la difusión del ateísmo militante. Para combatirlo, Dios nos concedió a santa Teresa del Niño Jesús. Ésta vivió en su espíritu la noche de la fe de sus contemporáneos, a la par que su cuerpo se desintegraba a causa de la tuberculosis. Ambas pruebas, del cuerpo y del espíritu, no consiguieron que dejara de amar y confiar en Dios como Padre entrañable y misericordioso. Sus escritos han tenido una gran influencia tanto en el seno de la Iglesia como fuera de ella. Nos enseña a tener para con Dios una relación filial, confiada y tierna, y a ofrecer pequeños sacrificios uniéndolos al sacrificio de Cristo para bien de la Iglesia, nuestra Madre.

Ante el grave horizonte que se cernía sobre la humanidad, la Virgen María se apareció en diversas ocasiones a tres pastores en Fátima, pidiéndoles oraciones y sacrificios, ante todo el rezo del santo Rosario. Más tarde a Lucía, que ingresaría en el Carmelo Descalzo, le pidió la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón. Si hubiera sido escuchada, la humanidad protegida y resguardada en el Inmaculado Corazón de María posiblemente no hubiera sufrido la atroz II Guerra Mundial. El episcopado portugués consagró Portugal al Inmaculado corazón de María y no sufrió ni la II Guerra Mundial, ni una guerra civil como en España. Cuando Juan Pablo II, que hubiera querido ingresar en el Carmelo, junto con todos los Obispos, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María y la honraron en el año mariano, el comunismo cayó como un castillo de naipes.

Edith Stein y Tito Brandsma se enfrentaron al gran peligro que significó el nazismo para la humanidad. Los dos pagaron con su vida. El nazismo, que quería dominar durante un milenio la humanidad, cayó a los seis años.

Santa Maravillas de Jesús será elegida por Dios para perpetuar una oración y oblación constante por España, para evitar que esta volviese a ensangrentarse en crueles guerras civiles, y dedicase sus energías al bien de sus ciudadanos, a prolongar la acción evangelizadora de la Iglesia y a contribuir al bien de la humanidad.

Ante los grandes peligros que ahora se ciernen sobre la humanidad a través del integrismo del islam, que quiere conseguir que en el mundo exista una sola religión, y donde consigue el poder político hace desaparecer al cristianismo casi de raíz, o el capitalismo salvaje que destruye todo lo que hombres de buena voluntad han trabajado para construir el Reino de Dios, la Virgen María también buscará colaboradores entre sus hijos e hijas del Carmelo para que con su oración y la oblación  de su vida ello no se lleve a término. Les moverá para que alcancen de Dios Padre que, por el poder inmenso de la redención de Cristo, las sociedades se construyan a partir de los valores del Evangelio o de las semillas del Verbo que están esparcidas en todas las culturas y sociedades, y que su Hijo Jesucristo sea reconocido como la perla o el tesoro más grande que la Humanidad tiene, y por ello la Iglesia sea amada y valorada como fiel custodia y actualizadora de la vida y del mensaje de Jesucristo, su Señor. 

7. Elías en los Santos del Carmelo Teresiano

Para santa Teresa de Jesús, como para san Juan de la Cruz o para cualquier carmelita de su tiempo y de los siglos posteriores, Elías ocupará un puesto destacado en su vida espiritual: «Era padre de la propia familia religiosa en doble sentido; como hipotético fundador y como paradigma de vida espiritual. De ahí que el Santo introduzca siempre su nombre precedido de la designación familiar: “nuestro padre Elías”»[12]. Teresa de Jesús lo designará como “nuestro Padre san Elías”.»[13] 

El profeta Elías será visto como ejemplar de contemplación y modelo del celo por la gloria de Dios. Las referencias que Juan de la Cruz y Teresa de Jesús hacen sobre el profeta Elías, están vinculadas al dato bíblico. A san Juan de la Cruz la experiencia de Elías en el monte Horeb[14] le servirá de tema para hablar de la visión de Dios en esta vida (CB 14, 14-15)[15]. En Teresa de Jesús hará uso de la persona de Elías, ante todo para animar a sus monjas a caminar con paso decidido hacia el cielo. Les hará cantar: «Y al padre Elías siguiendo, / nos vamos contradiciendo / con su fuerza y celo / Monjas del Carmelo.»[16]

      A santa Teresa del Niño Jesús, el dato bíblico de la experiencia de Elías en el monte Horeb le ayudará a expresar su propia experiencia de Dios, después de recibir el sacramento de la Confirmación: «No sentí ningún viento impetuoso al descender el Espíritu Santo, sino más bien aquella brisa tenue cuyo susurro escuchó Elías en el monte Horeb…» (Ms A 36v). Al realizar la profesión religiosa, dirá:  «Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos –es decir, entre gracias extraordinarias–, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías…» (Ms A 76v).

Cuando ella descubre después de una ardua búsqueda que su lugar en la Iglesia es ser el amor, experimentará la insuficiencia de su amor, para poder cumplir con su vocación: «En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo…» (Ms B 3v). Sin embargo, es entonces cuando recuerda que los santos del cielo, de un modo particular su Padre san Elías, sí poseen el amor, de la que ella es deudora, y les pedirá: «Acordándome de la oración de Eliseo a su Padre Elías, cuando se atrevió a pedirle su doble espíritu, me presenté ante los ángeles y los santos y les dije: […] me atrevo a pediros que me alcancéis: vuestro doble amor» (Ms B 4r).

En estas tres referencias a san Elías en los momentos más importantes de su vida, vemos como, a Teresa del Niño Jesús, la experiencia de Elías le ayuda a explicar su propia experiencia espiritual, y le es estímulo para avanzar en la vida espiritual, suplicándole le alcance lo que él ya vivió.

Isabel de la Trinidad, cuando hace referencia a san Elías en sus escritos, lo reconoce como verdadero padre, al formar parte integrante de la espiritualidad de la Orden, y todos están llamados a vivir de su espíritu. A una joven que quiere ser carmelita descalza, al explicarle la vocación le dice: «¿Conoce usted a San Juan de la Cruz? Es nuestro Padre, y ha penetrado mucho en las honduras de la Divinidad. Antes de él debiera haberle hablado de San Elías, nuestro primer Padre. Ya ve que nuestra Orden es muy antigua, pues se remonta hasta los profetas. ¡Ah, yo quisiera poder cantar todas sus glorias!» (cta. 136, 14.9.1902).

A un joven novicio carmelita descalzo, le animará a vivir el espíritu de Elías, como parte integrante de su vocación: «¿Vivir en la presencia de Dios no es la herencia que San Elías ha legado a los hijos del Carmelo, él que en el ardor de su fe gritaba: “Vive el Señor, en cuya presencia estoy?” (I Re. 17, 1).  Si usted quiere, nuestras almas, franqueando el espacio, se encontrarán para cantar al unísono esta gran divisa de nuestro padre…» (cta. 299, 17.7.1906).

Cuando ella querrá expresar lo que significa ser esposa de Jesús, tendrá presente al profeta Elías: «Ser esposa, esposa carmelita, es tener el corazón abrasado de Elías» (NI. 13). En la poesía ‘Amar’, al instar a sus hermanas a vivir la vocación del Carmelo en toda su riqueza espiritual, las anima a tener presente la figura del profeta Elías: «Amar es ser alma apostólica, celar el honor del Dios viviente, herencia antigua verdaderamente dejada por Elías, gran Vidente; recogida más tarde por Teresa y transmitida a sus hijas toda entera. Y el Carmelo vino a ser de amor divino un hogar, un horno muy encendido» (P 94).

El más eliano de los carmelitas descalzos insignes es sin duda el beato Francisco Palau. El papel que desarrollará en su vida nos recuerda que Elías no solo es un recuerdo, sino una persona viviente que vela por el bien de la Orden.

En los momentos más trágicos para la Orden del Carmen en España, el profeta Elías velará para que esta tenga continuidad, no solo a nivel jurídico sino también a nivel espiritual, llevado a su más alto grado. Ello sucedió en el siglo XIX, pocos años antes de que la Congregación española desapareciera bajo los decretos exclaustradores de los gobiernos liberales. Un joven seminarista encomienda su vocación al profeta Elías, y alcanza de Dios que le sea concedida para el Carmelo. Este es el caso de Francisco Palau.

Este, después de estudiar cuatro cursos en el seminario de Lleida, siendo apreciado por los profesores, no veía clara su vocación. No veía que su futuro fuera la «carrera eclesiástica». Mientras hacía oración ante el Santísimo se sintió urgido a ingresar en la vida religiosa. Para alcanzar la gracia de conocer donde debía ingresar, hace una novena a san Elías. Éste le respondió a su confianza con una gracia especial: «El último día de la novena quiso el cielo tranquilizarle, señalándole la orden a que quería que perteneciese, lo cual hizo de un modo bien claro, pues san Elías extendióle la capa y le cobijó en ella. Con tal visible señal no titubeó un momento y dirigióse al Monte deseado a la sombra del Carmelo.»[17] Renunciará a la beca de estudios, a la carrera sacerdotal con sus ventajas, y se encaminará al Carmelo en busca de su Amada, la Iglesia.

Será una vocación verdaderamente probada, ya que no podrá vivir ni dos años como profeso, pues el día de san Jaime de 1835 incendiaron su convento, posteriormente con la prohibición de las órdenes religiosas masculinas, Francisco Palau deberá ser fiel a la vocación carmelitana-teresiana, viviendo como exclaustrado hasta la muerte. La vivirá al estilo de Elías, de la soledad más profunda a la acción apostólica más comprometida.

      Se sentirá incluso llamado a restaurar «la Orden del gran profeta Elías», entonces inexistente en España en su rama masculina, excepto en el convento del Desierto de las Palmas. Será una rama ante todo contemplativa-apostólica que se dedicará al exorcistado. La Iglesia en su interior le dirá: «Despliega las armas del Monte santo del Carmelo, para que se acojan a su protección los que están escogidos para hijos del gran profeta Elías, y dirígelos en los desiertos, preparándolos allí para recibir el espíritu doble de este gran Profeta» (MR 7,12). Estos estarán bajo el cuidado y dirección de «tu padre san Elías; y diles […], que le reconozcan por su General, que el superior general tenga el título de secretario del General; que pidan les dé Dios el espíritu fuerte del Profeta» (MR 8,30).

Su devoción al profeta Elías no dejará de crecer a lo largo de su vida.  Dirá el P. Román Llamas: «En toda la trayectoria del P. Palau llama la atención la grande fe y amor que mantuvo siempre a su Padre san Elías y la fidelidad de su devoción al santo Profeta de fuego.»[18] Se puede decir que el P. Palau forjó su recia personalidad y su heroica santidad en una creciente y sincera devoción al profeta Elías, inspirándose en las tradiciones carmelitanas y bíblicas, en las que el profeta del celo de Dios tiene un papel importante a desempeñar, ante todo en los últimos tiempos.  

La devoción al gran Profeta del Carmelo, que lo acompañará a lo largo de la vida, quiso que le acompañase en los últimos momentos de su existencia. En su última enfermedad, los santos que invoca más frecuentemente son «san Elías, san José y la Virgen del Carmen».

Los que lo elogiaron después de su muerte, destacarán su espíritu eliano: «cual otro Elías», «forjado en los mismos troqueles de Elías», «aquel segundo Elías nuestro Padre», «forjado según el espíritu del evangelio y caldeado en las llamas de fuego de Elías», «buen discípulo de Elías», «digno hijo del gran profeta Elías», «dotado del doble espíritu de Elías».[19]

Él vivirá, con una intensidad inusitada, tanto las características de la Congregación española como de la italiana del Carmelo Descalzo. El retiro y la vida penitencial propios de la primera y la desbordante vida apostólica de la segunda. Es de este modo, a través de su persona, lo mejor de la tradición de la Congregación española se traspasa a la Congregación italiana, que hoy es la única existente. 

Edith Stein en su escrito “Sobre la historia y el espíritu del Carmelo” hará una larga mención de la figura del profeta Elías. Ella como judía sabía muy bien la importancia de este profeta en el pueblo de Israel. Nos ofrece una profunda reflexión sobre la figura de Elías, quizás la mejor que haya escrito un santo del Carmelo:

“En las primeras palabras que en la Escritura hablan de nuestro santo Padre Elías nos ofrecen con toda brevedad lo esencial. Él dice allí al idólatra rey Ajab: “¡Vive Yahveh, Dios je Israel, a quien sirvo, que en los próximos dos años no habrá lluvia ni rocío si yo no lo ordeno!”[20].

     Estar sirviendo al Dios vivo, esta es nuestra vocación. El santo profeta Elías nos ha dado ejemplo de ello. Él estuvo frente al rostro de Dios, porque ese es el tesoro infinito, por el cual abandonó todos los bienes terrenales. Él no tenía casa; vivía allí donde el Señor cada vez le indicaba: en la soledad junto al torrente Querit[21], en la casucha de la pobre viuda de Sarepta en Sidón[22] o en las cuevas del Carmelo[23]. Su vestimenta era, como la del otro gran penitente y profeta, el Bautista, una piel de animal[24]. La piel de los animales muer­tos recuerda que también el cuerpo de los hombres muere[25]. Elías no conoció la preocupación por el pan cotidiano. Vivía confiado en la providencia del Padre celestial que le soste­nía sorprendentemente: un cuervo le procuraba su comida cotidiana en el desierto[26]; en Sarepta comía los alimentos milagrosamente multiplicados de la viuda piadosa[27]; antes de su largo viaje al Monte Santo, donde el Señor se le debía aparecer, un ángel le fortalecía con pan del cielo[28]. De este modo es para nosotros modelo de la pobreza evangélica, que nosotras hemos prometido, y una imagen auténtica del Salvador.

     Elías está frente al rostro de Dios, porque al Señor pertenece todo su amor. Elías vive desprendido de toda relación humano-natural. No sabemos nada sobre su padre o madre, sobre que tuviese mujer o hijos. Sus “familiares” son aquellos que, como él, cumplen la voluntad del Padre[29]: Elíseo a quien Dios puso como su seguidor, y los «hijos de los profetas», que le siguen como su guía. La gloria de Dios es su ale­gría; el celo por su servicio le consume; “Me consume el celo por el Señor todopoderoso”[30]. A través de su vida de penitencia expió los pecados de su tiempo. La ignominia que causaron al Señor las idolatrías del pueblo, le hacía sufrir tanto que deseaba la muerte. Dios le consoló como solo consuela a sus predilectos: Él mismo se le aparece en un monte solitario y se le revela en la suave brisa después de la tempestad, y le anun­cia su voluntad con muy claras palabras[31].

    El profeta, que sirve al Señor con un corazón puro y desapegado de todo lo terrenal, es también un modelo de obediencia. Él está frente al rostro de Dios como los ángeles frente al Trono Eterno, a la espera de sus indicaciones y dis­puesto al servicio. No tiene más voluntad que la de su Señor Cuando Dios pide, entonces él se presenta ante el rey sin temor y le transmite las noticias desagradables que desper­tarán su odio. Si Dios así lo quiere, ante la violencia se reti­ra del país, pero retorna incluso aunque el peligro no haya desaparecido, y todo por mandato de Dios. Quien profesa de este modo la fidelidad a Dios, ese puede estar seguro de la fidelidad divina…”[32]

Con razón dirá Edith Stein: «Nosotras, que vivimos en el Carmelo y que cada día rezamos a nuestro santo Padre Elías, sabemos que él no es una figura de la prehistoria gris. Una tradición viviente nos ha legado su espíritu, que actualmente determina nuestra vida»[33].

                                                                 María del Pilar Vila

                                  (Doctora en Teología espiritual)

Barcelona 15.10.2017


[1] Joseph Baudry et alii, El profeta Elías, Padre de los Carmelitas, Ed. Monte Carmelo, Burgos 1998, 109.

[2] Juan Helewa, «El profeta Elías», en El profeta Elías, Padre de los Carmelitas, Ed. Monte Carmelo, Burgos 1998, 33-62 (56).

[3] Pablo VI, Alocución del 10.5.1967.

[4] El mal social no radica sOlo en el corazón del hombre, fruto de su finitud e imperfección, sino que esta corrupción interior se canaliza y se manifiesta en instituciones concretas como los tribunales de justicia.

[5] Rafael Mª López Melús, Santa Magdalena de Pazzi. Vida y Doctrina, Ed. AMACAR, Onda 1991, 246.

[6] Francisco Palau, Escuela de la Virtud Vindicada, Roma, Ed. Carmelitas Misioneras 1979, 128. 

[7] Carta de Francisco Palau  a Mariano Puigllat, Obispo de Lérida, 6-10-1868.

[8] A. Schökel y J. L. Sicre, Profetas. Comentario, Madrid, Ed. Cristiandad 1980, vol. II, 980.

[9] Juan Helewa, «El profeta Elías», en El profeta Elías, Padre de los Carmelitas, o.c., 58.

[10]Ibíd., 60-62

[11] Romeo Caveo, «Elías y Eliseo», en Antonio Bonara (dir.), Espiritualidad del Antiguo Testamento, Ed. Sígueme, Salamanca 1994, 355-358

[12] Eulogio Pacho, «Elías, Profeta», en Diccionario de san Juan de la Cruz, Ed. Monte Carmelo, Burgos 2000, 492-495.  

[13] Moradas VI 7,8; Moradas VII, 4,11; Fundaciones 27,17; 28, 20; Poesías 10,7.

[14] Juan de  la Cruz comentará por tres veces ese silbo tenue en: 2S 24,3; CB 14, 14-15,  Ll 2, 17.

[15] Max Huot de Longchamp, «Elías en el Horeb, o la experiencia mística», en El profeta Elías, Padre de los Carmelitas, o.c., 239-253, tratará este tema a partir de la reflexión que hace san Juan de la Cruz.

[16] Poseía ‘Camino para el cielo’. 

[17] H. José Padró, en Positio, p. 33-34. Citado por Román Llamas, «La figura de san Elías», Rev. Monte Carmelo, 96 (1988) 131-145 (132).

[18] Citado por R. Llamas, «La figura de san Elías, o.c., 144.

[19]Positio, c. XIV, 14-15, p. 901-945. Citado por R. Llamas, «La figura de san Elías, o.c., 133.

20. 6*  1 Re 17, 1.

[21] Cf. 1 Re 17, 5.

 [22]Cf. 1 Re 17, 9-16.

Cf. 1 Re 17, 19-46.

Cf. Mt 3, 4.

Cf. Erik Peterson, Theologie des Kleides, en: Benediktinische Rlonatsschrift (1934, cuaderno 9/10), p. 354.

[26] Cf. 1 Re 17, 4-6.

[27] Cf. 1 Re 17, 15-16.

[28] Cf. 1 Re 19, 5-8.

 [29]Cf. Mt 12, 49-50.

[30] 1 Re 19, 10 y 14. Estas palabras, en su redacción latina de la Vulgata (“Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum”), fueron asumidas como lema en el escudo de la Orden.

[31]Cf. 1 Re 19, 9-13.

[32] Edith Stein, Los caminos del silencio interior, Ed de Espiritualidad, Madrid 1988, 174-177,

[33] Ibid. 174.