Vida: Capítulos 36 al 40 y Epílogo

LIBRO DE LA VIDA

CAPÍTULO 36

Prosigue en la materia comenzada y dice cómo se acabó de

concluir y se fundó este monasterio del glorioso San José y las

grandes contradicciones y persecuciones que después de tomar

hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos y tentaciones que

ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria y en gloria y

alabanza suya.

 

1. Partida ya de aquella ciudad, venía muy contenta por el camino,

determinándome a pasar todo lo que el Señor fuese servido muy

con toda voluntad.

La noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho

para el monasterio y Breve de Roma, que yo me espanté, y se

espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor a la

venida, cuando supieron la gran necesidad que había de ello y a la

coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí al Obispo y al

santo fray Pedro de Alcántara y a otro caballero muy siervo de Dios,

en cuya casa este santo hombre posaba, que era persona adonde

los siervos de Dios hallaban espaldas y cabida.

 

2. Entrambos a dos acabaron con el Obispo admitiese el

monasterio, que no fue poco, por ser pobre, sino que era tan amigo

de personas que veía así determinadas a servir al Señor, que luego

se aficionó a favorecerle; y el aprobarlo este santo viejo y poner

mucho con unos y con otros en que nos ayudasen, fue el que lo

hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura -como ya he dicho-, no

puedo entender cómo pudiera hacerse. Porque estuvo poco aquí

este santo hombre, que no creo fueron ocho días, y ésos muy

enfermo, y desde a muy poco le llevó el Señor consigo. Parece que

le había guardado Su Majestad hasta acabar este negocio, que

había muchos días -no sé si más de dos años- que andaba muy

malo.

 

3. Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser así no se

pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se

pareció después. Ordenó el Señor que estuviese malo un cuñado

mío, y su mujer no aquí, y en tantanecesidad, que me dieron

licencia para estar con él. Y con esta ocasión no se entendió nada,

aunque en algunas personas no dejaba de sospecharse algo, mas

aún no lo creían. Fue cosa para espantar, que no estuvo más malo

de lo que fue menester para el negocio y, en siendo menester

tuviese salud para que yo me desocupase y él dejase

desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba

maravillado.

 

4. Pasé harto trabajo en procurar con unos y con otros que se

admitiese, y con el enfermo, y con oficiales para que se acabase la

casa a mucha prisa, para que tuviese forma de monasterio, que

faltaba mucho de acabarse. Y la mi compañera no estaba aquí, que

nos pareció era mejor estar ausente para más disimular, y yo veía

que iba el todo en la brevedad por muchas causas; y la una era

porque cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las

cosas de trabajos que tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz;

aunque todavía me parecía era poco para la gran cruz que yo había

entendido del Señor había de pasar.

 

5. Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San

Bartolomé, tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo

Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro

monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y

quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos

monjas de nuestra casa misma, que acertaron a estar fuera. Como

en ésta que se hizo el monasterio era la que estaba mi cuñado

(que, como he dicho, la había él comprado por disimular mejor el

negocio), con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no

fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra

obediencia. Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden

por muchas causas, que aunque iba con secreto y guardándome no

lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer. Porque por

muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me

parece dejara, cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo

deseaba por apartarme más de todo y llevar mi profesión y

llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo

deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo

todo, lo hiciera -como lo hice la otra vez- con todo sosiego y paz.

 

6. Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo

Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque

no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios, que esto se

pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo

fuesen fundamento para en que se pudiese el intento que

llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una

obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del

hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias.

Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el

Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi

padre glorioso San José, que no la había. No porque a mí me

pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni

parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi parte

iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar

que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese

Su Majestad tomádome por instrumento -siendo tan ruin- para tan

gran obra.

Así que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de

mí, con grande oración.

 

7. Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas, me

revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome

delante si había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra

obediencia en haberlo procurado sin que me lo mandase el

Provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto,

a causa de sujetarle al Ordinario, por no se lo haber primero dicho;

aunque como él no le había querido admitir, y yo no la mudaba,

también me parecía no se le daría nada por otra parte), y que si

habían de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechura,

si les había de faltar de comer, si había sido disparate, que quién

me metía en esto, pues yo tenía monasterio.

Todo lo que el Señor me había mandado y los muchos pareceres y

oraciones que había más de dos años que no casi cesaban, todo

tan quitado de mi memoria como si nunca hubiera sido. Sólo de mi

parecer me acordaba, y todas las virtudes y la fe estaban en mí

entonces suspendidas, sin tener yo fuerza para que ninguna obrase

ni me defendiese de tantos golpes.

 

8. También me ponía el demonio que cómo me quería encerrar en

casa tan estrecha, y con tantas enfermedades, que cómo había de

poder sufrir tanta penitencia, y dejaba casa tan grande y deleitosa y

adonde tan contenta siempre había estado, y tantas amigas; que

quizás las de acá no serían a mi gusto, que me había obligado a

mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había

pretendido esto el demonio, quitarme la paz y quietud, y que así no

podría tener oración, estando desasosegada, y perdería el alma.

Cosas de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi

mano pensar en otra cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y

tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi así,

fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a El

no podía. Paréceme estaba con una congoja como quien está en

agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aun

confesor no tenía señalado.

 

9. ¡Oh, válgame Dios, qué vida esta tan miserable! No hay contento

seguro ni cosa sin mudanza. Había tan poquito que no me parece

trocara mi contento con ninguno de la tierra, y la misma causa de él

me atormentaba ahora de tal suerte que no sabía qué hacer de mí.

¡Oh, si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida! Cada

uno vería por experiencia en lo poco que se ha de tener contento ni

descontento de ella.

Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado

en mi vida. Parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba

por pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto si durara. Mas no

dejó el Señor padecer mucho a su pobre sierva; porque nunca en

las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en ésta, que me dio

un poco de luz para ver que era demonio y para que pudiese

entender la verdad y que todo era quererme espantar con mentiras.

Y así comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de

servir al Señor y deseos de padecer por El; y pensé que si había de

cumplirlos, que no había de andar a procurar descanso, y que si

tuviese trabajos, que ése era el merecer, y si descontento, como lo

tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio; que de qué

temía, que pues deseaba trabajos, que buenos eran éstos; que en

la mayor contradicción estaba la ganancia; que por qué me había

de faltar ánimo para servir a quien tanto debía.

Con estas y otras consideraciones, haciéndome gran fuerza,

prometí delante del Santísimo Sacramento de hacer todo lo que

pudiese para tener licencia de venirme a esta casa, y en pudiéndolo

hacer con buena conciencia, prometer clausura.

 

10. En haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó

sosegada y contenta, y lo quedé y lo he estado siempre, y todo lo

que en esta casa se guarda de encerramiento y penitencia y lo

demás, se me hace en extremo suave y poco. El contento es tan

grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en la

tierra que fuera más sabroso. No sé si es esto parte para tener

mucha más salud que nunca, o querer el Señor -por ser menester y

razón que haga lo que todas- darme este consuelo que pueda

hacerlo, aunque con trabajo. Mas del poder se espantan todas las

personas que saben mis enfermedades. ¡Bendito sea El, que todo

lo da y en cuyo poder se puede!.

 

11. Quedé bien cansada de tal contienda y riéndome del demonio,

que vi claro ser él. Creo lo permitió el Señor, porque yo nunca supe

qué cosa era descontento de ser monja ni un momento, en veinte y

ocho años y más que ha que lo soy, para que entendiese la merced

grande que en esto me había hecho, y del tormento que me había

librado; y también para que si alguna viese lo estaba, no me

espantase y me apiadase de ella y la supiese consolar.

Pues pasado esto, queriendo después de comer descansar un poco

(porque en toda la noche no había casi sosegado, ni en otras

algunas dejado de tener trabajo y cuidado, y todos los días bien

cansada), como se había sabido en mi monasterio y en la ciudad lo

que estaba hecho, había en él mucho alboroto por las causas que

ya he dicho, que parecía llevaban algún color.

Luego la prelada me envió a mandar que a la hora me fuese allá.

Yo en viendo su mandamiento, dejo mis monjas harto penadas, y

voyme luego.

Bien vi que se me habían de ofrecer hartos trabajos; mas como ya

quedaba hecho, muy poco se me daba. Hice oración suplicando al

Señor me favoreciese, y a mi padre San José que me trajese a su

casa, y ofrecíle lo que había de pasar y, muy contenta se ofreciese

algo en que yo padeciese por él y le pudiese servir, me fui, con

tener creído luego me habían de echar en la cárcel. Mas a mi

parecer me diera mucho contento, por no hablar a nadie y

descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien

necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente.

 

12. Como llegué y di mi descuento a la prelada, aplacóse algo, y

todas enviaron al Provincial, y quedóse la causa para delante de él.

Y venido, fui a juicio con harto gran contento de ver que padecía

algo por el Señor, porque contra Su Majestad ni la Orden no hallaba

haber ofendido nada en este caso; antes procuraba aumentarla con

todas mis fuerzas, y muriera de buena gana por ello, que todo mi

deseo era que se cumpliese con toda perfección. Acordéme del

juicio de Cristo y vi cuán nonada era aquél. Hice mi culpa como muy

culpada, y así lo parecía a quien no sabía todas las causas.

Después de haberme hecho una gran reprensión, aunque no con

tanto rigor como merecía el delito y lo que muchos decían al

Provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a

ello, antes pedí me perdonase y castigase y no estuviese desabrido

conmigo.

 

13. En algunas cosas bien veía yo me condenaban sin culpa,

porque me decían lo había hecho porque me tuviesen en algo y por

ser nombrada y otras semejantes. Mas en otras claro entendía que

decían verdad, en que era yo más ruin que otras, y que pues no

había guardado la mucha religión que se llevaba en aquella casa,

cómo pensaba guardarla en otra con más rigor, que escandalizaba

el pueblo y levantaba cosas nuevas. Todo no me hacía ningún

alboroto ni pena, aunque yo mostraba tenerla porque no pareciese

tenía en poco lo que me decían. En fin, me mandó delante de las

monjas diese descuento, y húbelo de hacer.

 

14. Como yo tenía quietud en mí y me ayudaba el Señor, di mi

descuento de manera que no halló el Provincial, ni las que allí

estaban, por qué me condenar. Y después a solas le hablé más

claro, y quedó muy satisfecho, y prometióme -si fuese adelante- en

sosegándose la ciudad, de darme licencia que me fuese a él,

porque el alboroto de toda la ciudad era tan grande como ahora

diré.

 

15. Desde a dos o tres días, juntáronse algunos de los regidores y

corregidor y del cabildo, y todos juntos dijeron que en ninguna

manera se había de consentir, que venía conocido daño a la

república, y que habían de quitar el Santísimo Sacramento, y que

en ninguna manera sufrirían pasase adelante. Hicieron juntar todas

las Ordenes para que digan su parecer, de cada una dos letrados.

Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se

deshiciese. Sólo un Presentado de la Orden de Santo Domingo,

aunque era contrario -no del monasterio, sino de que fuese pobre-,

dijo que no era cosa que así se había de deshacer, que se mirase

bien, que tiempo había para ello, que éste era caso del Obispo, o

cosas de este arte, que hizo mucho provecho. Porque según la

furia, fue dicha no lo poner luego por obra. Era, en fin, que había de

ser; que era el Señor servido de ello, y podían todos poco contra su

voluntad. Daban sus razones y llevaban buen celo, y así, sin

ofender ellos a Dios, hacíanme padecer y a todas las personas que

lo favorecían, que eran algunas, y pasaron mucha persecución.

 

16. Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra

cosa, y todos condenarme e ir al Provincial y a mi monasterio. Yo

ninguna pena tenía de cuanto decían de mí más que si no lo

dijeran, sino temor si se había de deshacer. Esto me daba gran

pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban y el

mucho trabajo que pasaban, que de lo que decían de mí antes me

parece me holgaba; y si tuviera alguna fe, ninguna alteración

tuviera, sino que faltar algo en una virtud basta a adormecerlas

todas; y así estuve muy penada dos días que hubo estas juntas que

digo en el pueblo, y estando bien fatigada me dijo el Señor: ¿No

sabes que soy poderoso?; ¿de qué temes?, y me aseguró que no

se desharía. Con esto quedé muy consolada.

Enviaron al Consejo Real con su información. Vino provisión para

que se diese relación de cómo se había hecho.

 

17. Hela aquí comenzado un gran pleito; porque de la ciudad fueron

a la Corte, y hubieron de ir de parte del monasterio, y ni había

dineros ni yo sabía qué hacer. Proveyólo el Señor, que nunca mi

Padre Provincial me mandó dejase de entender en ello; porque es

tan amigo de toda virtud, que aunque no ayudaba, no quería ser

contra ello. No me dio licencia, hasta ver en lo que paraba, para

venir acá. Estas siervas de Dios estaban solas y hacían más con

sus oraciones que con cuanto yo andaba negociando, aunque fue

menester harta diligencia.

Algunas veces parecía que todo faltaba, en especial un día antes

que viniese el Provincial, que me mandó la priora no tratase en

nada, y era dejarse todo. Yo me fui a Dios y díjele: «Señor, esta

casa no es mía; por Vos se ha hecho; ahora que no hay nadie que

negocie, hágalo Vuestra Majestad». Quedaba tan descansada y tan

sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí, y

luego tenía por seguro el negocio.

 

18. Un muy siervo de Dios, sacerdote, que siempre me había

ayudado, amigo de toda perfección, fue a la Corte a entender en el

negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo -de quien he hecho

mención- hacía en este caso muy mucho, y de todas maneras lo

favorecía. Pasó hartos trabajos y persecución, y siempre en todo le

tenía por padre y aun ahora le tengo.

Y en los que nos ayudaban ponía el Señor tanto hervor, que cada

uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la

vida y la honra, y no les iba más de ser cosa en que a ellos les

parecía se servía el Señor. Pareció claro ayudar Su Majestad al

Maestro que he dicho, clérigo, que también era de los que mucho

me ayudaban, a quien el Obispo puso de su parte en una junta

grande que se hizo, y él estaba solo contra todos y en fin, los

aplacó con decirles ciertos medios, que fue harto para que se

entretuviesen, mas ninguno bastaba para que luego no tornasen a

poner la vida, como dicen, en deshacerle. Este siervo de Dios que

digo, fue quien dio los hábitos y puso el Santísimo Sacramento, y se

vio en harta persecución. Duró esta batería casi medio año, que

decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo.

 

19. Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas

mujercitas y cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar

solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más -digo a los

que lo contradecían-, y de vida tan estrecha; que ya que fuera daño

o yerro, era para sí mismas; mas daño al lugar, no parece llevaba

camino; y ellos hallaban tantos, que con buena conciencia lo

contradecían. Ya vinieron a decir que, como tuviese renta, pasarían

por ello y que fuese adelante. Yo estaba ya tan cansada de ver el

trabajo de todos los que me ayudaban, más que del mío, que me

parecía no sería malo hasta que se sosegasen tener renta, y dejarla

después. Y otras veces, como ruin e imperfecta, me parecía que por

ventura lo quería el Señor, pues sin ella no podíamos salir con ello,

y venía ya en este concierto.

 

20. Estando la noche antes que se había de tratar en oración, y ya

se había comenzado el concierto, díjome el Señor que no hiciese

tal, que si comenzásemos a tener renta, que no nos dejarían

después que lo dejásemos, y otras algunas cosas. La misma noche

me apareció el santo fray Pedro de Alcántara, que era ya muerto, y

antes que muriese me escribió -como supo la gran contradicción y

persecución que teníamos- que se holgaba fuese la fundación con

contradicción tan grande, que era señal se había el Señor servir

muy mucho en este monasterio, pues el demonio tanto ponía en

que no se hiciese, y que en ninguna manera viniese en tener renta;

y aun dos o tres veces me persuadió en la carta, y que, como esto

hiciese, ello vendría a hacerse todo como yo quería. Ya yo le había

visto otras dos veces después que murió, y la gran gloria que tenía,

y así no me hizo temor, antes me holgué mucho; porque siempre

aparecía como cuerpo glorificado, lleno de mucha gloria, y

dábamela muy grandísima verle. Acuérdome que me dijo la primera

vezque le vi, entre otras cosas, diciéndome lo mucho que gozaba,

que dichosa penitencia había sido la que había hecho, que tanto

premio había alcanzado.

 

21. Porque ya creo tengo dicho algo de esto, no digo aquí más de

cómo esta vez me mostró rigor y sólo me dijo que en ninguna

manera tomase renta y que por qué no quería tomar su consejo, y

desapareció luego.

Yo quedé espantada, y luego otro día dije al caballero -que era a

quien en todo acudía como el que más en ello hacía- lo que

pasaba, y que no se concertase en ninguna manera tener renta,

sino que fuese adelante el pleito. El estaba en esto mucho más

fuerte que yo, y holgóse mucho; después me dijo cuán de mala

gana hablaba en el concierto.

 

22. Después se tornó a levantar otra persona, y sierva de Dios

harto, y con buen celo; ya que estaba en buenos términos, decía se

pusiese en manos de letrados. Aquí tuve hartos desasosiegos,

porque algunos de los que me ayudaban venían en esto, y fue esta

maraña que hizo el demonio, de la más mala digestión de todas. En

todo me ayudó el Señor, que así dicho en suma no se puede bien

dar a entender lo que se pasó en dos años que se estuvo

comenzada esta casa, hasta que se acabó. Este medio postrero y

lo primero fue lo más trabajoso.

 

23. Pues aplacada ya algo la ciudad, diose tan buena maña el

Padre Presentado Dominico que nos ayudaba, aunque no estaba

presente, mas habíale traído el Señor a un tiempo que nos hizo

harto bien y pareció haberle Su Majestad para solo este fin traído,

que me dijo él después que no había tenido para qué venir, sino

que acaso lo había sabido. Estuvo lo que fue menester. Tornado a

ir, procuró por algunas vías que nos diese licencia nuestro Padre

Provincial para venir yo a esta casa con otras algunas conmigo,

(que parecía casi imposible darla tan en breve), para hacer el oficio

y enseñar a las que estaban. Fue grandísimo consuelo para mí el

día que vinimos.

 

24. Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el

monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo que con

grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y

agradeciéndome lo que había hecho por su Madre.

Otra vez, estando todas en el coro en oración después de

Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto

blanco, y debajo de él parecía ampararnos a todas; entendí cuán

alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa.

 

25. Comenzado a hacer el oficio, era mucha la devoción que el

pueblo comenzó a tener con esta casa. Tomáronse más monjas, y

comenzó el Señor a mover a los que más nos habían perseguido

para que mucho nos favoreciesen e hiciesen limosna; y así

aprobaban lo que tanto habían reprobado, y poco a poco se dejaran

del pleito y decían que ya entendían ser obra de Dios, pues con

tanta contracción Su Majestad había querido fuese adelante. Y no

hay al presente nadie que le parezca fuera acertado dejarse de

hacer, y así tienen tanta cuenta con proveernos de limosna, que sin

haber demanda ni pedir a nadie, los despierta el Señor para que

nos la envíen, y pasamos sin que nos falte lo necesario, y espero

en el Señor será así siempre; que, como son pocas, si hacen lo que

deben como Su Majestad ahora les da gracia para hacerlo, segura

estoy que no les faltará ni habrán menester ser cansosas, ni

importunar a nadie, que el Señor se tendrá cuidado como hasta

aquí.

 

26 Que es para mí grandísimo consuelo de verme aquí

metida con almas tan desasidas. Su trato es entender cómo irán

adelante en el servicio de Dios. La soledad es su consuelo, y

pensar de ver a nadie que no sea para ayudarlas a encender más el

amor de su Esposo, les es trabajo, aunque sean muy deudos; y así

no viene nadie a esta casa, sino quien trata de esto, porque ni las

contenta ni los contenta. No es su lenguaje otro sino hablar de Dios,

y así no entienden ni las entiende sino quien habla el mismo.

Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen, y cumplida

ésta sin relajación, sino como la ordenó fray Hugo, Cardenal de

Santa Sabina, que fue dada a 1248 años, en el año quinto del

Pontificado del Papa Inocencio IV.

 

27. Me parece serán bien empleados todos los trabajos que se han

pasado. Ahora, aunque tiene algún rigor, porque no se come jamás

carne sin necesidad y ayuno de ocho meses y otras cosas, como se

ve en la misma primera Regla, en muchas aun se les hace poco a

las hermanas y guardan otras cosas que para cumplir ésta con más

perfección nos han parecido necesarias. Y espero en el Señor ha

de ir muy delante lo comenzado, como Su Majestad me lo ha dicho.

 

28. La otra casa que la beata que dije procuraba hacer, también la

favoreció el Señor, y está hecha en Alcalá, y no le faltó harta

contradicción ni dejó de pasar trabajos grandes. Sé que se guarda

en ella toda religión, conforme a esta primera Regla nuestra. Plega

al Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la gloriosa

Virgen María, cuyo hábitotraemos, amén.

 

29. Creo se enfadará vuestra merced de la larga relación que he

dado de este monasterio, y va muy corta para los muchos trabajos y

maravillas que el Señor en esto ha obrado, que hay de ello muchos

testigos que lo podrán jurar, y así pido yo a vuestra merced por

amor de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va

escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y,

muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que animará

mucho para servir a Dios las que vinieren, y a procurar no caiga lo

comenzado, sino que vaya siempre adelante, cuando vean lo

mucho que puso Su Majestad en hacerla por medio de cosa tan ruin

y baja como yo.

Y pues el Señor tan particularmente se ha querido mostrar en

favorecer para que se hiciese, paréceme a mí que hará mucho mal

y será muy castigada de Dios la que comenzare a relajar la

perfección que aquí el Señor ha comenzado y favorecido para que

se lleve con tanta suavidad, que se ve muy bien es tolerable y se

puede llevar con descanso, y el gran aparejo que hay para vivir

siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo;

que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo, y

no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres

sabido que conviene, y visto por experiencia, que para llevar el

espíritu que se lleva y vivir de limosna y sin demanda, que no se

sufre más. Y siempre crean más a quien con trabajos muchos y

oración de muchas personas procuró lo que sería mejor; y en el

gran contento y alegría y poco trabajo que en estos años que ha

estamos en esta casa vemos tener todas, y con mucha más salud

que solían, se verá ser esto lo que conviene. Y quien le pareciere

áspero, eche la culpa a su falta de espíritu y no a lo que aquí se

guarda, pues personas delicadas y no sanas, porque le tienen, con

tanta suavidad lo pueden llevar, y váyanse a otro monasterio,

adonde se salvarán conforme a su espíritu.

 

 

 

CAPÍTULO 37.

 

Trata de los efectos que le quedaban cuando el Señor le había

hecho alguna merced. – Junta con esto harto buena doctrina. – Dice

cómo se ha de procurar y tener en mucho ganar algún grado más

de gloria, y que por ningún trabajo dejemos bienes que son

perpetuos.

 

1. De mal se me hace decir más de las mercedes que me ha hecho

el Señor de las dichas, y aun son demasiadas para que se crea

haberlas hecho a persona tan ruin; mas por obedecer al Señor, que

me lo ha mandado, y a vuestras mercedes, diré algunas cosas para

gloria suya. Plega a Su Majestad sea para aprovechar algún alma

ver que a una cosa tan miserable ha querido el Señor así favorecer

-¿qué hará a quien le hubiere de verdad servido?- y se animen

todos a contentar a Su Majestad, pues aun en esta vida da tales

prendas.

 

2. Lo primero, hase de entender que en estas mercedes que hace

Dios al alma hay más y menos gloria. Porque en algunas visiones

excede tanto la gloria y gusto y consuelo al que da en otras, que yo

me espanto de tanta diferencia de gozar, aun en esta vida. Porque

acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto y regalo que da

Dios en una visión o en un arrobamiento, que parece no es posible

poder haber más acá que desear y así el alma no lo desea ni

pediría más contento. Aunque después que el Señor me ha dado a

entender la diferencia que hay en el cielo de lo que gozan unos a lo

que gozan otros cuán grande es, bien veo que también acá no hay

tasa en el dar cuando el Señor es servido, y así no querría yo la

hubiese en servir yo a Su Majestad y emplear toda mi vida y fuerzas

y salud en esto, y no querría por mi culpa perder un tantito de más

gozar. Y digo así que si me dijesen cuál quiero más, estar con todos

los trabajos del mundo hasta el fin de él y después subir un poquito

más en gloria, o sin ninguno irme a un poco de gloria más baja, que

de muy buena gana tomaría todos los trabajos por un tantito de

gozar más de entender las grandezas de Dios; pues veo que quien

más le entiende más le ama y le alaba.

 

3. No digo que no me contentaría y tendría por muy venturosa de

estar en el cielo, aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal

le tenía en el infierno, harta misericordia me haría en esto el Señor,

y plega a Su Majestad vaya yo allá, y no mire a mis grandes

pecados. Lo que digo es que, aunque fuese a muy gran costa mía,

si pudiese y el Señor me diese gracia para trabajar mucho, no

querría por mi culpa perder nada. ¡Miserable de mí, que con tantas

culpas lo tenía perdido todo!

 

4. Hase de notar también que en cada merced que el Señor me

hacía de visión o revelación quedaba mi alma con alguna gran

ganancia, y con algunas visiones quedaba con muy muchas.

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la

tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más

tantas como el Señor me hace esta merced! Quedé con un

provecho grandísimo y fue éste: tenía una grandísima falta de

donde me vinieron grandes daños, y era ésta: que como

comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad y si me

caía en gracia, me aficionaba tanto, que me ataba en gran manera

la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender

a Dios, mas holgábame de verle y de pensar en él y en las cosas

buenas que le veía. Era cosa tan dañosa, que me traía el alma

harto perdida. Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía

a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase;

que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen

que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que

después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación

de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber ni

manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que

es oír sola una palabra dicha de aquella divina boca, cuánto más

tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no

permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar de

suerte que, con un poquito de tornarme a acordar de este Señor, no

quede libre.

 

5. Acaecióme con algún confesor (que siempre quiero mucho a los

que gobiernan mi alma) como los tomo en lugar de Dios tan de

verdad, paréceme que es siempre adonde mi voluntad más se

emplea y, como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia.

Ellos, como temerosos y siervos de Dios, temíanse no me asiese en

alguna manera y me atase a quererlos, aunque santamente, y

mostrábanme desgracia. Esto era después que yo estaba tan sujeta

a obedecerlos, que antes no los cobraba ese amor. Yo me reía

entre mí de ver cuán engañados estaban, aunque no todas veces

trataba tan claro lo poco que me ataba a nadie como lo tenía en mí.

Mas asegurábalos y, tratándome más, conocían lo que debía al

Señor; que estas sospechas que traían de mí, siempre era a los

principios.

Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en

viéndole, como con quien tenía conversación tan continua. Veía

 

 

 

que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las

flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable

compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El

había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es

señor. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por

señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas: ha de

haber horas de hablar y señaladas personas que los hablen; si es

algún pobrecito que tiene algún negocio, ¡más rodeos y favores y

trabajos le ha de costar tratarlo! ¡Oh que si es con el Rey!, aquí no

hay tocar gente pobre y no caballerosa, sino preguntar quién son

los más privados; y a buen seguro que no sean personas que

tengan el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades,

que no temen ni deben; no son para palacio, que allí no se deben

usar, sino callar lo que mal les parece, que aun pensarlo no deben

osar por no ser desfavorecidos.

 

6. ¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es

vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son

menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve

luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la

majestad mostráis. No es menester gente de acompañamiento ni de

guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo

mal se conocerá por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey,

no le creerán, que no tiene más que los otros; es menester que se

vea por qué lo creer, y así es razón tenga estas autoridades

postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en nada. Porque no

sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la autoridad.

¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la

majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran

Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas

más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor

que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar con

Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver

vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por

miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada en

comparación de no perderos a Vos.

 

7. Hela aquí los provechos de esta visión, sin otros grandes que

deja en el alma. Si es de Dios, entiéndese por los efectos, cuando

el alma tiene luz; porque, como muchas veces he dicho, quiere el

Señor que esté en tinieblas y que no vea esta luz, y así no es

mucho tema la que se ve tan ruin como yo. No ha más que ahora

que me ha acaecido estar ocho días que no parece había en mí ni

podía tener conocimiento de lo que debo a Dios, ni acuerdo de las

mercedes, sino tan embobada el alma y puesta no sé en qué, ni

cómo, no en malos pensamientos, mas para los buenos estaba tan

inhábil, que me reía de mí y gustaba de ver la bajeza de un alma

cuando no anda Dios siempre obrando en ella. Bien ve que no está

sin El en este estado, que no es como los grandes trabajos que he

dicho tengo algunas veces; mas aunque pone leña y hace eso poco

que puede de su parte, no hay arder el fuego de amor de Dios.

Harta misericordiasuya es que se ve el humo, para entender que no

está del todo muerto. Torna el Señor a encender, que entonces un

alma, aunque se quiebre la cabeza en soplar y en concertar los

leños, parece que todo lo ahoga más. Creo es lo mejor rendirse del

todo a que no puede nada por sí sola, y entender en otras cosas

como he dicho- meritorias; porque por ventura la quita el Señor la

oración para que entienda en ellas y conozca por experiencia lo

poco que puede por sí.

 

8. Es cierto que yo me he regalado hoy con el Señor y atrevido a

quejarme de Su Majestad, y le he dicho: «¿cómo Dios mío, que no

basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de Vos

paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no

gozaros, sino que he de comer y dormir y negociar y tratar con

todos, y todo lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor

mío, que me es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como

me quedan para gozar de Vos os me escondáis? ¿Cómo se

compadece esto en vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el

amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme

esconder yo de Vos, como Vos de mí, que pienso y creo del amor

que me tenéis que no lo sufrierais; mas estáisos Vos conmigo, y

veisme siempre. ¡No se sufre esto, Señor mío! Suplícoos miréis que

se hace agravio a quien tanto os ama».

 

9. Esto y otras cosas me ha acaecido decir, entendiendo primero

cómo era piadoso el lugar que tenía en el infierno para lo que

merecía. Mas algunas veces desatina tanto el amor, que no me

siento, sino que en todo mi seso doy estas quejas, y todo me lo

sufre el Señor. ¡Alabado sea tan buen Rey! ¡Llegáramos a los de la

tierra con estos atrevimientos!… Aun ya al rey no me maravillo que

no se ose hablar, que es razón se tema, y a los señores que

representan ser cabezas;mas está ya el mundo de manera, que

habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y

novedades y maneras que hay de crianza, si han de gastar algo de

ella en servir a Dios. Yo me santiguo de ver lo que pasa. El caso es

que ya yo no sabía cómo vivir cuando aquí me metí; porque no se

toma de burla cuando hay descuido en tratar con las gentes mucho

más que merecen, sino que tan de veras lo toman por afrenta, que

es menester hacer satisfacciones de vuestra intención, si hay -como

digo- descuido; y aun plega a Dios lo crean.

 

10. Torno a decir que, cierto, yo no sabía cómo vivir, porque se ve

una pobre de alma fatigada: ve que la mandan que ocupe siempre

el pensamiento en Dios y que es necesario traerle en El para

librarse de muchos peligros; por otro cabo ve que no cumple perder

punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a

que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos.

Traíame fatigada, y nunca acababa de hacer satisfacciones, porque

no podía -aunque lo estudiaba- dejar de hacer muchas faltas en

esto, que, como digo, no se tiene en el mundo por pequeña.

¿Y es verdad que en las Religiones, que de razón habíamos en

estos casos estar disculpados, hay disculpa? -No, que dicen que los

monasterios ha de ser corte de crianza y de saberla. Yo cierto que

no puedo entender esto. He pensado si dijo algún santo que había

de ser corte para enseñar a los que quisiesen ser cortesanos del

cielo, y lo han entendido al revés. Porque traer este cuidado quien

es razón le traiga continuo en contentar a Dios y aborrecer el

mundo, que le pueda traer tan grande en contentar a los que viven

en él en estas cosas que tantas veces se mudan, no sé cómo. Aun

si se pudiera deprender de una vez, pasara; mas aun para títulos de

cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de

hacer -a manera de decir-, porque ya se deja papel de una parte, ya

de otra, y a quien no se solía poner magnífico, se ha de poner

ilustre.

 

11. Yo no sé en qué ha de parar, porque aún no he yo cincuenta

años, y en lo que he vivido he visto tantas mudanzas, que no sé

vivir; pues los que ahora nacen y vivieren muchos, ¿qué han de

hacer? Por cierto, yo he lástima a gente espiritual que está obligada

a estar en el mundo por algunos santos fines, que es terrible la cruz

que en esto llevan. Si se pudiesen concertar todos y hacerse

ignorantes y querer que los tengan por tales en estas ciencias, de

mucho trabajo se quitarían.

 

12. Mas ¡en qué boberías me he metido! Por tratar en las

grandezas de Dios, he venido a hablar de las bajezas del mundo.

Pues el Señor me ha hecho merced en haberle dejado, quiero ya

salir de él. Allá se avengan los que sustentan con tanto trabajo

estas naderías. Plega a Dios que en la otra vida, que es sin

mudanzas, no las paguemos. Amén.

 

 

 

CAPÍTULO 38

 

En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, así

en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes

visiones y revelaciones que Su Majestad tuvo por bien viese. – Dice

los efectos con que la dejaban y el gran aprovechamiento que

quedaba en su alma.

 

1. Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener

oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no

recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en

un oratorio.

Cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve

así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto

ímpetu que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el

cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre, y

tan grandes cosas -en tan breve espacio como se podía decir una

avemaría- que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy

demasiada merced.

Esto de en tan breve tiempo, ya puede ser fuese más, sino que se

hace muy poco. Temí no fuese alguna ilusión, puesto que no me lo

parecía. No sabía qué hacer, porque había gran vergüenza de ir al

confesor con esto; y no por humilde, a mi parecer, sino que me

parecía había de burlar de mí y decir: que ¡qué San Pablo para ver

cosas del cielo, o San Jerónimo! Y por haber tenido estos santos

gloriosos cosas de éstas me hacía más temor a mí, y no hacía sino

llorar mucho, porque no me parecía llevaba ningún camino. En fin,

aunque más sentí, fui al confesor, porque callar cosa jamás osaba,

aunque más sintiese en decirla, por el gran miedo que tenía de ser

engañada. El, como me vio tan fatigada, que me consoló mucho y

dijo hartas cosas buenas para quitarme de pena.

 

2. Andando más el tiempo, me ha acaecido y acaece esto algunas

veces.

Ibame el Señor mostrando más grandes secretos. Porque querer

ver el alma más de lo que se representa, no hay ningún remedio, ni

es posible, y así no veía más de lo que cada vez quería el Señor

mostrarme. Era tanto, que lo menos bastaba para quedar

espantada y muy aprovechada el alma para estimar y tener en poco

todas las cosas de la vida.

Quisiera yo poder dar a entender algo de lo menos que entendía, y

pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sólo

la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allá se

representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad

del sol parece cosa muy desgustada. En fin, no alcanza la

imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta

luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender con un

deleite tan soberano que no se puede decir. Porque todos los

sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede

encarecer, y así es mejor no decir más.

 

3. Había una vez estado así más de una hora mostrándome el

Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe mí.

Díjome: Mira, hija, qué pierden los que son contra Mí; no dejes de

decírselo.

¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus

hechos los tienen ciegos, si Vuestra Majestad no les da luz!A

algunas personas, que Vos la habéis dado, aprovechádose han de

saber vuestras grandezas; mas venlas, Señor mío, mostradas a

cosa tan ruin y miserable, que tengo yo en mucho que haya habido

nadie que me crea. Bendito sea vuestro nombre y misericordia, que

-al menos a mí- conocida mejoría he visto en mi alma.

Después quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir, porque

fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá:

parecíame basura y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que

nos detenemos en ello.

 

4. Cuando estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una

vez, estando yo mala del corazón (porque, como he dicho, le he

tenido recio, aunque ya no lo es), como era de mucha caridad,

hízome sacar joyas de oro y piedras, que las tenía de gran valor, en

especial una de diamantes que apreciaban en mucho. Ella pensó

que me alegraran. Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima

de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos

tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería,

aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo a

aquellas cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras.

Esto es un gran señorío para el alma, tan grande que no sé si lo

entenderá sino quien lo posee; porque es el propio y natural

desasimiento, porque es sin trabajo nuestro; todo lo hace Dios, que

muestra Su Majestad estas verdades de manera, que quedan tan

imprimidas que se ve claro no lo pudiéramos por nosotros de

aquella manera en tan breve tiempo adquirir.

 

5. Quedóme también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre

temía mucho. Ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a

Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y

puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu y mostrarle

cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí

conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un

instante se ve en todo este bien; dejemos los dolores de cuando se

arranca, que hay poco caso que hacer de ellos; y a los que de veras

amaren a Dios y hubieren dado de mano a las cosas de esta vida,

más suavemente deben de morir.

 

6. También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra

verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver

lo que hay allá y saber adónde hemos de vivir. Porque si uno ha de

ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el

trabajo del camino, haber visto que es tierra adonde ha de estar

muy a su descanso, y también para considerar las cosas celestiales

y procurar que nuestra conversación sea allá; hácese con facilidad.

Esto es mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma;

porque, como ha querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá,

estáse pensando, y acaéceme algunas veces ser los que me

acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y

parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven,

tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía,

en especial cuando tengo aquellos ímpetus.

 

7. Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla, con los ojos

del cuerpo. Lo que he ya visto con los del alma, es lo que ella

desea, y como se ve lejos, éste es el morir. En fin, es grandísima la

merced que el Señor hace a quien da semejantes visiones, porque

la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz, porque todo

no la satisface, todo le da en rostro. Y si el Señor no permitiese a

veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se

podría vivir. ¡Bendito sea y alabado por siempre jamás!

Plega a Su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que

ya que ha querido entienda algo de tan grandes bienes y que

comience en alguna manera a gozar de ellos, no me acaezca lo que

a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo permita por quien El

es, que no tengo poco temor algunas veces; aunque por otra parte,

y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que,

pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su

mano para que me pierda.

Esto suplico yo a vuestra merced siempre le suplique.

 

8. Pues no son tan grandes las mercedes dichas, a mi parecer,

como ésta que ahora diré, por muchas causas y grandes bienes

que de ella me quedaron y gran fortaleza en el alma; aunque,

mirada cada cosa por sí, es tan grande, que no hay qué comparar.

 

9. Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa.

Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces,

y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales

que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos,

para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres

estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar

conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y

acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta

de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía

lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el Señor

me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en

el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios,

porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada.

Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin

entender yo la ocasión. Parecía que el alma se me quería salir del

cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperartanto

bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi

parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni

qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no

podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.

 

10. Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien

diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas

de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande

más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas.

Estaría aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal

suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista.

Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer,

la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y

como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud

con el gozo, quedando en arrobamiento.

 

11. Fue grandísima la gloria de este arrobamiento. Quedé lo más de

la Pascua tan embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni

cómo cabía en mí tan gran favor y merced. No oía ni veía, a manera

de decir, con gran gozo interior. Desde aquel día entendí quedar

con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las

virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre,

amén.

 

12. Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un padre de la

Orden de Santo Domingo, salvo que me pareció los rayos y

resplandor de las mismas alas que se extendían mucho más.

Dióseme a entender había de traer almas a Dios.

 

13. Otra vez vi estar a nuestra Señora poniendo una capa muy

blanca al Presentado de esta misma Orden, de quien he tratado

algunas veces. Díjome que por el servicio que la había hecho en

ayudar a que se hiciese esta casa le daba aquel manto en señal

que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante y que no caería

en pecado mortal. Yo tengo cierto que así fue; porque desde a

pocos años murió, y su muerte y lo que vivió fue con tanta

penitencia la vida, y la muerte con tanta santidad, que, a cuanto se

puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile que había

estado a su muerte, que antes que expirase le dijo cómo estaba con

él Santo Tomás. Murió con gran gozo y deseo de salir de

estedestierro. Después me ha aparecido algunas veces con muy

gran gloria y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración que,

cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera excusar, no

podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribióme poco antes

que muriese, que qué medio tendría; porque, como acababa de

decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo

excusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que había servido

toda su vida.

 

14. Del rector de la Compañía de Jesús -que algunas veces he

hecho de él mención- he visto algunas cosas de grandes mercedes

que el Señor le hacía, que, por no alargar, no las pongo aquí.

Acaecióle una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se

vio muy afligido. Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en la

cruz cuando alzaba la Hostia; díjome algunas palabras que le dijese

de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir y

poniéndole delante lo que había padecido por él, y que se

aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo y ánimo, y todo ha

pasado después como el Señor me lo dijo.

 

15. De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de

Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo

con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo,

otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta

Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho y veo

conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a

entender.

 

16. Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme

algunas palabras trayéndome a la memoria por ellas cuán mala

había sido mi vida, que me hacían harta confusión y pena; porque,

aunque no van con rigor, hacen un sentimiento y pena que

deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una

palabra de éstas que en muchos días que nosotros consideremos

nuestra miseria, porque trae consigo esculpida una verdad que no

la podemos negar. Representóme las voluntades con tanta vanidad

que había tenido, y díjome que tuviese en mucho querer que se

pusiese en El voluntad que tan mal se había gastado como la mía, y

admitirla El.

Otras veces me dijo que me acordase cuando parece tenía por

honra el ir contra la suya. Otras, que me acordase lo que le debía;

que, cuando yo le daba mayor golpe, estaba El haciéndome

mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son pocas, de manera me

las da Su Majestad a entender, que toda parece me deshago, y

como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el

confesor, y quererme consolar en la oración y hallar allí la

reprensión verdadera.

 

17. Pues tornando a lo que decía, como comenzó el Señor a

traerme a la memoria mi ruin vida, a vuelta de mis lágrimas (como

yo entonces no había hecho nada, a mi parecer), pensé si me

quería hacer alguna merced. Porque es muy ordinario, cuando

alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero

deshecho a mí misma, para que vea más claro cuán fuera de

merecerlas yo son; pienso lo debe el Señor de hacer.

Desde a un poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me

pareció estaba del todo fuera del cuerpo; al menos no se entiende

que se vive en él. Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva

gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia

admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no

sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente

de aquella Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me

parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre

me parecía traía presente aquella majestad del Hijo de Dios,

aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía yo, sino que

queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de sí

-por en breve que haya pasado- por algún tiempo, y es harto

consuelo y aun aprovechamiento.

 

18. Esta misma visión he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la

más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y

trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en

gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra

sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila

todos los deseos de la vida; porque ya que yo, gloria a Dios, no los

tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo

vanidad, y cuán vanos, y cuán vanos son los señoríos de acá. Y es

un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura

verdad. Queda imprimido un acatamiento que no sabré yo decir

cómo, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace

un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede nadie osar,

ofender una majestad tan grandísima.

 

19. Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones y otras

cosas, mas ya he dicho que hay más y menos aprovechamiento; de

ésta queda grandísimo.

Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella

majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que

estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el

Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban, y

toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubrierais

vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa

tan sucia y miserable con tan gran majestad? ¡Bendito seáis, Señor!

Alaben os los ángeles y todas las criaturas, que así medís las cosas

con nuestra flaqueza, para que, gozando de tan soberanas

mercedes, no nos espante vuestro gran poder de manera que aun

no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.

 

20. Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que

pasó así; hallóse un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo,

que era bajo, en viéndose con él le dio una tristeza, que poco a

poco se vino a morir de puro afligido y cuidadoso de no saber qué

hacer de él. Si no le hallara junto, sino que poco a poco se le fueran

dando y sustentando con ello, viviera más contento que siendo

pobre, y no le costara la vida.

 

21. ¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis

sustentar las almas y, sin que vean tan grandes riquezas, poco a

poco se las vais mostrando!

Cuando yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan

poca como es la Hostia, es así que después acá a mí me admira

sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo ni

esfuerzo para llegarme a El; si El, que me ha hecho tan grandes

mercedes y hace, no me le diese, ni sería posible poderlo disimular,

ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas. ¿Pues qué sentirá

una miserable como yo, cargada de abominaciones y que con tan

poco temor de Dios ha gastado su vida, de verse llegar a este

Señor de tan gran majestad cuando quiere que mi alma le vea?

¿Cómo ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el

mismo Señor, a aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza y de

piedad? Que duele mucho más y aflige al alma, por no le haber

servido, el amor que muestra aquel rostro de tanta hermosura con

una ternura y afabilidad, que temor pone la majestad que ve en El.

Mas ¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré?.

 

22. Cierto, Señor mío y gloria mía, que estoy por decir que, en

alguna manera, en estas grandes aflicciones que siente mi alma he

hecho algo en vuestro servicio. ¡Ay… que no sé qué me digo…, que

casi sin hablar yo, escribo ya esto!; porque me hallo turbada y algo

fuera de mí, como he tornado a traer a mi memoria estas cosas.

Bien dijera, si viniera de mí este sentimiento, que había hecho algo

por Vos, Señor mío. Mas, pues no puede haber buen pensamiento

si Vos no le dais, no hay qué me agradecer. Yo soy la deudora,

Señor, y Vos el ofendido.

 

23. Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del

alma, más claro que con los del cuerpo, con muy abominable figura.

Paréceme que los cuernos rodeaban la garganta del pobre

sacerdote, y vi a mi Señor con la majestad que tengo dicha puesto

en aquellas manos, en la Forma que me iba a dar, que se veía claro

ser ofendedoras suyas; y entendí estar aquel alma en pecado

mortal.

¿Qué sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan

abominables? Estaban ellos como amedrentados y espantados

delante de Vos, que de buena gana parece que huyeran si Vos los

dejarais ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo pude

comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que, si fuera

visión de Dios, que no permitiera Su Majestad viera yo el mal que

estaba en aquel alma. Díjome el mismo Señor que rogase por él, y

que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen

las palabras de la consagración, y cómo no deja Dios de estar allí

por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su

gran bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y

todo para bien mío y de todos.

Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos

que otros, y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento

indignamente, y cuán señor es el demonio del alma que está en

pecado mortal. Harto gran provecho me hizo y harto conocimiento

me puso de lo que debía a Dios. Sea bendito por siempre jamás.

 

24. Otra vez me acaeció así otra cosa que me espantó muy mucho.

Estaba en una parte adonde se murió cierta persona que había

vivido harto mal, según supe, y muchos años; mas había dos que

tenía enfermedad y en algunas cosas parece estaba con enmienda.

Murió sin confesión, mas, con todo esto, no me parecía a mí que se

había de condenar. Estando amortajando el cuerpo, vi muchos

demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él, y

hacían también justicias en él, que a mí me puso gran pavor, que

con garfios grandes le traían de uno en otro. Como le vi llevar a

enterrar con la honra y ceremonias que a todos, yo estaba

pensando la bondad de Dios cómo no quería fuese infamada aquel

alma, sino que fuese encubierto ser su enemiga.

 

25. Estaba yo medio boba de lo que había visto. En todo el Oficio

no vi más demonio. Después, cuando echaron el cuerpo en la

sepultura, era tanta la multitud que estaban dentro para tomarle,

que yo estaba fuera de mí de verlo, y no era menester poco ánimo

para disimularlo. Consideraba qué harían de aquel alma cuando así

se enseñoreaban del triste cuerpo. Pluguiera al Señor que esto que

yo vi -¡cosa tan espantosa!- vieran todos los que están en mal

estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien.

Todo esto me hace más conocer lo que debo a Dios y de lo que me

ha librado. Anduve harto temerosa hast` que lo traté con mi

confesor, pensando si era ilusión del demonio para infamar aquel

alma, aunque no estaba tenida por de mucha cristiandad. Verdad

es que, aunque no fuese ilusión, siempre me hace temor que se me

acuerda.

 

26. Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero

decir algunas cosas que el Señor ha sido servido en este caso que

vea de algunas almas. Diré pocas, por abreviar y por no ser

necesario, digo, para ningún aprovechamiento.

Dijéronme era muerto un nuestro Provincial que había sido, (y

cuando murió, lo era de otra Provincia), a quien yo había tratado y

debido algunas buenas obras. Era persona de muchas virtudes.

Como lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí

su salvación, que había sido veinte años prelado, cosa que yo temo

mucho, cierto, por parecerme cosa de mucho peligro tener cargo de

almas, y con mucha fatiga me fui a un oratorio. Dile todo el bien que

había hecho en mi vida, que sería bien poco, y así lo dije al Señor

que supliesen los méritos suyos lo que había menester aquel alma

para salir de purgatorio.

 

27. Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía,

parecióme salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile

subir al cielo con grandísima alegría. El era ya bien viejo, mas vile

de edad de treinta años, y aun menos me pareció, y con resplandor

en el rostro. Pasó muy en breve esta visión; mas en tanto extremo

quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte,

aunque veía fatigadas personas hartas por él, que era muy

bienquisto. Era tanto el consuelo que tenía mi alma, que ninguna

cosa se me daba, ni podía dudar en que era buena visión, digo que

no era ilusión.

Había no más de quince días que era muerto. Con todo, no

descuidé de procurar le encomendasen a Dios y hacerlo yo, salvo

que no podía con aquella voluntad que si no hubiera visto esto;

porque, cuando así el Señor me lo muestra y después las quiero

encomendar a Su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como

dar limosna al rico. Después supe -porque murió bien lejos de aquí-

la muerte que el Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a

todos dejó espantados del conocimiento y lágrimas y humildad con

que murió.

 

28. Habíase muerto una monja en casa, había poco más de día y

medio, harto sierva de Dios. Estando diciendo una lección de

difuntos una monja, que se decía por ella en el coro, yo estaba en

pie para ayudarla a decir el verso; a la mitad de la lección la vi, que

me pareció salía el alma de la parte que la pasada y que se iba al

cielo. Esta no fue visión imaginaria como la pasada, sino como otras

que he dicho; mas no se duda más que las que se ven.

 

29. Otra monja se murió en mi misma casa: de hasta dieciocho o

veinte años, siempre había sido enferma y muy sierva de Dios,

amiga del coro y harto virtuosa. Yo, cierto, pensé no entrara en

purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que había

pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas antes

que la enterrasen, habría cuatro horas que era muerta, entendí salir

del mismo lugar e irse al cielo.

 

30. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, con los

grandes trabajos que he dicho tenía algunas veces y tengo de alma

y de cuerpo, estaba de suerte que aun un buen pensamiento, a mi

parecer, no podía admitir. Habíase muerto aquella noche un

hermano de aquella casa de la Compañía, y estando como podía

encomendándole a Dios y oyendo misa de otro padre de la

Compañía por él, diome un gran recogimiento y vile subir al cielo

con mucha gloria y al Señor con él. Por particular favor entendí era

ir Su Majestad con él.

 

31. Otro fraile de nuestra Orden, harto buen buen fraile, estaba muy

malo y, estando yo en misa, me dio un recogimiento y vi cómo era

muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora

que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había

entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había

guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la

Orden para no entrar en purgatorio. No entiendo por qué entendí

esto. Paréceme debe ser porque no está el ser fraile en el hábito

digo en traerle- para gozar del estado de más perfección que es ser

fraile.

 

32. No quiero decir más de estas cosas; porque, como he dicho, no

hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho

merced que vea. Mas no he entendido, de todas las que he visto,

dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la de este Padre

y el santo fray Pedro de Alcántara y el padre dominico que queda

dicho. De algunos ha sido el Señor servido vea los grados que

tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen.

Es grande la diferencia que hay de unos a otros.

 

 

 

CAPÍTULO 39

 

Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que le

ha hecho el Señor. – Trata de cómo le prometió de hacer por las

personas que ella le pidiese. – Dice algunas cosas señaladas en

que le ha hecho Su Majestad este favor.

 

1. Estando yo una vez importunando al Señor mucho porque diese

vista a una persona que yo tenía obligación, que la había del todo

casi perdido, yo teníale gran lástima y temía por mis pecados no me

había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme

a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un

clavo grande que en ella tenía metido. Parecíame que a vuelta del

clavo sacaba la carne. Veíase bien el gran dolor, que me lastimaba

mucho, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no

dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que El me prometía

que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía El que

yo no pediría sino conforme a su gloria, y que así haría esto que

ahora pedía; que aun cuando no le servía, mirase yo que no le

había pedido cosa que no la hiciese mejor que yo lo sabía pedir,

que cuán mejor lo haría ahora que sabía le amaba, que no dudase

de esto.

No creo pasaron ocho días, que el Señor no tornó la vista a aquella

persona. Esto supo mi confesor luego. Ya puede ser no fuese por

mi oración; mas yo como había visto esta visión, quedóme una

certidumbre que, por merced hecha a mí, di a Su Majestad las

gracias.

 

2. Otra vez estaba una persona muy enfermo de una enfermedad

muy penosa, que por ser no sé de qué hechura, no la señalo aquí.

Era cosa incomportable lo que había dos meses que pasaba y

estaba en un tormento que se despedazaba. Fuele a ver mi

confesor, que era el Rector que he dicho, y húbole gran lástima, y

díjome que en todo caso le fuese a ver, que era persona que yo lo

podía hacer, por ser mi deudo. Yo fui y movióme a tener de él tanta

piedad,que comencé muy importunamente a pedir su salud al

Señor. En esto vi claro, a todo mi parecer, la merced que me hizo;

porque luego otro día estaba del todo bueno de aquel dolor.

 

3. Estaba una vez con grandísima pena, porque sabía que una

persona, a quien yo tenía mucha obligación, quería hacer una cosa

harto contra Dios y su honra, y estaba ya muy determinado a ello.

Era tanta mi fatiga, que no sabía qué hacer. Remedio para que lo

dejase, ya parecía que no le había. Supliqué a Dios muy de corazón

que le pusiese; mas hasta verlo, no podía aliviarse mi pena.

Fuime, estando así, a una ermita bien apartada, que las hay en este

monasterio, y estando en una, adonde está Cristo a la Columna,

suplicándole me hiciese esta merced, oí que me hablaba una voz

muy suave, como metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me

hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no pude, que

pasó muy en breve. Pasado mi temor, que fue presto, quedé con un

sosiego y gozo y deleite interior, que yo me espanté que sólo oír

una voz (que esto oílo con los oídos corporales y sin entender

palabra) hiciese tanta operación en el alma. En esto vi que se había

de hacer lo que pedía, y así fue que se me quitó del todo la pena en

cosa que aún no era, como si lo viera hecho, como fue después.

Díjelo a mis confesores, que tenía entonces dos, harto letrados y

siervos de Dios.

 

4. Sabía que una persona que se había determinado a servir muy

de veras a Dios y tenido algunos días oración y en ella le hacía Su

Majestad muchas mercedes, y que por ciertas ocasiones que había

tenido la había dejado, y aún no se apartaba de ellas, y eran bien

peligrosas. A mi me dio grandísima pena por ser persona a quien

quería mucho y debía. Creo fue más de un mes que no hacía sino

suplicar a Dios tornase esta alma a Sí.

Estando un día en oración, vi un demonio cabe mí que hizo unos

papeles que tenía en la mano pedazos con mucho enojo. A mí me

dio gran consuelo, que me pareció se había hecho lo que pedía; y

así fue, que después lo supe que había hecho una confesión con

gran contrición, y tornóse tan de veras a Dios, que espero en Su

Majestad ha de ir siempre muy adelante. Sea bendito por todo,

amén.

 

5. En esto de sacar nuestro Señor almas de pecados graves por

suplicárselo yo, y otras traídolas a más perfección, es muchas

veces. Y de sacar almas de purgatorio y otras cosas señaladas, son

tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería

cansarme y cansar a quien lo leyese si las hubiese de decir, y

mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa

muy conocida y que de ello hay hartos testigos. Luego luego

dábame mucho escrúpulo, porque yo no podía dejar de creer que el

Señor lo hacía por mi oración. Dejemos ser lo principal, por sola su

bondad. Mas son ya tantas las cosas y tan vistas de otras personas,

que no me da pena creerlo, y alabo a Su Majestad y háceme

confusión, porque veo soy más deudora, y háceme -a mi parecer-

crecer el deseo de servirle, y avívase el amor. Y lo que más me

espanta es que las que el Señor ve no convienen, no puedo,

aunque quiero, suplicárselo, sino con tan poca fuerza y espíritu y

cuidado, que, aunque más yo quiero forzarme, es imposible, como

otras cosas que Su Majestad ha de hacer, que veo yo que puedo

pedirlo muchas veces y con gran importunidad. Aunque yo no traiga

este cuidado, parece que se me representa delante.

 

6. Es grande la diferencia de estas dos maneras de pedir, que no sé

cómo lo declarar; porque aunque lo uno pido (que no dejo de

esforzarme a suplicarlo al Señor, aunque no sienta en mí aquel

hervor que en otras, aunque mucho me toquen), es como quien

tiene trabada la lengua, que aunque quiera hablar no puede, y si

habla, es de suerte que ve que no le entienden; o como quien habla

claro y despierto a quien ve que de buena gana le está oyendo. Lo

uno se pide, digamos ahora, como oración vocal, y lo otro en

contemplación tan subida, que se representa el Señor de manera

que se entiende que nos entiende y que se huelga Su Majestad de

que se lo pidamos y de hacernos merced.

Sea bendito por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo. Porque

¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? ¡Y qué

de ello, qué de ello, qué de ello -y otras mil veces lo puedo decir-,

me falta para esto! Por eso no había de querer vivir (aunque hay

otras causas), porque no vivo conforme a lo que os debo. ¡Con qué

de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es cierto

que algunas veces me parece querría estar sin sentido, por no

entender tanto mal de mí. El, que puede, lo remedie.

 

7. Estando en casa de aquella señora que he dicho, adonde había

menester estar con cuidado y considerar siempre la vanidad que

consigo traen todas las cosas de la vida, porque estaba muy

estimada y era muy loada y ofrecíanse hartas cosas a que me

pudiera bien apegar, si mirara a mí; mas miraba el que tiene

verdadera vista a no me dejar de su mano.

 

8. Ahora que digo de «verdadera vista», me acuerdo de los grandes

trabajos que se pasan en tratar (personas a quien Dios ha llegado a

conocer lo que es verdad) en estas cosas de la tierra, adonde tanto

se encubre, como una vez el Señor me dijo. Que muchas cosas de

las que aquí escribo, no son de mi cabeza, sino que me las decía

este mi Maestro celestial. Y porque en las cosas que yo

señaladamente digo «esto entendí», o «me dijo el Señor», se me

hace escrúpulo grande poner o quitar una sola sílaba que sea; así,

cuando puntualmente no se me acuerda bien todo, va dicho como

de mío; porque algunas cosas también lo serán; no llamo mío lo

que es bueno, que ya sé no hay cosa en mí, sino lo que tan sin

merecerlo me ha dado el Señor; sino llamo «dicho de mí», no ser

dado a entender en revelación.

 

9. Mas ¡ay Dios mío, y cómo aun en las espirituales queremos

muchas veces entender las cosas por nuestro parecer, y muy

torcidas de la verdad también, como en las del mundo, y nos parece

que hemos de tasar nuestro aprovechamiento por los años que

tenemos algún ejercicio de oración, y aun parece queremos poner

tasa a quien sin ninguna da sus dones cuando quiere, y puede dar

en medio año más a uno que a otro en muchos! Y es cosa ésta que

la tengo tan vista por muchas personas, que yo me espanto cómo

nos podemos detener en esto.

 

10. Bien creo no estará en este engaño quien tuviere talento de

conocer espíritus y le hubiere el Señor dado humildad verdadera;

que éste juzga por los efectos y determinaciones y amor, y dale el

Señor luz para que lo conozca. Y en esto mira el adelantamiento y

aprovechamiento de las almas, que no en los años; que en medio

puede uno haber alcanzado más que otro en veinte. Porque, como

digo, dalo el Señor a quien quiere y aun a quien mejor se dispone.

Porque veo yo venir ahora a esta casa unas doncellas que son de

poca edad, y en tocándolas Dios y dándoles un poco de luz y amor

-digo en un poco de tiempo que les hizo algún regalo-, no le

aguardaron, ni se les puso cosa delante, sin acordarse del comer,

pues se encierran para siempre en casa sin renta, como quien no

estima la vida por el que sabe que las ama. Déjanlo todo, ni quieren

voluntad, ni se les pone delante que pueden tener descontento en

tanto encerramiento y estrechura: todas juntas se ofrecen en

sacrificio por Dios.

 

11. ¡Cuán de buena gana les doy yo aquí la ventaja y había de

andar avergonzada delante de Dios! Porque lo que Su Majestad no

acabó conmigo en tanta multitud de años como ha que comencé a

tener oración y me comenzó a hacer mercedes, acaba con ellas en

tres meses -y aun con alguna en tres días-, con hacerlas muchas

menos que a mí, aunque bien las paga Su Majestad. A buen seguro

que no están descontentas por lo que por El han hecho.

 

12. Para esto querría yo se nos acordase de los muchos años a los

que los tenemos de profesión y las personas que los tienen de

oración, y no para fatigar a los que en poco tiempo van más

adelante, con hacerlos tornar atrás para que anden a nuestro paso;

y a los que vuelan como águilas con las mercedes que les hace

Dios, quererlos hacer andar como pollo trabado; sino que

pongamos los ojos en Su Majestad y, si los viéremos con humildad,

darles la rienda; que el Señor que los hace tantas mercedes no los

dejará despeñar. Fíanse ellos mismos de Dios, que esto les

aprovecha la verdad que conocen de la fe, ¿y no los fiaremos

nosotros, sino que queremos medirlos por nuestra medida conforme

a nuestros bajos ánimos? No así, sino que, si no alcanzamos sus

grandes efectos y determinaciones, porque sin experiencia se

pueden mal entender, humillémonos y no los condenemos; que, con

parecer que miramos su provecho, nos le quitamos a nosotros y

perdemos esta ocasión que el Señor pone para humillarnos y para

que entendamos lo que nos falta, y cuán más desasidas y llegadas

a Dios deben estar estas almas que las nuestras, pues tanto Su

Majestad se llega a ellas.

 

13. No entiendo otra cosa ni la querría entender, sino que oración

de poco tiempo que hace efectos muy grandes, que luego se

entienden (que es imposible que los haya, para dejarlo todo sólo

por contentar a Dios, sin gran fuerza de amor), yo la querría más

 

 

que la de muchos años, que nunca acabó de determinarse más al

postrero que al primero a hacer cosa que sea nada por Dios, salvo

si unas cositas menudas como sal, que no tienen peso ni tomo -que

parece un pájaro se las llevara en el pico-, no tenemos por gran

efecto y mortificación; que de algunas cosas hacemos caso, que

hacemos por el Señor, que es lástima las entendamos, aunque se

hiciesen muchas.

Yo soy ésta, y olvidaré las mercedes a cada paso. No digo yo que

no las tendrá Su Majestad en mucho, según es bueno; mas querría

yo no hacer caso de ellas, ni ver que las hago, pues no son nada.

Mas perdonadme, Señor mío, y no me culpéis, que con algo me

tengo de consolar, pues no os sirvo en nada, que si en cosas

grandes os sirviera, no hiciera caso de las nonadas.

¡Bienaventuradas las personas que os sirven con obras grandes! Si

con haberlas yo envidia y desearlo se me toma en cuenta, no

quedaría muy atrás en contentaros; mas no valgo nada, Señor mío.

Ponedme Vos el valor, pues tanto me amáis.

 

14. Acaecióme un día de estos que con traer un Breve de Roma

para no poder tener renta este monasterio, se acabó del todo, que

paréceme ha costado algún trabajo. Estando consolada de verlo así

concluido y pensando los que había tenido y alabando al Señor que

en algo se había querido servir de mí, comencé a pensar las cosas

que había pasado. Y es así que en cada una de las que parecía

eran algo, que yo había hecho, hallaba tantas faltas e

imperfecciones, y a veces poco ánimo, y muchas poca fe; porque

hasta ahora, que todo lo veo cumplido cuanto el Señor me dijo de

esta casa se había de hacer, nunca determinadamente lo acababa

de creer, ni tampoco lo podía dudar. No sé cómo era esto. Es que

muchas veces, por una parte me parecía imposible, por otra no lo

podía dudar, digo creer que no se había de hacer. En fin, hallé lo

bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte, y lo malo yo; y así

dejé de pensar en ello, y no querría se me acordase por no tropezar

con tantas faltas mías. Bendito sea El, que de todas saca bien,

cuando es servido, amén.

 

15. Pues digo que es peligroso ir tasando los años que se han

tenido de oración, que aunque haya humildad, parece puede

quedar un no sé qué de parecer se merece algo por lo servido. No

digo yo que no lo merecen y les será bien pagado; mas cualquier

espiritual que le parezca que por muchos años que haya tenido

oración merece estos regalos de espíritu, tengo yo por cierto que no

subirá a la cumbre de él. ¿No es harto que haya merecido le tenga

Dios de su mano para no le hacer las ofensas que antes que

tuviese oración le hacía, sino que le ponga pleito por sus dineros,

como dicen? No me parece profunda humildad. Ya puede ser lo

sea; mas yo por atrevimiento lo tengo; pues yo, con tener poca

humildad, no me parece jamás he osado. Ya puede ser que, como

nunca he servido, no he pedido; por ventura si lo hubiera hecho,

quisiera más que todos me lo pagara el Señor.

 

16. No digo yo que no va creciendo un alma y que no se lo dará

Dios, si la oración ha sido humilde; mas que se olviden estos años,

que es todo asco cuanto podemos hacer, en comparación de una

gota de sangre de las que el Señor por nosotros derramó. Y si con

servir más quedamos más deudores, ¿qué es esto que pedimos,

pues si pagamos un maravedí de la deuda, nos tornan a dar mil

ducados? Que, por amor de Dios, dejemos estos juicios, que son

suyos. Estas comparaciones siempre son malas, aun en cosas de

acá; pues ¿qué será en lo que sólo Dios sabe? Y lo mostró bien Su

Majestad cuando pagó tanto a los postreros como a los primeros.

 

17. Es en tantas veces las que he escrito estas tres hojas y en

tantos días – porque he tenido y tengo, como he dicho, poco lugar-,

que se me había olvidado lo que comencé a decir, que era esta

visión:

Vime estando en oración en un gran campo a solas. En rededor de

mí mucha gente de diferentes maneras que me tenían rodeada.

Todas me parece tenían armas en las manos para ofenderme:

unas, lanzas; otras, espadas; otras, dagas y otras, estoques muy

largos. En fin, yo no podía salir por ninguna parte sin que me

pusiese a peligro de muerte, y sola, sin persona que hallase de mi

parte. Estando mi espíritu en esta aflicción, que no sabía qué me

hacer, alcé los ojos al cielo, y vi a Cristo, no en el cielo, sino bien

alto de mí en el aire, que tendía la mano hacia mí, y desde allí me

favorecía de manera que yo no temía toda la otra gente, ni ellos,

aunque querían, me podían hacer daño.

 

18. Parece sin fruto esta visión, y hame hecho grandísimo

provecho, porque se me dio a entender lo que significaba. Y poco

después me vi casi en aquella batería y conocí ser aquella visión un

retrato del mundo, que cuanto hay en él parece tiene armas para

ofender a la triste alma. Dejemos los que no sirven mucho al Señor,

y honras y haciendas y deleites y otras cosas semejantes, que está

claro que, cuando no se cata, se ve enredada, al menos procuran

todas estas cosas enredar; mas amigos, parientes y, lo que más me

espanta, personas muy buenas, de todo me vi después tan

apretada, pensando ellos que hacían bien, que yo no sabía cómo

me defender ni qué hacer.

 

19. ¡Oh, válgame Dios! si dijese de las maneras y diferencias de

trabajos que en este tiempo tuve, aun después de lo que atrás

queda dicho, ¡cómo sería harto aviso para del todo aborrecerlo

todo!

Fue la mayor persecución -me parece- de las que he pasado. Digo

que me vi a veces de todas partes tan apretada, que sólo hallaba

remedio en alzar los ojos al cielo y llamar a Dios. Acordábame bien

de lo que había visto en esta visión. E hízome harto gran provecho

para no confiar mucho de nadie, porque no le hay que sea estable

sino Dios. Siempre en estos trabajos grandes me enviaba el Señor,

como me lo mostró, una persona de su parte que me diese la mano,

como me lo había mostrado en esta visión, sin ir asida a nada más

de a contentar al Señor; que ha sido para sustentar esa poquita de

virtud que yo tenía en desearos servir. ¡Seáis bendito por siempre!

 

20. Estando una vez muy inquieta y alborotada, sin poder

recogerme, y en batalla y contienda, yéndoseme el pensamiento a

cosas que no eran perfectas -aún no me parece estaba con el

desasimiento que suelo-, como me vi así tan ruin, tenía miedo si las

mercedes que el Señor me había hecho eran ilusiones. Estaba, en

fin, con una oscuridad grande de alma. Estando con esta pena,

comenzóme a hablar el Señor y díjome que no me fatigase, que en

verme así entendería la miseria que era, si El se apartaba de mí, y

que no había seguridad mientras vivíamos en esta carne. Dióseme

a entender cuán bien empleada es esta guerra y contienda por tal

premio, y parecióme tenía lástima el Señor de los que vivimos en el

mundo. Mas que no pensase yo me tenía olvidada, que jamás me

dejaría, mas que era menester hiciese yo lo que es en mí. Esto me

dijo el Señor con una piedad y regalo, y con otras palabras en que

me hizo harta merced, que no hay para qué decirlas.

 

21. Estas me dice Su Majestad muchas veces, mostrándome gran

amor: Ya eres mía y Yo soy tuyo.

Las que yo siempre tengo costumbre de decir, y a mi parecer las

digo con verdad, son: ¿Qué se me da, Señor, a mí de mí, sino de

Vos? Son para mí estas palabras y regalos tan grandísima

confusión, cuando me acuerdo la que soy, que como he dicho creo

otras veces y ahora lo digo algunas a mi confesor, más ánimo me

parece es menester para recibir estas mercedes, que para pasar

grandísimos trabajos. Cuando pasa, estoy casi olvidada de mis

obras, sino un representárseme que soy ruin, sin discurso de

entendimiento, que también me parece a veces sobrenatural.

 

22. Viénenme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes,

que no sé si se podría encarecer. Acaecióme una mañana que

llovía tanto, que no parece hacía para salir de casa. Estando yo

fuera de ella, yo estaba ya tan fuera de mí con aquel deseo, que

aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por

ellas, cuánto más agua. Como llegué a la iglesia, diome un

arrobamiento grande: parecióme vi abrir los cielos, no una entrada

como otras veces he visto. Representóseme el trono que dije a

vuestra merced he visto otras veces, y otro encima de él, adonde

por una noticia que no sé decir, aunque no lo vi, entendí estar la

Divinidad. Parecíame sostenerle unos animales; a mí me parece he

oído una figura de estos animales; pensé si eran los evangelistas.

Mas cómo estaba el trono, ni qué estaba en él, no lo vi, sino muy

gran multitud de ángeles. Pareciéronme sin comparación con muy

mayor hermosura que los que en el cielo he visto. He pensado si

son serafines o querubines, porque son muy diferentes en la gloria,

que parecía tener inflamamiento: es grande la diferencia, como he

dicho. Y la gloria que entonces en mí sentí no se puede escribir ni

aun decir, ni la podrá pensar quien no hubiere pasado por esto.

Entendí estar allí todo junto lo que se puede desear, y no vi nada.

Dijéronme, y no sé quién, que lo que allí podía hacer era entender

que no podía entender nada, y mirar lo nonada que era todo en

comparación de aquello. Es así que se afrentaba después mi alma

de ver que pueda parar en ninguna cosa criada, cuánto más

aficionarse a ella, porque todo me parecía un hormiguero.

 

23. Comulgué y estuve en la misa, que no sé cómo pude estar.

Parecióme había sido muy breve espacio. Espantéme cuando dio el

reloj y vi que eran dos horas las que había estado en aquel

arrobamiento y gloria. Espantábame después, cómo en llegando a

este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de Dios

(porque aunque más lo quiera y procure y me deshaga por ello, si

no es cuando Su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no

soy parte para tener una centella de él), parece que consume el

hombre viejo de faltas y tibieza y miseria; y a manera de como hace

el ave fénix -según he leído- y de la misma ceniza, después que se

quema, sale otra, así queda hecha otra el alma después con

diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes,

sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor.

Suplicando yo a Su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase

a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no se te

olvide para procurar mejorarte siempre.

 

24. Estando una vez con la misma duda que poco ha dije, si eran

estas visiones de Dios, me apareció el Señor y me dijo con rigor:

¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón?

Que una cosa examinase bien en mí: si del todo estaba dada por

suya, o no; que si lo estaba y lo era, que creyese no me dejaría

perder.

Yo me fatigué mucho de aquella exclamación. Con gran ternura y

regalo me tornó a decir que no me fatigase, que ya sabía que por

mí no faltaría de ponerme a todo lo que fuese su servicio; que se

haría todo lo que yo quería (y así se hizo lo que entonces le

suplicaba); que mirase el amor que se iba aumentando en mí cada

día para amarle, que en esto vería no ser demonio; que no pensase

que consentía Dios tuviese tanta parte el demonio en las almas de

sus siervos y que te pudiese dar la claridad de entendimiento y

quietud que tienes. Diome a entender que habiéndome dicho tantas

personas, y tales, que era Dios, que haría mal en no creerlo.

 

25. Estando una vez rezando el salmo de Quicumque vult, se me

dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan

claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo

provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y

para cuando pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece

entiendo cómo puede ser, y esme mucho contento.

 

26. Un día de la Asunción de la Reina de los Angeles y Señora

nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un

arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y

solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está. Decir cómo

fue esto, yo no sabría. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo

de ver tanta gloria. Quedé con grandes efectos, y aprovechóme

para desear más pasar grandes trabajos, y quedóme gran deseo de

servir a esta Señora, pues tanto mereció.

 

27. Estando en un Colegio de la Compañía de Jesús, y estando

comulgando los hermanos de aquella casa, vi un palio muy rico

sobre sus cabezas. Esto vi dos veces. Cuando otras personas

comulgaban, no lo veía.

 

 

 

CAPÍTULO 40

 

Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que el

Señor la ha hecho. – De algunas se puede tomar harto buena

doctrina, que éste ha sido, según ha dicho, su principal intento,

después de obedecer: poner las que son para provecho de las

almas. – Con este capítulo se acaba el discurso de su vida que

escribió. – Sea para gloria del Señor, amén.

 

1. Estando una vez en oración, era tanto el deleite que en mí sentía,

que, como indigna de tal bien, comencé a pensar en cómo merecía

mejor estar en el lugar que yo había visto estar para mí en el

infierno, que, como he dicho, nunca olvido de la manera que allí me

vi.

Comenzóse con esta consideración a inflamar más mi alma, y

vínome un arrebatamiento de espíritu de suerte que yo no lo sé

decir. Parecióme estar metido y lleno de aquella majestad que he

entendido otras veces. En esta majestad se me dio a entender una

verdad, que es cumplimiento de todas las verdades. No sé yo decir

cómo, porque no vi nada.

Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la misma Verdad: No

es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que

mucho me debes. Porque todo el daño que viene al mundo es no

conocer las verdades de la Escritura con clara verdad. No faltará

una tilde de ella.

A mí me pareció que siempre yo había creído esto, y que todos los

fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman de verdad!

que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué

es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es

agradable a mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes, en

lo que aprovecha a tu alma.

 

2. Y así lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta

vanidad y mentira me parece lo que yo no veo va guiado al servicio

de Dios, que no lo sabría yo decir como lo entiendo, y la lástima que

me hacen los que veo con la oscuridad que están en esta verdad, y

con esto otras ganancias que aquí diré y muchas no sabré decir.

Díjome aquí el Señor una particular palabra de grandísimo favor. Yo

no sé cómo esto fue, porque no vi nada; mas quedé de una suerte

que tampoco sé decir, con grandísima fortaleza, y muy de veras

para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la

Escritura divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría

delante que no pasase por esto.

 

3. Quedóme una verdad de esta divina Verdad que se me

representó, sin saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un

nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su majestad y

poder, de una manera que no se puede decir. Sé entender que es

una gran cosa.

Quedóme muy gran gana de no hablar sino cosas muy verdaderas,

que vayan adelante de lo que acá se trata en el mundo, y así

comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme con gran ternura y

regalo y humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio el

Señor aquí mucho. No me quedó ninguna sospecha de que era

ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer

caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí

qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad.

Esto que entendí, es darme el Señor a entender que es la misma

Verdad.

 

4. Todo lo que he dicho entendí hablándome algunas veces, y otras

sin hablarme, con más claridad algunas cosas que las que por

palabra se me decían. Entendí grandísimas verdades sobre esta

Verdad, más que si muchos letrados me lo hubieran enseñado.

Paréceme que en ninguna manera me pudiera imprimir así, ni tan

claramente se me diera a entender la vanidad de este mundo.

Esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma verdad,

y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de

esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas

las demás grandezas de esta grandeza, aunque esto va dicho

oscuro para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a

entender. ¡Y cómo se parece el poder de esta Majestad, pues en

tan breve tiempo deja tan gran ganancia y tales cosas imprimidas

en el alma!

¡Oh Grandeza y Majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío

todopoderoso? ¡Mirad a quién hacéis tan soberanas mercedes! ¿No

os acordáis que ha sido esta alma un abismo de mentiras y piélago

de vanidades y todo por mi culpa, que con haberme Vos dado

natural de aborrecer el mentir, yo misma me hice tratar en muchas

cosas mentira? ¿Cómo se sufre, Dios mío, cómo se compadece tan

gran favor y merced, a quien tan mal os lo ha merecido?

 

5. Estando una vez en las Horas con todas, de presto se recogió mi

alma, y parecióme ser como un espejo claro toda, sin haber

espaldas ni lados ni alto ni bajo que no estuviese toda clara, y en el

centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo

ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro como

en un espejo, y también este espejo -yo no sé decir cómo- se

esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no

sabré decir, muy amorosa.

Sé que me fue esta visión de gran provecho, cada vez que se me

acuerda, en especial cuando acabo de comulgar. Dióseme a

entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este

espejo de gran niebla y quedar muy negro, y así no se puede

representar ni ver este Señor, aunque esté siempre presente

dándonos el ser. Y que los herejes es como si el espejo fuese

quebrado, que es muy peor que oscurecido. Es muy diferente el

cómo se ve, a decirse, porque se puede mal dar a entender. Mas

hame hecho mucho provecho y gran lástima de las veces que con

mis culpas oscurecí mi alma para no ver este Señor.

 

6. Paréceme provechosa esta visión para personas de

recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy

interior de su alma, que es consideración que más se apega, y muy

más fructuosa que fuera de sí -como otras veces he dicho- y en

algunos libros de oración está escrito, adónde se ha de buscar a

Dios. En especial lo dice el glorioso San Agustín, que ni en las

plazas, ni en los contentos ni por ninguna parte que le buscaba, le

hallaba como dentro de sí. Y esto es muy claro ser mejor. Y no es

menester ir al cielo, ni más lejos que a nosotros mismos, porque es

cansar el espíritu y distraer el alma y no con tanto fruto.

 

7. Una cosa quiero avisar aquí, porque si alguno la tuviere; que

acaece en gran arrobamiento que, pasado aquel rato que el alma

está en unión (que del todo tiene absortas las potencias, y esto dura

poco, como he dicho), quedarse el alma recogida y aun en lo

exterior no poder tornar en sí, mas quedan las dos potencias,

memoria y entendimiento, casi con frenesí, muy desatinadas. Esto

digo que acaece alguna vez, en especial a los principios. Pienso si

procede de que no puede sufrir nuestra flaqueza natural tanta

fuerza de espíritu, y enflaquece la imaginación. Tendría por bueno

que se forzasen a dejar por entonces la oración y la cobrasen en

otro tiempo aquel que pierden, que no sea junto, porque podrá venir

a mucho mal. Y de esto hay experiencia y de cuán acertado es

mirar lo que puede nuestra salud.

 

8. En todo es menester experiencia y maestro, porque, llegada el

alma a estos términos, muchas cosas se ofrecerán que es menester

con quién tratarlo. Y si buscado no le hallare, el Señor no le faltará,

pues no me ha faltado a mí, siendo la que soy. Porque creo hay

pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas; y si no la

hay, es por demás dar remedio sin inquietar y afligir. Mas esto

también tomará el Señor en cuenta, y por esto es mejor tratarlo

(como ya he dicho otras veces y aun todo lo que ahora digo, sino

que no se me acuerda bien y veo importa mucho), en especial si

son mujeres, con su confesor, y que sea tal; y hay muchas más que

hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo

Fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía

aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de

ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas

en favor de las mujeres.

 

9. Estando una vez en oración, se me representó muy en breve (sin

ver cosa formada, mas fue una representación con toda claridad),

cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí.

Saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi

alma, y es una de las grandes mercedes que el Señor me ha hecho

y de las que más me han hecho confundir y avergonzar,

acordándome de los pecados que he hecho.

Creo, si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo

viesen los que le ofenden, que no tendrían corazón ni atrevimiento

para hacerlo. Parecióme, ya digo sin poder afirmarme en que vi

nada, mas algo se debe ver, pues yo podré poner esta

comparación, sino que es por modo tan sutil y delicado, que el

entendimiento no lo debe alcanzar, o yo no me sé entender en

estas visiones, que no parecen imaginarias, y en algunas algo de

esto debe haber; sino que, como son en arrobamiento, las

potencias no lo saben después formar como allí el Señor se lo

representa y quiere que lo gocen.

 

10. Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy

mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del

alma en estotra visión, salvo que es por tan más subida manera,

que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que hacemos se ve en

ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque

no hay nada que salga fuera de esta grandeza. Cosa espantosa me

fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este claro

diamante, y lastimosísima, cada vez que se me acuerda, ver que

cosas tan feas se representaban en aquella limpieza de claridad,

como eran mis pecados. Y es así que, cuando se me acuerda, yo

no sé cómo lo puedo llevar, y así quedé entonces tan avergonzada,

que no sabía, me parece, adónde me meter.

¡Oh, quién pudiese dar a entender esto a los que muy deshonestos

y feos pecados hacen, para que se acuerden que no son ocultos, y

que con razón los siente Dios, pues tan presentes a la Majestad

pasan, y tan desacatadamente nos habemos delante de El!

Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque

no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de

tan gran Majestad, y qué tan fuera de quien El es son cosas

semejantes. Y así se ve más su misericordia, pues entendiendo

nosotros todo esto, nos sufre.

 

11. Hame hecho considerar si una cosa como ésta así deja

espantada el alma, ¿qué será el día del juicio cuando esta Majestad

claramente se nos mostrará, y veremos las ofensas que hemos

hecho? ¡Oh, válgame Dios, qué ceguera es ésta que yo he traído!

Muchas veces me he espantado en esto que he escrito. Y no se

espante vuestra merced sino cómo vivo viendo estas cosas y

mirándome a mí. ¡Sea bendito por siempre quien tanto me ha

sufrido!

 

12. Estando una vez en oración con mucho recogimiento y suavidad

y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles y muy cerca de

Dios. Comencé a suplicar a Su Majestad por la Iglesia. Dióseme a

entender el gran provecho que había de hacer una Orden en los

tiempos postreros, y con la fortaleza que los de ella han de

sustentar la fe.

 

13. Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento,

aparecióme un santo cuya Orden ha estado algo caída. Tenía en

las manos un libro grande. Abrióle y díjome que leyese una letras

que eran grandes y muy legibles y decían así: En los tiempos

advenideros florecerá esta Orden; habrá muchos mártires.

 

14. Otra vez, estando en Maitines en el coro, se me representaron y

pusieron delante seis o siete -me parece serían- de esta Orden, con

espadas en las manos. Pienso que se da en esto a entender han de

defender la fe. Porque otra vez, estando en oración, se arrebató mi

espíritu: parecióme estar en un gran campo, adonde se combatían

muchos, y éstos de esta Orden peleaban con gran hervor. Tenían

los rostros hermosos y muy encendidos, y echaban muchos en el

suelo vencidos, otros mataban. Parecíame esta batalla contra los

herejes.

 

15. A este glorioso Santo he visto algunas veces, y me ha dicho

algunas cosas y agradecídome la oración que hago por su Orden y

prometido de encomendarme al Señor. No señalo las Ordenes (si el

Señor es servido se sepa, las declarará), porque no se agravien

otras. Mas cada Orden había de procurar, o cada uno de ellas por

sí, que por sus medios hiciese el Señor tan dichosa su Orden que,

en tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia, le sirviesen.

¡Dichosas vidas que en esto se acabaren!

 

16. Rogóme una persona una vez que suplicase a Dios le diese a

entender si sería servicio suyo tomar un obispado. Díjome el Señor,

acabando de comulgar: Cuando entendiere con toda verdad y

claridad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces le

podrá tomar; dando a entender que ha de estar muy fuera de

desearlo ni quererlo quien hubiere de tener prelacías, o al menos de

procurarlas.

 

17. Estas mercedes y otras muchas ha hecho el Señor y hace muy

continuo a esta pecadora, que me parece no hay para qué las decir;

pues por lo dicho se puede entender mi alma, y el espíritu que me

ha dado el Señor. Sea bendito por siempre, que tanto cuidado ha

tenido de mí.

 

18. Díjome una vez, consolándome, que no me fatigase (esto con

mucho amor), que en esta vida no podíamos estar siempre en un

ser; que unas veces tendría hervor y otras estaría sin él; unas con

desasosiegos y otras con quietud y tentaciones, mas que esperase

en El y no temiese.

 

19. Estaba un día pensando si era asimiento darme contento estar

con las personas que trato mi alma y tenerlos amor, y a los que yo

veo muy siervos de Dios, que me consolaba con ellos. Me dijo que

si un enfermo que estaba en peligro de muerte le parece le da salud

un médico, que no era virtud dejárselo de agradecer y no le amar;

que qué hubiera hecho si no fuera por estas personas; que la

conversación de los buenos no dañaba, mas que siempre fuesen

mis palabras pesadas y santas, y que no los dejase de tratar, que

antes sería provecho que daño. Consolóme mucho esto, porque

algunas veces, pareciéndome asimiento, quería del todo no

tratarlos.

Siempre en todas las cosas me aconsejaba este Señor, hasta

decirme cómo me había de haber con los flacos y con algunas

personas. Jamás se descuida de mí.

 

20. Algunas veces estoy fatigada de verme para tan poco en su

servicio y de ver que por fuerza he de ocupar el tiempo en cuerpo

tan flaco y ruin como el mío más de lo que yo querría. Estaba una

vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos

dolores y había de tener el vómito ordinario. Como me vi tan atada

de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan

fatigada, que comencé a llorar mucho y a afligirme.

Esto no es sola una vez, sino -como digo- muchas, que me parece

me daba un enojo contra mí misma, que en forma por entonces me

aborrezco. Mas lo continuo es entender de mí que no me tengo

aborrecida, ni falto a lo que veo me es necesario. Y plega al Señor

que no tome muchas más de lo que es menester, que sí debo

hacer.

 

Esta que digo, estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló

mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de El y lo

pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que

nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con

todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío, que, aunque me

dejaba un poco padecer, no me consolaba de manera que no hago

nada en desear trabajos.

Y así ahora no me parece hay para qué vivir sino para esto, y lo que

más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella:

«Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí». Dame

consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más

para ver a Dios de que veo ser pasada aquella hora de la vida.

 

21. Otras veces estoy de manera, que ni siento vivir ni me parece

he gana de morir, sino con una tibieza y oscuridad en todo, como

he dicho que tengo muchas veces, de grandes trabajos, y con

haber querido el Señor se sepan en público estas mercedes que Su

Majestad me hace, como me lo dijo algunos años ha, que lo habían

de ser, que me fatigué yo harto, y hasta ahora no he pasado poco,

como vuestra merced sabe, porque cada uno lo toma como le

parece; consuelo me ha sido no ser por mi culpa. Porque en no lo

decir sino a mis confesores o a personas que sabía de ellos lo

sabían, he tenido gran aviso y extremo; y no por humildad, sino

porque, como he dicho, aun a los mismos confesores me daba

pena decirlo.

Ahora ya, gloria a Dios, aunque mucho me murmuran, y con buen

celo, y otros temen tratar conmigo y aun confesarme, y otros me

dicen hartas cosas, como entiendo que por este medio ha querido

el Señor remediar muchas almas (porque lo he visto claro, y me

acuerdo de lo mucho que por una sola pasara el Señor), muy poco

se me da de todo.

No sé si es parte para esto haberme Su Majestad metido en este

rinconcito tan encerrado, y adonde ya, como cosa muerta, pensé no

hubiera más memoria de mí. Mas no ha sido tanto como yo

quisiera, que forzado he de hablar algunas personas. Mas, como no

estoy adonde me vean, parece ya fue el Señor servido echarme a

un puerto, que espero en Su Majestad será seguro,

 

22 por estar ya fuera de mundo y entre poca y santa compañía.

Miro como desde lo alto, y dáseme ya bien poco de que digan, ni se

sepa. En más tendría se aprovechase un tantito un alma, que todo lo

que de mí se puede decir. Que después que estoy aquí, ha sido el Señor

servido que todos mis deseos paren en esto; y hame dado una

manera de sueño en la vida, que casi siempre me parece estoy

soñando lo que veo; ni contento ni pena, que sea mucha, no la veo

en mí. Si alguna me dan algunas cosas, pasa con tanta brevedad,

que yo me maravillo, y deja el sentimiento como una cosa que

soñó.

Y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera holgarme

de aquel contento o pesarme de aquella pena, no es en mi mano,

sino como lo sería a una persona discreta tener pena o gloria de un

sueño que soñó. Porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello

que, por no estar yo mortificada ni muerta a las cosas del mundo,

me había hecho sentimiento, y no quiere Su Majestad que se torne

a cegar.

 

23. De esta manera vivo ahora, señor y padre mío. Suplique vuestra

merced a Dios, o me lleve consigo, o me dé cómo le sirva. Plega a

Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced algún

provecho, que, por el poco lugar, ha sido con trabajo; mas dichoso

sería el trabajo, si he acertado a decir algo que sola una vez se

alabe por ello el Señor, que con esto me daría por pagada, aunque

vuestra merced luego lo queme.

 

24. No querría fuese sin que lo viesen las tres personas que vuestra

merced sabe, pues son y han sido confesores míos. Porque, si va

mal, es bien pierdan la buena opinión que tienen de mí; si va bien,

son buenos y letrados, sé que verán de dónde viene y alabarán a

quien lo ha dicho por mí.

Su Majestad tenga siempre a vuestra merced de su mano y le haga

tan gran santo, que con su espíritu y luz alumbre esta miserable,

poco humilde y muy atrevida, que se ha osado determinar a escribir

cosas tan subidas. Plega al Señor no haya en ello errado, teniendo

intención y deseo de acertar y obedecer, y que por mí se alabase

en algo el Señor, que es lo que ha muchos años que le suplico. Y

como me faltan para esto las obras, heme atrevido a concertar esta

mi desbaratada vida, aunque no gastando en ello más cuidado ni

tiempo de lo que ha sido menester para escribirla, sino poniendo lo

que ha pasado por mí con toda la llaneza y verdad que yo he

podido.

 

Plega al Señor, pues es poderoso y si quiere puede, quiera que en

todo acierte yo a hacer su voluntad, y no permita se pierda esta

alma que con tantos artificios y maneras y tantas veces ha sacado

Su Majestad del infierno y traído a Sí. Amén.

 

EPÍLOGO

 

Jhs

 

1. El Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced, amén.

No sería malo encarecer a vuestra merced este servicio, por

obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a nuestro

Señor, que según lo que he pasado en verme escrita y traer a la

memoria tantas miserias mías, bien podría; aunque con verdad

puedo decir que he sentido más en escribir las mercedes que el

Señor me ha hecho, que las ofensas que yo a Su Majestad.

 

2. Yo he hecho lo que vuestra merced me mandó en alargarme, a

condición que vuestra merced haga lo que me prometió en romper

lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de

escrito, cuando vuestra merced envía por él. Puede ser vayan

algunas cosas mal declaradas y otras puestas dos veces; porque

ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver

lo que escribía. Suplico a vuestra merced lo enmiende y mande

trasladar, si se ha de llevar al Padre Maestro Avila, porque podría

ser conocer alguien la letra. Yo deseo harto se dé orden en cómo lo

vea, pues con ese intento lo comencé a escribir. Porque, como a él

le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que ya

no me queda más para hacer lo que es en mí. En todo haga vuestra

merced como le pareciere y ve está obligado a quien así le fía su

alma.

 

3. La de vuestra merced encomendaré yo toda mi vida a nuestro

Señor. Por eso, dese prisa a servir a Su Majestad para hacerme a

mí merced, pues verá vuestra merced, por lo que aquí va, cuán bien

se emplea en darse todo -como vuestra merced lo ha comenzado- a

quien tan sin tasa se nos da.

 

4. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos

veremos adonde más claramente vuestra merced y yo veamos las

grandes que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le

 

alabemos, amén.

Acabóse este libro en junio, año de 1562.