LIBRO DE LA VIDA
CAPÍTULO 21
Prosigue y acaba este postrer grado de oración. – Dice lo que
siente el alma que está en él de tornar a vivir en el mundo, y de la
luz que la da el Señor de los engaños de él. – Tiene buena doctrina.
1. Pues acabando en lo que iba, digo que no ha menester aquí
consentimiento de esta alma; ya se le tiene dado, y sabe que con
voluntad se entregó en sus manos y que no le puede engañar,
porque es sabedor de todo. No es como acá, que está toda la vida
llena de engaños y dobleces: cuando pensáis tenéis una voluntad
ganada, según lo que os muestra, venís a entender que todo es
mentira. No hay ya quien viva en tanto tráfago, en especial si hay
algún poco de interés.
¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades!
¡Oh, qué estado éste para los reyes! ¡Cómo les valdría mucho más
procurarle, que no gran señorío! ¡Qué rectitud habría en el reino!
¡Qué de males se excusarían y habrían excusado! Aquí no se teme
perder vida ni honra por amor de Dios. ¡Qué gran bien éste para
quien está más obligado a mirar la honra del Señor, que todos los
que son menos, pues han de ser los reyes a quien sigan! Por un
punto de aumento en la fe y de haber dado luz en algo a los
herejes, perdería mil reinos, y con razón. Otro ganar es. Un reino
que no se acaba. Que con sola una gota que gusta un alma de esta
agua de él, parece asco todo lo de acá. Pues cuando fuere estar
engolfada en todo ¿qué será?
2. ¡Oh Señor! Si me dierais estado para decir a voces esto, no me
creyeran, como hacen a muchos que lo saben decir de otra suerte
que yo; mas al menos satisficiérame yo. Paréceme que tuviera en
poco la vida por dar a entender una sola verdad de éstas; no sé
después lo que hiciera, que no hay que fiar de mí. Con ser la que
soy, me dan grandes ímpetus por decir esto a los que mandan, que
me deshacen. De que no puedo más, tórnome a Vos, Señor mío, a
pediros remedio para todo; y bien sabéis Vos que muy de buena
gana me desposeería yo de las mercedes que me habéis hecho,
con quedar en estado que no os ofendiese, y se las daría a los
reyes; porque sé que sería imposible consentir cosas que ahora se
consienten, ni dejar de haber grandísimos bienes.
3. ¡Oh Dios mío! Dadles a entender a lo que están obligados, pues
los quisisteis Vos señalar en la tierra de manera, que aun he oído
decir hay señales en el cielo cuando lleváis a alguno. Que, cierto,
cuando pienso esto, me hace devoción que queráis Vos, Rey mío,
que hasta en esto entiendan os han de imitar en vida, pues en
alguna manera hay señal en el cielo, como cuando moristeis Vos,
en su muerte.
4. Mucho me atrevo. Rómpalo vuestra merced si mal le parece, y
crea se lo diría mejor en presencia, si pudiese o pensase me han de
creer, porque los encomiendo a Dios mucho, y querría me
aprovechase. Todo lo hace aventurar la vida, que deseo muchas
veces estar sin ella, y era por poco precio aventurar a ganar mucho.
Porque no hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran
engaño en que andamos y la ceguedad que traemos.
5. Llegada un alma aquí, no es sólo deseos los que tiene por Dios;
Su Majestad la da fuerzas para ponerlos por obra. No se le pone
cosa delante, en que piense le sirve, a que no se abalance; y no
hace nada, porque -como digo- ve claro que no es todo nada, sino
contentar a Dios. El trabajo es que no hay qué se ofrezca a las que
son de tan poco provecho como yo. Sed Vos, Bien mío, servido
venga algún tiempo en que yo pueda pagar algún cornado de lo
mucho que os debo. Ordenad Vos, Señor, como fuereis servido,
cómo esta vuestra sierva os sirva en algo. Mujeres eran otras y han
hecho cosas heroicas por amor de Vos. Yo no soy para más de
parlar, y así no queréis Vos, Dios mío, ponerme en obras. Todo se
va en palabras y deseos cuanto he de servir, y aun para esto no
tengo libertad, porque por ventura faltara en todo. Fortaleced Vos
mi alma y disponedla primero, Bien de todos los bienes y Jesús
mío, y ordenad luego modos cómo haga algo por Vos, que no hay
ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada. Cueste lo que costare,
Señor, no queráis que vaya delante de Vos tan vacías las manos,
pues conforme a las obras se ha de dar el premio. Aquí está mi
vida, aquí está mi honra y mi voluntad; todo os lo he dado, vuestra
soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor,
lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida en esta atalaya
adonde se ven verdades, no os apartando demí, todo lo podré; que
si os apartáis, por poco que sea, iré adonde estaba, que era al
infierno.
6. ¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con
todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada, a
gastar el tiempo en cumplir con el cuerpo, durmiendo y comiendo!
Todo la cansa, no sabe cómo huir, vese encadenada y presa.
Entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con
los cuerpos, y la miseria de la vida. Conoce la razón que tenía San
Pablo de suplicar a Dios le librase de ella. Da voces con él. Pide a
Dios libertad, como otras veces he dicho; mas aquí es con tan gran
ímpetu muchas veces, que parece se quiere salir el alma del cuerpo
a buscar esta libertad, ya que no la sacan. Anda como vendida en
tierra ajena, y lo que más la fatiga es no hallar muchos que se
quejen con ella y pidan esto, sino lo más ordinario es desear vivir.
¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto
nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría
vivir siempre sin él templaría el miedo de la muerte con el deseo de
gozar de la vida verdadera!
7. Considero algunas veces cuando una como yo, por haberme el
Señor dado esta luz, con tan tibia caridad y tan incierto el descanso
verdadero por no lo haber merecido mis obras, siento tanto verme
en este destierro muchas veces, ¿qué sería el sentimiento de los
santos? ¿Qué debía de pasar San Pablo y la Magdalena y otros
semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego de amor de
Dios? Debía ser un continuo martirio.
Paréceme que quien me da algún alivio y con quien descanso de
tratar, son las personas que hallo de estos deseos; digo deseos con
obras; digo con obras, porque hay algunas personas que, a su
parecer, están desasidas, y así lo publican y había ello de ser, pues
su estado lo pide y los muchos años que ha que algunas han
comenzado camino de perfección, mas conoce bien esta alma
desde muy lejos los que lo son de palabras, o los que ya estas
palabras han confirmado con obras; porque tiene entendido el poco
provecho que hacen los unos y el mucho los otros, y es cosa que a
quien tiene experiencia lo ve muy claramente.
8. Pues dicho ya estos efectos que hacen los arrobamientos que
son de espíritu de Dios…, verdad es que hay más o menos. Digo
menos, porque a los principios, aunque hace estos efectos, no
están experimentados con obras, y no se puede así entender que
los tiene. Y también va creciendo la perfección y procurando no
haya memoria de telaraña, y esto requiere algún tiempo. Y mientras
más crece el amor y humildad en el alma, mayor olor dan de sí
estas flores de virtudes, para sí y para los otros.
Verdad es que de manera puede obrar el Señor en el alma en un
rapto de estos, que quede poco que trabajar al alma en adquirir
perfección, porque no podrá nadie creer, si no lo experimenta, lo
que el Señor la da aquí, que no hay diligencia nuestra que a esto
llegue, a mi parecer. No digo que con el favor del Señor,
ayudándose muchos años, por los términos que escriben los que
han escrito de oración, principios y medios, no llegarán a la
perfección y desasimiento mucho con hartos trabajos; mas no en
tan breve tiempo como, sin ninguno nuestro, obra el Señor aquí y
determinadamente saca el alma de la tierra y le da señorío sobre lo
que hay en ella, aunque en esta alma no haya más merecimientos
que había en la mía, que no lo puedo más encarecer, porque era
casi ninguno.
9. El por qué lo hace Su Majestad, es porque quiere, y como quiere
hácelo, y aunque no haya en ella disposición, la dispone para recibir
el bien que Su Majestad le da. Así que no todas veces los da
porque se lo han merecido en granjear bien el huerto -aunque es
muy cierto a quien esto hace bien y procura desasirse, no dejar de
regalarle-, sino que es su voluntad mostrar su grandeza algunas
veces en la tierra que es más ruin, como tengo dicho, y dispónela
para todo bien, de manera que parece no es ya parte en cierta
manera para tornar a vivir en las ofensas de Dios que solía. Tiene el
pensamiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad,
que todo lo demás le parece juego de niños. Ríese entre sí algunas
veces cuando ve a personas graves de oración y religión hacer
mucho caso de unos puntos de honra que esta alma tiene ya
debajo de los pies. Dicen que es discreción y autoridad de su
estado para más aprovechar. Sabe ella muy bien que aprovecharía
más en un día que pospusiese aquella autoridad de estado por
amor de Dios, que con ella en diez años.
10. Así vive vida trabajosa y con siempre cruz, mas va en gran
crecimiento. Cuando parece a los que la tratan, están muy en la
cumbre. Desde a poco están muy más mejoradas, porque siempre
las va favoreciendo más Dios. Es alma suya. Es El que la tiene ya a
cargo, y así le luce. Porque parece asistentemente la está siempre
guardando para que no le ofenda, y favoreciendo y despertando
para que le sirva.
En llegando mi alma a que Dios la hiciese esta tan gran merced,
cesaron mis males y me dio el Señor fortaleza para salir de ellos, y
no me hacía más estar en las ocasiones y con gente que me solía
distraer, que si no estuviera, antes me ayudaba lo que me solía
dañar. Todo me era medios para conocer más a Dios y amarle y ver
lo que le debía y pesarme de la que había sido.
11. Bien entendía yo no venía aquello de mí ni lo había ganado con
mi diligencia, que aún no había habido tiempo para ello. Su
Majestad me había dado fortaleza para ello por su sola bondad.
Hasta ahora, desde que me comenzó el Señor a hacer esta merced
de estos arrobamientos, siempre ha ido creciendo esta fortaleza, y
por su bondad me ha tenido de su mano para no tornar atrás. Ni me
parece, como es así, hago nada casi de mi parte, sino que entiendo
claro el Señor es el que obra.
Y por esto me parece que a almas que el Señor hace estas
mercedes que, yendo con humildad y temor, siempre entendiendo
el mismo Señor lo hace y nosotros casi nonada, que se podía poner
entre cualquiera gente; aunque sea más distraída y viciosa, no le
hará al caso, ni moverá en nada; antes, como he dicho, le ayudará
y serle ha modo para sacar muy mayor aprovechamiento. Son ya
almas fuertes que escoge el Señor para aprovechar a otras; aunque
esta fortaleza no viene de sí. De poco en poco, en llegando el
Señor aquí un alma, le va comunicando muy grandes secretos.
12. Aquí son las verdaderas revelaciones en este éxtasis y las
grandes mercedes y visiones, y todo aprovecha para humillar y
fortalecer el alma y que tenga en menos las cosas de esta vida y
conozca más claro las grandezas del premio que el Señor tiene
aparejado a los que le sirven.
Plega a Su Majestad sea alguna parte la grandísima largueza que
con esta miserable pecadora ha tenido, para que se esfuercen y
animen los que esto leyeren a dejarlo todo del todo por Dios. Pues
tan cumplidamente paga Su Majestad, que aun en esta vida se ve
claro el premio y la ganancia que tienen los que le sirven, ¿qué será
en la otra?
CAPÍTULO 22
En que trata cuán seguro camino es para los contemplativos no
levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo
ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad
de Cristo. – Dice de un engaño en que ella estuvo un tiempo. – Es
muy provechoso este capítulo.
1. Una cosa quiero decir, a mi parecer importante; si a vuestra
merced le pareciere bien, servirá de aviso, que podría ser haberle
menester; porque en algunos libros que están escritos de oración
tratan que, aunque el alma no puede por sí llegar a este estado,
porque es todo obra sobrenatural que el Señor obra en ella, que
podrá ayudarse levantando el espíritu de todo lo criado y subiéndole
con humildad, después de muchos años que haya ido por la vida
purgativa, y aprovechando por la iluminativa.
No sé yo bien por qué dicen «iluminativa»; entiendo que de los que
van aprovechando.
Y avisan mucho que aparten de sí toda imaginación corpórea y que
se lleguen a contemplar en la Divinidad; porque dicen que, aunque
sea la Humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que
embaraza o impide a la más perfecta contemplación.
Traen lo que dijo el Señor a los Apóstoles cuando la venida del
Espíritu Santo -digo cuando subió a los cielos- para este propósito.
Paréceme a mí que si tuvieran la fe, como la tuvieron después que
vino el Espíritu Santo, de que era Dios y hombre, no les impidiera,
pues no se dijo esto a la Madre de Dios, aunque le amaba más que
todos.
Porque les parece que como esta obra toda es espíritu, que
cualquier cosa corpórea la puede estorbar o impedir; y que
considerarse en cuadrada manera, y que está Dios de todas partes
y verse engolfado en El, es lo que han de procurar.
Esto bien me parece a mí, algunas veces; mas apartarse del todo
de Cristo y que entre en cuenta este divino Cuerpo con nuestras
miserias ni con todo lo criado, no lo puedo sufrir. Plega a Su
Majestad que me sepa dar a entender.
2. Yo no lo contradigo, porque son letrados y espirituales, y saben
lo que dicen, y por muchos caminos y vías lleva Dios las almas.
Cómo ha llevado la mía quiero yo ahora decir -en lo demás no me
entremeto- y en el peligro en que me vi por querer conformarme con
lo que leía. Bien creo que quien llegare a tener unión y no pasare
adelante -digo a arrobamientos y visiones y otras mercedes que
hace Dios a las almas-, que tendrá lo dicho por lo mejor, como yo lo
hacía; y si me hubiera estado en ello, creo nunca hubiera llegado a
lo que ahora, porque a mi parecer es engaño. Ya puede ser yo sea
la engañada; mas diré lo que me acaeció.
3. Como yo no tenía maestro y leía en estos libros, por donde poco
a poco yo pensaba entender algo (y después entendí que, si el
Señor no me mostrara, yo pudiera poco con los libros deprender,
porque no era nada lo que entendía hasta que Su Majestad por
experiencia me lo daba a entender, ni sabía lo que hacía), en
comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud,
procuraba desviar toda cosa corpórea, aunque ir levantando el alma
yo no osaba, que, como era siempre tan ruin, veía que era
atrevimiento. Mas parecíame sentir la presencia de Dios, como es
así, y procuraba estarme recogida con El; y es oración sabrosa, si
Dios allí ayuda, y el deleite mucho. Y como se ve aquella ganancia
y aquel gusto, ya no había quien me hiciese tornar a la Humanidad,
sino que, en hecho de verdad, me parecía me era impedimento.
¡Oh Señor de mi alma y Bien mío, Jesucristo crucificado! No me
acuerdo vez de esta opinión que tuve, que no me da pena, y me
parece que hice una gran traición, aunque con ignorancia.
4. Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo. Porque esto era
ya a la postre (digo a la postre de antes que el Señor me hiciese
estas mercedes de arrobamientos y visiones), y en tanto extremo
duró muy poco estar en esta opinión. Y así siempre tornaba a mi
costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando
comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato
e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como
yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni
una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De
dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?
No quiero pensar que en esto tuve culpa, porque me lastimo
mucho, que cierto era ignorancia; y así quisisteis Vos, por vuestra
bondad, remediarla con darme quien me sacase de este yerro, y
después con que os viese yo tantas veces, como adelante diré,
para que más claro entendiese cuán grande era, y que lo dijese a
muchas personas que lo he dicho, y para que lo pusiese ahora
aquí.
5. Tengo para mí que la causa de no aprovechar más muchas
almas y llegar a muy gran libertad de espíritu, cuando llegan a tener
oración de unión, es por esto.
Paréceme que hay dos razones en que puedo fundar mi razón, y
quizá no digo nada, mas lo que dijere helo visto por experiencia,
que se hallaba muy mal mi alma hasta que el Señor la dio luz;
porque todos sus gozos eran a sorbos, y salida de allí, no se
hallaba con la compañía que después para los trabajos y
tentaciones.
La una es, que va un poco de poca humildad tan solapada y
escondida, que no se siente. Y ¿quién será el soberbio y miserable,
como yo, que cuando hubiere trabajado toda su vida con cuantas
penitencias y oraciones y persecuciones se pudieren imaginar, no
se halle por muy rico y muy bien pagado, cuando le consienta el
Señor estar al pie de la Cruz con San Juan? No sé en qué seso
cabe no se contentar con esto, sino en el mío que de todas
maneras fue perdido en lo que había de ganar.
6. Pues si todas veces la condición o enfermedad, por ser penoso
pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con El
después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el
Sacramento, adonde ya está glorificado, y no le miraremos tan
fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los
caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los
Apóstoles? Porque, cierto, no todas veces hay quien sufra pensar
en tantos trabajos como pasó. Hele aquí sin pena, lleno de gloria,
esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese a
los cielos, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no
parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros. ¡Y que
haya sido en la mía apartarme yo de Vos, Señor mío, por más
serviros! Que ya cuando os ofendía, no os conocía; ¡mas que,
conociéndoos, pensase ganar más por este camino! ¡Oh, qué mal
camino llevaba, Señor! Ya me parece iba sin camino, si Vos no me
tornarais a él, que en veros cabe mí, he visto todos los bienes. No
me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante
de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo
presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el
padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta;
es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para
contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por
manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad
se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia.
Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos
de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes
secretos.
7. Así que vuestra merced, señor, no quiera otro camino, aunque
esté en la cumbre de contemplación; por aquí va seguro. Este
Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. El le
enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más
queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los
trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?
Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe
sí. Miremos al glorioso San Pablo, que no parece se le caía de la
boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he
mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos
santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino. San
Francisco da muestra de ello en las llagas; San Antonio de Padua,
el Niño; San Bernardo se deleitaba en la Humanidad; Santa
Catalina de Sena… otros muchos que vuestra merced sabrá mejor
que yo.
8. Esto de apartarse de lo corpóreo, bueno debe ser, cierto, pues
gente tan espiritual lo dice; mas, a mi parecer, ha de ser estando el
alma muy aprovechada, porque hasta esto, está claro, se ha de
buscar al Criador por las criaturas. Todo es como la merced el
Señor hace a cada alma; en eso no me entremeto. Lo que querría
dar a entender es que no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima
Humanidad de Cristo. Y entiéndase bien este punto, que querría
saberme declarar.
9. Cuando Dios quiere suspender todas las potencias, como en los
modos de oración que quedan dichos hemos visto, claro está que,
aunque no queramos, se quita esta presencia. Entonces vaya
enhorabuena; dichosa tal pérdida que es para gozar más de lo que
nos parece se pierde; porque entonces se emplea el alma toda en
amar a quien el entendimiento ha trabajado conocer, y ama lo que
no comprendió, y goza de lo que no pudiera tan bien gozar si no
fuera perdiéndose a sí, para, como digo, más ganarse.
Mas que nosotros de maña y con cuidado nos acostumbremos a no
procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre -y
pluguiese al Señor fuese siempre- esta sacratísima Humanidad,
esto digo que no me parece bien y que es andar el alma en el aire,
como dicen; porque parece no trae arrimo, por mucho que le parece
anda llena de Dios. Es gran cosa, mientras vivimos y somos
humanos, traerle humano, que éste es el otro inconveniente que
digo hay. El primero, ya comencé a decir es un poco de falta de
humildad de quererse levantar el alma hasta que el Señor la
levante, y no contentarse con meditar cosa tan preciosa, y querer
ser María antes que haya trabajado conMarta. Cuando el Señor
quiere que lo sea, aunque sea desde el primer día, no hay que
temer; mas comidámonos nosotros, como ya creo otra vez he dicho.
Esta motita de poca humildad, aunque no parece es nada, para
querer aprovechar en la contemplación hace mucho daño.
10. Tornando al segundo punto, nosotros no somos ángeles, sino
tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra -y
tan en la tierra como yo estaba- es desatino, sino que ha menester
tener arrimo el pensamiento para lo ordinario. Ya que algunas
veces el alma salga de sí o ande muchas tan llena de Dios que no
haya menester cosa criada para recogerla, esto no es tan ordinario,
que en negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede
tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen
amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y
trabajos, y es compañía y, habiendo costumbre, es muy fácil hallarle
cabe sí, aunque veces vendrán que lo uno ni lo otro se pueda.
Para esto es bien lo que ya he dicho: no nos mostrar a procurar
consolaciones de espíritu; venga lo que viniere, abrazado con la
cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación;
solo le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros, que, para
más sufrir, El nos dará mejor la mano que nuestra diligencia, y se
ausentará cuando viere que conviene y que quiere el Señor sacar el
alma de sí, como he dicho.
11. Mucho contenta a Dios ver un alma que con humildad pone por
tercero a su Hijo y le ama tanto, que aun queriendo Su Majestad
subirle a muy gran contemplación -como tengo dicho-, se conoce
por indigno, diciendo con San Pedro: Apartaos de mí, que soy
hombre pecador.
Esto he probado. De este arte ha llevado Dios mi alma. Otros irán
como he dicho- por otro atajo. Lo que yo he entendido es que todo
este cimiento de la oración va fundado en humildad y que mientras
más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me
acuerdo haberme hecho merced muy señalada, de las que adelante
diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin. Y aun
procuraba Su Majestad darme a entender cosas para ayudarme a
conocerme, que yo no las supiera imaginar.
Tengo para mí que cuando el alma hace de su parte algo para
ayudarse en esta oración de unión, que aunque luego luego parece
la aprovecha, que como cosa no fundada se tornará muy presto a
caer; y he miedo que nunca llegará a la verdadera pobreza de
espíritu, que es no buscar consuelo ni gusto en la oración -que los
de la tierra ya están dejados-, sino consolación en los trabajos por
amor de El que siempre vivió en ellos, y estar en ellos y en las
sequedades quieta. Aunque algo se sienta, no para dar inquietud y
la pena que a algunas personas, que, si no están siempre
trabajando con el entendimiento y con tener devoción, piensan que
va todo perdido, como si por su trabajo se mereciese tanto bien.
No digo que no se procure y estén con cuidado delante de Dios;
mas que si no pudieren tener aun un buen pensamiento, como otra
vez he dicho, que no se maten; siervos sin provecho somos, ¿qué
pensamos poder?
12. Más quiere el Señor que conozcamos esto y andemos hechos
asnillos para traer la noria del agua que queda dicha, que, aunque
cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más que
el hortelano con toda su diligencia. Con libertad se ha de andar en
este camino, puestos en las manos de Dios. Si Su Majestad nos
quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena
gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar,
como he dicho alguna vez. Dios tiene cuidado más que nosotros y
sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí quien
tiene dada ya toda su voluntad a Dios?
A mi parecer, muy menos se sufre aquí que en el primer grado de la
oración, y mucho más daña. Son bienes sobrenatural. Si uno tiene
mala voz, por mucho que se esfuerce a cantar no se le hace buena;
si Dios quiere dársela, no ha él menester antes dar voces. Pues
supliquemos siempre nos haga mercedes, rendida el alma, aunque
confiada de la grandeza de Dios. Pues para que esté a los pies de
Cristo la dan licencia, que procure no quitarse de allí, esté como
quiera; imite a la Magdalena, que de que esté fuerte, Dios la llevará
al desierto.
13. Así que vuestra merced, hasta que halle quien tenga más
experiencia que yo y lo sepa mejor, estése en esto. Si son personas
que comienzan a gustar de Dios, no las crea, que les parece les
aprovecha y gustan más ayudándose. ¡Oh, cuando Dios quiere,
cómo viene al descubierto sin estas ayuditas!; que, aunque más
hagamos, arrebata el espíritu, como un gigante tomaría una paja, y
no basta resistencia. ¡Qué manera para creer que, cuando El
quiere, espera a que vuele el sapo por sí mismo! Y aun más
dificultoso y pesado me parece levantarse nuestro espíritu, si Dios
no le levanta; porque está cargado de tierra y de mil impedimentos,
y aprovéchale poco querer volar; que, aunque es más su natural
que del sapo, está ya tan metido en el cieno, que lo perdió por su
culpa.
14. Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de
Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes
y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos
tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y
nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y
despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor
merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha
todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle Su
Majestad -pues sabe lo mucho que nos conviene- por el que El nos
tuvo y por su glorioso Hijo, a quien tan a su costa nos le mostró,
amén.
15. Una cosa querría preguntar a vuestra merced: cómo en
comenzando el Señor a hacer mercedes a un alma, tan subidas,
como es ponerla en perfecta contemplación, que de razón había de
quedar perfecta del todo luego (de razón, sí por cierto, porque quien
tan gran merced recibe no había más de querer consuelos de la
tierra), pues ¿por qué en arrobamiento y en cuando está ya el alma
más habituada a recibir mercedes, parece que trae consigo los
efectos tan más subidos, y mientras más, más desasida, pues en un
punto que el Señor llega la puede dejar santificada, como después,
andando el tiempo, la deja el mismo Señor con perfección en las
virtudes?.
Esto quiero yo saber, que no lo sé. Mas bien sé es diferente lo que
Dios deja de fortaleza cuando al principio no dura más que cerrar y
abrir los ojos y casi no se siente sino en los efectos que deja, o
cuando va más a la larga esta merced. Y muchas veces paréceme
a mí si es el no se disponer del todo luego el alma, hasta que el
Señor poco a poco la cría y la hace determinar y da fuerzas de
varón, para que dé del todo con todo en el suelo. Como lo hizo con
la Magdalena con brevedad, hácelo en otras personas, conforme a
lo que ellas hacen en dejar a Su Majestad hacer. No acabamos de
creer que aun en esta vida da Dios ciento por uno.
16. También pensaba yo esta comparación: que puesto que sea
todo uno lo que se da a los que más adelante van que en el
principio, es como un manjar que comen de él muchas personas, y
las que comen poquito, quédales sólo buen sabor por un rato; las
que más, ayuda a sustentar; las que comen mucho, da vida y
fuerza; y tantas veces se puede comer y tan cumplido de este
manjar de vida, que ya no coman cosa que les sepa bien sino él;
porque ve el provecho que le hace, y tiene ya tan hecho el gusto a
esta suavidad, que querría más no vivir que haber de comer otras
cosas que no sean sino para quitar el buen sabor que el buen
manjar dejó.
También una compañía santa no hace su conversación tanto
provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que
estemos con ella, que seamos como ella, si nos favorece Dios. Y en
fin, todo está en lo que Su Majestad quiere y a quien quiere darlo;
mas mucho va en determinarse, a quien ya comienza a recibir esta
merced, en desasirse de todo y tenerla en lo que es razón.
17. También me parece que anda Su Majestad a probar quién le
quiere, si no uno, si no otro, descubriendo quién es con deleite tan
soberano, por avivar la fe -si está muerta- de lo que nos ha de dar,
diciendo: «Mirad, que esto es una gota del mar grandísimo de
bienes», por no dejar nada por hacer con los que ama, y como ve
que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien
querido! Y ¡qué buen amigo!
¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender
qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que llegan a
este estado, y se quedan consigo mismos! No queréis Vos esto,
Señor, pues más que esto hacéis Vos, que os venís a una posada
tan ruin como la mía. ¡Bendito seáis por siempre jamás!
18.-Torno a suplicar a vuestra merced que estas cosas que he
escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean.
Porque si no saben más de un camino o se han quedado en el
medio, no podrán así atinar. Y hay algunas que desde luego las
lleva Dios por muy subido camino, y paréceles que así podrán los
otros aprovechar allí y quietar el entendimiento y no se aprovechar
de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un
palo. Y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego
piensan que como tienen lo uno pueden hacer lo otro; y en lugar de
aprovechar, desaprovecharán, como he dicho. Así que en todo es
menester experiencia y discreción. El Señor nos la dé por su
bondad.
CAPÍTULO 23
En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a
tratar de más perfección, y por qué medios. – Es provechoso para
las personas que tratan de gobernar almas que tienen oración
saber cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le
hizo saberla llevar.
1. Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida, -que me he
detenido, creo, más de lo que me había de detener-, porque se
entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí
adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he
vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es
que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era
imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y
obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.
2. Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la
oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien
deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su
Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas
veces de unión, que duraba mucho rato.
Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en
mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a
temer, como era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y
muchas veces sin poderlo excusar, puesto que veía en mí por otra
parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando
estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada y
con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer
y a pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era
bueno, suspender el entendimiento para quitarme la oración mental
y que no pudiese pensar en la Pasión ni aprovecharme del
entendimiento, que me parecía a mí mayor pérdida, como no lo
entendía.
3. Mas como Su Majestad quería ya darme luz para que no le
ofendiese ya y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte
este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales
con quien tratar, que ya tenía noticia de algunos, porque habían
venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo -sin conocer a
ninguno- era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban
de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte
para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con
ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia.
4. En esto anduve algún tiempo, hasta que ya, con mucha batería
que pasé en mí y temores, me determiné a tratar con una persona
espiritual para preguntarle qué era la oración que yo tenía, y que
me diese luz, si iba errada, y hacer todo lo que pudiese por no
ofender a Dios. Porque la falta -como he dicho- que veía en mí de
fortaleza me hacía estar tan tímida.
¡Qué engaño tan grande, válgame Dios, que para querer ser buena
me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el
principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe él
que está todo el medio de un alma en tratar con amigos de Dios, y
así no había término para que yo a esto me determinase.
Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración, y
por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída en cosillas
de mala costumbre que no acababa de entender eran malas, que
era menester ayuda de otros y darme la mano para levantarme.
Bendito sea el Señor que, en fin, la suya fue la primera.
5. Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración,
parecióme que en esto había algún gran bien o grandísimo mal.
Porque bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque
algunas veces no lo podía resistir. Tenerlo cuando yo quería, era
excusado. Pensé en mí que no tenía remedio si no procuraba tener
limpia conciencia y apartarme de toda ocasión, aunque fuese de
pecados veniales, porque, siendo espíritu de Dios, clara estaba la
ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor y
no ofenderle, poco daño me podía hacer, antes él quedaría con
pérdida. Determinada en esto y suplicando siempre a Dios me
ayudase, procurando lo dicho algunos días, vi que no tenía fuerza
mi alma para salir con tanta perfección a solas, por algunas
aficiones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy
malas, bastaban para estragarlo todo.
6. Dijéronme de un clérigo letrado que había en este lugar, que
comenzaba el Señor a dar a entender a la gente su bondad y buena
vida. Yo procuré por medio de un caballero santo que hay en este
lugar. Es casado, mas de vida tan ejemplar y virtuosa, y de tanta
oración y caridad, que en todo él resplandece su bondad y
perfección. Y con mucha razón, porque grande bien ha venido a
muchas almas por su medio, por tener tantos talentos, que, aun con
no le ayudar su estado, no puede dejar con ellos de obrar. Mucho
entendimiento y muy apacible para todos. Su conversación no
pesada, tan suave y agraciada, junto con ser recta y santa, que da
contento grande a los que trata. Todo lo ordena para gran bien de
las almas que conversa, y no parece trae otro estudio sino hacer
por todos los que él ve se sufre y contentar a todos.
7. Pues este bendito y santo hombre, con su industria, me parece
fue principio para que mi alma se salvase. Su humildad a mí
espántame, que con haber, a lo que creo, poco menos de cuarenta
años que tiene oración -no sé si son dos o tres menos-, y lleva toda
la vida de perfección, que, a lo que parece, sufre su estado. Porque
tiene una mujer tan gran sierva de Dios y de tanta caridad, que por
ella no se pierde; en fin, como mujer de quien Dios sabía había de
ser tan gran siervo suyo, la escogió. Estaban deudos suyos
casados con parientes míos. Y también con otro harto siervo de
Dios, que estaba casado con una prima mía, tenía mucha
comunicación.
8. Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo tan
siervo de Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme
y tener por maestro. Pues trayéndole para que me hablase, y yo
con grandísima confusión de verme presente de hombre tan santo,
dile parte de mi alma y oración, que confesarme no quiso: dijo que
era muy ocupado, y era así. Comenzó con determinación santa a
llevarme como a fuerte, que de razón había de estar según la
oración vio que tenía, para que en ninguna manera ofendiese a
Dios.
Yo, como vi su determinación tan de presto en cosillas que, como
digo, yo no tenía fortaleza para salir luego con tanta perfección,
afligíme; y como vi que tomaba las cosas de mi alma como cosa
que en una vez había de acabar con ella, yo veía que había
menester mucho más cuidado.
9. En fin, entendí no eran por los medios que él me daba por donde
yo me había de remediar, porque eran para alma más perfecta; y
yo, aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy
en los principios en las virtudes y mortificación. Y cierto, si no
hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma;
porque de la aflicción que me daba de ver cómo yo no hacía -ni me
parece podía- lo que él me decía, bastaba para perder la esperanza
y dejarlo todo.
Algunas veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia
particular en comenzar a llegar almas a Dios, cómo no fue servido
entendiese la mía ni se quisiese encargar de ella, y veo fue todo
para mayor bien mío, porque yo conociese y tratase gente tan santa
como la de la Compañía de Jesús.
10. De esta vez quedé concertada con este caballero santo, para
que alguna vez me viniese a ver. Aquí se vio su gran humildad,
querer tratar con persona tan ruin como yo. Comenzóme a visitar y
a animarme y decirme que no pensase que en un día me había de
apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios; que en cosas bien
livianas había él estado algunos años, que no las había podido
acabar consigo. ¡Oh humildad, qué grandes bienes haces adonde
estás y a los que se llegan a quien la tiene! Decíame este santo
(que a mi parecer con razón le puedo poner este nombre)
flaquezas, que a él le parecían que lo eran, con su humildad, para
mi remedio; y mirado conforme a su estado, no era falta ni
imperfección, y conforme al mío, era grandísima tenerlas.
Yo no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en
menudencias, e importan tanto para comenzar a aprovechar un
alma y sacarla a volar (que aún no tiene plumas, como dicen), que
no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y porque espero
yo en Dios vuestra merced ha de aprovechar muchas, lo digo aquí,
que fue toda mi salud saberme curar y tener humildad y caridad
para estar conmigo, y sufrimiento de ver que no en todo me
enmendaba. Iba con discreción, poco a poco dando maneras para
vencer el demonio. Yo le comencé a tener tan grande amor, que no
había para mí mayor descanso que el día que le veía, aunque eran
pocos. Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome
que por ser tan ruin no me veía.
11. Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes, y aun
serían pecados (aunque después que le traté, más enmendada
estaba), y como le dije las mercedes que Dios me hacía, para que
me diese luz, díjome que no venía lo uno con lo otro, que aquellos
regalos eran ya de personas que estaban muy aprovechadas y
mortificadas, que no podía dejar de temer mucho, porque le parecía
mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba, mas que
pensase bien todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y
era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo que era mi
oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo
decir, ha poco que me lo dio Dios.
12. Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi
aflicción y lágrimas. Porque, cierto, yo deseaba contentar a Dios y
no me podía persuadir a que fuese demonio; mas temía por mis
grandes pecados me cegase Dios para no lo entender.
Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en
uno que se llama Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma
con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar nada,
que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada
cuando tenía aquella oración; y señalé con unas rayas las partes
que eran, y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho,
santo y siervo de Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de
hacer; y que, si les pareciese, dejaría la oración del todo, que para
qué me había yo de meter en esos peligros; pues a cabo de veinte
años casi que había que la tenía, no había salido con ganancia,
sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener; aunque
también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál
estaba mi alma sin oración.
Así que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río,
que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro, y él se está
casi ahogando.
Es un trabajo muy grande éste, y de éstos he pasado muchos,
como diré adelante; que aunque parece no importa, por ventura
hará provecho entender cómo se ha de probar el espíritu.
13. Y es grande, cierto, el trabajo que se pasa, y es menester tiento,
en especial con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza y
podría venir a mucho mal diciéndoles muy claro es demonio; sino
mirarlo muy bien, y apartarlas de los peligros que puede haber, y
avisarlas en secreto pongan mucho y le tengan ellos, que conviene.
Y en esto hablo como quien le cuesta harto trabajo no le tener
algunas personas con quien he tratado mi oración, sino
preguntando unos y otros, por bien me han hecho harto daño, que
se han divulgado cosas que estuvieran bien secretas -pues no son
para todos- y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha
permitido el Señor para que yo padeciese. No digo que decían lo
que trataba con ellos en confesión; mas, como eran personas a
quien yo daba cuenta por mis temores para que me diesen luz,
parecíame a mí habían de callar. Con todo, nunca osaba callar cosa
a personas semejantes.
Pues digo que se avise con mucha discreción, animándolas y
aguardando tiempo, que el Señor las ayudará como ha hecho a mí;
que si no, grandísimo daño me hiciera, según era temerosa y
medrosa. Con el gran mal de corazón que tenía, espántome cómo
no me hizo mucho mal.
14. Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida y pecados lo
mejor que pude por junto (que no confesión, por ser seglar, mas
bien di a entender cuán ruin era), los dos siervos de Dios miraron
con gran caridad y amor lo que me convenía.
Venida la respuesta que yo con harto temor esperaba, y habiendo
encomendado a muchas personas que me encomendasen a Dios y
yo con harta oración aquellos días, con harta fatiga vino a mí y
díjome que, a todo su parecer de entrambos, era demonio; que lo
que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús,
que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le
diese cuenta de toda mi vida por una confesión general, y de mi
condición, y todo con mucha claridad; que por la virtud del
sacramento de la confesión le daría Dios más luz; que eran muy
experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo que me
dijese en todo, porque estaba en mucho peligro si no había quien
me gobernase.
15. A mí me dio tanto temor y pena, que no sabía qué me hacer.
Todo era llorar. Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo
qué había de ser de mí, leí en un libro -que parece el Señor me lo
puso en las manos- que decía San Pablo: Que era Dios muy fiel,
que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio
engañados. Esto me consoló mucho.
Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos
los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que
yo entendí y supe, sin dejar nada por decir.
Acuérdome que como vi, después que lo escribí, tantos males y
casi ningún bien, que me dio una aflicción y fatiga grandísima.
También me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan
santa como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad
y parecíame quedaba obligada más a no lo ser y quitarme de mis
pasatiempos, y si esto no hacía, que era peor; y así, procuré con la
sacristana y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechóme poco, que
acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por
todo el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué
de temores a quien se quiere llegar a Dios!
16. Tratando con aquel siervo de Dios -que lo era harto y bien
avisado- toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje, me
declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy
conocidamente, sino que era menester tornar de nuevo a la oración:
porque no iba bien fundada, ni había comenzado a entender
mortificación (y era así, que aun el nombre no me parece entendía),
y que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase
mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes; que qué
sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas
personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que después el
Señor ha hecho conmigo); que tendría mucha culpa si no respondía
a las mercedes que Dios me hacía.
En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi
alma, según se imprimía en ella.
17. Hízome gran confusión. Llevóme por medios que parecía del
todo me tornaba otra. ¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome
tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me
aprovechase de él, y que no pensase sino en la Humanidad, y que
aquellos recogimientos y gustos resistiese cuanto pudiese, de
manera que no los diese lugar hasta que él me dijese otra cosa.
18. Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó y a él
para que entendiese mi condición y cómo me había de gobernar.
Quedé determinada de no salir de lo que me mandase en ninguna
cosa, y así lo hice hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha
dado gracia para obedecer a mis confesores, aunque
imperfectamente; y casi siempre han sido de estos benditos
hombres de la Compañía de Jesús; aunque imperfectamente, como
digo, los he seguido.
Conocida mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.
CAPÍTULO 24
Prosigue en lo comenzado, y dice cómo fue aprovechándose su
alma después que comenzó a obedecer, y lo poco que le
aprovechaba el resistir las mercedes de Dios, y cómo Su Majestad
se las iba dando más cumplidas.
1. Quedó mi alma de esta confesión tan blanda, que me parecía no
hubiera cosa a que no me dispusiera; y así comencé a hacer
mudanza en muchas cosas, aunque el confesor no me apretaba,
antes parecía hacía poco caso de todo. Y esto me movía más,
porque lo llevaba por modo de amar a Dios y como que dejaba
libertad y no apremio, si yo no me le pusiese por amor.
Estuve así casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los
regalos y mercedes de Dios. Cuanto a lo exterior, veíase la
mudanza, porque ya el Señor me comenzaba a dar ánimo para
pasar por algunas cosas que decían personas que me conocían,
pareciéndoles extremos, y aun en la misma casa. Y de lo que antes
hacía, razón tenían, que era extremo; mas de lo que era obligada al
hábito y profesión que hacía, quedaba corta.
2. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su
Majestad. Porque antes me parecía que para darme regalos en la
oración era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba
bullir. Después vi lo poco que hacía al caso; porque cuando más
procuraba divertirme, más me cubría el Señor de aquella suavidad y
gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte
podía huir, y así era. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El
Señor le traía mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho
más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese
no era más en mi mano.
Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad.
Comenzóse a asentar la oración como edificio que ya llevaba
cimiento, y a aficionarme a más penitencia, de que yo estaba
descuidada por ser tan grandes mis enfermedades. Díjome aquel
varón santo que me confesó, que algunas cosas no me podrían
dañar; que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacía
penitencia, me la quería dar Su Majestad. Mandábame hacer
algunas mortificaciones no muy sabrosas para mí. Todo lo hacía,
porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y dábale gracia
para que me lo mandase de manera que yo le obedeciese. Iba ya
sintiendo mi alma cualquiera ofensa que hiciese a Dios, por
pequeña que fuese, de manera que si alguna cosa superflua traía,
no podía recogerme hasta que me la quitaba. Hacía mucha oración
porque el Señor me tuviese de su mano; pues trataba con sus
siervos, permitiese no tornase atrás, que me parecía fuera gran
delito y que habían ellos de perder crédito por mí.
3. En este tiempo vino a este lugar el padre Francisco, que era
duque de Gandía y había algunos años que, dejándolo todo, había
entrado en la Compañía de Jesús. Procuró mi confesor, y el
caballero que he dicho también vino a mí, para que le hablase y
diese cuenta de la oración que tenía, porque sabía iba adelante en
ser muy favorecido y regalado de Dios, que como quien había
mucho dejado por El, aun en esta vida le pagaba.
Pues después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios y
que le parecía que no era bien ya resistirle más, que hasta
entonces estaba bien hecho, sino que siempre comenzase la
oración en un paso de la Pasión, y que si después el Señor me
llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle a Su
Majestad, no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante, dio la
medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia. Dijo
que era yerro resistir ya más.
Yo quedé muy consolada, y el caballero también holgábase mucho
que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba y daba avisos en lo
que podía, que era mucho.
4. En este tiempo mudaron a mi confesor de este lugar a otro, lo
que yo sentí muy mucho, porque pensé me había de tornar a ser
ruin y no me parecía posible hallar otro como él. Quedó mi alma
como en un desierto, muy desconsolada y temerosa. No sabía qué
hacer de mí. Procuróme llevar una parienta mía a su casa, y yo
procuré ir luego a procurar otro confesor en la Compañía. Fue el
Señor servido que comencé a tomar amistad con una señora viuda,
de mucha calidad y oración, que trataba con ellos mucho. Hízome
confesar a su confesor, y estuve en su casa muchos días. Vivía
cerca. Yo me holgaba por tratar mucho con ellos, que, de sólo
entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi
alma sentía.
5. Este Padre me comenzó a poner en más perfección. Decíame
que para del todo contentar a Dios no había de dejar nada por
hacer; también con harta maña y blandura, porque no estaba aún
mi alma nada fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar algunas
amistades que tenía. Aunque no ofendía a Dios con ellas, era
mucha afición, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas, y así le
decía que, pues no ofendía a Dios, que por qué había de ser
desagradecida. El me dijo que lo encomendase a Dios unos días y
rezase el himno de Veni, Creator, porque me diese luz de cuál era
lo mejor. Habiendo estado un día mucho en oración y suplicando al
Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y
estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súbito que casi
me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fue muy
conocido. Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de
arrobamientos. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas
conversación con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho
espanto, porque el movimiento del ánima fue grande, y muy en el
espíritu se me dijeron estas palabras, y así me hizo temor, aunque
por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor que -a
mi parecer- causó la novedad, me quedó.
6. Ello se ha cumplido bien, que nunca más yo he podido asentar
en amistad ni tener consolación ni amor particular sino a personas
que entiendo le tienen a Dios y le procuran servir, ni ha sido en mi
mano, ni me hace el caso ser deudos ni amigos. Si no entiendo esto
o es persona que trata de oración, esme cruz penosa tratar con
nadie. Esto es así, a todo mi parecer, sin ninguna falta.
7. Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios
como quien había querido en aquel momento -que no me parece
fue más- dejar otra a su sierva. Así que no fue menester
mandármelo más; que como me veía el confesor tan asida en esto,
no había osado determinadamente decir que lo hiciese. Debía
aguardar a que el Señor obrase, como lo hizo. Ni yo pensé salir con
ello, porque ya yo misma lo había procurado, y era tanta la pena
que me daba, que como cosa que me parecía no era inconveniente,
lo dejaba; ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por
obra. Así se lo dije al confesor y lo dejé todo conforme a como me lo
mandó. Hizo harto provecho a quien yo trataba ver en mí esta
determinación.
8. Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad
que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años
había, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran
fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de
quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me
dio.
CAPÍTULO 25
En que trata el modo y manera cómo se entienden estas hablas que
hace Dios al alma sin oírse, y de algunos engaños que puede haber
en ello, y en qué se conocerá cuándo lo es. – Es de mucho
provecho para quien se viere en este grado de oración, porque se
declara muy bien, y de harta doctrina.
1. Paréceme será bien declarar cómo es este hablar que hace Dios
al alma y lo que ella siente, para que vuestra merced lo entienda.
Porque desde esta vez que he dicho que el Señor me hizo esta
merced, es muy ordinario hasta ahora, como se verá en lo que está
por decir.
Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no
se oyen, sino entiéndense muy más claro que si se oyesen; y
dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás.
Porque cuando acá no queremos oír, podemos tapar los oídos o
advertir a otra cosa, de manera que, aunque se oiga, no se
entienda. En esta plática que hace Dios al alma no hay remedio
ninguno, sino que, aunque me pese, me hacen escuchar y estar el
entendimiento tan entero para entender lo que Dios quiere
entendamos, que no basta querer ni no querer. Porque el que todo
lo puede, quiere que entendamos se ha de hacer lo que quiere y se
muestra señor verdadero de nosotros. Esto tengo muy
experimentado, porque me duró casi dos años el resistir, con el
gran miedo que traía, y ahora lo pruebo algunas veces, mas poco
me aprovecha.
2. Yo querría declarar los engaños que puede haber aquí (aunque a
quien tiene mucha experiencia paréceme será poco o ninguno, mas
ha de ser mucha la experiencia) y la diferencia que hay cuando es
espíritu bueno o cuando es malo, o cómo puede también ser
aprensión del mismo entendimiento -que podría acaecer- o hablar el
mismo espíritu a sí mismo. Esto no sé yo si puede ser, mas aún hoy
me ha parecido que sí.
Cuando es de Dios, tengo muy probado en muchas cosas que se
me decían dos o tres años antes, y todas se han cumplido, y hasta
ahora ninguna ha salido mentira, y otras cosas adonde se ve claro
ser espíritu de Dios, como después se dirá.
3. Paréceme a mí que podría una persona, estando encomendando
una cosa a Dios con gran afecto y aprensión, parecerle entiende
alguna cosa si se hará o no, y es muy posible; aunque a quien ha
entendido de estotra suerte, verá claro lo que es, porque es mucha
la diferencia, y si es cosa que el entendimiento fabrica, por
delegado que vaya, entiende que ordena él algo y que habla; que
no es otra cosa sino ordenar uno la plática, o escuchar lo que otro
le dice; y verá el entendimiento que entonces no escucha, pues que
obra; y las palabras que él fabrica son como cosa sorda,
fantaseada, y no con la claridad que estotras. Y aquí está en
nuestra mano divertirnos, como callar cuando hablamos; en estotro
no hay términos.
Y otra señal más que todas: que no hace operación. Porque estotra
que habla el Señor es palabras y obras; y aunque las palabras no
sean de devoción, sino de reprensión, a la primera disponen un
alma, y la habilita y enternece y da luz y regala y quieta; y si estaba
con sequedad o alboroto y desasosiego de alma, como con la mano
se le quita, y aun mejor, que parece quiere el Señor se entienda
que es poderoso y que sus palabras son obras.
4. Paréceme que hay la diferencia que si nosotros hablásemos u
oyésemos, ni más ni menos. Porque lo que hablo, como he dicho,
voy ordenando con el entendimiento lo que digo. Mas si me hablan,
no hago más de oír sin ningún trabajo.
Lo uno va como una cosa que no nos podemos bien determinar si
es, como uno que está medio dormido; estotro es voz tan clara que
no se pierde una sílaba de lo que se dice. Y acaece ser a tiempos
que está el entendimiento y alma tan alborotada y distraída, que no
acertaría a concertar una buena razón, y halla guisadas grandes
sentencias que le dicen, que ella, aun estando muy recogida, no
pudiera alcanzar, y a la primera palabra, como digo, la mudan toda.
En especial si está en arrobamiento, que las potencias están
suspendidas, ¿cómo se entenderán cosas que no habían venido a
la memoria aun antes? ¿Cómo vendrán entonces, que no obra casi,
y la imaginación está como embobada?
5. Entiéndase que cuando se ven visiones o se entienden estas
palabras, a mi parecer, nunca es en tiempo que está unida el alma
en el mismo arrobamiento; que en este tiempo -como ya dejo
declarado, creo en la segunda agua- del todo se pierden todas las
potencias y a mi parecer allí ni se puede ver ni entender ni oír: está
en otro poder toda, y en este tiempo, que es muy breve, no me
parece la deja el Señor para nada libertad. Pasado este breve
tiempo, que se queda aún en el arrobamiento el alma, es esto que
digo; porque quedan las potencias de manera que, aunque no están
perdidas, casi nada obran; están como absortas y no hábiles para
concertar razones. Hay tantas para entender la diferencia, que si
una vez se engañase, no serán muchas.
6. Y digo que si es alma ejercitada y está sobre aviso, lo verá muy
claro; porque dejadas otras cosas por donde se ve lo que he dicho,
ningún efecto hace, ni el alma lo admite (porque estotro, mal que
nos pese), y no se da crédito, antes se entiende que es devanear
del entendimiento, casi como no se haría caso de una persona que
sabéis tiene frenesí.
Estotro es como si lo oyésemos a una persona muy santa o letrada
y de gran autoridad, que sabemos no nos ha de mentir. Y aun es
baja comparación, porque traen algunas veces una majestad
consigo estas palabras, que, sin acordarnos quién las dicen, si son
de reprensión hacen temblar, y si son de amor, hacen deshacerse
en amar. Y son cosas, como he dicho, que estaban bien lejos de la
memoria, y dícense tan de presto sentencias tan grandes, que era
menester mucho tiempo para haberlas de ordenar, y en ninguna
manera me parece se puede entonces ignorar no ser cosa
fabricada de nosotros.
Así que en esto no hay que me detener, que por maravilla me
parece puede haber engaño en persona ejercitada, si ella misma de
advertencia no se quiere engañar.
7. Acaecídome ha muchas veces, si tengo alguna duda, no creer lo
que me dicen, y pensar si se me antojó (esto después de pasado,
que entonces es imposible), y verlo cumplido desde a mucho
tiempo; porque hace el Señor que quede en la memoria, que no se
puede olvidar. Y lo que es del entendimiento es como primer
movimiento del pensamiento, que pasa y se olvida. Estotro es como
obra que, aunque se olvide algo y pase tiempo, no tan del todo que
se pierda la memoria de que, en fin, se dijo, salvo si no ha mucho
tiempo o son palabras de favor o doctrina; mas de profecía no hay
olvidarse, a mi parecer, al menos a mí, aunque tengo poca
memoria.
8. Y torno a decir que me parece si un alma no fuese tan
desalmada que lo quiera fingir (que sería harto mal) y decir que lo
entiende no siendo así; mas dejar de ver claro que ella lo ordena y
lo parla entre sí, paréceme no lleva camino, si ha entendido el
espíritu de Dios, que si no, toda su vida podrá estarse en ese
engaño y parecerle que entiende, aunque yo no sé cómo. O esta
alma lo quiere entender, o no: si se está deshaciendo de lo que
entiende y en ninguna manera querría entender nada por mil
temores y otras muchas causas que hay para tener deseo de estar
quieta en su oración sin estas cosas, ¿cómo da tanto espacio al
entendimiento que ordene razones? Tiempo es menester para esto.
Acá sin perder ninguno, quedamos enseñadas y se entienden
cosas que parece era menester un mes para ordenarlas, y el mismo
entendimiento y alma quedan espantadas de algunas cosas que se
entienden.
9. Esto es así, y quien tuviere experiencia verá que es al pie de la
letra todo lo que he dicho. Alabo a Dios porque lo he sabido así
decir. Y acabo con que me parece, siendo del entendimiento,
cuando lo quisiésemos lo podríamos entender, y cada vez que
tenemos oración nos podría parecer entendemos. Mas en estotro
no es así, sino que estaré muchos días que aunque quiera entender
algo es imposible, y cuando otras veces no quiero, como he dicho,
lo tengo de entender.
Paréceme que quien quisiese engañar a los otros, diciendo que
entiende de Dios lo que es de sí, que poco le cuesta decir que lo
oye con los oídos corporales; y es así cierto con verdad, que jamás
pensé había otra manera de oír ni entender hasta que lo vi por mí; y
así, como he dicho, me cuesta harto trabajo.
10. Cuando es demonio, no sólo no deja buenos efectos, mas
déjalos malos. Esto me ha acaecido no más de dos o tres veces, y
he sido luego avisada del Señor cómo era demonio. Dejado la gran
sequedad que queda, es una inquietud en el alma a manera de
otras muchas veces que ha permitido el Señor que tenga grandes
tentaciones y trabajos de alma de diferentes maneras; y aunque me
atormenta hartas veces, como adelante diré, es una inquietud que
no se sabe entender de dónde viene, sino que parece resiste el
alma y se alborota y aflige sin saber de qué, porque lo que él dice
no es malo sino bueno. Pienso si siente un espíritu a otro. El gusto
y deleite que él da, a mi parecer, es diferente en gran manera.
Podrá él engañar con estos gustos a quien no tuviere o hubiere
tenido otros de Dios.
11. De veras digo gustos, una recreación suave, fuerte, impresa,
deleitosa, quieta; que unas devocioncitas del alma, de lágrimas y
otros sentimientos pequeños, que al primer airecito de persecución
se pierden estas florecitas, no las llamo devociones, aunque son
buenos principios y santos sentimientos, mas no para determinar
estos efectos de buen espíritu o malo. Y así es bien andar siempre
con gran aviso, porque cuando a personas que no están más
adelante en la oración que hasta esto, fácilmente podrían ser
engañadas si tuviesen visiones o revelaciones.
Yo nunca tuve cosa de estas postreras hasta haberme Dios dado,
por sólo su bondad, oración de unión, si no fue la primera vez que
dije, que ha muchos años, que vi a Cristo, que pluguiera a Su
Majestad entendiera yo era verdadera visión como después lo he
entendido, que no me fuera poco bien. Ninguna blandura queda en
el alma, sino como espantada y con gran disgusto.
12. Tengo por muy cierto que el demonio no engañará -ni lo
permitirá Dios- a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está
fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella
morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que infunde luego Dios,
que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que
tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya
hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían
cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viese abiertos los
cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia
Si alguna vez se viese vacilar en su pensamiento contra esto, o
detenerse en decir: «pues si Dios me dice esto, también puede ser
verdad, como lo que decía a los santos» (no digo que lo crea, sino
que el demonio la comience a tentar por primer movimiento; que
detenerse en ello ya se ve que es malísimo, mas aun primeros
movimientos muchas veces en este caso creo no vendrán si el alma
está en esto tan fuerte como la hace el Señor a quien da estas
cosas, que le parece desmenuzaría los demonios sobre una verdad
de lo que tiene la Iglesia, muy pequeña), [13] digo que si no viere en
sí esta fortaleza grande y que ayude a ella la devoción o visión, que
no la tenga por segura.
Porque, aunque no se sienta luego el daño, poco a poco podría
hacerse grande. Que, a lo que yo veo y sé de experiencia, de tal
manera queda el crédito de que es Dios, que vaya conforme a la
Sagrada Escritura, y como un tantico torciese de esto, mucha más
firmeza sin comparación me parece tendría en que es demonio que
ahora tengo de que es Dios, por grande que la tenga. Porque
entonces no es menester andar a buscar señales ni qué espíritu es,
pues está tan clara esta señal para creer que es demonio, que si
entonces todo el mundo me asegurase que es Dios, no lo creería.
El caso es que, cuando es demonio parece que se esconden todos
los bienes y huyen del alma, según queda desabrida y alborotada y
sin ningún efecto bueno. Porque aunque parece pone deseos, no
son fuertes. La humildad que deja es falsa, alborotada y sin
suavidad. Paréceme que a quien tiene experiencia del buen
espíritu, lo entenderá.
14. Con todo, puede hacer muchos embustes el demonio, y así no
hay cosa en esto tan cierta que no lo sea más temer e ir siempre
con aviso, y tener maestro que sea letrado y no le callar nada, y con
esto ningún daño puede venir; aunque a mí hartos me han venido
por estos temores demasiados que tienen algunas personas.
En especial me acaeció una vez que se habían juntado muchos a
quien yo daba gran crédito -y era razón se le diese- que, aunque yo
ya no trataba sino con uno, y cuando él me lo mandaba hablaba a
otros, unos con otros trataban mucho de mi remedio, que me tenían
mucho amor y temían no fuese engañada. Yo también traía
grandísimo temor cuando no estaba en la oración, que estando en
ella y haciéndome el Señor alguna merced, luego me aseguraba.
Creo eran cinco o seis, todos muy siervos de Dios. Y díjome mi
confesor que todos se determinaban en que era demonio, que no
comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que
no tuviese soledad.
Yo era temerosa en extremo, como he dicho. Ayudábame el mal de
corazón, que aun en una pieza sola no osaba estar de día muchas
veces. Yo, como vi que tantos lo afirmaban y yo no lo podía creer,
diome grandísimo escrúpulo, pareciendo poca humildad; porque
todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y letrados,
que por qué no los había de creer. Forzábame lo que podía para
creerlo, y pensaba que mi ruin vida y que conforme a esto debían
de decir verdad.
15. Fuime de la iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio,
habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad,
que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar,
porque todos eran contra mí: unos me parecía burlaban de mí
cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros avisaban al
confesor que se guardase de mí; otros decían que era claro
demonio; sólo el confesor, que, aunque conformaba con ellos por
probarme -según después supe-, siempre me consolaba y me decía
que, aunque fuese demonio, no ofendiendo yo a Dios, no me podía
hacer nada, que ello se me quitaría, que lo rogase mucho a Dios. Y
él y todas las personas que confesaba lo hacían harto, y otras
muchas, y yo toda mi oración, y cuantos entendía eran siervos de
Dios, porque Su Majestad me llevase por otro camino. Y esto me
duró no sé si dos años, que era continuo pedirlo al Señor.
16. A mí ningún consuelo me bastaba, cuando pensaba que era
posible que tantas veces me había de hablar el demonio. Porque de
que no tomaba horas de soledad para oración, en conversación me
hacía el Señor recoger y, sin poderlo yo excusar, me decía lo que
era servido y, aunque me pesaba, lo había de oír.
17. Pues estándome sola, sin tener una persona con quien
descansar, ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de
tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio,
toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta
aflicción me vi algunas y muchas veces, aunque no me parece
ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas, que
consuelo del cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó
el Señor padecer, temiendo mil peligros. ¡Oh Señor mío, cómo sois
Vos el amigo verdadero; y como poderoso, cuando queréis podéis,
y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas,
Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel
sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas
ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama.
¡Oh Señor mío!, ¡qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis
tratar! ¡Quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a
Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que
en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro
amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas
palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma!
Fáltame todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os
faltaré yo a Vos. Levántense contra mí todos los letrados;
persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios,
no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia
con que sacáis a quien sólo en Vos confía.
18. Pues estando en esta gran fatiga (aún entonces no había
comenzado a tener ninguna visión), solas estas palabras bastaban
para quitármela y quietarme del todo: No hayas miedo, hija, que Yo
soy y no te desampararé; no temas. Paréceme a mí, según estaba,
que era menester muchas horas para persuadirme a que me
sosegase y que no bastara nadie.
Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con
ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi
alma hecha otra, y me parece que con todo el mundo disputara que
era Dios. ¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso!
No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras.
¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!
19. Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el
Señor mandó a los vientos que estuviesen quedos, en la mar,
cuando se levantó la tempestad y así decía yo: ¿Quién es éste que
así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad
en un momento, y hace blando un corazón que parecía piedra, da
agua de lágrimas suaves adonde parecía había de haber mucho
tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da este
ánimo? Que me acaeció pensar: ¿de qué temo? ¿Qué es esto? Yo
deseo servir a este Señor. No pretendo otra cosa sino contentarle.
No quiero contento ni descanso ni otro bien sino hacer su voluntad
(que de esto bien cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar).
Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es y sé que lo es,
y que son sus esclavos los demonios (y de esto no hay que dudar,
pues es fe), siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me
pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he yo de tener fortaleza para
combatirme con todo el infierno?
Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios
ánimo, que yo me vi otra en un breve tiempo, que no temiera
tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella
cruz los venciera a todos. Y así dije: «ahora venid todos, que siendo
sierva del Señor yo quiero ver qué me podéis hacer».
20. Es sin duda que me parecía me habían miedo, porque yo quedé
sosegada y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos
los miedos que solía tener, hasta hoy. Porque, aunque algunas
veces los veía, como diré después, no los he habido más casi
miedo, antes me parecía ellos me le habían a mí.
Quedóme un señorío contra ellos bien dado del Señor de todos,
que no se me da más de ellos que de moscas. Parécenme tan
cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda
fuerza. No saben estos enemigos de hecho acometer, sino a quien
ven que se les rinde, o cuando lo permite Dios para más bien de
sus siervos que los tienten y atormenten.
Pluguiese a Su Majestad temiésemos a quien hemos de temer y
entendiésemos nos puede venir mayor daño de un pecado venial
que de todo el infierno junto, pues es ello así.
21. ¡Qué espantados nos traen estos demonios, porque nos
queremos nosotros espantar con otros asimientos de honras y
haciendas y deleites!, que entonces, juntos ellos con nosotros
mismos que nos somos contrarios amando y queriendo lo que
hemos de aborrecer, mucho daño nos harán. Porque con nuestras
mismas armas les hacemos que peleen contra nosotros, poniendo
en sus manos con las que nos hemos de defender. Esta es la gran
lástima. Mas si todo lo aborrecemos por Dios, y nos abrazamos con
la cruz, y tratamos servirle de verdad, huye él de estas verdades
como de pestilencia. Es amigo de mentiras, y la misma mentira; no
hará pacto con quien anda en verdad.
Cuando él ve oscurecido el entendimiento, ayuda lindamente a que
se quiebren los ojos; porque si a uno ve ya ciego en poner su
descanso en cosas vanas, y tan vanas que parecen las de este
mundo cosa de juego de niños, ya él ve que éste es niño, pues trata
como tal, y atrévese a luchar con él una y muchas veces.
22. Plega al Señor que no sea yo de éstos, sino que me favorezca
Su Majestad para entender por descanso lo que es descanso, y por
honra lo que es honra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al
revés, y ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán
a mí. No entiendo estos miedos: «¡demonio! ¡demonio!», adonde
podemos decir: «¡Dios ¡Dios!», y hacerle temblar. Sí, que ya
sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué
es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que tan grande
le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer
nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y
he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto
cómo lo he podido sufrir. ¡Bendito sea el Señor que tan de veras me
ha ayudado!.