Las Fundaciones

Nace este Libro, como el Libro de la Vida, de la obediencia impuesta a Santa Teresa. Esta vez para que relate su hazaña de reforma del Carmelo y fundación de varios monasterios por toda España.

Lo escribe entre 1573 y 1582, con muchos períodos de inactividad. Comienza a sus 58 años y concluye meses antes de su muerte a los 67. Es pues una obra de su madurez, en la que acepta de mala gana su papel de cronista, tornándolo por el de directora espiritual en gran parte de su redacción.

Se mezclan en este libro su sabiduría espiritual con la historia de la época, las rencillas de la Iglesia y los negocios mercantiles que supone cada fundación.

Comienza quejándose de tener que escribirlo: “Por experiencia he visto… el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia…” y continúa explicando quien se lo pide: “el maestro Ripalda, habiendo visto este libro de la primera fundación, le pareció sería servicio de nuestro Señor que escribiese de otros siete monasterios que, después acá,… se han fundado,  junto con el principio de los monasterios de los padres descalzos.”

Explica que, aunque no se consideraba capaz de escribir una nueva obra: “…me dijo El Señor: Hija, la obediencia da fuerzas.”.

Teresa agradece continuamente las ayudas pero silencia los nombres de quienes pusieron dificultades, lo advierte así: “… Por tener yo poca memoria, creo que se dejarán de decir muchas cosas importantes, y otras, que se pudieran excusar, se dirán”.

Tras cinco años en el primer convento fundado: San José de Ávila, años de vida conventual ajustada al régimen primitivo, recibe la visita del P. Maldonado trayéndole noticias de la inmensa labor misionera que se requiere en América, lo que apena a la Santa, que en oración escucha: “…Espera un poco hija, y verás grandes cosas.”.

Y efectivamente poco tiempo después recibe la visita del padre general de Roma con:”…cumplidas patentes para se hiciesen más monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano.”

Y es así como Teresa se hace a los caminos y nos cuenta lo que en ellos encuentra; sol abrasador, frio y barro, gente de bien que la ayudan y traidores que desdicen lo prometido. En Medina del Campo se produce el encuentro con San Juan de la Cruz, que, buscando mayor soledad y austeridad planeaba el ingreso en la cartuja de El Paular, cuando en 1567 se encuentra con Teresa y le convence de ayudarle en la reforma fundando el primer monasterio de la orden de los descalzos: Duruelo, Ávila. Contaba ella 52 años y 24 él.

Teresa nunca pierde el ánimo. En un viaje en el duro invierno a Burgos, pasando frío y sufriendo la lluvia y el barro de los caminos, se encuentra con una hostilidad inesperada para fundar. Corría el año 1580, tenía por tanto 65 años y acababa de pasar un mal viaje, no de horas, como los de ahora, sino de días. Su relato se vuelve entonces oración, como tantas veces: “¡Oh Señor mío, qué cierto es a quien os hace algún servicio pagar luego con un gran trabajo!, ¡Y qué precio tan precioso para los que de veras os aman, si luego se nos diese a entender su valor!” (Fundaciones 31,22).

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